Así como puede sobrevenir la tristeza por cualquier motivo, el desconsuelo o la angustia ante una desgracia o quebranto, el sentimiento de la nada se descarga solapado y al principio infundiendo desconcierto y confusión. Los receptores del cerebro nos reclaman cierto orden, concordancia, avenencia entre las percepciones, relaciones amigables entre los objetos que componen el entorno. No gustan procesar información si carece de figuras reconocibles o si viene con exceso de información adversa, molesta o dañina.
Hemos hablado bastante de los
sentimientos, de la carga emocional que a menudo contenemos o liberamos en
nuestra interioridad, en soledad o en escenarios diversos ante los demás. Hasta
hemos hablado de un sentimiento pocas veces mentado y menos comentado, que nos
invade como la alegría o la tristeza, el amor o el odio, que hemos llamado sentimiento
de geometría.
Así como la
tristeza nos reclama un motivo de alegría o esperanza por el que pueda
despejarse y superarse, este sentimiento solapado, casi imperceptible, se
descarga cuando la visión nos reclama orden en un desorden, precisión en la
imprecisión, algo de geometría en un conjunto de objetos o hechos fuera de toda
composición, figura reconocible o sucesión cualquiera de sensaciones.
La falta de
algunas mínimas relaciones compositivas, agradables, armónicas entre formas,
colores, líneas, manchas, primeros y segundos planos, puede llegar a
molestarnos o a trastornarnos. Puede producirse un desacomodo subconsciente
entre los receptores últimos del sistema nervioso, desde que ellos tienen
necesidad de mantener la información que les llega bajo cierto control y
equilibrio. En algunas personas llega a manifestarse muy pronunciadamente y constituir
un rasgo distintivo de la personalidad, y también un problema.
El gasto de
energía en traducir la información recibida por los sensores fisiológicos al
maravilloso idioma del cerebro resulta menor si aquella ya viene en cierto modo
organizada, de alguna manera reconocible y clasificable. Las percepciones entonces
no resultan del todo extrañas porque vienen de algún modo estructuradas. Se han
originado a partir de determinada composición o configuración que suelen
mantener los objetos en el mundo empírico, especialmente si pertenecen a la
naturaleza.
El cerebro parece tener una especial necesidad de equilibrio a mantener entre las percepciones y las imágenes que derivan de sus receptores y procesadores, y hasta experimentar al respecto cierta ansiedad. No las reciben a gusto si vienen en forma desmandada y caótica.
ANTE LA NADA
Es una impresión
que nos conecta con la contracara del mundo y la vida, con la más conmovedora
de las “visiones”, la visión que no ve o que no ve nada. Nos invade el
sentimiento de que tras todo lo que existe solo hay vacío, que todo es mentira,
que solo existe un desierto y ante los sentidos un espejismo. Nos sorprende la
más extravagante de las convicciones, no por efecto de algún daño físico que la
pueda acarrear sino por la desilusión, el desencanto de todo, al menos durante el
espacio de tiempo o período en que el efecto se prolonga.
Embargo de
desencanto, sensación de contemplar el vacío, ausencia y disolución, pensar en
sí mismo como de un habitante de la ausencia, sentirse parte de la nada, en
fin, intuir oquedades en la sombra como si fueran propiedades perniciosas de los
presentimientos. De manera diferente a como nos afecta la tristeza, la añoranza,
la envidia que nos produce daño psíquico, pero también físico, pudiendo
enfermarnos, el sentimiento de la nada nos produce desdén, indiferencia, indolencia,
cierta proclividad al abandono, aunque ningún daño físico inmediato o
importante. Porque, si lo que hay es la nada, ¿para qué procurarse de todo, obstinarse
en ser algo o alguien, luchar por propósitos que siempre desgastan el cuerpo?
No todo es
todo completo, y no toda nada es nada toda o total. Del mismo universo conocido
como Todo se sabe que hay partes desconocidas, y en un desierto sin vida descubierta
ni acequias a la vista puede existir un perdido oasis con al menos un delgado
espejo de agua y algunas frondas. El margen entre la confirmación objetiva de
una vasta soledad baldía y la imagen de un pequeño paraíso en algún lugar apartado
marca el límite entre los sentidos del cuerpo y los del espíritu.
Hay,
pues, un borde corrido que se prolonga entre la objetividad y la subjetividad,
entre los sentidos y los sentimientos. Un pasaje que descubre quien esté en
situación de avistar el sinsentido de la vida, sea capaz de presentir lo irracional
del mundo y la contingencia del universo. Asimismo, que pueda captar el tiempo correspondiente
a la ocasión en que las sensaciones físicas y psíquicas se confunden en una
sola. Todo por lo cual se pierde pie en la tierra y el mundo parece estar flotando
en el vacío, parezca y no sea un mundo porque en él ya no hay acción, goce,
trabajo, compañía, animales, plantas. Se abre un abismo y todo se desarma,
rompe y desaparece.
Se está ante la nada por accidente, fatalidad, desilusión, fracaso, frustración, desengaño, bancarrota, abandono, indiferencia, descreimiento, desesperanza. La nada se genera como por arte de magia ante la otra cara de la realidad indiscutible, la cara oculta a la convivencia empeñosa y beligerante. Para los místicos es lo opuesto a Dios. Si el mundo es la parte conocida del todo, la nada es el todo desconocido de cada parte. Es el otro todo que la estupefacción y el encono ganan para un alma ya sin control del raciocinio, como si un gas envenenado le ahogara el ánimo y el ansia de vida.
LA NADA NADEA
Los más importantes filósofos se han preguntado por qué hay algo y no nada, una pregunta fundamental que se formula toda la metafísica clásica. ¿Por qué hay un ser y no un no-ser? ¿Por qué reina la existencia y no la inexistencia o nada? También es famosa la pregunta acerca de cómo es posible hablar de la nada si no la conocemos, si es imposible definirla, siquiera pensarla.
Para los
sentimientos sí hay una nada palpable, viva y aun violenta, una “nada que
anonada”, como diría Heidegger. Una nada que cobra presencia con la angustia, y
existencia con la exasperación; que encarna en el ser sufriente para quien la senda
que seguía se ha esfumado, borrado el camino que él mismo ha trazado y en parte
recorrido. Habría, sí, “patencia” de la nada, una nada en lo interno, como daño
en la entraña, herida fuera de la superficie de la carne de la que solo se
siente el dolor.
Si bien la
nada no es nada, carece de forma y de contenidos apresables o deducibles, si solo
se puede nombrar sin saber qué nombra, de todos modos, nadea, hace algo
al menos con nosotros: nos mueve o conmueve, nos succiona, atrae hacia un
no-ser, hacia un no-sentir o no querer sentir como si fuera un contra
sentimiento. Debe de tener un lugar preponderante en el espíritu del asceta,
de aquellos que renuncian a las comodidades, de cínicos y estoicos, de solitarios,
ermitaños y misántropos, y seguramente en el suicida.
Cuando los
estados de ánimo positivos son barridos por alguna desdicha o la depresión nos
bloquea por algún motivo, se sigue la angustia. Entonces, y si a la angustia se
suma la desolación, a una imagen que nos formamos según la cual definitivamente
estamos solos en el mundo, aparece este sentimiento extraordinario. Formamos
parte de la energía del mundo mediante la materialidad del cuerpo y la
inmaterialidad de la conciencia, y en una zona intermedia de las dos fuerzas
vitales se escurre el sentimiento de la nada.
José Ferrater
Mora ha observado que la realidad puede ser analizada siguiendo dos grandes
direcciones o disposiciones: el ser y el sentido (Ferrater Mora, caps.
VIII y IX). El ser es lo que hay, lo que es, lo que existe y está ahí, que
viene siendo, es y sigue siendo. El sentido es aquello a lo que el ser
tiende, la disposición o dirección tendencial de lo que es real. “El sentido son
las propias cosas en una de sus disposiciones ontológicas fundamentales” (ib.,
169).
Tomamos de
esta disquisición que el “sentido es justamente lo que algo no es. Así, el
sentido de una expresión no es el ser de la expresión; el sentido de la vida,
caso que lo haya, no es la vida, o el ‘ser’ de la vida; el sentido de un acto no
es el acto, y así sucesivamente. Sin embargo, el sentido de la expresión no
habita en un universo inteligible; está incorporado a la expresión. A la vez,
el ser de la expresión consiste en funcionar como portador de un sentido. Desde
este otro punto de vista, el ‘ser’ tiene sentido, y el ‘sentido’ tiene
un ser. En una expresión significativa, de todos modos, su función como sentido
es más importante que su función como ser. Por eso cabe decir que en tal caso
el sentido ‘predomina’ sobre el ser” (ib., 170).
“Es menester
que la Nada se dé en el medio mismo del Ser para que podamos captar ese tipo
particular de realidades que hemos llamado Negatidades. Pero esa Nada
intramundana no puede ser producida por el Ser-en-sí: la noción de Ser como
plena positividad no contiene la Nada como una de sus estructuras.” (Sartre,
Primera Parte, cap. I, V, 57) Se recordará, en cuanto al concepto de “Ser-en-sí,
que “no hay ser que no sea ser en una manera de ser y que no sea captado a
través de la manera de ser que a la vez lo pone de manifiesto y lo vela. Sin
embargo, la conciencia puede siempre ascender al existente, no hacia su ser,
sino hacia el sentido de este ser.” (Sartre, Introducción, VI, 32)
SE DESTACA EL SENTIDO
En la
particularidad de este sentimiento es notorio que el sentido predomina sobre el
ser, porque lo provoca la nada. Aun, que es el caso por el cual el sentido
cobra forma o estatuto de ser. No importa que la Nada carezca de sentido, porque
le atribuimos uno y con eso le adjudicamos la calidad de ser (se diría que se
vuelve palpable, sensible, sentida). Todo es subjetivo, inmaterial,
metafísicamente insustancial, pero es. Asimismo, nada nos importa el ser
si carece de alguna nada, como el amor carece de desdén, la pujanza de desidia,
Dios de la nada, todo sentir enjundioso de algún opuesto: resignación, dolor,
renunciamiento, privación.
El paso de una
gran nube desplaza los benignos rayos de sol que nos facilitan la vida. Damos “contra”
la nada. Ahora bien, ¿es un ser o es un sentido? Digamos que solo proporcionan sentido
nuestras atribuciones, asignaciones, nuestras prerrogativas; que la vida no las
tiene y que las tenemos nosotros para consignarlas nosotros. Y que las tomamos
de dentro, del sistema innato y de la experiencia, las adquisiciones a través
de una inverosímil cantidad de cambios experimentados en la vida.
La experiencia
es la conjunción del nosotros con todo lo demás, con eso ajeno de lo cual
venimos, de esa nada de la que somos oriundos, de ese imperio del cual somos
colonia. Pero, y se trata de un pero fundamental, gobernamos esa colonia
sin atender órdenes, definimos una estructura y decidimos una arquitectura,
una configuración y otra constelación de sistemas y galaxias, de un universo
único, de un uni-verso. De esa libertad de elección proviene el sentido que
damos a las cosas, a los hechos, a las ideas, a los actos. La nada es uno de
los sentidos –o contrasentidos– que damos al ser de la libertad.
FRAGILIDAD DEL
RACIOCINIO
Se termina el
poder de elegir y, así como está en el ser planta el no poder hacer nada contra
el viento y la lluvia, en el ser humano está el no poder hacer nada contra el
derredor que lo acucia con sus prepotentes determinaciones. Es un gran golpe a
la libertad. La impotencia da el último espaldarazo al sentimiento de la nada, desencadenándolo
y proyectándolo hacia el entorno como si se quisiera inundar el mundo exterior
con los elementos del mundo interior. Así, se da una especie de la proyección
sentimental, einfühlung o endopatía, el volverse fuera los sentimientos.
La imposibilidad de
influir en el entorno se convierte en despersonalización, libertad vulnerada, obediencia
respecto a toda prescripción, alteración y sumisión. El sentimiento
preponderante se corresponde con el doloroso proceso por el cual la libertad se
transforma en extrañamiento. Se siente que la ajenidad se adueña de la
propiedad, que el sí mismo se confunde con lo otro y, en un proceso de externalización
mental, lo interno se desprende de la conciencia y de la voluntad.
Desde que, como
hemos dicho, no hay Ser sin sentido, igualmente no puede haber Ser sin acción,
cuya condición es la intencionalidad. No hay Ser sin acción y sin que esta acción
responda a un motivo, causa o intento. Así, la libertad nace de la
intencionalidad y de la acción (Sartre, Cuarta Parte, cap. I, I, 463). Ahora
bien, si la libertad es vulnerada ¿acaso desaparece de la faz de la conciencia?
Aunque la intencionalidad sea anulada, hecha una nada, y con ello desaparezca la
acción, el Ser sigue siendo. Desaparecen las condiciones básicas del Ser, salvo
el sentido, solo que ha cambiado. Ahora el sentido del Ser ha cobrado cierto disvalor;
no se ha vuelto nada sino representación de la nada y ultima ratio.
La angustia provocada
por esta dolencia del alma es una realidad intangible (aunque parezca absurdo),
y se siente en tanto sentimiento que ocasiona la renuncia. Puede
representarse la serie como acción-libertad-renuncia. Para el
raciocinio, entonces, se acaban todas las posibilidades; todo el Ser es un
sinsentido o una nada que de algún modo se empeña en permanecer. “El raciocinio
descansa solamente cuando está lleno de todo lo que se encuentra en sus
posibilidades.” (Maestro Eckhart, 5, 98)
“El
argumento decisivo utilizado por el sentido común contra la libertad consiste
en recordarnos nuestra impotencia. Lejos de poder modificar a gusto nuestra
situación, parece que no podemos cambiarnos a nosotros mismos. No soy ‘libre’ de
escapar a la suerte de mi clase, de mi nación o de mi familia, ni tampoco de
edificar mi poderío ni mi fortuna, ni de vencer mis apetitos más
insignificantes o mis hábitos […] el coeficiente de adversidad de las cosas es
tal que hacen falta años de paciencia para obtener el más ínfimo resultado. Y
aun así es preciso ‘obedecer a la naturaleza para mandar en ella’, es decir,
insertar mi acción en las mallas del determinismo.” (Sartre, Cuarta Parte cap.
I, II, 506)
NO ESTAR EN LA
CONCIENCIA
“Cuanto sabemos,
intuimos, percibimos, pensamos, recordamos, sentimos, queremos o imaginamos, es
un fenómeno psíquico. La realidad se reduce a este hecho. Referirla o no a una
realidad distinta es, a su vez, otro acto psíquico. Existir es estar en la
conciencia: el enigmático Ser está más allá y constituye el problema ontológico
de la metafísica. Por ahora no nos interesa. Conocer es contemplar el contenido
de la conciencia.” (Korn, 91)
Es
esta una definición metafísica, una visión o cosmovisión del mundo y el yo que
sigue los lineamientos de “idealismo gnoseológico”. Apliquémoslo aquí como posibilidad
o modalidad del conocimiento y también del sentimiento, y de acuerdo al cual “existir
es estar en la conciencia” (ib., Introducción de Eugenio Pucciarelli,
19). El sentimiento de la nada aparece entonces como vaciamiento de la
conciencia o, desde que el Ser no desaparece del todo o permanece en el
Sentido, como abandono de la conciencia por parte del yo. Parecería que la conciencia
se quedara sin sujeto o que el sujeto se quedara sin conciencia.
Imaginemos
este extraordinario, casi impensable acto por el cual los fenómenos psíquicos
se quedan sin entorno, psico-esfera, latitud y longitud, coordinadas
pensables. No se puede concebir un sujeto sin conciencia ni una conciencia sin
sujeto, por lo que imaginarse un acto o un hecho de estas características
supondría la ficción, ilusión pueril y fantástica. Sin embargo, todo lo que se
puede decir de la Nada no contradice en lo básico una fantasía de este tipo.
¿Qué es lo que podría excluirse de la Nada, a excepción del Ser? Incluiría la
contradicción, los opuestos, el absurdo, lo imposible; la nada como imagen es
ejemplo conspicuo de lo imposible.
El
ausentarse de la conciencia es a lo que tiende el sentimiento de la nada, sin concluir
nunca el movimiento, permaneciendo en suspenso, sin conexión con la iniciativa y
la voluntad interior, ya sin intencionalidad o motivos. El Ser entra en la disolución
de sus más fundamentales propiedades, la intención y la acción. Se queda como
el Rey de León que iba de caza por los bosques de Babia abandonando sus
obligaciones de monarca. El Ser queda en babia, in limo, in inanis,
pero vivo, aunque en ascuas, es decir, como si caminara sobre carbón encendido.
No
se trata de que ya no se quieran atender obligaciones. El problema no se debe confundir
con el no se puede, con la indisposición a atenderlas. Más precisamente,
es el caso de que no es posible reaccionar, ya que todo queda fuera del alcance
de la mano, de que los contenidos no están ya bajo el dominio de la conciencia
sino fuera de todo esfuerzo por parte de la voluntad, aunque esta se hubiera desempeñado
antes con resolución y empeño.
No es exactamente
desolación, porque se puede sufrir este malestar rodeado de seres y cosas y en
medio de múltiples hechos. No es la angustia que provoca una desgracia u otro
sentimiento determinado. No es lo que sobreviene debido al estrés, es un
sentimiento dotado de cierta particularidad, única y en algunos casos irreversible.
Por
último, dígase que, aunque se trate de un sentimiento negativo, no es un estado
de flojedad, de flaqueza, indolencia, desidia o negligencia. Es solo nadidad,
si vale la palabra, repetida o adquirida de segunda mano. Se trata de una
noción que falta definir, discernir entre las demás nociones referidas a la
vida mental o psíquica, y que hoy día reviste una importancia exclusiva.
- REFERENCIAS:
- FERRATER MORA, José (1985). Fundamentos de filosofía, Madrid, Alianza Editorial.
- HEIDEGGER, Martín (1992). Qué es Metafísica, Buenos Aires, Ediciones Fausto.
- KORN, Alejandro (¿1936?) La libertad creadora, Buenos Aires, Editorial Claridad.
- MAESTRO ECKHART (2002) Vida Eterna y Conocimiento Divino, Buenos Aires, Deva’s de Longseller.
- SARTRE, Jean-Paul (1984). El ser y la nada, Madrid, Alianza Editorial/Losada.