G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: noviembre 2022

domingo, 6 de noviembre de 2022

EL EXTRAORDINARIO SENTIMIENTO DE LA NADA

 Así como puede sobrevenir la tristeza por cualquier motivo, el desconsuelo o la angustia ante una desgracia o quebranto, el sentimiento de la nada se descarga solapado y al principio infundiendo desconcierto y confusión. Los receptores del cerebro nos reclaman cierto orden, concordancia, avenencia entre las percepciones, relaciones amigables entre los objetos que componen el entorno. No gustan procesar información si carece de figuras reconocibles o si viene con exceso de información adversa, molesta o dañina.

Hemos hablado bastante de los sentimientos, de la carga emocional que a menudo contenemos o liberamos en nuestra interioridad, en soledad o en escenarios diversos ante los demás. Hasta hemos hablado de un sentimiento pocas veces mentado y menos comentado, que nos invade como la alegría o la tristeza, el amor o el odio, que hemos llamado sentimiento de geometría.

Así como la tristeza nos reclama un motivo de alegría o esperanza por el que pueda despejarse y superarse, este sentimiento solapado, casi imperceptible, se descarga cuando la visión nos reclama orden en un desorden, precisión en la imprecisión, algo de geometría en un conjunto de objetos o hechos fuera de toda composición, figura reconocible o sucesión cualquiera de sensaciones.

La falta de algunas mínimas relaciones compositivas, agradables, armónicas entre formas, colores, líneas, manchas, primeros y segundos planos, puede llegar a molestarnos o a trastornarnos. Puede producirse un desacomodo subconsciente entre los receptores últimos del sistema nervioso, desde que ellos tienen necesidad de mantener la información que les llega bajo cierto control y equilibrio. En algunas personas llega a manifestarse muy pronunciadamente y constituir un rasgo distintivo de la personalidad, y también un problema.

El gasto de energía en traducir la información recibida por los sensores fisiológicos al maravilloso idioma del cerebro resulta menor si aquella ya viene en cierto modo organizada, de alguna manera reconocible y clasificable. Las percepciones entonces no resultan del todo extrañas porque vienen de algún modo estructuradas. Se han originado a partir de determinada composición o configuración que suelen mantener los objetos en el mundo empírico, especialmente si pertenecen a la naturaleza.

El cerebro parece tener una especial necesidad de equilibrio a mantener entre las percepciones y las imágenes que derivan de sus receptores y procesadores, y hasta experimentar al respecto cierta ansiedad. No las reciben a gusto si vienen en forma desmandada y caótica.

 

ANTE LA NADA

 Hay un sentimiento de la nada, parecido al sentimiento de geometría, una afectación de la subjetividad producida por cierta comparecencia a cargo de la experiencia y el conocimiento. No es algo común, pero, si se es capaz de aplicar una introspección cuidadosa, exploración de buceo en la propia experiencia de vida o mar de vivencias particulares (por experimentarse bajo la superficie del sufrimiento, de la angustia o del desconsuelo), este raro sentimiento aparecerá en plenitud. “La angustia hace patente la nada” (Heidegger, 47). De todos modos, aquí no se habla del concepto de la nada sino del sentimiento. No es sino aquello que sentimos cuando se nos aparece la vacuidad, lo incongruente e inconducente de la vida, el horizonte que amanece en nuestra perspectiva cotidiana como espera sin esperanza, profecía improbable, invisible, insípida, inaudible, intocable, inolora proyección de futuro.

Es una impresión que nos conecta con la contracara del mundo y la vida, con la más conmovedora de las “visiones”, la visión que no ve o que no ve nada. Nos invade el sentimiento de que tras todo lo que existe solo hay vacío, que todo es mentira, que solo existe un desierto y ante los sentidos un espejismo. Nos sorprende la más extravagante de las convicciones, no por efecto de algún daño físico que la pueda acarrear sino por la desilusión, el desencanto de todo, al menos durante el espacio de tiempo o período en que el efecto se prolonga.

Embargo de desencanto, sensación de contemplar el vacío, ausencia y disolución, pensar en sí mismo como de un habitante de la ausencia, sentirse parte de la nada, en fin, intuir oquedades en la sombra como si fueran propiedades perniciosas de los presentimientos. De manera diferente a como nos afecta la tristeza, la añoranza, la envidia que nos produce daño psíquico, pero también físico, pudiendo enfermarnos, el sentimiento de la nada nos produce desdén, indiferencia, indolencia, cierta proclividad al abandono, aunque ningún daño físico inmediato o importante. Porque, si lo que hay es la nada, ¿para qué procurarse de todo, obstinarse en ser algo o alguien, luchar por propósitos que siempre desgastan el cuerpo?    

No todo es todo completo, y no toda nada es nada toda o total. Del mismo universo conocido como Todo se sabe que hay partes desconocidas, y en un desierto sin vida descubierta ni acequias a la vista puede existir un perdido oasis con al menos un delgado espejo de agua y algunas frondas. El margen entre la confirmación objetiva de una vasta soledad baldía y la imagen de un pequeño paraíso en algún lugar apartado marca el límite entre los sentidos del cuerpo y los del espíritu.

            Hay, pues, un borde corrido que se prolonga entre la objetividad y la subjetividad, entre los sentidos y los sentimientos. Un pasaje que descubre quien esté en situación de avistar el sinsentido de la vida, sea capaz de presentir lo irracional del mundo y la contingencia del universo. Asimismo, que pueda captar el tiempo correspondiente a la ocasión en que las sensaciones físicas y psíquicas se confunden en una sola. Todo por lo cual se pierde pie en la tierra y el mundo parece estar flotando en el vacío, parezca y no sea un mundo porque en él ya no hay acción, goce, trabajo, compañía, animales, plantas. Se abre un abismo y todo se desarma, rompe y desaparece.

Se está ante la nada por accidente, fatalidad, desilusión, fracaso, frustración, desengaño, bancarrota, abandono, indiferencia, descreimiento, desesperanza. La nada se genera como por arte de magia ante la otra cara de la realidad indiscutible, la cara oculta a la convivencia empeñosa y beligerante. Para los místicos es lo opuesto a Dios. Si el mundo es la parte conocida del todo, la nada es el todo desconocido de cada parte. Es el otro todo que la estupefacción y el encono ganan para un alma ya sin control del raciocinio, como si un gas envenenado le ahogara el ánimo y el ansia de vida.

 

LA NADA NADEA

Los más importantes filósofos se han preguntado por qué hay algo y no nada, una pregunta fundamental que se formula toda la metafísica clásica. ¿Por qué hay un ser y no un no-ser? ¿Por qué reina la existencia y no la inexistencia o nada? También es famosa la pregunta acerca de cómo es posible hablar de la nada si no la conocemos, si es imposible definirla, siquiera pensarla.

Para los sentimientos sí hay una nada palpable, viva y aun violenta, una “nada que anonada”, como diría Heidegger. Una nada que cobra presencia con la angustia, y existencia con la exasperación; que encarna en el ser sufriente para quien la senda que seguía se ha esfumado, borrado el camino que él mismo ha trazado y en parte recorrido. Habría, sí, “patencia” de la nada, una nada en lo interno, como daño en la entraña, herida fuera de la superficie de la carne de la que solo se siente el dolor.

Si bien la nada no es nada, carece de forma y de contenidos apresables o deducibles, si solo se puede nombrar sin saber qué nombra, de todos modos, nadea, hace algo al menos con nosotros: nos mueve o conmueve, nos succiona, atrae hacia un no-ser, hacia un no-sentir o no querer sentir como si fuera un contra sentimiento. Debe de tener un lugar preponderante en el espíritu del asceta, de aquellos que renuncian a las comodidades, de cínicos y estoicos, de solitarios, ermitaños y misántropos, y seguramente en el suicida.

Cuando los estados de ánimo positivos son barridos por alguna desdicha o la depresión nos bloquea por algún motivo, se sigue la angustia. Entonces, y si a la angustia se suma la desolación, a una imagen que nos formamos según la cual definitivamente estamos solos en el mundo, aparece este sentimiento extraordinario. Formamos parte de la energía del mundo mediante la materialidad del cuerpo y la inmaterialidad de la conciencia, y en una zona intermedia de las dos fuerzas vitales se escurre el sentimiento de la nada.

José Ferrater Mora ha observado que la realidad puede ser analizada siguiendo dos grandes direcciones o disposiciones: el ser y el sentido (Ferrater Mora, caps. VIII y IX). El ser es lo que hay, lo que es, lo que existe y está ahí, que viene siendo, es y sigue siendo. El sentido es aquello a lo que el ser tiende, la disposición o dirección tendencial de lo que es real. “El sentido son las propias cosas en una de sus disposiciones ontológicas fundamentales” (ib., 169).

Tomamos de esta disquisición que el “sentido es justamente lo que algo no es. Así, el sentido de una expresión no es el ser de la expresión; el sentido de la vida, caso que lo haya, no es la vida, o el ‘ser’ de la vida; el sentido de un acto no es el acto, y así sucesivamente. Sin embargo, el sentido de la expresión no habita en un universo inteligible; está incorporado a la expresión. A la vez, el ser de la expresión consiste en funcionar como portador de un sentido. Desde este otro punto de vista, el ‘ser’ tiene sentido, y el ‘sentido’ tiene un ser. En una expresión significativa, de todos modos, su función como sentido es más importante que su función como ser. Por eso cabe decir que en tal caso el sentido ‘predomina’ sobre el ser” (ib., 170).

“Es menester que la Nada se dé en el medio mismo del Ser para que podamos captar ese tipo particular de realidades que hemos llamado Negatidades. Pero esa Nada intramundana no puede ser producida por el Ser-en-sí: la noción de Ser como plena positividad no contiene la Nada como una de sus estructuras.” (Sartre, Primera Parte, cap. I, V, 57) Se recordará, en cuanto al concepto de “Ser-en-sí, que “no hay ser que no sea ser en una manera de ser y que no sea captado a través de la manera de ser que a la vez lo pone de manifiesto y lo vela. Sin embargo, la conciencia puede siempre ascender al existente, no hacia su ser, sino hacia el sentido de este ser.” (Sartre, Introducción, VI, 32)

 

SE DESTACA EL SENTIDO

 Ambas direcciones funcionan en mutua coordinación, sea como sentido al cual atribuimos ser, sea como ser al que atribuimos sentido. Nada puede ser, parece decirnos Ferrater Mora, si carece de sentido, y no hay sentido posible si no se atribuye al ser (no hay sentido aislado sino respecto a algo, y no hay ser si carece de sentido). Esta distinción fundamental es la que conviene aplicar en el nivel de los sentimientos, especialmente al referirnos al sentimiento de la nada.

En la particularidad de este sentimiento es notorio que el sentido predomina sobre el ser, porque lo provoca la nada. Aun, que es el caso por el cual el sentido cobra forma o estatuto de ser. No importa que la Nada carezca de sentido, porque le atribuimos uno y con eso le adjudicamos la calidad de ser (se diría que se vuelve palpable, sensible, sentida). Todo es subjetivo, inmaterial, metafísicamente insustancial, pero es. Asimismo, nada nos importa el ser si carece de alguna nada, como el amor carece de desdén, la pujanza de desidia, Dios de la nada, todo sentir enjundioso de algún opuesto: resignación, dolor, renunciamiento, privación.

El paso de una gran nube desplaza los benignos rayos de sol que nos facilitan la vida. Damos “contra” la nada. Ahora bien, ¿es un ser o es un sentido? Digamos que solo proporcionan sentido nuestras atribuciones, asignaciones, nuestras prerrogativas; que la vida no las tiene y que las tenemos nosotros para consignarlas nosotros. Y que las tomamos de dentro, del sistema innato y de la experiencia, las adquisiciones a través de una inverosímil cantidad de cambios experimentados en la vida.

La experiencia es la conjunción del nosotros con todo lo demás, con eso ajeno de lo cual venimos, de esa nada de la que somos oriundos, de ese imperio del cual somos colonia. Pero, y se trata de un pero fundamental, gobernamos esa colonia sin atender órdenes, definimos una estructura y decidimos una arquitectura, una configuración y otra constelación de sistemas y galaxias, de un universo único, de un uni-verso. De esa libertad de elección proviene el sentido que damos a las cosas, a los hechos, a las ideas, a los actos. La nada es uno de los sentidos –o contrasentidos– que damos al ser de la libertad.

 

FRAGILIDAD DEL RACIOCINIO

 Pero gobernamos un reino expuesto en cuyo derredor acechan oscuros enemigos y amenazas permanentes. La vida es frágil como el tallo de una rosa, y se amustia en breve como los pétalos. El viento y la lluvia pueden terminar con la candidez de la flor, hacer que decaiga y se convierta en despojo y grisura. Si pensara y hablara diría que ha sido sorprendida por la nada, y quizá en ella también se trate de un sentimiento.

Se termina el poder de elegir y, así como está en el ser planta el no poder hacer nada contra el viento y la lluvia, en el ser humano está el no poder hacer nada contra el derredor que lo acucia con sus prepotentes determinaciones. Es un gran golpe a la libertad. La impotencia da el último espaldarazo al sentimiento de la nada, desencadenándolo y proyectándolo hacia el entorno como si se quisiera inundar el mundo exterior con los elementos del mundo interior. Así, se da una especie de la proyección sentimental, einfühlung o endopatía, el volverse fuera los sentimientos.

La imposibilidad de influir en el entorno se convierte en despersonalización, libertad vulnerada, obediencia respecto a toda prescripción, alteración y sumisión. El sentimiento preponderante se corresponde con el doloroso proceso por el cual la libertad se transforma en extrañamiento. Se siente que la ajenidad se adueña de la propiedad, que el sí mismo se confunde con lo otro y, en un proceso de externalización mental, lo interno se desprende de la conciencia y de la voluntad.

Desde que, como hemos dicho, no hay Ser sin sentido, igualmente no puede haber Ser sin acción, cuya condición es la intencionalidad. No hay Ser sin acción y sin que esta acción responda a un motivo, causa o intento. Así, la libertad nace de la intencionalidad y de la acción (Sartre, Cuarta Parte, cap. I, I, 463). Ahora bien, si la libertad es vulnerada ¿acaso desaparece de la faz de la conciencia? Aunque la intencionalidad sea anulada, hecha una nada, y con ello desaparezca la acción, el Ser sigue siendo. Desaparecen las condiciones básicas del Ser, salvo el sentido, solo que ha cambiado. Ahora el sentido del Ser ha cobrado cierto disvalor; no se ha vuelto nada sino representación de la nada y ultima ratio.

La angustia provocada por esta dolencia del alma es una realidad intangible (aunque parezca absurdo), y se siente en tanto sentimiento que ocasiona la renuncia. Puede representarse la serie como acción-libertad-renuncia. Para el raciocinio, entonces, se acaban todas las posibilidades; todo el Ser es un sinsentido o una nada que de algún modo se empeña en permanecer. “El raciocinio descansa solamente cuando está lleno de todo lo que se encuentra en sus posibilidades.” (Maestro Eckhart, 5, 98)

  “El argumento decisivo utilizado por el sentido común contra la libertad consiste en recordarnos nuestra impotencia. Lejos de poder modificar a gusto nuestra situación, parece que no podemos cambiarnos a nosotros mismos. No soy ‘libre’ de escapar a la suerte de mi clase, de mi nación o de mi familia, ni tampoco de edificar mi poderío ni mi fortuna, ni de vencer mis apetitos más insignificantes o mis hábitos […] el coeficiente de adversidad de las cosas es tal que hacen falta años de paciencia para obtener el más ínfimo resultado. Y aun así es preciso ‘obedecer a la naturaleza para mandar en ella’, es decir, insertar mi acción en las mallas del determinismo.” (Sartre, Cuarta Parte cap. I, II, 506)

 

NO ESTAR EN LA CONCIENCIA

 No hay nada que nos conduzca más fácil y directamente a la Nada que la naturaleza fenoménica de los sentimientos. Pues todo lo que sentimos y conocemos nace en la profundidad de la conciencia, bajo sus irreductibles condiciones de interioridad y representación, y en términos poco claros en cuanto a la comunicación con el mundo.

“Cuanto sabemos, intuimos, percibimos, pensamos, recordamos, sentimos, queremos o imaginamos, es un fenómeno psíquico. La realidad se reduce a este hecho. Referirla o no a una realidad distinta es, a su vez, otro acto psíquico. Existir es estar en la conciencia: el enigmático Ser está más allá y constituye el problema ontológico de la metafísica. Por ahora no nos interesa. Conocer es contemplar el contenido de la conciencia.” (Korn, 91)

            Es esta una definición metafísica, una visión o cosmovisión del mundo y el yo que sigue los lineamientos de “idealismo gnoseológico”. Apliquémoslo aquí como posibilidad o modalidad del conocimiento y también del sentimiento, y de acuerdo al cual “existir es estar en la conciencia” (ib., Introducción de Eugenio Pucciarelli, 19). El sentimiento de la nada aparece entonces como vaciamiento de la conciencia o, desde que el Ser no desaparece del todo o permanece en el Sentido, como abandono de la conciencia por parte del yo. Parecería que la conciencia se quedara sin sujeto o que el sujeto se quedara sin conciencia.

            Imaginemos este extraordinario, casi impensable acto por el cual los fenómenos psíquicos se quedan sin entorno, psico-esfera, latitud y longitud, coordinadas pensables. No se puede concebir un sujeto sin conciencia ni una conciencia sin sujeto, por lo que imaginarse un acto o un hecho de estas características supondría la ficción, ilusión pueril y fantástica. Sin embargo, todo lo que se puede decir de la Nada no contradice en lo básico una fantasía de este tipo. ¿Qué es lo que podría excluirse de la Nada, a excepción del Ser? Incluiría la contradicción, los opuestos, el absurdo, lo imposible; la nada como imagen es ejemplo conspicuo de lo imposible.

            El ausentarse de la conciencia es a lo que tiende el sentimiento de la nada, sin concluir nunca el movimiento, permaneciendo en suspenso, sin conexión con la iniciativa y la voluntad interior, ya sin intencionalidad o motivos. El Ser entra en la disolución de sus más fundamentales propiedades, la intención y la acción. Se queda como el Rey de León que iba de caza por los bosques de Babia abandonando sus obligaciones de monarca. El Ser queda en babia, in limo, in inanis, pero vivo, aunque en ascuas, es decir, como si caminara sobre carbón encendido.

            No se trata de que ya no se quieran atender obligaciones. El problema no se debe confundir con el no se puede, con la indisposición a atenderlas. Más precisamente, es el caso de que no es posible reaccionar, ya que todo queda fuera del alcance de la mano, de que los contenidos no están ya bajo el dominio de la conciencia sino fuera de todo esfuerzo por parte de la voluntad, aunque esta se hubiera desempeñado antes con resolución y empeño.

No es exactamente desolación, porque se puede sufrir este malestar rodeado de seres y cosas y en medio de múltiples hechos. No es la angustia que provoca una desgracia u otro sentimiento determinado. No es lo que sobreviene debido al estrés, es un sentimiento dotado de cierta particularidad, única y en algunos casos irreversible.

            Por último, dígase que, aunque se trate de un sentimiento negativo, no es un estado de flojedad, de flaqueza, indolencia, desidia o negligencia. Es solo nadidad, si vale la palabra, repetida o adquirida de segunda mano. Se trata de una noción que falta definir, discernir entre las demás nociones referidas a la vida mental o psíquica, y que hoy día reviste una importancia exclusiva.

           

  • REFERENCIAS:
  • FERRATER MORA, José (1985). Fundamentos de filosofía, Madrid, Alianza Editorial.
  • HEIDEGGER, Martín (1992). Qué es Metafísica, Buenos Aires, Ediciones Fausto.
  • KORN, Alejandro (¿1936?) La libertad creadora, Buenos Aires, Editorial Claridad.
  • MAESTRO ECKHART (2002) Vida Eterna y Conocimiento Divino, Buenos Aires, Deva’s de Longseller.
  • SARTRE, Jean-Paul (1984). El ser y la nada, Madrid, Alianza Editorial/Losada.

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