G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: agosto 2021

sábado, 28 de agosto de 2021

LÓGICA Y SEMIÓTICA EN GIAMBATTISTA VICO


La fantasía es tanto más robusta cuanto más débil es el raciocinio.

(G. Vico, Dignidad XXXVI)



Quizá sea el napolitano Giambattista Vico (1688-1744) el autor de una obra que, como un eje que hace rotar en su torno la historia entera del pensamiento, deja al descubierto dos grandes fases de la inteligencia occidental. Una es la que se diría ciencia oficial, fundada en la razón, en las abstracciones lógicas y representaciones especulativas de la tradición intelectual. Otra es la ciencia nueva, fundada en la mentalidad primitiva, en la poesía, la memoria, la fantasía y la intuición, que viene de muy antiguo y se alterna aún en nuestro tiempo con la que sigue siendo “oficial”.

En la historia de la filosofía Vico contribuye a configurar una de las dos grandes tendencias del pensamiento, con antecedentes y consecuentes que crecen y se diversifican en forma exponencial. A la primera corresponde el énfasis en las ideas, con Platón como primero y más potente progenitor, a quien siguen otros muchos célebres pensadores, Agustín de Hipona en el medioevo, Nicolás de Cusa y Bruno en el Renacimiento, y a quienes siguen Maine de Biran, Kierkegaard, Nietzsche, Jaspers, Bergson entre otros muchos. La segunda se inclina por el mundo natural y el racionalismo, con Aristóteles a la cabeza, que en forma paralela a la primera es seguida por famosos escritores, Tomás de Aquino, Pomponazzi, Suárez, Roger Bacon, Clavius, Hobbes, Descartes, Hume, d’Alembert, Leibniz, Locke, etcétera. Hubo quienes lograron morigerar entre unos y otros, como Kant, Montaigne, Ortega y Gasset, difícilmente clasificables, como entre nosotros Vaz Ferreira, y en su momento lo fue Vico.

Aunque parco y controvertible este esquema arbóreo puede servir para aclarar por dónde discurren las dos grandes rutas de la inteligencia o, quizá, las dos grandes formas de manifestarse la incertidumbre. Es un ave migrante habituada a prolongados y periódicos viajes, una de cuyas alas flota en el cielo infinito y a menudo lucha contra la ventisca, mientras la otra busca aliento en el sereno habitáculo interior. Una vuela libre y se orienta a su antojo; la otra se enjaula y aferra a las rejas de las normas. La incertidumbre no es falta de conocimiento sino necesidad de desechar posibilidades para quedarse sólo con una. El vuelo termina si cede en el empeño: cae y se estrella o se marchita y asfixia.

Son las constricciones habituales con las que se tiene que enfrentar el pensamiento. Cómo se deshace de ellas es algo mágico e indescriptible y suele inflamarse cuando la duda es más grande: “habiendo hecho un larguísimo camino desde el principio del mundo, ha sido el manantial perenne de todas las fantásticas opiniones que se han tenido hasta ahora […] conforme a aquella propiedad de la mente humana advertida por Tácito con esta expresión: “Omne ignotum pro magnifico est” ‒“Todo lo desconocido se magnifica” (Vico, 1995, 115).


LA LÓGICA POÉTICA


Si no muere, el ave de la duda desmaya, no la de los filósofos sino la de todos los humanos conscientes. Parece aconsejable poner entre paréntesis la decisión, la elección, la certeza a veces traicionera, aflojar la presión de las necesidades, ansiedades e intereses, espirituales y materiales, y adoptar una actitud de serenidad ante la desesperanza. El mundo anda sin detenerse y nadie por sí solo es capaz de interponérsele ni de impedir que gire y a veces se maree. Por cierto, si no se da en cada uno lo necesario para que la humanidad se movilice, todo entra en el vértigo y es arrastrado por él, pues una humanidad singular con voluntad propia es un mito o una hipótesis improbable. Sólo cada conciencia puede aclararse cuándo avanza o cuándo retrocede, si hay vuelo o encierro, elevación o caída.

Marchar, avanzar, retroceder, son meros supuestos, imágenes, bellas teorías que dicen muy poco. No hay nada absoluto y desde la época de la tortuga que iba tras de Aquiles hasta la de la luz que va tras el tiempo, ni Zenón de Elea ni Albert Einstein representan continentes opuestos, uno superado y otro vigente. Pertenecen a las mismas zonas de migración que elegimos según nos lo dicte el instinto o la necesidad. Pero alternarlos exige salvar obstáculos casi insuperables. Giambattista Vico es una de esas aves viajeras e incansables que ahuyenta la desesperanza fundando novísimas definiciones o dignidades, especies de verdades evidentes, con las que quiso justificar sus arraigadas y bien defendidas convicciones. No son axiomas de Euclides ni postulados de Spinoza ni proposiciones o teoremas de Newton. “En las dignidades se fijan, en forma epigráfica, lapidaria y ‘oracular’ los motivos esenciales de su filosofía” (Rocío de la Villa, en Vico, 1995, 115, n. 1).

Parece una nueva manera de formalizar las proposiciones, de construir otra ciencia fundada en lo que llamó lógica poética, una estética entendida a lo Kant, “que no consiste en el valor objetivo propio del conocimiento sino en la comunicabilidad”, esto es, en la posibilidad de “ser participado por todos los hombres” (Abbagnano, 1994, vol. II, 468). Para comprender esta ciencia es necesario tener en cuenta la variedad de reacciones frente a las ideas de la época. Vico no confía en el racionalismo de Descartes, pero tampoco en sensualismos, idealismos, nominalismos ni en la teología de la Contrarreforma. También rechaza los estoicismos y epicureísmos que buscaron “el amortiguamiento de los sentidos” (Vico, 1995, 117). Intenta sacudirse del ambiente adormilado y estanco, sujeto a las pueriles controversias controladas por la Iglesia que prevalecieron en Italia después de la muerte de Galileo (Geymonat, 1985, T. 2, 285).

Vico cree que se fracasará si se aplican estas disciplinas y tendencias en el propósito de explicar el punto sobre el cual cree que convergen todos los asuntos humanos: la persona, el estadio de la humanidad que ha superado al individuo natural o salvaje. La persona y el yo, sostiene Vico, es la creación del sí mismo del hombre primitivo a través de la tópica, “el arte de regular bien la primera operación de nuestra mente, enseñando todos los lugares que deben recorrerse para conocer todo cuanto hay en la cosa que se quiere conocer bien o en su totalidad” (Vico, 1995, 245). De modo que la historia es lo único que se puede conocer, puesto que “este mundo civil ha sido hecho ciertamente por los hombres, por lo cual se pueden, y se deben, hallar los principios en las modificaciones de nuestra propia mente humana”. Del mundo natural sólo Dios tiene la ciencia, agrega Vico, algo que olvidaron los filósofos que se arrogaron el poder de explicarlo, olvidando “meditar sobre este mundo de las naciones, o sea, un mundo civil, del que, puesto que lo habían hecho los hombres, ellos mismos podían alcanzar la ciencia” (ob. cit., 157).

Esto es mucho decir en una época en que la única autoridad respetada era la palabra de Dios en las Escrituras, y a la que se atribuía la exclusividad acerca de cualquier tipo de explicación sobre la cuestión que fuese. Vico no buscó con esto establecer una nueva filosofía, que pudiera competir con la que dominaba en Europa y de la que los peninsulares se habían distanciado debido a su decadencia. Sólo quiso evitar la falsificación que encontraba en el racionalismo cartesiano y atenerse a una concepción diferente a la que dominaba en los tratados sobre la naturaleza y la historia del hombre. Además, procuró deshacerse de los métodos intuitivos seguidos hasta entonces y quiso encarar el estudio de la historia social siguiendo las huellas de Bacon respecto a la historia natural, es decir, a la manera como la razón se aplica al conocimiento de las cosas físicas (Ferrater, 1994, T. IV, 3686). Pero enseguida comprobaremos que se parece poco a Bacon. No era fácil, pero en la vida de Vico nada fue fácil, sobre todo por vivir lejos de los centros de la cultura y en una hora olvidada ya del esplendor renacentista.

La poesía es el testimonio del espíritu humano en estado salvaje; por lo tanto, es obra legítima y la justifican los diferentes y sucesivos estadios de la historia: edad de los dioses, edad de los héroes, edad de los hombres (Vico, 1995, 64). La edad heroica termina con el animal humano y las comunidades empiezan a unificar sus intereses ya no en torno a la violencia sino llamados a ejercitar habilidades y animados por la posibilidad de penetrar los misterios de la naturaleza. Vico no cree en el azar ni en el determinismo de esta historia sino exclusivamente en la facultad humana de superar la recaída. El hombre siempre crece, piensa Vico, y lo hace para evitar la vuelta al estado primitivo (Geymonat, 1985, 294): “El hombre, caído en la desesperación respecto a todos los auxilios de la naturaleza, desea una cosa superior que lo salve. Pero lo superior a la naturaleza es Dios [por lo que] los hombres libertinos, al envejecer y debido a que sienten que les faltan las fuerzas naturales, se hacen naturalmente religiosos” (Vico, 1995, 164).

La fábula, la fantasía, los mitos ocuparon el lugar de la verdad y en el proceso de consolidarse fueron cambiando en sus significados e influyendo en las costumbres. Poco a poco degeneraron y se volvieron oscuras y sucias. Orfeo, por ejemplo, el poeta teólogo, “instauró y después consolidó la humanidad en Grecia” (Vico, ob. cit. 97). Esta historia responde a una “lógica poética” nacida en Egipto y que poco a poco fue “corrompiéndose” por obra de las naciones gentiles, sobre todo por los griegos (ob. cit., 103). La filología debe desentrañar esos cambios de significado y asociarlos a la historia de las ideas y a la filosofía porque enriquece el conocimiento del yo, la construcción hecha por el hombre mismo y que conoce por obra de los mismos hechos (“verum ipsum factum”).


LA HISTORIA IDEAL ETERNA


Según Vico hay una “historia ideal eterna” que domina por sobre las historias de todas las naciones, con sus respectivas lenguas, tradiciones y jurisprudencias. Fue primero una jurisprudencia o teología mística de poetas teólogos adoradores de dioses, oráculos y misterios; luego, una jurisprudencia heroica de griegos y romanos que buscó establecer leyes mediante el manejo de las palabras comunes y corrientes; y, finalmente, la jurisprudencia de las repúblicas libres que concibieron leyes universales con el fin de preservar los intereses de cada pueblo en particular. No entraremos aquí en esta faceta filosófico-política de la historia, que influirá poderosamente en las ideas del siglo XIX.

Veamos ante todo qué quiere decir “historia ideal eterna”, pues no se trata de una historia lineal y continua, que comprendería los tiempos todos desde el principio hasta el fin ‒como parecen interpretar algunos comentaristas. Empieza a definirse como el “ensayo de una historia ideal eterna, sobre la cual discurren en el tiempo las historias de todas las naciones” (ib., 111), es decir, una figura evolutiva que trazan los pueblos dentro de un período dado y que “desarrollan en el tiempo todas las naciones a través de sus surgimientos, progresos, estados, decadencias y fines” (ib., 139). Esta figura histórica es característica de las repúblicas aristocráticas (ib., 148), pero se encuentra esbozada en todas las formas de organización política, desde los tiempos primitivos y bestiales.

Responde a la tendencia por la que los hombres comenzaron “a pensar en forma humana; y no encontraron otro medio, en su inhumana fiereza y desenfrenada libertad bestial, para domesticar aquélla y frenar ésta, que el pensamiento espantoso de alguna divinidad, cuyo temor es el único medio capaz de reducir a norma una libertad bestial” (ib., 163). Pero es difícil comprender aquellas naturalezas inhumanas desde la nuestra, civilizada. Ahora bien, desde que ese mundo de naciones fue hecho por los hombres, y “debiéndose hallar el modo dentro de las modificaciones de nuestra propia mente humana ‒mediante la prueba ‘debió, debe, deberá’‒, él mismo se la hace; ya que, cuando se da el caso de que quien hace las cosas es el mismo que cuenta, la historia no puede ser más cierta” (ib., 168). Se compone así el cuadro de una “filosofía de la autoridad, que es la fuente de la ‘justicia externa’, como dicen los teólogos morales”, y que debieron tener muy en cuenta quienes fundaron el derecho natural de las gentes, entre ellos Grocio.

Esto no es sino “sabiduría poética” ya que todas las historias de las naciones gentiles tienen orígenes fabulosos, hasta que los hombres comienzan a civilizarse con las religiones (ib., 169 y 191). Los egipcios concibieron “una sublime sabiduría natural” y los filósofos griegos convirtieron su sabiduría primitiva en filosofía, y con esto “se dan los orígenes de la historia universal profana” (ob. cit., 93). Porque los hombres “primero sienten sin advertir, después advierten con ánimo perturbado y conmovido, finalmente reflexionan con mente pura” (ib., 134). Primero surgen hombres crueles y groseros (Polifemo), luego magnánimos y orgullosos (Aquiles), después valerosos y justos (Arístides, Escipión el Africano), otros que combinan la virtud y el vicio y despiertan el interés del vulgo (Alejandro, César), más tarde los “tristes reflexivos” (Tiberio) y, finalmente, los “disolutos y descarados” (Calígula, Nerón) (ib., 138).

Con este esquema “se tendrá explicada toda la historia, no ya la particular de una época de las leyes o los hechos de romanos o de griegos, sino que (bajo la identidad sustancial a entender y la diversidad de sus modos de explicarse) se tendrá la historia ideal de las leyes eternas, sobre las cuales transcurren los hechos de todas las naciones, en sus surgimientos, progresos, estados, decadencias y fines, aunque sucediera (lo cual es ciertamente falso) que de tiempo en tiempo nacieran de la eternidad mundos infinitos” (ib., 517).


LA LÓGICA DE VICO


Esta es la ciencia nueva de Vico. No un nuevo sistema filosófico ni una nueva historia de la humanidad sino un conjunto coherente de principios fundamentales con los cuales es posible mostrar una constante en la historia. No un conjunto de hechos e ideas que se repiten sino una forma invariable bajo la que se relacionan elementos siempre diferentes: una constante lógica. No se trata de un esquema recurrente sino de un proceso especular que responde a la manera de pensar y de hacer de los hombres, creadores del mundo de las naciones, correspondiendo a Dios la creación de todo lo demás, agrega Vico. De la manera en que piensan los hombres resulta el mundo que producen. Quiere decir que el mundo que los contiene a su vez está contenido en la mente que lo produce: esta es la lógica en la que Vico apoya su filosofía de la historia.

Pero, ¿qué clase de lógica? Podría tratarse del método de Descartes que desecha todo lo que no fuere “la pura operación de inferir una cosa de otra […] Y para esto me parece que son poco útiles aquellas cadenas con que los dialécticos creen dirigir la razón humana, aunque no niego que sean muy convenientes para otros usos” (Descartes, 1980, Regla II, 39). Porque “Sólo el entendimiento puede percibir la verdad, pero debe ayudarse con la imaginación, con los sentidos y con la memoria para no dejar de lado ninguno de los recursos que poseemos” (ob. cit., Regla XII, 80). Y, “en cuanto a la lógica sus silogismos y la mayoría de sus demás instrucciones sirven más bien para explicar a otro las cosas que se sabe o incluso, como en el arte de Lulio, a hablar sin juicio de las que se ignora, más que a aprenderlas” (Descartes, 1980, “Discurso del Método”, Segunda Parte, 148).

Como se aprecia sólo con estas citas, no se trata de la lógica formal sino de “reglas ciertas y fáciles que hacen imposible para quien las observe exactamente tomar lo falso por verdadero y, sin ningún esfuerzo mental inútil, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, le conducirán al conocimiento verdadero de todo lo que es capaz de conocer” (Abbagnano, ob. cit., 167). Pero Vico no quiere deducir ni descubrir nada, aunque ocasionalmente lo haga, y quiere mostrar, volver ostensible lo que yace descubierto pero olvidado o menospreciado. Es innegable que no quiere develar misterios ni llenar vacíos en las cronologías y narraciones de la historia. Por eso no sirven a Vico los métodos con que Maquiavelo estudia la República Romana ni tampoco los inaugurados por Descartes para guiar el conocimiento sistemático. Y, aunque su visión general responda al platonismo, su lógica es aristotélica.

Asociar a Vico con la lógica de Aristóteles, sin embargo, y tal como suele hacerse mediante silogismos, no sería del todo correcto. El silogismo consiste en premisas que conducen a una conclusión, esto es, oraciones que si se concatenan correctamente desembocan en una conclusión en la que se puede confiar respecto a su verdad o falsedad. Pero la lógica no se ocupa de oraciones sobre asuntos concretos sino de símbolos que representan cualesquiera oraciones y asuntos. No se ocupa de casos como este: “todas las plantas de hoja ancha son caducas y todas las parras son plantas de hoja ancha, entonces todas las parras son caducas”, sino de este otro: “Si todo B es A y todo C es B, entonces todo C es A”. La lógica no encadena contenidos sino signos, que representan contenidos cualesquiera. “La lógica no es una ciencia acerca de hombres o plantas, es simplemente aplicable a estos objetos justo como a cualesquiera otros. Con el fin de obtener un silogismo dentro de la esfera de la pura lógica, debemos eliminar del silogismo lo que puede ser denominado su materia, preservando sólo su forma” (Łukasiewicz, 1977, 14). Se trata de formas y no de contenidos, de sintaxis y no de semántica.


LÓGICA Y SEMIÓTICA


La manera de razonar de Descartes, aunque fuera el fundador de la moderna filosofía de la ciencia, nunca satisfizo a Vico, y quizá esto explica que, si bien no se atuvo a la lógica formal estricta, por resultar inviable en historia, se avino al tipo de argumentación formal con la que es posible tipificar o estereotipar procesos, ciclos, desarrollos que no se repiten en sus contenidos, pero sí en sus formas. Las reglas del método, cuatro de ellas famosas en la historia de la filosofía, reglas analíticas desde que se ocupan de desmenuzar el proceder del pensamiento al estilo de como la matemática desmenuza la naturaleza teórica del número, no son reglas formales. Descartes desconfía de los dialécticos que “no pueden formar según sus reglas ningún silogismo cuya conclusión sea verdadera si no cuentan antes con la materia del mismo, esto es, si no conocen previamente la verdad que deducen por ese medio” (Descartes, 1980, comentario a Regla X, 76).

Vico también apela a reglas, que llamó dignidades, pero revelan una regresión no sólo a Aristóteles sino, quizá y aún más directamente, a la lógica megárico-estoica originada al menos tres siglos antes de la era cristiana. Porque las dignidades de Vico no se desprenden de premisas y oraciones concatenadas, sino de lo que ellas representan en un sistema semiótico que puede aplicarse a cualquier caso concreto, por ejemplo, al ciclo histórico de cualquiera de las naciones de cuya historia se ocupa. Además, como bien distingue Bocheński respecto a Aristóteles, no son, estrictamente hablando, leyes sino reglas. La asociación clave reside en que Vico, como los megáricos y estoicos, y como en la actualidad suele hacerse, parece distinguir entre significante y significado, componentes del signo que asociados aluden a la realidad mentada, abstracta o concreta, es decir a otro componente: el referente.

Hay, pues, una representación mental, y es ésta la que recibe los atributos de verdad o falsedad, y que no sólo depende del algoritmo, distinción que inaugura una nueva ciencia de la lógica; una ciencia de los símbolos, pero también de los signos (que no es lo mismo), y en el caso de Vico esta ciencia es aplicada a la historia. Más que hechos, políticas, formas de gobierno e ideologías, Vico estudia sistemas semióticos y corrige lo que hasta entonces se confundía con “representaciones psíquicas e, incluso con procesos psíquicos”. Hará con la historia lo que los megáricos y estoicos con la lógica, despojándola de todo aquello que luego se entenderá como psicológico, obra que coronará Leibniz fundando la lógica matemática, y la Lógica de Port Royal, introduciendo las nociones fundamentales de comprensión y extensión, es decir, el contenido de un concepto y todo aquel objeto cuyas propiedades respondan a ese contenido. Con ello se inicia la llamada lógica clásica, matemática o (mal llamada) simbólica, definitivamente periclitada la etapa de la lógica formal aristotélica (Bocheński, 1976, 121-267-272).


LA CLAVE MAESTRA DE LA NUEVA CIENCIA


La nueva ciencia promueve la tópica, esto es, no la argumentación y la razón sino el saber que puede extraerse de la fantasía y la intuición. Isaiah Berlin ha observado que el lema de Vico “sólo se puede comprender totalmente lo que uno mismo ha hecho” no sólo vale para la historia sino también para la lógica formal, asunto que se comprueba fehacientemente en la historia de la lógica (en cuyos textos Vico brilla por su ausencia). Afirma Toulmin que “Muchos de los argumentos con los que Vico trató vanamente de oponerse a la marea del cartesianismo han sido integrados al pensamiento del siglo XX”. Así, hoy es un tópico “la cuestión de si la exigencia de argumentos formalmente demostrativos no fue siempre un fuego fatuo” (Toulmin, 1977, 39).

La lanza arrojada al cartesianismo y al racionalismo de la época no es la de ninguna clase de escepticismo, pirronismo ni nihilismo. Por el contrario, es un categórico y esperanzado reclamo de atención escasamente correspondido por los filósofos, así como tampoco lo fue el de Leibniz, tardíamente reconocido a fines del siglo XIX (Bocheński, ob. cit., 275). Por lo demás, no hay oposición filosófica sino metodológica, pues, Vico, “que era a la vez filósofo e historiador, echó los cimientos de la moderna filosofía de la historia en forma muy parecida a la que el Descartes filósofo y científico echó los de la moderna filosofía de la ciencia”. Vico intentó reivindicar aspectos descuidados por el cartesianismo, el racionalismo y el empirismo de la filosofía moderna, y “muestra cómo pueden utilizarse en calidad de documentos la etimología, la mitología y la leyenda; pero en vez de aceptar la leyenda y el mito como hechos, o rechazarlos como fábulas, trata de interpretarlos como documentos reveladores del espíritu y modos de la época que los originó (Collingwood, 1970, 176-177). De un desencuentro ocasional entre métodos, surge una fértil síntesis que favoreció en todos los sentidos a la historia de la filosofía y a la filosofía de la historia. La antropología del siglo XX cerrará ese ciclo con los aportes originados en multitud de investigaciones en las culturas de los pueblos originarios.

Hay un erudito e idóneo manejo de antecedentes teóricos, citas de autoridades en Scienza Nuova relativas a “la prioridad de la poesía con relación a la prosa, así como los informes de los viajeros referentes a la prevalencia del canto entre los indios americanos; [Vico] hacía también frecuentes referencias a la doctrina de Longino. Estos elementos, entre otros de diversas fuentes, Vico los desarrolla audazmente en lo que él llamaba la ‘clave maestra’ de su maciza nueva ciencia de la humanidad: la hipótesis de que los hombres de la primera época después del diluvio pensaron, hablaron y obraron imaginativa e instintivamente y, por ende, poéticamente; y que esas primeras expresiones y actividades poéticas contenían las semillas de todas las ulteriores artes, ciencias e instituciones sociales” (Abrams, 1962, 121). Longino escribió Sobre lo sublime, entre los siglos I y III d.C., 

Tras cada historiador hay una lógica o un procedimiento parecido a los de la lógica, no sólo una escuela o una ideología o una visión que se corresponde con la mentalidad de la época (así como, igualmente, tras cada lógico hay una historia que lo determina completamente). No se encuentra una relación al respecto de Vico, aunque sea él mismo el protagonista de la historia que llama Ciencia Nueva. Se supone como espontáneo que una ciencia se estructure en torno a un sistema de principios, normas, leyes y teoremas, interior óseo sin el que ningún cuerpo científico podría sostenerse en pie. Pues bien, hay una lógica en Vico que explica su labor de historiador, quizá de una manera más incisiva de lo que hay en él de los ismos de la época, de las influencias más importantes y de los sistemas ideológicos preponderantes. Con sólo la lógica no se explica el método de los historiadores, pero buceando en los modos y métodos en que se desempeñan puede aparecer un ajedrecista fantasma que mueve las piezas con la previsión y la precisión de un lógico. John Stuart Mill entendió que la lógica no sólo se propone establecer la validez de la inferencia; también tiene por objeto la fundamentación de lo que atañe “a ese tema primordial” a todas las cuestiones cuya resolución es “condición necesaria para la cabal realización de esa tarea central de sistematización de los principios formales del razonamiento” (en Deaño, 1980, 340).

De manera que, si queremos ubicar a Giambattista Vico en la constelación de la filosofía, debemos considerar el armazón que sostiene su nueva concepción de la historia. No sólo incursionar en una narración más, no sólo apreciar los diferentes acentos que pueden ponerse sobre personajes y hechos, entornos ideológicos, jurídicos, políticos, económicos. Es necesario comprender en medio de esa tarea el tipo de filtro interpuesto entre el ojo del historiador y la lupa que vuelve a la retina los hechos, la estructura formal de los hechos en la historia y la forma de comportarse el tiempo en esa estructura.



REFERENCIAS

ABBAGNANO, Nicolas (1994). Historia de la filosofía, Barcelona, Hora.
ABRAMS, M. H. (1962). El espejo y la lámpara, Buenos Aires, Editorial Nova.
BOCHEŃSKI, I. M. (1976). Historia de la lógica formal, Madrid, Gredos
COLLINGWOOD, Robin George (1970). Ensayos sobre la filosofía de la historia, Barcelona, Barral.
DEAÑO, Alfredo (1980). Las concepciones de la lógica, Madrid, Taurus.
DESCARTES, René (1980). Obras escogidas, “Reglas para la dirección del espíritu”, Buenos Aires, Charcas.
GEYMONAT, Ludovico (1985). Historia de la filosofía y de la ciencia, Barcelona, Crítica.
ŁUKASIEWICZ, Jan (1977). La silogística de Aristóteles, Madrid, Tecnos [1957].
TOULMIN, Stephen (1977). La comprensión humana, 1, Madrid, Alianza Editorial.
VICO, Giambattista (1995). Ciencia nueva, Madrid, Tecnos, Introd., tr. y notas de Rocío de la Villa [1725].


Giambattista Vico nació en Nápoles en 1668, hijo de un humilde librero. Estudió derecho y, aunque fue profesor de retórica en la Universidad de Nápoles, no llegó a ejercer como jurista. Vivió algunos años en Vatolla, donde se desempeñó como preceptor de familias nobles. Aprovechó allí las bien provistas bibliotecas y leyó a los clásicos, como Tácito y san Agustín. Le influyeron Marsilio Ficino, uno de los grandes filósofos y filólogos del Renacimiento, integrante de la Academia platónica de Florencia, Hugo Grocio, el jurista holandés considerado fundador del iusnaturalismo o doctrina del derecho conforme a la razón y no a la teología, y Francis Bacon, precursor de la moderna filosofía de la ciencia, llamado “profeta de la técnica”. De cada uno tomó ideas que supo modificar de acuerdo a una filosofía sumamente original: una forma invariable y eterna de la historia que sólo cambia en sus contenidos, y la idea de que sólo se puede conocer lo hecho por el hombre. Su vida estuvo signada por la estrechez económica y la falta de reconocimiento de sus pares, y la obra fue compilada por primera vez en 1835-37, en seis volúmenes. Las más conocidas son: “Seis Oraciones inaugurales” (1711), “Principios de una Ciencia Nueva” (1725, ampliada en 1730), y la “Autobiografía”, editada un año después de su muerte, ocurrida en su ciudad natal en 1774.

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