G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: diciembre 2018

miércoles, 5 de diciembre de 2018

JOSÉ PEDRO VARELA Y EL TORMENTO DE TÁNTALO


Que la falta de educación es la principal causa de los males sociales es una verdad reconocida por todos, e incluso es un cliché que no reconoce autoría filosófica, ideológica o política. Entre los uruguayos, fue José Pedro Varela (1845-1879) el primero en enfatizar la necesidad de resolver este problema, pero lo hizo después de realizar un pormenorizado estudio de la situación del país en relación a Europa y Estados Unidos, lugares donde había confirmado la influencia benéfica y directa de la educación en la vida de las personas y en el destino de las naciones. Varela descubre el porqué de las crisis, un punto que explicaría los saltos de la abundancia a la escasez, de la felicidad a la angustia, los que parecen ciclos de eternos retornos que abruman especialmente a los más desvalidos, la dramática alternancia del equilibrio y el desquicio, la abrumadora iteración de revoluciones y golpes de Estado, el fasto y la desolación. Y el gigantesco peso que el país no puede quitarse de encima, el ineluctable y terrible efecto de la inacción o el volver siempre al mismo estado de inercia después de cada sacudimiento de los problemas, se complementa con la pantalla que impide ver un resquicio con la imagen capaz de mostrar un camino claro y prometedor en alguna de las actividades ideacionales y prácticas.


LA MÁS DAÑINA DE LAS DESPROPORCIONES

Varela parece descubrir una constante en la historia nacional que, a la sazón, contaba con apenas medio siglo de existencia soberana. Los males que describe en el famoso “Del estado actual y sus causas”[1] se concentran en las tres crisis, económica, política y financiera, con el propósito promovido sin reservas ni miramientos de subrayar la falla fundamental en la que radica el más básico de los problemas nacionales: la “desproporción entre las aspiraciones y los medios”. Decimos que parece descubrir una constante, pues, quizá en este punto radique la irisación de un error, el ensanchamiento de una fisura en el espíritu nacional, que se mantiene incluso hoy, y que no cede en su persistencia como peligro flagrante de derrumbe general. Varela se refiere a la discordancia entre lo que obligadamente nos arrogamos como nivel de vida y la real posibilidad de que pueda corresponderse con lo que hemos hecho para alcanzarlo.
            Es un asunto digno de destacar, sobre el cual los uruguayos suelen hablar poco, mediana o completamente complacidos con la marcha de sus esfuerzos y afanes y con la imagen de un destino que cada uno tiene para sí sin que se deje ver el punto donde puedan confluir para que las fuerzas se apliquen en un único sentido. Si los ejemplos externos sirven para comparar lo interno, no siempre se toman en sus aspectos recónditos e invisibles. Varela los invoca así: “En contacto diario con los grandes centros de población europeos y norteamericanos hemos querido ser como ellos, y hemos copiado sus consumos excesivos, sus placeres opulentos, su lujo fastuoso, sin copiar a la vez los hábitos de trabajo, la industria, la capacidad productora que los hace posibles sin que sean causa de ruina […] Nuestros gustos, nuestros placeres y nuestros gastos, no están, pues, en relación ni con nuestro trabajo, ni con nuestra producción. Aquéllos han ido desarrollándose rápidamente a medida que se presentaba más vívido ante nuestros ojos el brillante cuadro que, aparentemente al menos, ofrece el lujo de las sociedades europeas; ésta, la producción, ha caminado a paso lento, ya que le falta la gran fuerza motriz: la inteligencia cultivada.”[2]
            El factor que más tarde hizo de Uruguay uno de los países de avanzada de América del Sur, sobre todo por el impulso dado por este hombre a la educación, es invocado así: “los hábitos de trabajo, ¿han seguido entre nosotros, sobre todo en el elemento nacional, una progresión correlativa? Muy lejos de eso. Lo que se ha desarrollado en proporción, no son los hábitos de trabajo, no es esa paciente perseverancia que acumula el ahorro, para formar el capital, la fortuna; son las aspiraciones ilegítimas que anhelan conquistar el primer puesto sin esfuerzo, el deseo enfermo que quiere elevarse de un salto hasta la cima”. Y, sin bien no considera la especulación como digna de total censura, observa que “lo es, sí, el exceso de especulación que en los últimos años se ha hecho sentir entre nosotros, creando a la propiedad, a los títulos, y aun a todos los valores en general, un valor ficticio que servía de base para más de una fortuna levantada como la de la lechera de la fábula, y que han concurrido eficazmente en sus resultados a la reagravación de la crisis económica.”[3]
Pero no es el mejor ejemplo de exceso; hay otro más evidente: “el que se presenta con mayor claridad y habla con más energía a todo espíritu despreocupado, se encuentra en la fiebre de asaltar los puestos públicos y de vivir a costa del Estado, que se ha apoderado de nuestro pueblo […] No hay por qué sincerar a los gobiernos que tienen también su no pequeña parte de culpa en el advenimiento de ese estado de cosas; pero necesario es reconocer que, si en los últimos años se ha hecho de modo que una gran parte de nuestra población viva y viva bien sin trabajar, es algo por la corrupción de los gobiernos, pero mucho porque hay en la masa de la población nacional una aspiración ilegítima de satisfacer las necesidades reales y las ficticias sin producir nada para conseguirlo.”[4] Y Varela anota, para comprobar su aserto, que se cuadruplica el gasto en catorce años, mientras sólo se duplica la población (hoy día aumenta el gasto y la población ni siquiera aumenta). No reproduciremos aquí el fenómeno de los aumentos de sueldos de los jerarcas públicos y la burocracia, ¡a fines del siglo XIX! Hay, sí, fenómenos cíclicos, pero no sobrenaturales ni debidos a leyes inflexibles de la historia, sino determinados claramente por la voluntad humana en estado de rarefacción.

LA FALTA DE UNA IDEA

La situación en que Varela encuentra a la República no puede compararse con la actual, después de un siglo y medio. De todos modos, y aunque no se trate de la reiteración de los mismos hechos, aparece el diagrama de una misma matriz, estructura o ecosistema sociocultural, dependiente de la falla mencionada, del desequilibrio entre los afanes y la efectividad real, entre la forma de vida y su correspondencia con las posibilidades auténticas, es decir, “la desproporción entre las aspiraciones y los medios”, como escribe Varela. La primera observación es más que trasplantable al resto de las épocas nacionales, especialmente a la actual. Puede deberse a que “muy a menudo refiere las afirmaciones de los más audaces o de los más ignorantes son las que nos sirven de base. Y si en ese desconocimiento de lo que más nos interesa saber tienen mucha culpa los Poderes públicos, mucha tienen también los habitantes todos del país que han seguido el pernicioso ejemplo, sin hacer esfuerzos para remediar el mal.”[5]
            La observación de Varela es crucial, y pone en boca de Herbert Spencer[6] las palabras que vienen a confirmarla y aun a profundizarla: “Todo proyecto es una idea: todo proyecto más o menos nuevo implica una idea más o menos original: todo proyecto puesto en ejecución implica una idea bastante justa para ser puesta en ejecución: y todo proyecto que tiene éxito implica una idea bastante justa y bastante completa para que los resultados se encuentren de acuerdo con ella.”[7] Esto es lo que encuentra: improvisación, falta de estudios relacionados con la necesidades, aunque consistiesen en estudiar los descubrimientos de las naciones desarrolladas, los que resultarán imprescindibles a cualquier efecto. Yendo aun más allá en su denuncia, transcribe otra expresión de Spencer:
             “Así como el invento del movimiento continuo cree poder, con una ingeniosa disposición de las piezas, hacer dar a su máquina más fuerza de la que ha recibido, el inventor político se imagina ordinariamente que una máquina administrativa bien montada y hábilmente manejada marchará sin gastarse. Cree obtener de un pueblo estúpido los efectos de la inteligencia, y de ciudadanos inferiores una calidad de conducta superior.” Agrega el reformador uruguayo (o, más que reformador, creador de la escuela uruguaya, como ha dicho Jesualdo[8]): “está presentado con claridad el sueño que persiguen las Repúblicas sudamericanas desde la época de la independencia. Quieren transformar sus condiciones sin transformarlas, o lo que es lo mismo, pretenden cambiar el estado actual de la sociedad cambiando los gobiernos, que son efecto de ese estado, en vez de transformar las condiciones de la sociedad para que cambien como consecuencia los gobiernos. Por eso su trabajo es el de Penélope, con la agravación de que para realizarlo tienen que derramar a torrentes la sangre de sus propios hijos.”[9]
            Así, pues, hay dos grandes conclusiones en la reflexión de José Pedro Varela: que existe una letal falta de correspondencia entre la ambición de vida y las condiciones necesarias para poner las posibilidades a su misma altura, y que no se cuenta con una idea o proyecto que respalde la acción. Hay una tercera, y la de mayor calado por su trascendencia, y por haber sido descuidada en todas las épocas: la de que es inútil seguir esperando soluciones mágicas, como por ejemplo las que generalmente se esperan con los cambios de gobierno, y que depende enteramente de cada persona y del caudal que cada una de ellas pueda reunir para por sí misma hacer conciencia de la realidad y de lo que se debe hacer. Para Varela la única solución creíble es la educación, empezando por la Escuela, y se abocará por entero a llevar a la práctica su plan. Guste o no, pudo consagrarlo bajo la dictadura de Latorre y gracias a la feliz mediación de José María Montero[10], con lo que se promulga la Ley de Educación Común apenas dos años antes de su temprana muerte.
            Pero, ¿cuál es la idea que busca Varela, en definitiva, y dónde debe cultivarse para que se pueda restablecer el equilibrio entre la realidad y la ilusión, la acción y el beneplácito, el goce obtenido en préstamo y alcanzado en forma genuina? La idea, proyecto y acción, al mismo tiempo, es una sola: producir inteligencia. “Lo que se ve del trabajo, en sus formas elementales al menos, es material, por eso se olvida muy a menudo que el gran productor es la inteligencia, y que no es posible desarrollar de una manera notable la fuerza productora de un pueblo cualquiera, sin desarrollar su inteligencia por la educación, dándole a la vez los medios de gobernarse a sí mismo, gobernando las pasiones.”[11] Varela se dirige, ya desde entonces, a quien crea que se puede demorar a los jóvenes con asuntos superficiales, aunque los atraigan, con el entretenimiento infértil o con habilidades aptas para el empleo rápido.

LA EDUCACIÓN PRODUCE INTELIGENCIA

La mitología griega refiere que Tántalo, rey de Lidia e hijo de Zeus, robó néctar y ambrosía de la mesa de los dioses, por lo que fue precipitado a un inframundo destinado al castigo de los malvados. Allí fue condenado a sufrir un terrible tormento: sumergido en el agua hasta la barba, no podía alcanzar los manjares que se ofrecían a su alrededor, pues al intentarlo se desvanecían, y su sed no podía colmarse pues el agua se secaba. Esta imagen invoca Varela al referirse a las tentaciones en que se puede caer por efecto del deslumbramiento y la ignorancia.
Cree que “presentar ante la vista asombrada de un pueblo ignorante el espectáculo de otra sociedad rica por su trabajo e industria, sin robustecer a la vez su inteligencia para que pueda seguir procederes semejantes, laboriosos e industriales, es no civilizarlo, sino tantalizarlo”[12], es decir, provocarle deseos irrealizables. Las crisis políticas, por ejemplo, se producen debido al estado de general ignorancia de la población y el desacuerdo que se impone respecto a las instituciones políticas que deben regirla. Esto es inevitable, y se suma el hecho de que las instituciones democráticas requieren cada vez más inteligencia para ser conducidas con acierto, tanto como una máquina requiere cada vez más conocimientos por parte de quien la opera. Si la forma de gobierno es la democrático-republicana, entonces, demanda un grado de ilustración cada vez más perfeccionado.
            Por esta razón cree que “todo pueblo ignorante está sujeto a ser mal gobernado”[13]. Se podría pensar que un cambio de gobierno o el personal en el gobierno podrían transformar “las condiciones esenciales de la vida de un pueblo”. “No es eso, sin embargo, lo que natural y lógicamente puede deducirse de las leyes que presiden el desenvolvimiento de las sociedades, ni lo que con vívidos caracteres presenta la historia de todos los países. Las transformaciones sociales son lentas y se producen regularmente, a despecho de las mutaciones transitorias de los gobiernos, mientras continúan obrando las causas generadoras que las producen: en tanto que dejan de producirse cuando esas causas desaparecen, sin que los cambios de gobierno influyan más que de una manera secundaria, sea en el sentido del bien o del mal. Y la razón de esto es bien sencilla: los gobiernos no son causa del estado social, sino efecto de ese mismo estado”[14]
El factor principal, pues, reside en otra parte de la que generalmente se cree, si se toma ese factor en su casuística profunda y si no se exonera al político, cuya responsabilidad es mayor ante el deber de obrar sobre las causas antes que nadie. Prevenir la producción de inteligencia es el único camino, y se logra a través de la educación. Si fueran los gobiernos la causa de las desgracias, pregunta Varela, “¿cómo se explica que diez y seis millones de hombres, que se dividen en catorce repúblicas y ocupan toda la extensión de la América del Sur, no hayan conseguido hasta ahora, en sesenta años de vida independiente, instalar un solo gobierno bueno, que sea viable a pesar de sus cambios constantes, de sus agitaciones, de sus luchas, de su anarquía? […] ¿no debiéramos reconocer que la desaparición de los malos gobiernos es imposible, mientras no desaparezcan los pueblos ignorantes, atrasados y pobres, que los hacen posibles, que los levantan, los sostienen y los explican?” “Es en la sociedad misma, en su constitución, en sus hábitos, en su educación y en sus costumbres donde deben buscarse las causas permanentes y eficientes de la felicidad o la desgracia de los pueblos.”[15] Por lo que, allí se encontrará la inteligencia buscada, que debe despertarse a través de la educación. Es el único factor que influye sobre el destino del pueblo si se desea que sea el mejor.
La inteligencia no puede hacer nada si no se ha desarrollado; y esta insuficiencia se refleja sobre todo en la situación política en crisis. Varela la remite a dos causas fundamentales: “Ignorancia en los elementos de campaña y en las capas inferiores de la sociedad, e ilustración insuficiente y extraviada en las clases educadas.”[16] En cuanto a la situación financiera, Varela, adelantándose a todos en materia de denuncia de acomodos, prebendas y abusos de todo tipo en la cosa pública, enumera las causas de lo que delicadamente es llamado “crisis” pero que, en realidad, es el resultado de “satisfacer pretensiones exageradas y de alimentar parásitos”[17]. Se trata de lo que actualmente suele entenderse como “mala gestión” o “administración irresponsable”, que se vale de los dineros públicos para satisfacer intereses que nada tienen que ver con el interés general y que sólo responde a la demagogia más evidente. Sin embargo, se trata de una crisis que no puede achacarse a la ignorancia del pueblo.

CAUSAS CIVILIZADAMENTE DISIMULADAS

Varela consigna igual importancia como causa de las crisis, y otorga el mismo valor negativo en su consolidación, a la ignorancia de las clases populares como al extravío de las clases ilustradas, centradas éstas principalmente en la esfera universitaria. Situar las causas de la pobreza en la escasez de inteligencia es una novedad incluso para nuestros días, desde que, en general, tales causas se remiten al bajo índice de natalidad, la escasez de empleo, los salarios bajos, la inequidad en la distribución de la riqueza, etcétera, aunque sin duda son también causas decisivas. Hoy nadie habla de un posible extravío de las clases ilustradas, como habló Varela, lo que equivaldría a un verdadero suicidio intelectual para quien lo hiciera.
            No hay duda de que estaba decidido a desenmascarar el antiguo sistema del disimulo, por llamarlo así, que caracteriza no sólo a los uruguayos sino a la mayoría de las colectividades latinoamericanas a través de la historia. Las crisis, sean de la índole que sean, constituyen coyunturas casi permanentes que reúnen condiciones inmejorables para sustituir causas inconfesables por vagos y oscuros motivos que pretendidamente las desencadenan. La misma palabra crisis encierra un significado ambiguo, mitad con el sentido de conflicto o mal trance y mitad con el sentido de cambio o transformación, por lo que puede prestarse tanto para denominar lo malo como lo bueno. Las clases cultas están en el centro de la atención de Varela en su propósito de dilucidación de las crisis de su tiempo.
            “Si recorremos las páginas de nuestra corta historia ‒escribe‒, y recordamos lo que personalmente hemos podido observar, veremos que es el espíritu de la Universidad el que, desde nuestra emancipación, ha llevado la voz y tenido la dirección, aparente al menos, en la prensa, en las asambleas, en los consejos de gobierno, en todas partes. Los pomposos programas revolucionarios de los caudillos, los decretos firmados por esos mismos caudillos, las leyes puestas en vigencia por dictaduras militares más o menos disfrazadas, toda la decoración civilizada con que se cubren entre nosotros aún los actos oficiales que menos civilización revelan, han sido y son aún obra de los que recibieron su espíritu y su ilustración en las bancas universitarias […] las clases ilustradas de la sociedad […] son las que hablan, las que formulan las leyes, las que cubren de dorados la realidad, las que ocupan la administración de justicia. Pero son las influencias de campaña las que gobiernan. ¿Cómo podría explicarse este fenómeno si no fuera porque el espíritu universitario encuentra aceptable ese orden de cosas, en el que reservándose grandes privilegios y proporcionándose triunfos de amor propio, que conceptúa grandes victorias deja entregado el resto de la sociedad al gobierno arbitrario de influencias retrógradas?”[18]
            Este argumento dirigido al mayor centro de cultura del país se cuenta entre los primeros atisbos de crítica de peso a la gestión de la Universidad. Hoy se podrían transcribir las palabras de Varela sin practicar ningún cambio significativo: “La Universidad, con sus privilegios, es la única institución de cultura superior que hemos tenido, y tenemos; no hay por qué sorprenderse, pues, de que las ideas dominantes en ella se hayan esparcido en la sociedad entera, y de que sean necesarios grandes esfuerzos para demostrar su falsedad.”[19]
Es frecuente la referencia a la obra de Varela en lo que se refiere a su aspecto principal, la planificación teórica y la organización administrativa de la Escuela Primaria. Suele señalarse de esta obra el gran influjo como herramienta para combatir el analfabetismo, la ignorancia y la pobreza, todo lo que sin duda representa el mayor impulso a favor de las clases más desfavorecidas de la sociedad. Pero Varela fue también un severísimo crítico de las clases privilegiadas, y no dudó en denunciar a caudillos y doctores en lo que les atribuía como faceta negativa para la paz, la concordia y el buen gobierno del país: “Los caudillos, entregando a los hombres inteligentes e ilustrados la redacción de los documentos públicos, la mentira de las palabras oficiales, la falsedad de las doctrinas que jamás ponen en práctica; los hombres inteligentes e ilustrados, auxiliándose con su esfuerzo, y entregándoles el dominio de la realidad”[20]. Así criticaba la mala gestión de unos y otros.
            Su enorme capacidad intelectual y gran afición al trabajo contribuyó a que se formara autodidácticamente, evadiéndose “de los condicionamientos de una Universidad que según él generaba en sus egresados una mentalidad ‘más vana que sabia y más divagadora que fecunda’ (caracterización de 1874), y que producía un pernicioso acostumbramiento del espíritu ‘a sofismar, en vez de razonar, creando a la vez una presunción tanto más exagerada cuando que se cree poseedora de la suprema sabiduría’ (caracterización de 1876)”[21]. Es verdad que la Universidad, hasta 1876, contó sólo con la carrera de Derecho, y esa limitación “forzosamente tuvo que haber producido una suerte de estrechez intelectual capaz de inficionar el periodismo, la producción literaria, el ensayo, la teorización política, la visión de los problemas sociales y hasta la filosofía nacionales”[22]. Debe tenerse en cuenta que, si bien Varela pertenecía a una familia antiguamente acomodada, y estuvo trabado en parentesco político con figuras notables (tenía entre sus ancestros a Dámaso A. Larrañaga y a Bernardo P. Berro, como suegro a E. Acevedo Maturana y era cuñado de Alfredo Vásquez Acevedo), su condición económica era pobre, como él mismo lo reconoció.
            Sin dejar de confiar en la inteligencia humana y sin apartarse nunca de un claro optimismo respecto a la cultura y la educación, Varela desafió la ignorancia y superó la simplificación civilización-barbarie de Sarmiento, remitiendo el problema a la la “ignorancia de las masas y los caudillos y a la soberbia de quienes habían realizado la carrera profesional de Derecho”[23]. Parece retomar la precisión hecha por Bernardo P. Berro unas décadas antes: “Una lucha se ve, es verdad, que influye en los progresos de la civilización; pero no es la de ella con la barbarie, sino la del saber con la ignorancia y la preocupación. Esta lucha es inseparable de la existencia de las sociedades humanas; porque siempre ha de haber preocupados e ignorantes en abundancia aun en las naciones que más lleguen a civilizarse, y por bien organizadas que estén, aquéllos han de lograr alguna influencia y han de oponerse muchas veces a los que más saben.”[24] Si el hombre descubre que no está en el centro del universo, que desciende del mono y que buena parte de su inteligencia vive en la sombra del inconsciente, parece descubrir también que la humanidad no es todo lo milagrosa que parecía en la pintura que venían trazando las grandes apologías diferenciadores y comparaciones con el resto de las especies características de la Ilustración.
Varela se cuenta entre quienes asumen el desafío de poner esta triste realidad en claro y de mostrar el camino más apto para lograr la felicidad de todos, contribuyendo con esto en el gran desarrollo del pensamiento antropológico que se inicia en su época y que desembocará en diversas tendencias y filosofías en el siglo XX. En el Uruguay retomarán esta tradición, en épocas reincidentes, hombres como Roberto Fabregat Cúneo, Emilio Oribe, Carlos Quijano. Washington Lockhart, Roberto Ares Pons, Carlos Maggi, Gustavo Beyhaut, Ángel Rama, Alberto Methol Ferré, Luis Pedro Bonavita, Roque Faraone y otros.  
Observación, análisis y crítica parecen surgir espontáneamente del quehacer de Varela, y esta actitud de sensibilidad y reflexión se cuenta como uno de los fenómenos que introducen el pensamiento uruguayo en la nueva era intelectual, la cual explosionará con Vaz Ferreira y Rodó. Evoluciona de acuerdo a dos etapas que, según Arturo Ardao, representan en su maduración filosófica el mismo proceso que experimenta el país en la segunda mitad del siglo XIX. La inicial proviene de Francia, trasmitida en la región por Francisco Bilbao, inspirada en Michelet, Quinet y Renan y centrada en el racionalismo y el rechazo del catolicismo eclesiástico. Otra, representa la transición hacia una más fuerte influencia anglosajona, que en nuestro país se impuso a través del positivismo y el evolucionismo de Herbert Spencer y Charles Darwin, que le impacta hacia el final de su vida[25]. En buena parte explica su firme actitud como crítico de la sociedad o, de acuerdo a lo que sostiene Carlos M. Rama, “como primer sociólogo uruguayo”[26]. Las nuevas corrientes filosóficas impulsan el remozamiento y la consolidación de las modernas ciencias sociales.
            Setiembre de 2018.




REFERENCIAS:

[1] José Pedro Varela, De nuestro estado actual y sus causas, Primera Parte de La legislación escolar, Montevideo, Arca, 1969, precedido de “Actualidad del pensamiento de Varela”, por Manuel A. Claps.
[2] J.P.V., De nuestro…, obra citada, pp. 57-58.
[3] J.P.V., De nuestro…, obra citada, pp. 59-60.
[4] J.P.V., De nuestro…, obra citada, p. 60,
[5] J.P.V., De nuestro…, obra citada, pp. 32-33.
[6] La filosofía de Herbert Spencer y el positivismo tuvieron en el país un influjo muy importante, junto a las ideas de Ch. Darwin sobre la evolución de las especies. José Pedro Varela se encuentra entre sus introductores principales y quizá el primero.
[7] J.P.V., De nuestro…, obra citada, p. 38.
[8] Jesualdo, Formación del pensamiento racionalista de José Pedro Varela, Montevideo, FHyC, Publicaciones del Departamento de Literatura Iberoamericana, Universidad de la República, 1958, p. 5.
[9] J.P.V., De nuestro…, obra citada, p. 53.
[10] Alberto Zum Felde, Proceso histórico del Uruguay, Montevideo, Arca, 1967, p. 252.
[11] J.P.V., De nuestro…, obra citada, p. 66.
[12] J.P.V., De nuestro…, ogra citada, en la misma página.
[13] J.P.V., De nuestro…, obra citada, p. 98.
[14] J.P.V., De nuestro…, obra citada, pp. 19-20.
[15] J.P.V., De nuestro…, obra citada, pp. 23-24.
[16] J.P.V., De nuestro…, obra citada, p. 131.
[17] J.P.V., De nuestro…, obra citada, p. 132.
[18] J.P.V., De nuestro…, obra citada, pp. 103-104.
[19] J.P.V., De nuestro…, obra citada, p. 105.
[20] Palabras de Varela en el ágape político “El banquete de la juventud”, citado por Carlos M. Rama, José Pedro Varela Sociólogo, Montevideo, Editorial Medina, 1957, p. 24.
[21] Agapo Luis Palomeque, “La Obra Educadora de José Pedro Varela”, Sección XI de la Historia de la Educación Uruguaya, Montevideo, Ediciones de la Plaza, 2001, Tomo 2, p. 376.
[22] Agapo Luis Palomeque, “La Obra Educadora…”, obra citada, p. 377.
[23] Agapo Luis Palomeque, “La Obra Educadora…”, obra citada, p. 398; la observación es de Vázquez Romero.
[24] Bernardo P. Berro, “Civilización y barbarie”, en El Uruguay y sus problemas en el siglo XIX (antología), Buenos Aires, CEAL, Capítulo Oriental, selección de Carlos Real de Azúa, p. 22.
[25] Arturo Ardao, Racionalismo y liberalismo en el Uruguay, Montevideo, Universidad de la República, 1962, p. 225.
[26] Carlos M. Rama, José Pedro Varela Sociólogo, obra citada, p. 5.

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