También fue modificándose la subjetividad, permitiendo que las expectativas
escaparan del viejo espíritu de la Ilustración, el racionalismo y el sueño
romántico, volviéndose sombrías. Pero, de sus cenizas, el horror y la
muerte, surgió la ciencia relativista y cuántica, las ciencias sociales se
desprendieron definitivamente del tronco filosófico, nació una nueva lógica,
la psicología exploró el inconsciente, la matemática amplió sus campos
numéricos, la tecnología se encaminó hacia la electrónica y la computación y
la biología hacia la genética y las neurociencias. El arte estalló en nuevas
líneas, planos y volúmenes, inusitados colores, abstracciones sorprendentes
e insólitas transformaciones de la figura. La música abrió la ventana a una
nueva acústica, con lo que se exasperó la sensibilidad como inquietud
renovadora en la disonancia y la atonalidad. Se daba carta de legitimidad a
movimientos cuyas raíces venían de fines del siglo XIX y se acreditaban en
el XX.
Resultó el reflejo de mentes afiebradas, de los fríos destellos de la guerra
y de la paz, del fratricidio y del amor. Se aprendió a convivir con la
ilusión y la desesperanza, a compartir una vida de sentido y sinsentido. El
mundo se cargó con una nueva crisis que sacudió los dos grandes planos de su
actividad: la satisfacción de las necesidades primarias, y el mirar un poco
más allá de ellas por un impulso inextricable. Quiso satisfacer otra clase
de necesidades primordiales, por medios inapresables pero sentidos como
perentorios, a veces cegados por la violencia y otros asistidos por la
reflexión y el sosiego. Ese conmovedor período de la contemporaneidad
alcanza su máxima efervescencia en el último cuarto del siglo XX. La
evolución de sus transformaciones culturales, en lo que a relaciones
sociales y convivencia se refiere, marca una fuerte tendencia a despojar de
sus legados a la más acendrada tradición. Por lo que se produce una
modificación crucial que no disimula su reflejo en la crítica de varios e
importantes pensadores. Surge una crítica que encuentra en estos hechos los
signos de un nuevo tiempo, de una nueva cultura, costumbres y modas
inesperadas y valores no apreciados hasta entonces o desconocidos.
Se intuye una nueva decadencia de Occidente como contrapunto de la que
Oswald Spengler anunció en 1918. Entre otros diagnósticos, en 1929 José
Ortega y Gasset publica La rebelión de las masas, y se conocen
develadoras supervisiones de los métodos propagandísticos, políticos y
comerciales, en textos como los de
Edward Bernays o Vance Packard. El libro de Eric Fromm
Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, de 1955, abre el
curso a la crítica de la sociedad de consumo. Luego adviene una explosión de
hermenéutica y una analítica social que engrosa la teoría de la
posmodernidad, se acuña tal denominación ‒entre otras‒ para caracterizar la
época y estalla un puñado de ideas esclarecedoras al respecto, apreciadas en
el momento y todavía hoy.
Se forjan conceptos como el fin de los grandes relatos (Jean-François Lyotard), la era del vacío (Gilles Lipovetsky), la debilitación del pensamiento (Gianni Vattimo), la licuefacción de costumbres y conductas (Zygmunt Bauman), la sociedad sin hombres (Ignacio Izuzquiza) y otras teorías que literalmente someten a juicio a la sociedad ante un jurado mundial. Abundan los diagnósticos del fenómeno de la globalización, vistos como benéficos o perjudiciales, con predominio del análisis estadístico como metodología y con una base de observación centrada en el consumo y no en la producción de bienes.
LA OTRA VISIÓN
Arduas resultan las indagaciones que deseen descubrir lo necesario y urgente
para el mejoramiento general de las sociedades en la actualidad. Aunque no
fuera más que en nombre de la espontaneidad y el sentir subjetivo, aunque el
más sincero, se podría contribuir en descifrar el problema a grandes trazos.
Estar en medio del cuadro borronea los planos y escenarios, desde que
transitan pantallas muy diferentes que a veces permanecen por un tiempo y
otras cambian oscureciendo el panorama. Pero es claro que hoy se habitan
espacios cada vez más contiguos y estrechos, aunque, a pesar de la cercanía,
se incrementa la separación espiritual e ideológica y hasta moral; incluso,
en algunos lugares el hecho puede terminar en violentos enfrentamientos.
Hay quienes viven según una serie de cambios que otros desdeñan y hay
quienes desconocen los cambios y procesos en las formas de vida, que son
notorios e indiscutibles, sobre todo en las formas de pensar y conducirse.
Algunos priorizan el pensar, otros el conducirse, y están los que piensan y
se conducen en forma simultánea. También los que se niegan a pensar, o no
pueden hacerlo por no tener la costumbre, y proceden a conducirse como un
navío a la deriva. No faltan los que piensan mucho sin reflexionar y los que
hacen muchas cosas sin pensar, los que se conducen sin pensar qué sienten y
los que sienten sin saber qué piensan. Esta variedad no aumenta la cantidad
de individuos, pero aumenta la cantidad de voluntades anónimas, iniciativas,
voces, proclamas y reclamos y cantidad de desgraciados. Incrementa los
corros y aglutinaciones físicas, así como el tesoro de unos pocos agraciados
por la fortuna. Es claro que de esa mezcla no suele surgir la
civilización.
Se pone en evidencia el ser humano actual en sus principales cualidades, facultades y sentimientos, capacidad de aglutinamiento y segregación, simultáneas y conflictivas. Parece, como muchos creen, que el gregarismo es el perfil identitario, aunque no el único. En la convivencia cotidiana aparecen estos y otros rasgos que suministran lo principal de una caracterización fidedigna. Pero se prefiere la información extraída de la estadística y la encuesta telefónica, que son provechosas si se persiguen determinados fines prácticos y no otros. Los grandes valores, aspiraciones, conquistas de pensamiento, arte, cultura, que ocupan el lugar enriquecedor, se corresponden con otro orden de descripciones, panegirista, entusiasta y esperanzado en el futuro. El orden de condiciones de todos los días, empero, responde más bien a la ironía y a la voluntad capciosa, aunque no prescinda de las expresiones de alegría y regocijo ocasionales. Le gane la inquietud de animal en acecho o la calma del sueño y el reposo, la filosofía humana es cambiante e imprevisible.
INCONVENIENTES
¿Qué debe tenerse en cuenta si se desea trazar la filosofía que parece afirmarse en la conciencia de quizá la mayoría actual de personas? ¿Tiene filosofía como tiene saberes, destrezas, ideas, sentimientos y también defectos y descarríos? ¿Se puede caracterizar en general o es una para cada individuo? Sea como fuere, hay ciertos aspectos en común, modulaciones en las ideas y conductas, formas de pensar y hacer. Dese como un hecho que tiene una filosofía y que podría caracterizarse así: a) una actitud para enfrentar la vida, b) la fruición por dar solución a los problemas de los seres y el mundo, y c) el freno retardante de la duda, así como la traba inmovilizadora del misterio que rebasa toda ciencia.
Sea eso admitido, se va directamente a lo notorio y dominante del
pensamiento en boga. Se trata de la presencia de opuestos, algo inveterado y
secular, coexistencia de dos fuerzas sedicentes y arrogantes en permanente
lucha. En ocasiones y como arte de magia se intercambia el puesto de
vanguardia y se combate por la preeminencia sin que alguna venza o destaque.
Aparecen, quizá en primer plano, aunque no siempre perceptible, el impulso y
la contención, la provisión que viene de adentro y el control que se impone
de afuera. No es filosofía, todavía, sino aquello que habitualmente la
provoca. Es la señal que de manera ostensible da con el límite entre lo
individual y lo social. No es el contraste entre el individuo solo y la
agrupación multitudinaria, sino la diferencia entre el querer y el no
querer, entre el desdén y la disposición a encausar la energía en algo
provechosamente compartido.
Así surge un primer rasgo característico de una nueva filosofía,
confrontación de ideas, emociones, conductas, proyectos y formas de
realizarlos o materializarlos. El filósofo corriente es un guerrero, n
combatiente, gladiador que esgrime variadas armas y que, a raíz de sus
experiencias aleccionantes, se obliga a pensar antes de actuar, con lo que
convierte el arma en herramienta, incluido las de orden mental. Y pasa de la
inquietud a la calma. La guerra, mental o física, método de vida histórica
corriente, viabilidad originariamente preferida para responder interrogantes
y facilitar la resolución de problemas, expediente que sirve para satisfacer
necesidades inmediatas, se modifica, transforma y evoluciona.
¿Cuáles son los cambios, qué los origina? No son los hechos brutos, las
riquezas y despojos, el horror, la muerte, y no los origina el amargo sabor
de la destrucción, como algunos creen. El cambio de actitud, el tránsito que
obliga a abandonar la guerra surge de un vector y no de un par de fuerzas
brutas confrontadas. El artífice de la paz abandona las armas y las cambia
por herramientas, objetos preferidos que todavía se empeña en perfeccionar.
Los cambios no se producen por la inquietud que origina la guerra, por un
cambio de problemas, sino por una innovación en el percibir. No basta con
que cambien los objetos porque, en poco o en mucho y aunque no sean los
mismos, siempre sirven a lo mismo. Se perciben como lo que siempre son,
básicamente, en lo que resulta útil para una desolada y corta supervivencia.
La forma de volverlos conscientes, el modo de advertir qué significan, es
asunto a resolver por parte del gran interventor ante su competidor, la
naturaleza. No llega a establecer con ella una relación recíproca, pues le
quita más de lo que le da. Por otra parte, el mundo es reacio a entrar en
contacto con la ciencia, porque no la necesita: es introvertido, inmutable
para los ojos y autosuficiente.
De todos modos, el cerebro funciona en provecho de la propia vida y provee
siempre una nueva visión, un darse cuenta cada vez de su razón de ser
y de su situación actual. Para él no cuenta el intermediar fortuito ni la
intervención previsible del mundo sino la aparición aprovechable, aunque
esté sometida a cualquier condición. Si bien los objetos cambian, el cambio
que tiene que ver con la filosofía humana no escapa al fervor por convertir
la utilidad en una fuerza abierta y manejable, por lo que el producido se
ocasiona en el hombre y no en el objeto. El darse cuenta, como
corolario, es el resorte que mantiene el pensar y la conducta en la posición
de una misma actitud para enfrentar la vida (el sentido corriente de la
filosofía), el que da un fundamento explicativo de los seres y el mundo
(sentido ilustrado) y provoca una inquietud por la que se intuye lo que está
más allá de la aptitud para llegar al fundamento (sentido que emerge en cada
uno).
La molestia disminuye si se encara la empresa que investiga y examina el problema experimentalmente, o cuando se procede por ensayo y error en busca de un resultado explicativo, como ocurre con cualquier objeto del mundo que se indague. Y se presenta el curioso fenómeno por el que, si se aumenta el número de revelaciones, se vuelve más difícil disipar los misterios que quedan y que aparecen como de la nada. Porque el juego del conocimiento no es de cantidades que van y vienen, que aumentan o disminuyen, sino de esencias que no se cuantifican ni almacenan. Se trata de lo que marca el tránsito de la filosofía de lo acumulativo a la de lo selecto, no resultando la primera del todo negativa sino mutante, cada vez con mayor empuje, convirtiéndose en una filosofía del desecho, la clasificación y la desunión.
SOBRE LA CONVIVENCIA
Que algunos prioricen el pensar y otros el conducirse, que se ocasione una
amplia gama de actitudes, explicaciones del mundo, y que sin cesar aparezcan
nuevas dudas y misterios, pues, no es nada extraño. Que haya quien piense a
la vez que se conduce, sin previa reflexión, quien niegue el pensar y que
navegue a la deriva, tampoco. Son casos en que se responde por debajo de la
ambición de sobrevivir, aunque no se sepa, o en que no se tiene conciencia
de la calidad de los hechos. Si comer es sobrevivir y dormir, trabajar,
aprender, amar, odiar es sobrevivir, todo se da por añadidura: filosofar es
sobrevivir. La civilización se empeña en edulcorar esta verdad de fondo,
amalgamarse en un conjunto de estructuras de convivencia, códigos,
tradiciones, servicios, trabajos que escapan a cualquier dramatización. Pero
la vida es un drama, una representación tan frágil que el vuelo de una
mariposa puede cambiarla para siempre. Hacer filosofía, pues, es igual a
cocinar, a trabajar o a pasear.
Apreciaremos otros aspectos con rasgos dramáticos como tragedia o como
comedia. En uno de sus estadios elementales y corrientes, la actitud frente
a la vida puede prevalecer y hasta obstaculizar la pasión por resolver
problemas, así como opacar el afán por revelar misterios. El hombre se aboca
a defender actitudes iconoclastas, inapropiadas o exageradamente naturales o
naturalistas y también, a caer en el abandono y en la marginación en aras de
un ideal inalcanzable. Las sociedades organizadas desarrollan sistemas
eficacísimos en resolver problemas, especialmente aquellos que tienen que
ver con la satisfacción de necesidades primarias. El individuo se ve
abastecido y en parte sustituido por el sistema. No tiene que preocuparse
por lo inmediato, como tiene que hacerlo quien vive en un pequeño poblado,
en el desierto, el campo, la selva o la montaña. Puede perder el hábito de
la preocupación y con ello robustecer su interés por el misterio y/o
afianzar su actitud ante la vida.
Ese ciudadano del mundo o filósofo impenitente está amenazado por dos
peligros. El primero se cierne sobre él si no cuenta con los conocimientos
correspondientes al interesarse por lo desconocido y, el segundo, si se deja
envolver por el mismo fervor que corre como agua de lluvia en una sociedad
desarrollada o a medio desarrollar. Encontrará la pasión por el misterio en
medio de una bola de nieve que crece al rodar de grupo en grupo, asociación
real o virtual, individuos que concurren y pujan en el mismo sentido,
corporaciones, sociedades, clubes, agrupaciones, grupos de amigos, colegas,
compañeros de trabajo, familiares. En cuanto a la actitud frente a la vida,
la suya no podrá diferir mucho de la de los demás por tratarse de una vida
interrelacionada estrechamente y por lo tanto interdependiente. Tendrá,
pues, que adoptar criterios compartibles, generales y comunicables sin
complicaciones, renunciar a sus más caras aspiraciones en cuanto incluyan
algún imprevisto o impliquen la lucha contra el viento y la marea si quiere
introducir variantes, aunque fuesen leves.
Quien prefiera resolver problemas estará mejor posicionado respecto a su
actitud ante la vida y los misterios, pero competirá con el sistema. Lo más
probable, como se comprueba con frecuencia, es que quede descolocado, sea
desoído y disimuladamente expulsado y olvidado. Así les pasa a quienes no
concilian con la voluntad general, la cultura y los hábitos popularizados y
puestos a la cabeza de la moda y de los usos en boga pergeñados por los
“farandulistas” (etimológicamente farsantes). Personalidades fuertes
suelen quedar atrapadas en esta amenaza de los tiempos, por querer prosperar
a la sombra de alguna de sus prometedores y engañosas frondas, y renunciar a
toda autenticidad.
La filosofía que se desprende es la de quien se “esconde” entre los demás,
fueren sus colegas, los integrantes de una institución o de una empresa, la
de sus progenitores, la de su familia o de quien puede asistirle. Pero
predomina la de una fuerza originada en el mercado de la publicidad que se
despliega por las calles y hogares como semillero. Espera obtener una
recompensa que jamás le llegará, un sitio propio en el mundo, el
reconocimiento por ser “igual” a los demás, con el visto bueno de la
democracia mal entendida. Así resulta la filosofía de la inquietud, que se
ampara en el beneplácito de todos, en la fe fundada en la ficción, en el
ensueño mórbido de quien ya no cree en sí mismo y espera todo de quien es
cada vez menos prójimo.
Examinemos esta modalidad de pensamiento en algún detalle. Las historias
personales se convierten en una vulgar corriente de acontecimientos que se
repiten y comparten todos, con lo que se contribuye a cerrar el paso al
crecimiento de la sociedad. No se piense solo en el desarrollo
económico, que también cuenta, sino en los demás desarrollos
imprescindibles, de la educación, la cultura, la información y la técnica,
las ciencias y las artes (sin los que no hay economía que valga). La
filosofía populista traba todo impulso, movimiento, promoción de
realizaciones, actualizaciones e innovaciones, por contrastar de plano con
ellas, empecinada en convertir a la persona en un puñado de problemas y muy
lejos de hacer de él un candidato para resolverlos.
El filósofo de la calle, por una razón de orden neurológico, el mismo que
por regla general abomina de quien se encierra para alcanzar alguna
conclusión valedera (filosofía de la calma), este individuo paradojalmente
enajenado por las mismas luces de la civilización que lo ha visto crecer y
envuelto para favorecerlo de todos los puntos de vista (y que evidentemente
no ha llegado a comprender), apela a sus neuronas espejo, recursos
especializados del sistema nervioso con los cuales el organismo imita
automática e inconscientemente lo que observa en los demás. Asimismo, y
debido a que toda incapacidad o inmovilidad es fácilmente transmisible,
llena el vacío social allí donde la comunicación y el contagio no ha
consagrado todavía su obra de destrucción psicológica y anulación
reflexiva.
SOBRE LA CALMA
No son los grandes líderes del mundo solamente los que se ven afectados por
esta tendencia a la división y al enfrentamiento. Son todos los humanos.
Afecta a la pobreza y a la riqueza, a las economías cerradas y abiertas, a
los paradigmas científicos y a las concepciones ideológicas, religiosas y
jurídicas, a las diferentes éticas y estéticas, gustos y modas. Afecta a
todas las esferas de la actividad humana. Y se produce la paradoja por la
que crece la separación a medida que aumenta la concentración física,
habitacional, arquitectónica. La tendencia a la división se eleva cada vez
más, como los rascacielos, pero, ¿qué se puede hacer no para contrarrestarla
sino para complementarla con aquello de que “la unión hace la fuerza”? Hasta
parece que ni la ONU puede hacer mucho al respecto. Sería del todo
provechoso empeñarse en terciar por la persona como muchos lo hacen a favor
de sus partidos, iglesias, clubes, empresas, sindicatos. Porque al fin y al
cabo es la persona la que logra imprimir cambios significativos al curso de
la historia, aunque sin sus congéneres no sería nada.
Tal es la ventana por la que se asoma su desmelenada cabeza el filósofo de
la calma, el ciudadano que prefiere ver más acá y en cierto modo renuncia al
querer ver más allá. Pues el horizonte lejano que todos creen ver con
claridad, en realidad, es muy difícil de ver porque los cambios son
caprichosos y se pronostican solo por aproximación y con dificultad. La
filosofía de la calma, es de aclarar, no se encierra en una torre de marfil,
sino que se genera en todos lados, en casa, en la calle, en el trabajo, en
las aulas, en las fábricas, tiendas chicas y grandes, comercios, talleres,
quintas, chacras, campos y poblaciones. Es la filosofía de la inquietud la
que se elabora entre las cuatro paredes de un recinto, cualquiera fuere,
falto de luz clara y aire puro. En esencia, se encierra en sí misma porque
prefiere acorralarse en solo el fragor y el alboroto, el aparatoso, irisado
e incontenible artificio que también surge con la civilización tecnológica.
El espíritu de la inquietud es el que convierte a la tecnología en una
locura, como lo fue la energía atómica para fabricar una bomba.
Al abarrotarse de artificio, la subjetividad se ha desdoblado y revertido,
llenándose con el afuera enajenante. Pero conquistaría la calma si
contemplara los estados del mundo histórico, que mucho enseñan, y podría
sumar al suyo el de la realidad calamitosa que aparece solo con recorrer
rutas y caminos. En ellos desfilan las casuchas con sus descuidados
alrededores, los patios tristes y pastizales, las zanjas y aguas estancadas.
¿Dónde está el urbanismo proyectado en los estudios de los municipios, la
arquitectura, la ingeniería, la tecnología? La dinámica de la inquietud
asimila esta realidad tangente como algo natural, como una cuestión relativa
al correr de los tiempos. Pero los tiempos no corren, el espíritu de la
inquietud corre y se estrella. En tanto la inquietud se encarga de acumular,
sumando, la calma procede por eludir, restando. Prefiere elegir lo que le
parece provechoso para reservar un lugar de privilegio a lo selecto. No se
satura ni se inunda con facilidad, y lo pasajero y la repetición le impiden
funcionar como eslabón en la cadena que conecta a la persona con el mundo.