G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: abril 2023

lunes, 17 de abril de 2023

AVANCES EN LA LÓGICA VAZFERREIRIANA

Se conocen tres grandes interpretaciones de la Lógica viva de Carlos Vaz Ferreira, uno de los fundadores de la filosofía latinoamericana y adelantado respecto a importantes tendencias de la lógica del siglo XX. En el año 2000 el doctor Arturo Ardao, uno de los principales investigadores de la obra, señaló tres de los grandes dominios en los que la lógica vazferreiriana avanza adelantándose a su tiempo: filosofía del lenguaje, teoría de la argumentación y lógica informal. En la presente sinopsis se procura destacar las aproximaciones a esos dominios siguiendo el contenido de cada capítulo.


 PRIMER CAPÍTULO


El paralogismo de tomar por contradictorio lo que es complementario, el más representativo de los paralogismos de Lógica viva, ya nos está mostrando qué clase de crítica es la de Vaz Ferreira. Es suficiente con examinar el primer ejemplo de paralogismo que aparece en el libro: “La unión entre los pueblos no la forman hoy día la comunidad de la lengua, de la religión y de las tradiciones, sino [subrayado nuestro] que surge de la comunidad de las almas en una ideal de progreso…”

            Véase que sin la palabra “sino”, aislada y sin ayudas allí, en medio de la serie de las demás palabras, no habría paralogismo de “falsa oposición”. Habría bastado con un “sino también” para que empezara en parte o en todo a disolverse, pues no habría “oposición entre esas cosas”, como señala Vaz Ferreira. Un examen basado en los conceptos habría tenido necesariamente que empezar por describirlos y explicarlos, y por ver cómo se relacionan en el argumento o en la serie del razonamiento. Pero aquí se empieza por señalar la oposición que surge entre esos conceptos a raíz del mal uso de una palabra.

Obsérvese que, si se fuera al examen del argumento, comprobar cómo juegan en él los significados y la sintaxis o estructura lógica, no sería la palabra (por ejemplo, la conjunción subordinante sino y otras categorías gramaticales) aquello por lo que habría que empezar, como empieza Vaz Ferreira. Él busca el elemento formal que introduce el error (diríase, el introductor semántico) y no el elemento conceptual que facilita la composición persuasiva del argumento.

Si como quiere el que cae en el paralogismo, la unión entre los pueblos estuviera formada por una cosa, entonces no lo estaría por otras, apunta Vaz Ferreira. La unión entre los pueblos, pues, podría estar formada por todas esas cosas, “en proporciones diversas” y no por una sola.

            Luego viene el segundo ejemplo: “La energía yanqui, el alma yanqui, no es la obra de los Washington ni Lincoln, sino de los Vanderbilt, Morgan y Rockefeller…”, al que sigue el siguiente párrafo: “Prescindiendo del concepto mismo [subrayado nuestro], en cuanto rebaja hasta anularlo del papel de los estadistas y políticos, y en cuanto hace completamente buena la acción de esos industriales más o menos millonarios; prescindiendo del concepto mismo [vuelve a decir, remarcando el camino que aclarará el paralogismo], este sino [subrayado de Vaz Ferreira] es absolutamente paralogístico: indica y hace pensar en una oposición que no existe…”

            Pone de relieve cómo la palabra influye sobre el concepto, cómo el uso inadecuado del lenguaje puede trastocar el razonamiento, moviéndose en el metalenguaje. En el tercer ejemplo, extraído de una crítica literaria (“Lo que hay de cierto después de todo, es que lo único que perdura en la obra varonil, no es la técnica no es el estilo, la palabra, el género…” etc.), introduce el paralogismo la negación no es, y Vaz Ferreira empieza por señalar una vez más qué es lo que quiere que observemos: dice “Prescindamos aquí también del concepto, como en el caso anterior.”

            Y agrega que hay falsa oposición aun “suponiendo que todos esos términos tengan un sentido más o menos claro”, aludiendo a que en tal caso no se encontraría en ellos la principal causa del paralogismo. Sin duda, surge la sospecha de que, si los términos fuesen poco claros, mucho contribuirían en la producción del paralogismo, y por supuesto en otros. Así, el error surgiría principalmente de los conceptos y no de las palabras. No es el punto, sin embargo, en que se detiene Vaz Ferreira, aunque pueda interpretarse, como hoy es corriente, que subyacen allí esbozos de una teoría del argumento, de la argumentación o del razonamiento.

            Ferrater Mora se ocupa del argumento en su Diccionario, en la entrada respectiva y con estas palabras: “Aquí trataremos del sentido más general de dicho término: el que tiene como razonamiento mediante el cual se intenta probar o refutar una tesis, convenciendo a alguien de su verdad o falsedad”, pasando enseguida a referir a Perelman & Olbrechts-Tyteca como ejemplo de los nuevos intereses puestos en el terreno de la vieja Retórica. Ferrater Mora señala algunos de los casos en que puede hablarse de “argumentos lícitos” en la Teoría de la argumentación, y todos son conceptuales: argumentos de “autofagia”, de “autoridad”, fundado en un “caso particular”, argumento “ad hominem”, argumento “por consecuencias”, argumento “a pari”, etcétera.

            Sigue la ejemplificación con el examen de otras expresiones introductoras de paralogismos: “lo que importa es”, “demasiado”, “sólo así”, “es aquí donde ha procreado”, “no es en … sino”, “sino es tal cosa… tiene que destruirse”. Y con un ejemplo extraído de un texto de su propia autoría, en el cual corrige el paralogismo solo intercalando una sola palabra: en “los cambios sociales no se hacen por la argumentación”, corrige: “los cambios sociales no se hacen principalmente por la argumentación”.

Los que siguen son ejemplos de paralogismos introducidos por negligencia lingüística: “nunca o casi nunca”, “si la palabra es leída como un conjunto o si es leída por partes sucesivas”, “si esto es bueno o es malo”, “es ahí donde”, etcétera. En una nota al pie Vaz Ferreira nos avisa de todo esto que hoy advertimos; dice: “se me ha querido hacer notar que no habría en ellos [los ejemplos] paralogismo alguno, porque las frases que analizo son simples modos de expresarse que no deben ser tomado literalmente; como cuando se dice, por ejemplo, ‘nada menos cierto que eso’” […] a veces hay paralogismo en la expresión literal y no en el pensamiento; otras veces lo hay en el pensamiento aunque no lo haya propiamente en la expresión literal…”

 

SEGUNDO CAPÍTULO

 

“Cuestiones de palabras y cuestiones de hechos” no merece señalar mucho, pues es absolutamente clara la intención de discernir entre los hechos y el lenguaje (y nada hay sobre las formas de la persuasión). Los ejemplos examinan el significado de la palabra “rodear” (ejemplo de la ardilla), si la palabra “artista” se puede aplicar a un grabador, si existen o no existen “partes de la oración”, si Zola “es o no un artista”, los importantes casos en los cuales los significados de las palabras son “muy vagos”, si “Artigas fue el precursor o el fundador de nuestra nacionalidad”, preguntándose “¿Qué clase de cuestión sería esta?

 

TERCER CAPÍTULO

 

“Cuestiones explicativas y cuestiones normativas” es un texto que se refiere a “cómo se discute”: sobre “cómo son las cosas o sobre cómo pasan los fenómenos”, “cómo se debe o conviene obrar”. Al parecer, es del todo pertinente la asociación con la teoría de la argumentación, ya que esta teoría trata sobre “cómo se discute”. Pero Vaz Ferreira estampa desde el arranque su propósito de “dar una idea de las dos clases de cuestiones”, y no se expide acerca de cómo funcionan estas cuestiones en la discusión.

            Dice: “la causa del error que voy a explicar viene de cierta costumbre de tratar los problemas de la segunda clase como se tratan los de la primera”. Agrega que “el paralogismo que vamos a estudiar resulta de la tendencia de los hombres a asimilar unos problemas a otros; a buscar ‘la solución’ de los problemas normativos, en el mismo estado de espíritu y con el mismo designio con que se busca la de los problemas explicativos”.

No estudia la verdad o la falsedad en las discusiones sino la índole del problema a resolver. Por ejemplo, saber “si debe o no permitirse el divorcio”, cuestión sobre la cual distingue ciertas “actitudes mentales” en que se pierden las disquisiciones de los “divorcistas” y de quienes no lo son, sin entrar en cómo podrían los divorcistas convencer a los no divorcistas, o viceversa. Este y los ejemplos que siguen ilustran sobre el procedimiento que sería más oportuno: estudiar las ventajas y los inconvenientes antes de decidir. Cuando habla de “discutir” no se refiere al manejo del argumento sino al “modo de discutir” la cuestión de que se trate de modo de tener como elegir la solución.

 

CUARTO CAPÍTULO

 

“La falsa precisión” trata sobre la precisión en el conocimiento, y busca saber cuándo es legítima y cuándo no, deteniéndose en los casos en que resulta falseante e inhibitoria. El primer ejemplo se refiere a la Pedagogía del doctor Berra, la cual encuentra “reducida a un número fijo de leyes claras y precisas”, lo que falsea el problema por “derivar esas leyes de una psicología que hace casilleros en el espíritu”, que se tienen como “susceptibles de ser aplicadas deductivamente con un resultado infalible”.

            No hay examen del argumento sino de la relación entre lo real y la expresión que la describe. No se pueden expresar los asuntos humanos como si fueran asuntos mecánicos, problemas a deducir (como habría denunciado Francis Bacon con sus “ídolos” o ilusiones del pensamiento, especialmente los idola fori o ídolos del foro o de las asambleas). Se hacen corresponder los significados con las realidades de manera imprecisa o vaga, que solo apareja falsedades.

            Un ejemplo es el de la mesa de examen de estudiantes de un idioma extranjero en la que se clasificaban las faltas de ortografía según fuesen “errores de pronunciación”, “errores de traducción”, “errores de ortografía”, en los que “quedaban englobados errores de importancia muy diversa; hay errores de tal naturaleza que tal vez uno solo de ellos puede inhabilitar a un estudiante para obtener aprobación de un examen; hay otros errores, clasificables bajo el mismo rubro, que pueden no indicar nada grave; más aún puede haber cierta clase de errores que hasta indiquen inteligencia o superioridad… De aquella manera se daba una aparente precisión a los hechos, cuando en realidad se los falseaba en absoluto”.

 

QUINTO CAPÍTULO

 

El mismo título “Falacias verbo-ideológicas” nos adelanta el contenido de este capítulo, aun cuando el autor lo tenga como título “bastante vago”. El ejemplo de arranque es el principio del “tercero excluido” de la lógica tradicional. Según ese principio “de dos proposiciones contradictorias, una tiene por fuerza que ser verdadera, y falsa la otra”, sin “término medio posible”. Cita la polémica en la que Stuart Mill refuta a Hamilton aseverando que “entre la verdad y la falsedad de una proposición, hay una alternativa, hay un término medio o un tercero que no queda excluido”.

            Una vez más Vaz Ferreira se ocupa de cómo se cae en el error por no distinguir las diversas maneras de plantear el problema. No exactamente sobre cómo se discute sino sobre qué se discute, sin plena consciencia, no sobre los conceptos sino en torno al significado de las palabras. Un estudio del argumento se volcaría aquí, casi obligatoriamente, en el examen de la inferencia. ¿Cómo es posible que el principio del tercero excluido no se cumpla, cuándo, en qué proposición, en qué derivación lógica, en qué clase de lógica o, fuera de toda lógica formal, en qué tipo de razonamiento, clase de debate, y con qué propósito?

            No hay nada de esto sino puro examen de las formas de la expresión, por ejemplo, análisis de afirmaciones como “el hombre es uno con todo lo que existe”, las cuales generalmente se tienen como “sinsentidos”. Lo que se desprende no es falsedad ni verdad sino falta de sentido. Sobre esto dice Vaz Ferreira: “no se debe discutir” (queda afuera la argumentación), y se escapa del lenguaje para recomendar la visión desde el metalenguaje.

             “La falacia que yo les señalo es la dejar pasar esta formulación verbal, la de admitir el problema…” Admitir “el absurdo del problema”, agrega, en los casos en que la verdad de una proposición se tiene por verdadera porque la contraria es falsa (demostraciones por el absurdo). En estos casos el argumento, si es que se trata de un argumento, no merece análisis, porque en sí no importa y solo importa prevenirse contra él.

 

SEXTO CAPÍTULO

 

“Pensar por sistemas, y pensar por ideas para tener en cuenta” es un capítulo de orden más bien filosófico. Su parte en el contexto de la lógica viva se justifica por su relación con el problema del conocimiento. No, exactamente, de cómo se procesa el conocimiento, si por sentido común, imitación, intuición, razón, experiencia, ensayo y error, etcétera, sino de qué es con lo que cuenta el pensamiento en el acto de conocer. El resumen es: si se piensa todo aplicando una sola idea (o sistema), o si se dispone de varias o muchas ideas para eventualmente aplicar la que más o las que más convienen.

            Examinando un texto de Balmes en que el filósofo español señala cierta superioridad del protestantismo sobre su propia religión, solo por buscar cómo halagarla. Vaz Ferreira exclama: “¡Siéntase lo horrible de una argumentación de esa especie! No me refiero ya a su carácter lógico: se trata aquí de argumentos tan amorfos, diremos, que ni siquiera es posible criticarlos”.

Aquí parece ocuparse de la argumentación, pues se detiene en un ejemplo de ella que le parece horrible, y en señalar “el estado de espíritu en que se ha puesto”. Agrega que “cualquier cosa podría sacarse, menos un argumento a favor del catolicismo contra el protestantismo”, y que no se refiere a su “carácter lógico”.

Perelman & Olbrerchts-Tyteca distinguen entre argumentación y demostración. En la demostración de la lógica formal se trata de aplicar axiomas en la construcción de proposiciones e inferencias, y todo se resuelve dentro de un marco sistémico estricto (libre de subjetividades). En cambio, afirman, “cuando se trata de argumentar o de influir, por medio del discurso, en la intensidad de adhesión de un auditorio a ciertas tesis, ya no es posible ignorar por completo, al creerlas irrelevantes, las condiciones psíquicas y sociales sin las cuales la argumentación no tendría objeto ni efecto” (p. 48 del Tratado).   

            Esto es fundamental porque mencionan el verdadero motivo que anima su teoría de la argumentación. Se ocupan de lo que en la argumentación interviene más allá de los condicionantes estrictamente lógicos, para considerar también los psicológicos o psico-lógicos (relaciones de la expresión con los resortes mentales y sociales que influyen en los interlocutores).

Se ha dicho que la lógica viva podría definirse, de parecida manera, como una psico-lógica (que tiene en cuenta la influencia de los estados internos y externos que envuelven los razonamientos). Pero, no estudia esos estados sino lo que asoma de ellos en la expresión, en la forma, en las proposiciones cuyos rasgos lingüísticos los revelan al producirse el paralogismo. Por lo que Lógica viva es más una semántica filosófica que una lógica psicológica.

 

SÉPTIMO CAPÍTULO

 

En “La lógica y la psicología en las discusiones, etc.” se perfila un estudio sobre esas relaciones entre la lógica y la psicología, pero no hay tal. Se señala que en las discusiones, como en las argumentaciones y discursos, la comunicación verbal se debe apreciar “el alcance lógico de lo que se dice” y “el efecto psicológico que produce”.

Claramente, esta es materia para un desarrollo sobre la argumentación. Se refiere a los términos de la vieja oratoria que privilegia el efecto psicológico sobre el lógico. Y advierte acerca de cómo en ciertas discusiones y debates se logra que una tesis adquiera importancia solo por la forma de presentarla, por ejemplo, antes o después en el desarrollo de la exposición. Esto es puramente psicológico, destinado a convencer o persuadir al adversario a la manera como se ocupa de subrayar Perelman. 

            Algo que a todas luces es irracional, un razonamiento que no tiene nada que ver como aporte a la solución del problema, como en el ejemplo sobre si es preferible el juicio del profesor en el año o el del tribunal de examen para evaluar al alumno (a la primera opción se objeta que el profesor actuaría como “monarca absoluto”, cuando en realidad suponía, si no eliminar el mal, al menos “atenuarlo”). Este tipo de objeción impacta de tal manera que, aunque lógicamente se trate de un absurdo, de todo modos el adversario pierde posición en el debate, retrocede psicológicamente. El otro ejemplo, tomado de Guerra y paz de Tolstoi, es de una fuerza demostrativa terminante.

 

OCTAVO CAPÍTULO

 

“Psicología y lógica de las clasificaciones, y falacias verbo-ideológicas relacionadas” pasa del estudio entre lenguaje y realidad (séptimo capítulo, “Un paralogismo de actualidad”, etc.) al de lenguaje y pensamiento. Los esquemas clasificatorios sirven de ejemplo para ilustrar acerca del poder de “reducción semántica” del lenguaje. Wittgenstein escribió veintitrés años después: “La filosofía, tal como nosotros utilizamos la palabra, es una lucha contra la fascinación que ejercen sobre nosotros las formas de expresión”. En el Prólogo de su libro, Vaz Ferreira habla de algo nuevo, “del cambio en el modo de pensar de la humanidad, por independizarse ésta de las palabras”.

 

NOVENO CAPÍTULO

 

En “Valor y uso del razonamiento”, último apartado del libro, previene contra la tendencia a optar por los extremos de una solución posible en problemas en los que suele darse todo el crédito o restárselo del todo al razonamiento. Aparece lo que llama “el buen sentido hiperlógico” o “instinto lógico” y que valora como oportuno cuando se trata de cuestiones prácticas de grado.

            La manera de resolver estos deslizamientos hacia los extremos consiste en tener en cuenta los grados posibles en los que pueden encontrarse respuestas adecuadas sin caer en la exageración. Aquí Vaz Ferreira recomienda la aplicación de una modalidad del razonamiento casi desconocida en su época. Si se quiere, recomienda una lógica menos congelada que la lógica formal, que pueda ayudar al razonamiento a adecuar las respuestas y soluciones en la resolución de problemas de la realidad. ¿Qué sugiere? Pues, la introducción de elementos que “gradúen la creencia”, como él decía.

Por ejemplo, ¿cuál ha de ser el color del papel de los libros de texto escolares? Se opina que el contraste entre el color de la tinta y el papel debe ser fuerte, o se opina que debe ser débil. La solución de estos problemas puede encontrarse sólo con moderar las opiniones, para lo cual ha de procurarse que haya “bastante” contraste para que la letra se vea bien y que no sea “demasiado” grande para que no hiera la vista.

Se comprueba que se ha flexibilizado una lógica generalmente aplicada, consciente o inconscientemente, tal como se desprende de su dimensión teórico-deductiva y axiomática. Pero, en la práctica escasamente funcionan estas fórmulas “blanquinegras”, en las que o es A o es B, sin matices, aplicadas sin concebir grados intermedios entre los extremos. No se trata sino de los supuestos que determinan la aparición de las nuevas lógicas divergentes del siglo XX, en especial la “lógica borrosa” que parece anunciarse en este capítulo con dos décadas de anticipación.

 

CONCLUSIÓN

 

Aparecen las tres interpretaciones que se vuelven posibles de un libro multifacético, precursor de la filosofía del siglo XX y a la vez de un valor práctico. Había señalado Arturo Ardao, en el año 2000, los tres posibles enfoques críticos que contendría la Lógica viva:  sobre el lenguaje, sobre la argumentación y sobre la lógica informal o divergente.

En la mayoría de los capítulos se sigue al lenguaje, cómo las palabras, frases y oraciones influyen sobre el pensamiento de acuerdo con una metodología propia o procedimiento crítico que llama “análisis reflexivo de los significados de las frases” (en Los problemas de la libertad y los del determinismo). Además, el interés se inclina por los problemas de la argumentación, especialmente en el capítulo seis, y hacia las formas lógicas, especialmente en el noveno.

 


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