G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: octubre 2018

miércoles, 10 de octubre de 2018

CARLOS QUIJANO Y LA REVOLUCIÓN INVISIBLE

Tal vez haya sido uno de los pocos, si no el único, a quien asediaba una pregunta que siempre se esquiva: “¿Cuál es el destino de estos países?”[i] Y si fue uno de los pocos en hacer esta pregunta, lo fue en hacerla respecto a todo, puesto que opinó en las diversas áreas en que su semanario investigaba desde la política, la economía, la sociología, el arte en todas sus expresiones, sobre todo en la literatura, teatro y cine, siempre desde el atalaya y el estilo de la prensa, pero que llegaba a un ámbito muy amplio, por dispersarse su sobrio y fecundo pensamiento en un plano más vasto. Con ello no sólo llegó a la cultura en general sino que, incluso, la fertilizó.

Entre sus editoriales de “Marcha”, referidos en general a cuestiones del día, Carlos Quijano (Montevideo, 1900, México, 1984) interpolaba reflexiones que traspasaban los límites espacio temporales de tales cuestiones y alcanzaban una profundidad infrecuente en el periodismo. Esta práctica fue asumida por el equipo y aun por los colaboradores del semanario, con lo que Quijano logró establecer el principal distintivo de la revista. Así se convirtió no sólo en una fuente de información exclusiva, en Uruguay y América, sino también en un foro crítico, político, económico, social y cultural, de carácter independiente, con estilo propio e ideas propias. Empecemos por mostrar alguna de esas incursiones que solían adornar su pensamiento y que se estiraban hasta desprenderse del contexto, entrando así en una reflexión de orden general, sociológica, moral y aun de carácter filosófico:
“Esta nuestra civilización reposa sobre unos pocos centímetros de tierra negra y está aplastada por toneladas de papel impreso, ensordecida y confundida por las voces que fluyen sin cesar de la televisión y la radio. Muro de papel y de palabra que nos aísla y separa de la vida, cada vez más espeso y opaco y que, así como nace, muere. Una recreación continua que nos circunda y asfixia y desemboca en el vacío. Muchos son los que ‘dicen’; pero pocos, muy pocos los que tienen algo que decir. Leer es optar. Pero, ¿cómo conservar lucidez bastante para hacerlo? ¿Cómo disponer del tiempo necesario para elegir, para separar la paja del grano, para ‘distinguir los ecos de las voces’, para descubrir en el aluvión cotidiano de la ganga y la escoria, la pequeña, perdida, gema? […] La historia de la dignidad humana, es, como todas ‒uno se hace dos‒ la historia paralela y complementaria de la humana imbecilidad, esa que repite consignas y esquemas y reincide sin pausa, en viejos y superados errores. Siempre hay, abundan, ingenuos o tontos que colocan la esperanza donde no deben. Siempre hay ambiguos que no se comprometen y que juegan al punto y a la banca, con una oculta simpatía por la banca, para tener, así lo creen, el mañana seguro.”[ii]


COMIENZOS QUE SON SEÑALES


Enseguida de desplegar su retórica, lozana, sencilla y carismática, Quijano volvía a la circunstancia que encontraba siempre necesitada de análisis y aclaración. Es posible que hubiera pensado, con José Ortega y Gasset, que “si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Y, en efecto, quería ser oído, llevar a su público ideas y orientaciones que de haberse escuchado habrían ahorrado al país un sinnúmero de errores y dificultades. Su instrumento inicialmente intencional corresponde al de la economía, aplicado al entorno político del momento, que tiene siempre la gratificación de ser claro y preciso, inteligible incluso para el profano. Sin embargo, nunca aparece solo, como nota aislada, apunte teórico o contribución académica; no era lo suyo, y no escribió textos de enseñanza ni libros de divulgación.
Los artículos y las notas, muchas veces de calibre ensayístico, se acompañan siempre del análisis político, no tanto de un proselitismo que apenas se dibuja muy por encima del comentario y frecuentemente por alusión o incluso sugerencias que sabía interpolar con “el manejo ejemplar de dichos, adagios y refranes y una siempre imprevisible imaginación tituladora”[iii], debidos a su abultada cultura. Los textos se despliegan en torno al plano de los acontecimientos más importantes del país, del continente y del mundo, de los que estaba informado con perfecta actualidad, ingresando al análisis de la situación, a la política en su sentido llano, no partidario ni alineado a ningún ismo, y también a la sociología y a la geopolítica, respecto a la cual fue uno de los más lúcidos analistas de su época y de la región.

Al comienzo de la tercera recopilación de textos de Quijano, de los “Cuadernos de Marcha” de 1985, se mencionan los principales problemas políticos que lo inquietan con sus más generales respuestas. Los primeros: “nacionalismo político e inviabilidad económica, antiimperialismo y balcanización, antiautoritarismo y planificación económica, tercermundismo y bipartición mundial”. Las segundas: “Integración, socialismo, democracia, no alineación, son algunas de las respuestas y metas interdependientes para lograr verdaderas condiciones de existencia.” Respecto al imperialismo, se agrega allí, “principal enemigo, forjador de los antiintereses latinoamericanos, corruptor de los oferentes, represor de los independientes e invasor de los recalcitrantes”[iv].

La actividad de Quijano es bien anterior a “Marcha”, fundada en 1939. Muy joven integró como universitario el Centro de Estudios Ariel, de raigambre reformista y replicadora en Uruguay del movimiento universitario de Córdoba, Argentina. Fue profesor de literatura en Enseñanza Secundaria entre 1918 y 1923, año éste en que obtiene su título de abogado en la Universidad de la Republica. Recién recibido viaja a Francia, donde permanece cuatro años y obtiene el título de doctor en economía en la Sorbona. En 1925 es cofundador de la Asociación de Estudiantes Latinoamericanos, en París, ciudad en la que entra en relación con destacados intelectuales, como José Vasconcelos. De vuelta en su país funda la Agrupación Nacionalista Demócrata Social, en 1928, formada por un grupo de ciudadanos blancos desconformes con la línea del Partido Nacional, agrupación a la que también se afilian Arturo Ardao y Julio Castro. En las elecciones de noviembre de ese año Quijano se presenta con la lista 8 que logra varios miles de votos, lo que da lugar a su banca como diputado por tres años.
En 1930 funda el semanario “El Nacional”, que dura un año, desde cuyas páginas da comienzo a sus análisis económicos sobre el capitalismo y el imperialismo. En 1932 funda el semanario “Acción”, que durará hasta su conversión en “Marcha”, en junio de 1939. “Durante los tres años del mandato ‒rememora en 1958‒, equivocados o no, trabajamos sin tregua. Las Cámaras electas el 28 tuvieron que hacer frente a las crisis del 30-31. En la solución de las tremendas dificultades de entonces, que provocaron una transformación revolucionaria a lo largo y a lo ancho de todo el mundo ‒la crisis del imperio británico, la caída espectacular de la libra, la depresión de Estados Unidos, el New Deal de Roosevelt, la ascensión de Hitler al poder‒ pusimos nuestro cabal criterio. Todo cuanto vino después tiene la impronta de aquel período trágico, en el que murió definitivamente un mundo cuyas formas todavía se mantienen. Todo: las guerras de Abisinia y de España; la ascensión de Rusia y Estados Unidos; el despertar de los pueblos coloniales. Todo también, en el ámbito nacional: la crisis de los partidos; los golpes de Estado del 33 y del 42; el dirigismo inconexo.”[v]

Ya por esos años iniciales del semanario Quijano imprime su ideario con el perfil que mantendrá durante toda su vida. Es un ideario consensuado entre quienes, con los años, consolidan la a veces llamada “generación de ‘Marcha’” o “generación del 39”, que se reconoció más tarde como “generación del 45” y que Ángel Rama denominó “generación crítica”. Pero, entre el origen de “Marcha” y el surgimiento de una nueva visión del país y del mundo, no sólo hay coincidencia cronológica. La nueva visión surge a partir de un conjunto de preferencias que aglutinan a un núcleo de prestigiosos intelectuales y artistas que comparten inquietudes nuevas y realizaciones pujantes e innovadoras. Aunque no sin marcadas diferencias en los estilos, y querellas que los dividen en dos subgrupos, los une algunos rasgos que esculpen un relieve nuevo para la época. Unos se destacan por gustos literarios refinados, eclécticos afanes culturales, lecturas eruditas y descubridoras, pensamiento y acción concordes en un cosmopolitismo que saca al país del provincialismo y del nativismo reinantes. Otros, por la moderación en el afán universalista, la inclinación por el terruño que heredan de las generaciones anteriores, y cierto nacionalismo cultural, reformulado y enriquecido.


PRINCIPALES IDEAS POLÍTICAS


Pero este renacimiento no se debe sólo al empuje de la cultura. Ángel Rama recurre a un análisis de Carlos Quijano para componer el cuadro completo, especificando de paso las fechas que definen lo que llama “momento clave de la historia contemporánea”. Se refiere a un editorial de Quijano de 1965, en el que entre otras cosas, referidas al golpe de Estado de 1933, afirma que esa fecha es “un recodo de nuestra historia; pero no lo es menos y acaso lo sea más, el año 1938. En este último, con más claridad que en aquella fecha ‒se tarda a veces en comprender el cabal significado de los hechos, aunque pueda intuírsele‒ la historia del país se bifurcó. El 31 de marzo fue la reacción encabezada por las clases dominantes y más capaces. 1938 mostró que la resistencia al golpe de Estado había equivocado el camino […] Cuando los núcleos políticos desalojados el 31 de marzo volvieron al gobierno dejaron en pie no sólo las estructuras que habían posibilitado el golpe sino también las propias construcciones de la dictadura. Se reinstalaron en el edificio conservado y reacondicionado o adornado por ésta. Todo siguió como antes…”[vi]

Rama señala el fracaso de la democracia en aquel entonces, debido a “la imposibilidad de una conjunción democrática de fuerzas renovadoras que proporcionara las bases de un gobierno de tipo frente popular tal como ocurrió en Francia y más cercanamente, en Chile”. Lo que debió representar un “avance para la educación política del país”, afirma Rama, que habría aportado “una renovación de las estructuras políticas”, impidió una “formulación política adecuada, por lo tanto, nueva”[vii]. Este fue el antecedente crucial en el que Quijano encontraba el principio de todos los males. Saltan incontenibles otras preguntas quizá contraproducentes: ¿Acaso no ocurrió lo mismo en 1985? ¿No se equivocó el rumbo otra vez, permitiendo que permaneciera todo bajo las mismas estructuras?

Carlos Real de Azúa traza un cuadro que permite obtener una impronta relámpago de las ideas políticas de Quijano: “su pensamiento puede bien ser insertado en el nacionalismo popular latinoamericanista, de orientación socialista, planificadora, ‘desarrollista’ (para usar el copioso comodín de hoy), inclinado al uso informal de un marxismo abierto y hostil a todo totalitarismo dogmático, antimperialista, neutralista y ‘tercerista’ en las contingencias de la vida internacional. Y en lo interno, agréguese, en lo político, decididamente inclinado a optar por formas institucionales democráticas (mejor si remozadas, revitalizadas) respecto a la centralización rigurosa y al partido único y a toda la numerosa gama hispanoamericana de variantes más o menos ambiguas”[viii].

Estas ideas, por entonces ya “progresistas”, no completan la pintura de Real de Azúa, quien agudiza su habilidad analítica para mencionar otro aspecto, fundamental, pero de raíces no tan visibles ni tan fácilmente explicables. Se refiere a una sensibilidad solapada en la intelligentsia uruguaya, en el primer tercio del siglo, que fecunda un nacionalismo político, pero más hondo, históricamente arraigado y moral: “Si desde aquí hubiera de sintetizarse […] hay que decir también que, entre 1939 y 1955, el pensamiento de Quijano acentuó ciertos rasgos de un nacionalismo que no deja de ofrecer similitudes con el de Luis Alberto de Herrera: la predicación de la modestia y la mesura de conducta internacional que corresponden a una pequeña nación pobre, inoperante, indefensa; el apego a ‘las permanencias’ que representan las contigüidades geográficas, la comunidad del origen histórico, la identidad de intereses económicos, frente a las consignas estruendosas del momento, a las yertas solidaridades ideológicas, a las gigantomaquias (con contrincantes fácilmente sustituibles) entre el ‘Bien’ y el ‘Mal’, a todas las ‘guerras santas’ pregonadas a todo trapo para dualizar en justos y réprobos a las gentes, partidos y potencias del mundo. Contra todo esto (sin dejar de aceptar lo que de inmediato y razonable pudiera reclamar), predicó la cabeza fría, el apego a lo estable, la insomne atención a las realidades del imperialismo, las complicidades nativas, el atraso, las humillaciones nacionales que constituyen las líneas de larga duración desde las que se prolongan las rémoras de nuestro destino.”[ix]

El mismo sentimiento por lo viejo que barre lo nuevo encontramos en otros pensadores, con diferentes formas de volverlo explícito: con la nerviosa receptividad del mismo Real de Azúa, pero también con el fervor científico de Arturo Ardao, la ágil versatilidad de Alberto Methol Ferré, el afán historiográfico de Roberto Ares Pons o el desconsuelo ante la atomización latinoamericana de Roberto Fabregat Cúneo[x]. Comparten la idea de un nacionalismo ampliado, regionalizado o de una apertura cuyos antecedentes Quijano encuentra en Artigas. Todos, y otros tantos, no sólo de quienes bregaron por orientar las miradas de futuro hacia la vastedad regional o Patria Grande, captaron lo positivo tanto de lo que era arrasado como de lo que asomaba y tendía a suplantar las viejas estructuras.

Varios o muchos editoriales están dedicados a la reflexión sobre otra dualidad, ingénita, en este caso de la historia continental: “patria chica-patria grande”. En uno de ellos Quijano esboza su posición respecto a esta fundamental interrogante, cuya respuesta es aún hoy objeto de debate: “Tres son las políticas que se nos ofrecen en América: el panamericanismo, el latinoamericanismo, los acuerdos regionales. Con más o menos exactitud, hasta se podría personalizarlas: Monroe, Bolívar, Artigas. Por supuesto, que estas tres políticas no tienen por qué ser siempre excluyentes. Practicando una de ellas, se puede intentar otra. De esas tres políticas, una ‒el panamericanismo‒ es, quiérase o no, el vasallaje. Otra, la segunda, es hoy por hoy, una utopía sólo capaz de inflar las bombas de estruendo de cierta oratoria inofensiva. La única viable y realista, es la última.”[xi]

Una caricatura que representa la cabeza de Quijano, de la época del joven en París, se adjunta un texto que dice, alegremente: “Manager, cabeza y pies de la Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos en París. Literatófobo, poetáfobo, viviseccionista y ‘hombre-sándwich’ de las ideas renovadoras de América”. Lo firma Miguel Ángel Asturias. Lo que ya en esa aurora anuncia el carisma de guía intelectual y, por qué no, espiritual.


PRINCIPALES IDEAS ECONÓMICAS


Al comienzo de la cuarta recopilación de textos de Quijano en “Cuadernos de Marcha”, se anotan algunas de sus principales ideas económicas: “Que la inversión determina al ahorro y que el déficit público puede ser necesario para impulsar el desarrollo económico parecen ser elementos de la reflexión keynesiana que Quijano admite y defiende. Que los precios se fijan a partir de ciertos costos a los cuales se agrega el margen de ganancia, remite al tratamiento kaleckiano[xii] de la fijación de los precios. En otros aspectos, no obstante, Quijano tomó distancia de los grandes maestros de los años treinta. Su país, pequeño y subdesarrollado, exigía una sistematización propia.

“Ante todo, Quijano no compartió la visión (a veces vulgarizada y simplista) de que el incremento en el ingreso nacional conduce necesariamente a la reactivación sostenida de la economía. Hacer pozos y luego taparlos para pagar un salario y, por esa vía, elevar la demanda y reactivar la producción, resultan para Quijano recomendaciones quizá adecuadas para países industrializados (es decir, con una industria integrada) que se encuentran en una fase descendente del ciclo económico, pero francamente desatinadas para países subdesarrollados, con industria incipiente y muy dependientes del comercio exterior. Quizá por esta razón no compartió la causalidad keynesiana entre variables económicas y siguió fiel a la idea de que en la economía predomina la interrelación entre las variables y, muy difícilmente, sus efectos se pueden jerarquizar en un orden causal […] La interrelación, a su juicio, ofrece más elementos para el análisis que la rígida, y con frecuencia engañosa, causalidad.”[xiii]
Sin dejar de prestar atención a estas especificaciones técnicas, ¿qué quería Quijano? ¿La democracia social, es decir, en términos más depurados, la socialdemocracia? ¿Quería el socialismo? En efecto, él mismo dice que quiere el socialismo. Pero, se declara en contra de los centralismos, de la producción como propiedad exclusiva del Estado, de cualquier clase de dictadura, en fin, se opone a las principales tesis del marxismo ortodoxo, y mantiene una posición neutral o “tercerista” respecto a la “guerra fría” entre las potencias enfrentadas. Así, pues, ¿qué suerte de socialismo quería?

La pugna de Quijano se inclina por un socialismo sin revolución armada, sin dictadura del proletariado y sin violencia, naciente en la misma democracia, aunque depurada de sus desigualdades e injusticias. Si esta composición se enmarca dentro de una posible definición socialdemócrata, entonces habría que subrayar otros acentos que la distancian todavía más del marxismo ortodoxo. Porque Quijano, aproximándose a concepciones como las de Eduard Bernstein, Rosa Luxemburgo, György Lukács o Antonio Gramsci, no sólo discrepa con la concepción central del marxismo fundada en la evolución económica, sino que otorga importancia de igual proporción a los factores que Marx había confinado a la superestructura.

De esta manera, descubre cambios en la evolución de las democracias y de los capitalismos hasta entonces no debidamente explicitados, por resultar invisibles o por tratarse de una imagen fantasmal, benefactora de unos pocos y privilegiados grupos económicos. En esto viene a formular una “teoría crítica” nacional, al mejor estilo de la inicial Escuela de Frankfort, en la que hombres como Theodor W. Adorno o Max Horkheimer, estudiosos del marxismo en vísperas de que Hitler tomara el poder en Alemania, someten a minucioso examen las nuevas relaciones socio-económicas aparejadas a raíz de la tecnificación. Sentando las bases de las que resultará la crítica de la modernidad, trasladan el problema de las relaciones de producción, causante de la alienación en el trabajo, a las constricciones enajenantes del consumo. Ello les hace abandonar, como a Quijano, toda pretensión de transformar el mundo, como quería Marx, e inclinarse más por señalar omisiones que por proponer soluciones, lo que costó abrumadoras críticas a los iniciadores de la teoría crítica tanto como al director de “Marcha”.

Quijano quiere un socialismo a la uruguaya, una democracia a la uruguaya, pero no una democracia como la que, con el avance hacia el medio siglo, y de a poco, se transforma en una proclama vacía y engañosa. Tampoco quiere el socialismo en boga. Pasa por momentos en que lo invade el descreimiento total en la democracia, cuya consideración es desplazada por una fe socialista avasalladora, la misma que se había afincado en el corazón de muchos uruguayos durante la década del setenta. Decía: “El país tiene que preguntarse también si cree o no que el capitalismo cualquiera sea su forma, se compadece con sus necesidades y sus posibilidades”; y agregaba: “El socialismo aquí ‒las formas socialistas de producción‒ es una exigencia de la eficacia, una condición ineludible de la independencia nacional, un reclamo de nuestro tiempo. Y la única opción en el plano mundial.”

Escribe en un momento difícil, en noviembre de 1971, inicio de una década siniestra. Quijano quiere una democracia nueva, con el toque de una reforma que intente neutralizar los males tanto del socialismo, que promete y no cumple, como de la democracia vulgar, que proclama una perfección que en los hechos siempre está lejos de alcanzar. El socialismo, fracasado hoy bajo todas las figuras en que ha podido transmutarse, y las socialdemocracias europeas, igualmente fenecidas o convertidas en débiles marcos del consumismo floreciente, ya anuncian la suerte corrida por las latinoamericanas, que arropan a los capitalismos más despiadados surgidos con las dictaduras, los populismos y los autoritarismos, todas formas que terminan en la corrupción y que hormiguean hasta el día de hoy.

Nada de eso quiere Quijano, y puede decirse que su fe socialista habría corrido la misma suerte que su “democracia social”, añorada en los años jóvenes. Una suerte de insensatez que sufre el país, aborrecida por Quijano y puesta en dramática escena a través de lo que Real de Azúa llama “sus tonos emocionales, los módulos (a veces verdaderas imágenes) de su enfrentamiento con la realidad del país y con sus prácticas”, por el cual se manifiesta “contra las vigencias de nuestra loquibambia y del eterno ignorar que dos más dos son cuatro”[xiv]. Sería urgente conocer qué escribiría si viviera, leer su editorial del último viernes, después de que experimentara el desasosiego del socialismo trasnochado, o de pesadilla, que actualmente diluye toda esperanza.

Hay un punto contundente que reivindica los supuestos económicos de Quijano, opuesto al movimiento que los gobiernos uruguayos han impulsado en este siglo. Supone, como señala el equipo de “Cuadernos de Marcha”, que “el autofinanciamiento cobra gran importancia por razones diversas, aparentemente, a la mera influencia de la experiencia anglosajona, dominante por entonces sobre todo en territorios inspirados en lo británico-norteamericano. País pobre y que debe construir sus cimientos, Uruguay necesita un Estado pujante e inversor que, presumiblemente, absorberá buena parte de los recursos depositados en los bancos para financiar su déficit público. De ahí la necesidad de que la tasa de interés sea atractiva para los depósitos del público (otra referencia clara con el enfoque de Keynes), que la moneda conserve su estabilidad y que los depósitos nutran la gran tarea de capitalización que debe emprender el Estado […] El Estado, y en esto hay una vasta reflexión latinoamericana posterior que confirma la convicción de Quijano, no puede desligarse de su función central de comandar la capitalización del país. Sustituirá a un empresariado débil, sin excluirlo, e impulsará los proyectos viables. Nacionalizará cuando sea necesario. Y dejará espacio limitado al capital extranjero, con lo cual 
Quijano marca, expresamente, su discrepancia con los escritos iniciales de Prebisch y la Cepal. Pero, ¿es posible que un país pobre y con escasos recursos recurra apenas de manera tangencial al capital extranjero? Quijano cree que sí y buena parte de sus escritos de 1947 y 1948 están destinados a demostrarlo.”[xv]

Hoy podemos decir, aunque no vengamos de la situación internacional de la que venía el Uruguay de entonces, con “reservas acrecidas”, como vino mucho después, con la recuperación de la crisis del 2002, y aunque éstas no fueran tan importantes como aquéllas, que muy probablemente Quijano tenía razón desde que al fin de cuentas defiende la capitalización de los pobres, el esfuerzo que debe hacerse en detrimento del gasto innecesario o improductivo. ¿Con qué capitalización se inicia en Uruguay la gestión de los inmigrantes españoles, italianos y de otras nacionalidades, que termina con la consolidación de la granja, de los cultivos y de los servicios que están en la base de la modernización del país? Por otra parte, ¿cuál es el beneficio que deja al país la inversión de los grandes capitales extranjeros, cuya presencia en él sólo se debe a las exoneraciones impositivas, que sólo sirven para modificar las estadísticas en beneficio de los gobernantes de turno?

Dos años antes de la recuperación democrática de 1985, Quijano es inflexible al repasar la historia económica del Uruguay: “Artigas tuvo un proyecto nacional, otro los ‘Principistas’, también Batlle más tarde. A partir de 1930 vivimos en gran parte de las migajas del modelo batllista. Ese modelo ya no tiene vigencia […] ¿Cuál es el destino de ese Uruguay, tan mal herido ahora y siempre frágil? ¿Cómo se insertará en el mundo caótico de nuestros días? ¿Al igual que Singapur, Bahamas o Panamá se convertirá en un ‘centro financiero’, conforme a los sueños y postulaciones de algunos tecnócratas? ¿Al igual que Taiwan o Corea del Sur venderemos a las trasnacionales, a bajo precio, el esfuerzo de nuestras gentes? […] La raíz de nuestro atraso está ahí en las políticas medrosas y equivocadas que oponían la industria a la agricultura. No ha habido revolución industrial, ‘despegue’ industrial, sin revolución agraria. […] La industrialización no es cabal si se limita al sector de los bienes de consumo. Llega a serlo si comprende también a la industria pesada, para instalar la cual es necesario disponer de capitales cuantiosos, dominar tecnologías harto complicadas, contar con cuadros y personal calificado, y mercados capaces de absorber una producción que sólo es económicamente viable, cuando alcanza un gran volumen.”[xvi] Quijano develaba los eternos retornos que amojonan la historia del Uruguay desde las guerras civiles, los golpes de Estado, y las reiteradas recuperaciones y reinstitucionalizaciones que se acompasan hasta fines del siglo XX, alcanzando incluso el actual.

Gasto improductivo, descapitalización, emisión de deuda pública para cubrir déficits, incapacidad para absorber esa deuda que se emite, omisión en la creación de reservas[xvii], en fin, un dirigismo o “economía intervenida” que Quijano atribuía a la economía de su época, y que discriminaba así: hasta la guerra del 14, “primacía del liberalismo”; desde entonces, “primacía del intervencionismo”, que se consolida hacia 1905 y llega hasta mediados de siglo. Subraya el período entre el 15 y el 30 como la etapa de una “legislación social” que se amplía y que acentúa el proteccionismo[xviii]. Estos son los grandes títulos de su crítica de un panorama que, insólitamente, y con diferencias lo suficientemente accidentales para no cambiar la esencia, se mantiene a través de las décadas y caracterizan al Uruguay de todos los tiempos.


EL HISTORIADOR QUE HUBO EN QUIJANO


Pero no sólo la política y la economía ponen en movimiento el pensamiento de Quijano. Así como su inexorable método inquisitivo se aplica al presente de la conflictiva época que le tocó vivir, reparando por todos los resquicios susceptibles de indagación y denuncia, también se aplica sobre los del pasado histórico, algunos de los cuales despiertan su curiosidad y suscitan reveladoras investigaciones. Es el caso del período de la Cisplatina. Se pregunta por qué “ha tenido tan pocos comentarios y comentaristas”, para enseguida reproducir el contenido de un documento clave, que figura en un libro escrito por un inglés[xix]: “Después de la derrota de Tacuarembó, cuando Artigas marcha a las provincias argentinas que aún le son fieles, en busca de refuerzos […] Mientras los soldados de Artigas mueren en los combates que se inician en Santa Ana y se cierran en Tacuarembó; mientras los jefes planean pronunciamientos o desertan, El Cabildo de Montevideo, eximio representante de la contrarrevolución y ‒¿por qué no?‒ de la antipatria, se avillana en zalemas y genuflexiones ante el invasor […y seis días después de la entrada de Lecor, propone, por boca de su síndico…] hacer una diputación a su Majestad Fidelísima el Rey nuestro señor, impetrándole su protección y suplicándose que tuviera la dignación de incorporar este territorio a los dominios de la corona.” [xx]

Y estampa los nombres de quienes votaron la incorporación, con esta expresión: “Así cerró el drama”. El drama de un hombre solo y de su auténtico e inmaduro pueblo, que va de pelea en pelea, mientras la intriga de los de afuera, unida a la fuerza, y la traición y la flaqueza de los de adentro lo empujan a la muerte.” Dada la fecha de este texto, se podría incluir en los inicios de la tarea crítica que, décadas después de abatida la leyenda negra, hubo de reparar la otra leyenda, que reivindicó la imagen del héroe “sin sangre, sin huesos y sin barro, de un tutelar patriarca colocado más allá del bien y del mal, del error y de la injusticia”, imagen que “pertenece a la hagiografía”. Lo dicho con firmeza por Quijano sobre Artigas, y sobre el que fue su pueblo, no deja de sugerir la imagen que con sus diferencias vuelve a rememorar un drama semejante: el propio. De pie una y otra vez después de múltiples caídas, a lo largo de una infatigable lucha por sostener la más genuina de sus obras, al final, ya viejo, pero con vigor y valentía, vuelve a levantarse para enfrentar, y con el tiempo ayudar a abatir, la peor calamidad que enfrentó en su vida.



REFERENCIAS:

[i] Carlos Quijano, “Los caminos de la liberación”, en “Marcha”, mayo-junio de 1979, recopilado en “Cuadernos de Marcha”, Montevideo, Tercera Época, año I, número 2, julio de 1985, pp. 22-32.
[ii] “La lucha es una sola”, “Marcha”, 6 de abril de 1973, recopilado en “Cuadernos de Marcha”, Tercera Época, año I, número 2, julio de 1985, p. 131.
[iii] Carlos Real de Azúa, Antología del ensayo uruguayo contemporáneo, Montevideo, Udelar, 1964, p. 320.
[iv] “Cuadernos de Marcha”, Montevideo, Tercera época, año I, número 3, agosto de 1985, “Introducción”, p. 5.
[v] Carlos Quijano, “A rienda corta”, en “Marcha”, 22 de agosto de 1958, recopilado en “Cuadernos de Marcha”, Montevideo, Tercera Época, año I, número 6, noviembre de 1985, p. 7
[vi] Citado por Ángel Rama en La generación crítica, Montevideo, Arca, 1972, p. 26.
[vii] Ángel Rama, obra citada p. 27.
[viii] Carlos Real de Azúa, obra citada, p. 322.
[ix] Carlos Real de Azúa, obra citada, en el mismo lugar.
[x] Cf. Roberto Fabregat Cúneo, Caracteres sudamericanos, México, Universidad Nacional, 1950; Roberto Ares Pons, La intelligentsia uruguaya, Montevideo, Banda Oriental, 1968; Arturo Ardao, Etapas de la inteligencia uruguaya, Montevideo, Udelar, 1971.
[xi] Carlos Quijano, “Panamericanismo”, en “Marcha”, 26 de julio de 1940, recopilado en “Cuadernos de Marcha”, Montevideo, Tercera Época, año I, número 3, agosto de 1985, p. 9.
[xii] El economista liberal británico John Maynard Keynes (1883-1946) y el economista marxista polaco Michał Kelecki (1899-1970), concibieron teorías económicas semejantes, cuyos términos llegaron a discutir personalmente en 1937.
[xiii] “Cuadernos de Marcha”, Montevideo, Tercera época, año I, número 4, setiembre de 1985, “Prólogo”, p. 3. Respecto al debate entre causalidad e interrelación (o correlación) entre variables económicas, Quijano creía que, si bien puede haber relaciones que las asocien entre sí, registradas en las estadísticas, difícilmente puede demostrarse un orden de causa a efecto entre ellas.
[xiv] Carlos Real de Azúa, obra citada, p. 326.
[xv] Prólogo del “Cuaderno de Marcha”, Montevideo, Tercera Época año I, número 4, setiembre de 1985, p. 4.
[xvi] Carlos Quijano, “Reflexiones sobre Uruguay”, “Cuadernos de Marcha”, México, julio de 1983, recopilado en “Cuadernos de Marcha”, Montevideo, Tercera Época, año I, número 2, julio de 1985, pp. 41 y ss.
[xvii] Carlos Quijano, “La piqueta y la fosa”, recopilación de editoriales 1948-1952, recopilado en “Cuadernos de Marcha”, Montevideo, Tercera Época, año I, número 4, setiembre de 1985, p. 43.
[xviii] Carlos Quijano, “Dirigismo y plan”, en “Marcha”, 13 de agosto de 1948, recopilado en “Cuadernos de Marcha”, Montevideo, Tercera Época, año I, número 4, setiembre de 1985, p. 21.
[xix] Sir Woodbine Parish, Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata, de 1852, traducido por Justo Maeso.
[xx] Carlos Quijano, “El gran traicionado”, “Marcha”, 19 de mayo de 1961, recopilado en “Cuadernos de Marcha”, Montevideo, Tercera Época, año I, número 6, noviembre de 1985, pp. 81-85.

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