G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: octubre 2022

lunes, 24 de octubre de 2022

PASO DE LA PERCEPCIÓN AL CÁLCULO

UNA DIRECCIÓN A LA QUE TIENDE LA INTELIGENCIA ACTUAL (texto renovado)


En el desempeño de la inteligencia, sobre todo en el plano de la vida corriente, existe un desplazamiento paulatino y casi invisible de las garantías que ofrece la percepción, los datos provenientes de los sentidos, hacia las garantías que ofrece el cálculo de tipo lógico-matemático.



A manera de introducción se puede preguntar: ¿qué es lo que desde siempre ha ayudado al pensamiento? ¿Cuál ha sido el más atesorado de los recursos, la herramienta más preciada, el instrumento de investigación que ha facilitado las más atrevidas incursiones en el dominio azaroso del descubrimiento? Si se da una ojeada a la historia de hechos y de ideas, a la historia de la filosofía y de la ciencia, se comprueba que hay algo que asoma por sobre todo lo demás: la percepción humana.

Lo que brinda al conocimiento y al saber es rotundo, confiable y directo. También y desde siempre la percepción se acompaña de la razón, otro recurso imprescindible sin el cual la percepción, vehículo seguro y rápido, transportaría una carga del todo inútil, mármol de grano fino, pero sin cincelar, materia prima sin elaborar. Las grandes filosofías y ciencias del conocimiento nunca eludieron el estudio de estos dos componentes de la inteligencia, a veces otorgando más importancia a uno que a otro, pero nunca separándolos del todo. Percepción es lo que se asocia directamente a los sentidos del cuerpo, reino de las sensaciones, información recibida por los sensores de la corporeidad humana a través del sistema nervioso. Para todas las ciencias y concepciones filosóficas los sentidos son la base fundamental en la que se apoya la existencia humana. Están en el centro explicativo del porqué, del para qué y del modo en que se desenvuelve, prospera o se arruina la experiencia, su origen, el desarrollo y la evolución.

Aunque la percepción ha sido relegada por el racionalismo como fundamento del conocimiento, perdiendo jerarquía frente a las otras facultades humanas, sentimientos, religiosidad, moral, de todos modos, es el gran tema que jamás se ha dejado de estudiar. El papel que desempeña en la vida humana es primordial como el del resto de funciones fisiológicas primarias, la respiración o la circulación sanguínea.

De manera paralela a su importancia, ha prosperado una sospecha: se la ha puesto en duda, se la ha cuestionado como principio intelectivo, como método hermenéutico e instrumento que se supone traduce el lenguaje de los receptores nerviosos al lenguaje de la intelección consciente. Pero, ¿qué otro recurso vuelve posible abrir la puerta que comunica la subjetividad a la sala de la objetividad, la ventana que permite a la luz bañar el interior oscuro y colmarlo de aclaraciones para sus dudas?



EL PROBLEMA DE LA PERCEPCIÓN



El papel de la percepción en el conocimiento ha venido sufriendo cierto menoscabo en las últimas décadas al dar contra ciertos obstáculos. Ha ido cediendo lugar a la tecnología, a los artefactos capaces de sustituirla de modo de aumentar su precisión y superar sus barreras. En lo que la percepción puede ofrecer como vía de recolección y acumulación de datos, también ha ido cediendo terreno en los procedimientos de la filosofía y de las ciencias sociales. Han prosperado métodos exclusivos que han dejado a un lado la percepción directa mediante encuestas, censos, plebiscitos, en fin, consultas a través de preguntas y respuestas parciales que se aplican hipotéticamente en conclusiones de carácter global.

Entre las insuficiencias de la percepción se destaca la imprecisión, y entre las limitaciones es común atribuir impotencia al poder de los órganos de los sentidos. No ajustarse a los detalles que esconde la pequeñez, las dimensiones del mundo subatómico, los pormenores de los objetos situados a grandes distancias registrables solo a través de instrumentos. Asimismo, se le reprocha el limitar sus facultades a solo una pequeña franja de la percepción visual, solo un fragmento del espectro electromagnético. Y, también, en lo acústico, no poder captar sonidos demasiado graves o demasiado agudos. Aun, sería estrecho el alcance de la percepción interoceptiva. La tecnología no prescinde completamente de la percepción, porque interviene en la observación de una estrella o de un virus, en el paso de una partícula subatómica, en los indicios de un fondo cósmico de ondas gravitacionales, en la opinión mayoritaria sobre un tema dado, etcétera. El problema no surge de la desaparición sino del desplazamiento de la función de los sentidos en casos en que el resultado es solo un cálculo.

¿Por qué el problema aparece con el cálculo, uno de los más formidables utensilios de la inteligencia práctica? Es imposible averiguar con exactitud, siquiera aproximada, la magnitud de ciertas superficies y volúmenes. Por más baqueano que sea, el ingeniero no se conforma con establecer “a ojo” cuánto material puede requerir la construcción de un puente o de un edificio; recurre al cálculo para resolver a tantos otros problemas. El problema no es el cálculo, en sí, sino su aplicación en otra clase de problemas en los que las cantidades no son físicas. Antes de proseguir, veamos qué es un cálculo, herramienta que a veces puede resultar inconveniente.



QUÉ ES UN CÁLCULO



La palabra significa “piedrecilla” o “cuenta”, y los médicos llaman cálculo a las pequeñas formaciones sólidas que suelen aparecer en las vías urinarias. En otras épocas era el nombre que se daba a ciertas piedritas que servían para enseñar a contar a los niños. De aquí que “cálculo” sea la palabra que aparece toda vez que es necesario contar, es decir, averiguar cuántas cosas forman parte de un conjunto, montón o lo que sea. Por ejemplo, árboles en un bosque, estrellas en un ángulo del cielo o en una galaxia, ladrillos en la construcción de una casa, tiempo que requiere un viaje a una estrella si el vehículo desarrolla tal velocidad, etcétera. Es fundamental en la física, ciencia que representa holgadamente la máxima expresión de la cultura contemporánea (según Ortega y Gasset).

El significado “cálculo” cubre dos grandes aspectos funcionales. Uno se refiere a la serie de operaciones necesarias para alcanzar un resultado exacto, empíricamente cuantitativo o formalmente cualitativo. El otro está relacionado con el número de unidades o elementos que componen los datos conocidos y los datos a conocer, es decir, que forman parte del acto de calcular. A su vez, la serie de operaciones necesarias reviste dos clases diferentes de propósitos. Una clase de propósito es la de fijar un valor, la otra es la de fijar una cantidad o número. Por lo que el cálculo será de tipo que establece valores (cualidades, estimaciones), o del tipo que establece cantidades que resultan de relacionar la información conocida con la información desconocida.



DÓNDE ESTÁ EL PROBLEMA



En cualquiera de los casos se da una base firme, convencional o empírica; un valor de verdad dado o magnitudes concretas tomadas de la realidad sobre la que se va a aplicar el cálculo. El problema surge cuando, al tomar el lugar de la percepción directa, el cálculo carece de una base firme, lógico- matemática o empírica, valorativa o cuantitativa. Es problemático, dudoso o incierto, cuando el cálculo se aplica sin base firme, pues su punto de partida es solo conjetura, suposición, sin convención previa ni consenso conocido ni unanimidad concertada. Se desarrolla la serie del cálculo en el aire, lo que conduce siempre a una clase de resultado aleatorio, quizá tan o más impreciso que el de la percepción orgánica.

A este tipo de cálculo sin esa base inicial se llama probabilidad. Se sabe que un cálculo de base firme puede servir para establecer uno, dos o más posibles resultados probables, por lo que en tal caso se habla de cálculo de probabilidades, inductivo o hipotético. Pero no es posible incluir el cálculo sin base firme dentro del cálculo de probabilidades; sería un grave riesgo. Es quizá por esta razón que hasta ahora ha sido imposible formalizar debidamente la lógica inductiva o de probabilidad (mediante fórmulas bien formadas, como suele decirse).

Puede ocurrir que mediante una encuesta se quiera dar idea de un determinado estado de cosas futuro en base a lo que se conoce de ese estado en el presente, es decir, que se quiera establecer su futuro probable. En base a una recolección previa de datos, que registra un momento cualquiera del estado de opinión pública, se puede indicar una tendencia y con ello una probabilidad o posibilidad futura. Pero, desde el punto de vista teórico no se sabe si ese estado previo en que se encuentra la opinión pública es una base firme de cálculo, por lo que solo se sabe desde el punto de vista práctico.

El cálculo vincula los datos conocidos con los vacíos de información, pero siempre dentro del dominio cuantitativo del número. La percepción, en cambio, toma los datos en bruto sin que la vinculación con lo conocido corra por su cuenta, con lo que se mantiene siempre en una escala de grados, valores o estimaciones. Es posible estimar “a ojo de buen cubero” la distancia entre dos puntos en el terreno, pero nunca con la precisión de un distanciómetro, o la temperatura y la humedad ambiente, pero nunca como un termohigrómetro. Estos aparatos “calculan” o aplican un algoritmo, es decir, miden; los sentidos solo estiman o valoran. Hoy día existen instrumentos que han asociado, hasta cierto punto muy importante para la práctica, la capacidad de medir, propia del cálculo, a la de estimar, propia de la percepción.

Ahora bien, ¿cómo procede la encuesta? Procede mezclando la estimación con el cálculo, y hace uso de las escalas de grados “a ojo” desde que no cuenta con sensores que registren las permanentes variaciones en los objetos de medición como cuentan por ejemplo ciertos electrodomésticos. Combina valores y cantidades y, además, transfiere valores iguales para cantidades distintas. Esto no es malo de por sí, no es prueba de ninguna falsedad de las encuestas ni de los diferentes tipos de cálculo en el orden de los problemas sociales. Solo es algo que, como muchas veces se comprueba en los hechos reales, resulta un procedimiento confiable sólo como impronta del momento y sin que su información pueda proyectarse en el futuro con garantías de verdad. Los grandes proyectos de carácter social se conciben en base a cálculos sin base firme. Su viabilidad surge de lo que opina un grupo de informantes que la estadística considera suficientemente confiable para representar la opinión mayoritaria.



PRIMER EJEMPLO DE CONFUSIÓN



Llama la atención la general proclividad a aceptar bajo el nombre de sociedad un hecho de carácter empírico, semejante a la realidad empírica de un sujeto, individuo o persona, como si se pudiera encerrar en lo que representa todos y cada uno de los sujetos o personas lo que solo corresponde a uno. Los fundamentos teóricos de este supuesto fueron expuestos por Emilio Durkheim en el siglo pasado. Pero, el individuo y el conjunto de todos los individuos son dos dimensiones de la realidad humana completamente diferentes, que en puridad no tienen mucho que ver con el concepto teórico de sociedad.

Cuando la ciencia social nos habla de sociedad, objeto de su estudio, se atiene a un concepto que deriva de los resultados de una encuesta. Sociedad es, para la sociología, el nombre de una abstracción perfectamente concebible, entendible y funcional, pero que estamos por saber si existe en la realidad. Esto se debe a que conocemos de ella solo lo estimable a gran escala en virtud de lo medible a pequeña escala. En otras palabras, que nos es útil en tanto idea formada merced a lo que de un número pequeño de cuantificaciones es posible transferir al número que englobe todas las cuantificaciones o la cantidad total representada.

La sociedad no es el conjunto de individuos sino una entidad aparte de cualquier suma, agregación o acumulación de voluntades particulares. De todo punto de vista, no solo sociológico, también epistemológico y psicosocial, se trata de asuntos diferentes. La ciencia social, lejos de desearlo y menos de imponerlo, prefiere atenerse a lo que explora en ese plano multicolor que reduce lo real a lo probable. ¿Cómo participa el individuo, en tanto objeto particular de estudio, en la ciencia social? Si bien hay otra u otras ciencias que se ocupan de él, ¿cómo no rendir cuentas sociológicas de la participación y de las propiedades intrínsecas del elemento constituyente, inevitable y fundamental, del objeto de estudio? Aparecen, así, ciertos desfasajes preocupantes, también cuando la psicología pretende ocuparse del sujeto prescindiendo de su enclave en la colectividad o el grupo, o cuando la biología y la medicina tienden a prescindir de lo que atañe, respecto al sistema orgánico, a la estructura en la cual ese sistema está inserto.

Se reúne todo en una bolsa que representa a todos, a la sociedad. A fin de explicar los problemas que se detectan en el nivel cultural, político, administrativo, de convivencia, se apela al contenido de esa bolsa que solo se conoce a través de un supuesto que a veces es llamado “conciencia social”, otras “imaginario colectivo”, lo que frecuentemente se quiere atribuir a una “sociedad en su conjunto”, como si hubiera otra sociedad “en sus fragmentos”, lo que solo es atribuible a la conciencia individual que, incluso, es medible sólo hasta un punto muy limitado.

Son dimensiones pensables completamente diferentes, una surgida del cálculo y otra de la percepción directa. Surge de considerar la “opinión” de la sociedad –como concepto sociológico– y la opinión de prototipos sociales de franjas etarias, condiciones económicas, niveles de estudios y cultura, intereses o propósitos de vida diferentes. La noción teórica de sociedad deriva secretamente de la percepción econométrica de un pequeño grupo de individuos.

Lo que se ha asignado como perfil a lo social (a la sociedad) no puede confundirse con lo que es asignable individualmente a los estados de conciencia. No es posible admitir que haya una conciencia colectiva, pues, justamente, la sociedad no es una isla de coral, hidra de múltiples cabezas, cuerpos aislados con un solo cerebro y por consiguiente con una sola conciencia. A su vez, es interesante comprobar lo que ocurre con la percepción. De la vía por la cual nos apercibimos de todo lo que ocurre en el entorno hemos pasado a remitirnos a otra vía, la que viene de los medios, publicidad, redes sociales, y que nos da otra versión de lo que ocurre en ese mismo entorno, que puede o no puede coincidir con la propia.

No se trata de ver todo esto con malos ojos, de que sea “malo”, “perjudicial para la salud” o negativo desde el punto de vista moral. Nada de eso, pues solo se trata de tener conciencia del problema, de saber que volamos en una nave que en definitiva se apoya en el aire. Porque no sabemos qué está bien y qué está mal en un universo estratificado en el que no se sabe bien qué está adentro y qué afuera, qué es debido a nuestra actividad mental, racional o irracional, y qué debido a nuestra actividad perceptual, qué a nuestro sentido común y que a la realidad que sabemos existe más allá de todo lo que conocemos.

Lo que el cuerpo recibe como información inmediata, o percepción corporal directa, deja de preponderar y pasa a ser sustituida por la percepción virtual indirecta, que asoma a partir del fluido de un aparato cuya corriente de información barre con la realidad inmediata e impone otra realidad mediata, virtual, concebida, pensada y animada, por una “conciencia” ajena y perteneciente a otro “cuerpo”. El cuerpo de los sentidos reales es pinchado y desinflado, como la rueda de un automóvil, y mágicamente reparado, vulcanizado mediante el uso de un material artificial perteneciente a una realidad impuesta. No se trata de información verdadera o falsa, necesaria o prescindible para la vida, sino de la que se ha construido a partir de un flujo de datos, sea una novela o un informe compartidos en vivo.

Se puede decir que el noventa por ciento o más de esa información no interesa a los fines específicos del individuo, y que no tienen nada que ver con el individuo o la población real. Serviría a una masa híbrida de sujetos que pensaran y actuaran de manera parecida o idéntica; una supuesta entidad social que en realidad no existe, pero que a la larga se va constituyendo por fuerza de la inducción perceptiva. En otras palabras, habría una realidad que se conoce por percepción directa y otra que se conoce por inducción o percepción indirecta y que nos convierte en cálculos, en inducciones sociales reales, pero sin base firme. Por lo que, si merece cuidado la proliferación de la Inteligencia Artificial, más lo merece la aparición casi siempre solapada de esa clase de “inteligencia” real.



SEGUNDO EJEMPLO DE CONFUSIÓN



La aplicación del cálculo sin base firme se aprecia también en el campo de la educación. En este caso la percepción directa es sustituida por otra especie de percepción inductiva. Se caracteriza por tomar como punto de partida premisas tomadas de un dominio ajeno a la educación en el sentido estricto. Se trata de premisas importantes y urgentes que hay que tener bien en cuenta al pensar en el futuro especialmente de adolescentes y jóvenes ante el avance arrollador de la tecnología: para asimilarla correctamente y no para rechazarla; para valorarla como bien y no como mal.

Cada vez se requiere mayor capacitación, y con ella cada vez más estudio. Es un requerimiento que se justifica en la ciencia, la técnica, el trabajo, pero, especialmente para la investigación y no tanto para la educación. Concebir planes y programas, organizar cursos en etapas, seleccionar disciplinas de estudio, en fin, disponer lo necesario en lo administrativo puede no ser esencial en lo propiamente educativo. Seguramente, es muy atinado en los aprendizajes especializados, pero no tanto en la educación que necesitan los jóvenes para su formación personal y para la trasmisión de la cultura.

Las premisas (extrañas) que se incluyen en el cálculo tienen que ver con la preparación de habilidades y especialidades, pero no con el proceso de educación general propio de la enseñanza primaria y secundaria. Se da el caso de reflexionar la educación, concebir planes de estudio, reformar los anteriores, pergeñar innovaciones de una manera que termina desviando los procesos y encarrilándolos fuera de lo que conviene a los propósitos tradicionales y fines últimos de la educación formal (que son unos pocos y casi siempre los mismos desde la antigüedad clásica). Se corre el riesgo de alcanzar conclusiones que no se corresponden con la naturaleza y los fines últimos de la misión educativa. Al inferir premisas válidas en otros campos de la vida presente y futuro posible de los jóvenes, en el arduo proceso de planificación de los estudios, se puede incurrir en un cálculo de resultados confusos que inspiren cambios y reformas inútiles.

Así como la encuesta incurre en inferencias inductivas hipotéticas y combina valores y cantidades en forma indistinta, la planificación educativa suele incurrir en otra clase de combinación sospechosa: un objeto perteneciente a un campo dado se incluye como valor de una variable en otro campo. Un orden cuantitativo específico cobra valor cualitativo en otro orden cuantitativo. Una estimación general válida en su entorno conceptual se convierte en estimación aislada en otro entorno. Por ejemplo, lo que se considera objeto principal de un orden social dado (nuevos oficios, tecnificación en aumento, necesidad de capacitación especializada) se convierte en objeto principal en todos los órdenes de la educación general.

No quiere decir que la necesidad de preparación especializada para los jóvenes sea de despreciar y desatender. Es la misión de la Universidad y de la educación técnica, sea cual fuere la filosofía educativa que se privilegie y se crea justa para orientar el cálculo. Es asunto sumamente importante y debe tenerse bien en cuenta en la preparación de los jóvenes. Pero, puede ser atendido sin menoscabo del otro, el de la educación propiamente dicha, sin invadir ni desplazar los contenidos de los planes orgánicos de la estrategia educativa de siempre que se debe tener presente en primerísimo lugar.

Desde Aristóteles en adelante, al menos y quizá antes, se viene cuidando de no desvirtuar lo fundamental que atañe a la formación personal del joven en los planes de estudio, aun cuando no se deje de atender lo relativo a lo práctico. ¿De qué hablaba Aristóteles y de qué hablan los pensadores de la educación de todos los tiempos? De una sola cosa: de la cultura, pues el fin último de la educación es la cultura, la trasmisión de los grandes ideales, de las obras y de los medios por los cuales la humanidad ha concebido esos ideales y consagrado esas obras. Confundir este fin con los requisitos que haya que satisfacer para ganarse la vida es otro asunto, igualmente importante, pero diferente.

Por encima de todo cálculo está el supuesto, entre los mayores educadores de todos los tiempos, de que nada puede impedir o complicar la trasmisión de la cultura (que no hay que confundir con ninguna otra clase de trasmisión ideológica o religiosa) en el acto de enseñanza. La pedagogía práctica, instrucción o didáctica, y la pedagogía teórica, búsqueda de las formas de llevar a cabo la trasmisión de la cultura, ya de por sí constituyen un gran problema, un enorme desafío, si se quiere una aventura que se registra en las aulas en todo momento. No conviene distraer su gran objetivo con tareas dirigidas a cubrir aprendizajes específicos o inspiradas por el sesgo utilitarista que caracteriza a la sociedad actual. Eso queda para las familias, para las academias, para los gimnasios, en fin, para cubrir como como complemento de la cobertura de educación general o humanísticamente superior.

Se ha dicho públicamente que la reforma educativa debe atender el interés de los jóvenes y que, a tal efecto, debe orientarse hacia lo concreto, a lo necesario para la vida, pero lo necesario para la vida no es solo lo que se entiende como práctico. La educación general es prioritaria para la formación en cualquier oficio, en cualquier profesión, para cualquier vocación. De procederse solo en la dirección de un ideal con cálculo sin base firme, se desviará su marcha en el sentido de un deseo muy respetable, pero a la larga inviable, inconducente y anodino para el aprovechamiento de la formación cultural de la persona.

La Universidad, incluso, debe tener como fin la trasmisión de la cultura, como lo observó José Ortega y Gasset en los ensayos de Misión de la Universidad. Dice allí: “La vida es un caos, una selva salvaje, una confusión. El hombre se pierde en ella. Pero su mente reacciona ante esa sensación de naufragio y perdimiento: trabaja para encontrar en la selva ‘vías’, ‘caminos’; es decir: ideas claras y firmes sobre el Universo, convicciones positivas sobre lo que son las cosas y el mundo. El conjunto, el sistema de ellas es la cultura en el sentido verdadero de la palabra; todo lo contrario, pues, que ornamento. Cultura es lo que salva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragedia sin sentido o radical envilecimiento.”

Aun agrega: “No podemos vivir humanamente sin ideas. De ellas depende lo que hagamos, y vivir no es sino hacer esto o lo otro. Así el viejísimo libro de la India: ‘Nuestros actos siguen a nuestros pensamientos como la rueda del carro sigue a la pezuña del buey.’ […] El hombre pertenece consustancialmente a una generación y toda generación se instala no en cualquier parte, sino muy precisamente sobre la anterior. Esto significa que es forzoso vivir a la altura de los tiempos y muy especialmente a la altura de las ideas del tiempo.” (Madrid, Revista de Occidente, 1960, p. 16)



En su génesis, los estudios terciarios no solo fueron concebidos como garantes del ejercicio profesional para la asistencia pública acreditada por la normativa. También lo fueron como máxima expresión de una preparación ejemplar del hombre en la sociedad, del individuo en la colectividad y de la máxima conciencia en el dominio de la ignorancia y la inconsciencia. Preguntamos, en final abierto, de qué manera los jóvenes podrían ponerse en contacto con las ideas y las aspiraciones de su tiempo. Porque no lo lograrán si solo se desempeñan en actos simples que no se siguen de ninguna idea ni de ningún ideal.

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