G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: MARIO SAMBARINO: LA HISTORIA INDIVIDUAL

lunes, 2 de abril de 2018

MARIO SAMBARINO: LA HISTORIA INDIVIDUAL

Ocupa la atención y la mayor parte de la reflexión de este filósofo uruguayo (Montevideo, 1918-1984), por encima de todo, el problema de la moral común. El estudio de las relaciones entre las demandas e imposiciones de las normas morales vigentes, y la pulsión individual que generalmente se debate contra ellas, es el gran tema de su principal obra de 1959. Su título, Investigaciones sobre la estructura aporético-dialéctica de la eticidad[1], anuncia concisamente la dinámica de esas relaciones. Es ético lo que se niega a sí mismo, en el intento de desplegarse mediante contraste y superación, es decir, aquello que se debate entre una paradoja (o aporía) y el juego por el cual se contrapone la vida real y la razón (dialéctica).


FILOSOFÍA MORAL

La prosa idónea y erudita se rige por un estilo académico de lo más austero, carente de estética idiomática y caracterizado por una sintaxis envolvente, verdadero obstáculo para el lector no avezado. Sin embargo, se trata de un pensamiento fecundísimo, que produjo sorpresa en su momento, original y substancioso, y se habrá de aplicar una lectura paciente y escrupulosa para conocerlo. La filosofía de la ética está en su base, pero el perfil original se define contra un fondo lateral que se interesa por la psicología y la sociología y también por la teoría del conocimiento y la axiología.

En la Investigación Primera se presenta una cantidad de situaciones por las cuales las normas éticas, en general aceptadas, entran en conflicto con la moralidad de la vida corriente. A partir de un fino desbroce Sambarino concluye en que la moralidad determina la eticidad, punto de vista que le permite revisar el de varios e importantes autores, clásicos y contemporáneos. El conflicto radica en la “indeterminación cotidiana”, asunto que se capta con solo un ejemplo: “Se dice: ‘amarás a tu prójimo’. De ordinario se acepta el valer de lo que así se dice y se le reconoce éticamente vigente. Pero mil y una interpretaciones pueden tener lugar en cuanto a lo que ha de entenderse por ‘amor’ y por ‘prójimo’” (p. 14).

Así, pues, es necesario distinguir entre los contenidos y el sentido que los convierte en contenidos éticos: “Los valores éticos de la conciencia cotidiana son vacíos, en tanto que, permaneciendo indeterminado su contenido, carecen de un definido sentido; un valor sólo es en verdad tal o cual cuando exhibe un contenido determinado que manifiesta su ser. Por esta razón, cuando aprehendemos un tipo de conducta a través de una definición, ésta sólo tiene sentido en el supuesto de la vigencia de un valor y una norma fundamentantes de concreto contenido.” (p. 15)

Sambarino se interesa por la individualidad humana, por la conciencia y por las relaciones entre los individuos en la composición que integran como sociedad. Había publicado “El concepto de individualismo”[2], en 1953 y, entre otros trabajos, “Individualidad e historicidad”, en 1968[3]. Con este último ensayo Sambarino toca uno de los temas preferidos de su época: el de la historicidad. Pero escapa al punto de vista sociológico desde el cual a la sazón era encarado, para asumir el asunto concreto de la historicidad individual. Despiertan un enorme interés sus reflexiones y distinciones que relacionan la ética con el problema del tiempo.

Estos trabajos no agotan su rico acervo filosófico que, como lo ha señalado Pablo Melogno, se desarrolla en tres grandes núcleos: “algunos amplían el núcleo trazado en las Investigaciones, otros muestran su faceta de comentarista de autores clásicos; otros desarrollan nuevas líneas de pensamiento. Entre los primeros, cabe destacar ‘Individualidad e historicidad’, en el cual postula al ethos no sólo como determinante de la experiencia moral, sino como base de la experiencia histórica […] En el segundo grupo se encuentran sus trabajos acerca de Descartes (1963), Marx (1968), Hegel (1970), Maquiavelo (1972), Vaz Ferreira (1980) y Gaos (1982). Finalmente, en el tercer grupo destacan La alienación y el desarrollo (1966), La cultura nacional como problema (1970) y La función sociocultural de la filosofía en América Latina (1976) en los cuales va perfilando una línea de análisis orientada hacia la filosofía de la cultura y la reflexión sobre la cuestión latinoamericana, la cual tendrá culminación en su segunda obra mayor: Identidad, tradición, autenticidad: tres problemas de América Latina, publicada en Caracas en 1980.”[4] (Durante la dictadura se exilió en Venezuela, como Arturo Ardao y otros profesores uruguayos.)


LA HISTORIA INDIVIDUAL


Nos ocuparemos aquí de lo que constituye una teoría de la historia individual, no porque esta teoría integre el cuerpo nuclear de su obra que, como se deduce de lo ya dicho, está en sus textos de mayor aliento. En cambio, se cuenta entre los aportes de mayor profundidad específicamente filosófica, además de conjugar no sólo asuntos de intenso debate en su época, como el historicismo, sino también su casi intocada o poco atendida contraparte en la época en que el autor escribe, esto es, la historicidad de la persona. Nada mejor que exponer esta importante reflexión con sus mismas palabras[5]: “Se dice: ‘Cada uno tiene su propia historia’. En su acepción más trivial este juicio significa que cada uno es un ser distinto, solidario de un conjunto de sucesos que contribuyen a definir su personalidad como diversa de la de otros”. Se trata de “hechos” que han sucedido a ese individuo, “que de alguna manera parecen integrar sus ‘historia’, junto con hechos que el individuo del caso ignoró y posibilidades concretas de las que nada supo”.

Los hechos que consolidan la historia individual están “dotados de una forma objetiva de ser”, por lo que de ellos resultan “juicios objetivos” que componen la historia perteneciente a lo “íntimo y secreto” y aunque “su materia sea la subjetividad”. Así, “todo lo atinente a ‘X’ integra su historia individual. Pero ¿qué alcance hay que darle en este contexto al término ‘todo’”, pregunta quien a partir de este momento entra de lleno en la hipótesis principal. “¿Significa integridad, adición completa de partes, totalidad enteriza?” No puede ser; si lo fuera, entonces, entre otras consecuencias anómalas, surgiría que “nada de lo pasado referente a alguien quedaría fuera de su historia real, aunque por la vía accidental de lo olvidado, de lo que no llega a saberse o del error, quede afuera de lo que como historia suya se cuenta”.
Observa Sambarino que “La vida individual es una totalidad en curso indefinido de formación, que no se integra jamás de manera definitiva, no es nunca una totalidad conclusa ni de hechos aislados, ni de hechos entrelazados, ni de ambas cosas a la vez. El pasado se reelabora de continuo en función del presente y del futuro, desaparecen elementos de su contenido y afloran otros cuya presencia no habría sido inteligible antes. Cambia, además, el sentido de sus contenidos, que varían en cuanto a su ser y su valer”. Se debe tener en cuenta que “en la vivencia concreta que el individuo tiene de su propia historia, así como de la de otros, se da una reducción selectiva de los contenidos”. Así le ocurre a un liceal que termina sus cursos, ejemplifica el autor, a quien al cabo de los años “apenas si algún hecho saliente y alguna caracterización global quedan en su memoria”. “Esto nada tiene que ver con la selección que el historiador hace, entre los materiales con que cuenta para historiar; es la vida misma la que selecciona y la vida en tanto es histórica y no biológica [aunque] no todo lo que ha sido vale indistintamente como histórico, porque lo histórico representa un signo selectivo de lo sido”.

Volviendo a la pregunta inicial, la de qué quiere decir “todo” en tal contexto, Sambarino resume: “El ‘todo’ de que hablábamos es, en el mejor de los casos, el todo de los hechos salientes, de lo de alguna manera relevante, sin perjuicio de las reelaboraciones posibles; no es ni el todo de los instantes sucedidos, ni el todo de lo sucedido en esos instantes. Cualquier relato que se haga no ya acerca del pasado de alguien sino acerca de un hecho de ese pasado, se realiza necesariamente de tal manera que se configura una situación global, enmarcada entre ciertos límites de tiempo, pero que es otra cosa que el tiempo mismo, aunque sea fechado según éste. Si el pasado que constituye la historia de alguien coincidiese con su pasado temporal formarían parte de su historia todas las veces que tomó té, cuándo y cómo y dónde y con quién, con qué concentración y temperatura y qué clase de té, y cuántas y cuáles fueron las palabras que cada una de esas veces dijo y oyó, y los gestos que hizo, y lo que quiso decir y calló y lo que quiso hacer y no hizo; para cada una de esas ocasiones sería más que insuficiente la morosa descripción de un Proust.” (Su relato implicaría, agrega Sambarino, un esfuerzo cuya ilustración puede encontrarse en el Ulysses de Joyce.)


ESTRUCTURACIÓN DEL PASADO


Como consecuencia de todo esto, y ateniéndonos al especial significado que el autor otorga al “todo” que compone la historia de una persona, se llega al punto de conexión entre tal historia y el presente correspondiente. “Son infinitos los hechos de la vida cotidiana que, habiendo pasado, no integran el pasado histórico individual. Puede pensarse que, a los efectos de éste, tiene interés aquello del pasado que guarda alguna conexión con el presente; pero no basta cualquier clase de conexión: algo del pasado puede constar en un documento actual y carecer de importancia, como lo escrito en la vieja esquela o el viejo recibo que hoy encontramos y destruimos por inútil.” Y puntualiza: “Que, en determinadas circunstancias y en relación con una cierta perspectiva, una vieja esquela o un viejo recibo o un viejo par de zapatos puedan adquirir ‒para lo individual o para lo colectivo‒ valor histórico, no hace sino expresar que no hay relevancias en sí, sino advinientes, por lo que nada es de por sí histórico, ni en lo individual ni en lo colectivo.”

Porque “Históricamente hablando, el pasado es selectivo. Pero lo que así lo integra no es un conjunto de hechos elegidos que permanezcan aislados y dispersos, se sucedan y acumulen, indiferentes los unos a los otros; la selectividad expuesta es integración organizada. Hay una estructuración del pasado, y es en relación con ella que debe estudiarse la selectividad que consideramos. Determinar el cómo y el sentido de esa estructuración es una etapa que presupone describir, aunque sea parcialmente, la pluralidad de perspectivas desde las cuales se cumplen selecciones diversas.”

Sambarino clasifica algunas figuras distinguibles en la vida individual y referidas a su correspondiente historia. Existen hechos de carácter público, como ciertos documentos, por ejemplo, el certificado de nacimiento, o el diploma de estudios, que otorgan especial relevancia a la historia individual. Otros hechos no se constituyen en documentos, pero adquieren notoriedad, y por tanto relevancia, para bien o para mal del individuo. Hay hechos de opinión en los que existe variabilidad por representar a “otros”, puesto que “los otros” no constituyen una “categoría uniforme”. Así, pues, “El sentido de un comportamiento es inseparable del valor que se le atribuye, sea en cuanto medio, sea por el fin al cual tiende, sea por lo que muestra en el agente que lo realiza, sea por sus repercusiones y consecuencias. De este modo un ser es inseparable de su valer.” Se concluye de aquí que “lo histórico-individual es de carácter social, incluso cuando no integra de por sí lo que de lo social pasa a ser histórico en lo que este término tiene de colectivo; pues no todo lo social es histórico en sentido colectivo, ni lo es todo lo histórico-individual. Un apretón de manos es un hecho social, y no por eso es histórico ‒ni en lo individual ni en lo colectivo‒ aunque por el contexto en que acontece pueda llegar a serlo.”


VIGENCIAS ESTIMATIVAS


Ciertos hechos alcanzan vigencia y contribuyen en la estructuración de una historia personal. Asimismo, esta vigencia radica en estimaciones, cualesquiera fueren los hechos, y a partir de tales estimaciones surge el valer (o el valor en el sentido axiológico) y se establecen diferentes grados o criterios de relevancia. Sólo entonces es posible decir que se tiene un pasado. Aquí se presenta la última observación fundamental en la teoría de Sambarino. Empieza con una pregunta: “¿qué carácter han de tener las vigencias estimativas que determinan los dichos criterios de relevancia? Por una parte ellas presuponen la transintantaneidad de la conciencia, o sea que presuponen la referencia, a la vez unitaria y triple, a pasados, presentes y futuros. Ese marco referencial está implicado ya cuando se pretende limitarse a lo que vale ‘ahora’, pues no hay conciencia de un ahora con independencia de las dimensiones de lo sido y de lo que será; de otro modo tendríamos instantes sueltos que, por inconexos entre sí, no podrían ser comprendidos como referidos a una misma existencia.”[6] La conciencia, de esta manera, trasciende el instante, con lo que establece su manera de otorgar un valor en cuya instauración participa todo el ser, más allá del tiempo circunstancial y cronológico.

Si no hay error en la interpretación de este texto, se podría afirmar que otorgamos vigencia a un hecho a partir de lo que aprendimos a valorar a través de la historia individual, que a su vez nos asiste cuando presuponemos lo que vendrá. Tal facultad no es el producto de un acervo de saber, del remanente de un hecho puntual ni de acumulación alguna. La cantidad de hechos pasados, puntualiza Sambarino, no constituye una “estructura ontológica”, puesto que “la conciencia de las dimensiones de la temporalidad no se da al margen de la experiencia del carácter axiológicamente diferenciado de sus dimensiones”. En otras palabras: la conciencia distingue nuestro pasado, presente y futuro en base al “valer de sus contenidos”. De lo contrario, “no habría diferencias en la temporalidad”; “lo dado sería mero espectáculo, sucesión pura y simple de lo axiológicamente indiferente, y la conciencia del tiempo quedaría abolida.”

El lector topará con dificultades, como se advirtió, a menudo con la tendencia a encriptar y consecuentemente a frenar la explicación hasta disolverse o reducirse sólo a un mensaje. En la inminencia de un indiscutible hallazgo, Sambarino se margina en el concepto de vigencia estimativa, quizá sin darse cuenta de que desbordarlo y atreverse a saltar por encima de semejante objetivo, por oportuno y razonable que sea (y que alcanza a través de una perspicacia filosófica de la que había dado muestras en las Investigaciones), no lo salva de precipitarse en un final inmediato, aunque brillante. Este final nos muestra un horizonte quizá más amplio que la constelación por él abierta en este texto: “No existe lo histórico individual en sí y por sí, no hay historiales que no lo sean ‘para…’ y no hay historicidad que sea tal por fundamentos ontológicos, por lo tanto ninguna teoría de la temporalidad como mera estructura ontológica puede bastar para elaborar una teoría de la historicidad, y ninguna forma de relación con el pasado, el presente o el futuro (sean individuales o colectivos), a la que se quiera dar un fundamento de orden ontológico, permite determinar un modo propio o auténtico de ser. Sólo ethológicamente puede haber autenticidades.”

“En consecuencia ‒deduce Yamandú Acosta a partir de una atenta lectura de este ensayo‒, no disponemos de un fundamento supra-cultural por el cual podamos estar ciertos que el curso de nuestra eticidad se orienta indubitablemente en el sentido de la moralidad. La inexistencia de un fundamento absoluto en un mundo que en todos sus niveles está signado por la relatividad, nos hace abandonar la búsqueda ilusoria de una verdad axiológica en un desplazamiento hacia la validez, determinable en el marco situacional y contextual de una vigencia ethológica.”[7]

Es de gran importancia un término usado por Sambarino, en parte sugerente y en parte abstruso. Aparece en el fragmento ya citado: “no hay relevancias en sí, sino advinientes, por lo que nada es de por sí histórico”. ¿Qué quiere decir aquí advinientes? Descartamos cualquier connotación de carácter místico. Con mucha probabilidad se refiere a lo que surge en el proceso de la experiencia, a lo que aparece y se instala en un lugar preeminente de la conciencia por obra de la selección voluntaria y personal. “Advenir” significa “llegar un tiempo o un acontecimiento”[8], significado que cuadra en un contexto que pretende justificar la importancia de la experiencia personal. Ciertos hechos determinan la relevancia dictada por la conciencia, desde que no es una conciencia del ahora, subraya Sambarino: “no hay conciencia de un ahora con independencia de las dimensiones de lo sido y de lo que será”.


DIALÉCTICA DE LOS MOMENTOS


El tiempo no determina la dimensión histórica sino un valor que se atribuye al momento. En el momento se define no el rango moral de la circunstancia sino toda la dimensión ethológica. Por lo que el momento de que habla Sambarino no es el momento del tiempo cronológico. Vayamos en busca de una aclaración imprescindible en las Investigaciones. Dice allí: “Pero ahora interesa detenerse en el concepto de ‘momento’, más no en tanto que parte del tiempo, asimilable a la idea de instante, ni tampoco en la acepción de instante que importa para la ética o cuya irrupción tiene efectos decisivos en el curso de la vida, sino a título de constituyente del transcurrir en el cual se realiza la eticidad de una existencia.”[9]

El contexto de las Investigaciones que interesa ahora responde a la necesidad de exponer las modalidades experienciales de la eticidad (Investigación Segunda) y la estructura dialéctica de esa eticidad (Investigación Tercera). Sambarino desea analizar el campo de la ética, y comprobamos que se presta de la mejor manera para describir la dinámica selectiva de la conciencia y el carácter no temporal de esa dinámica, cuyos “aspectos componentes” pueden resultar “tanto coexistentes como sucesivos”. Esta dinámica es dialéctica; se trata de “la dialéctica temporal de los momentos”: “la eticidad misma en cuanto todo que se hace se presenta a sí misma como un solo momento presente que engloba en su mirada los momentos parciales que lo integran, sea a título de reales o de posibles o de concebibles, acaecidos o proyectados, aunque no comparezca a la vez en acto la totalidad de su contenido”. Pero sin ninguna dificultad tal dialéctica podría servir de descripción para el resto de los campos de la conciencia como, por ejemplo, el del conocimiento en general.

Se habla de “existimar” [formar opnión (42)] de “interpretación”, de “exégesis”, de “consideración enjuiciadora”, de “luz variable de una hermenéutica”, de “decisión” (176-177), con lo que se reafirma el proceso de selección característico de la eticidad[10]. No es, pues, el momento determinado el que la define sino el conjunto de todos los momentos de la historia personal. “El momento dura tanto como el contenido que lo constituye, así se trate de una actitud, o de su expresión, o del hecho que derive de ella, según lo que en el caso importe para la consideración enjuiciadora”. Por esa “autointegración interpretativa de sí misma”, añade el autor, “la eticidad tiene en sí y ante sí presentes un ayer, un hoy y un mañana. Por lo mismo todo momento que tiene lugar en la textura de la eticidad se constituye según precisas conexiones temporales, no solamente porque queda enmarcado entre un antes y un después […] sino también porque en sí mismo, por su propio contenido, hace referencia a lo acaecido y a lo venidero y los juzga, a la vez que por el contenido de su singularidad, por su comprensión de lo que son y valen el pasado, el presente y el futuro […] Como temas de la eticidad estos términos trascienden la simple sucesión ordinal de lo pretérito, lo actual y lo pendiente, y su trinidad indisoluble está presente en todos sus momentos” (178).

De este estudio sobre la eticidad surge una filosofía poderosa y clara del tiempo antropológico: “En la existencia no hay ayer sino como ayer de un hoy, tal como por el hoy es que puede comprenderse el mañana como mañana […] El ayer de una existencia es hoy su ayer porque en su ser de entonces hacía referencia al ulterior hoy; el hoy no es hoy sino proviniendo y dirigiéndose según el mirar que le es constituyente; el mañana no es tal sin un hoy que lo encara al mismo tiempo que con un ayer lo enlaza”. No sería demasiado complejo el intento de trasladar este carácter específico, que Sambarino atribuye a toda eticidad, a un campo más amplio que puede abarcar todo el espectro de la conciencia, el conocimiento y la inteligencia[11].


REFERENCIAS:

[1] Mario Sambarino, Investigaciones sobre la estructura aporético-dialéctica de la eticidad, Montevideo, Universidad de la República, 1959.
[2] Mario Sambarino, “El concepto de individualismo”, en Revista “Número”, Año 5, Nº 22, enero-marzo de 1953, Montevideo, pp. 68-81.
[3] Mario Sambarino, “Individualidad e historicidad”, en “Cuadernos Uruguayos de Filosofía”, Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad de la República, Tomo V, 1968, pp. 5-15.
[4] Pablo Melogno, “Mario Sambarino”, en Personajes latinoamericanos del siglo XX, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2006, coordinador Mario Magallón Anaya, pp. 225-234.
[5] Las citas que siguen pertenecen a “Individualidad e historicidad”, obra citada, partes II y III.
[6] La cita y las que siguen pertenecen a “Individualidad e historicidad”, obra citada, parte IV y final.
[7] Yamandú Acosta, “Ser y valer en América Latina. Notas sobre el ethologismo de Mario Sambarino”, en Pensamiento Uruguayo, Montevideo, Nordan/CSIC/Udelar, 2010, pp. 207 y ss.
[8] María Moliner, Diccionario de uso del español, Madrid, Gredos, 1992.
[9] Mario Sambarino, Investigaciones, obra citada, p. 176, Investigación Tercera, “La dialéctica temporal de los momentos”.
[10] La selección denuncia el carácter hermenéutico de la ética, asunto expresamente subrayado al comienzo de la Investigación Segunda al recapitular sobre los tipos modales de la eticidad. “Paráfrasis”, “mutación hermenéutica”, “existimación”, “glosa”, “criterio interpretativo”, “estilo hermenéutico” son notas de cuatro grandes “tipos modales”: excelencia, independencia, sabiduría y exigencia, surgidos de la experiencia y por eso llamados “modos hermenéutico-experienciales”.
[11] Nuestro trabajo al respecto está en La humanización del tiempo, Montevideo, Cal y Canto, 2015.

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