El ser humano tiene la capacidad de convertir un obstáculo en el mismo medio para superarlo, porque se las ingenia para convertir sus propios límites en los medios para rebasarlos. Posee el don de transformar los impedimentos para la acción en expediente para consumarla con éxito. La circunstancia es vuelta del revés para beneficiarse con su opuesto.
Veamos cómo se explica esta facultad que en primera instancia parece de fantasía. Un río, por ejemplo, puede ser el punto fronterizo, allí donde se interrumpe el camino; pues bien, la capacidad de nadar o de construir y conducir una balsa convierte al río en el mismo curso para cruzarlo. El hombre no es un pájaro, pero quiere volar, por lo que convierte el aire en el medio a través del cual puede desplazarse a la mayor velocidad. Los inconvenientes son los que proporcionan el recurso para ser superados, vueltos al revés y hasta cierto punto disueltos. Así, con una fina y débil hebra de hilo puede fabricar la gruesa cuerda capaz de mantener un buque amarrado al muelle.
No puede vencer la dureza de la piedra, pues construye un hacha de piedra; no alcanza su piel para mantener el calor, convierte en suya la de los animales; no encuentra en su entorno alimento listo para su consumo, convierte el medio en un almacén de semillas y rodeo de animales a domesticar; hace que lo desechable, los excrementos, sirvan de aprovechables fertilizantes; es vulnerable ante los virus, se vale de los virus para crear antídotos; de algunas sustancias de muy mal olor convierte aromas deliciosos y perfumes delicados; las ondas electromagnéticas que no puede percibir son las que utiliza para ver y oír a grandes distancias; y se podría seguir con los ejemplos.
VOLVER FAVORABLE LO ADVERSO
De esta particularidad de las habilidades humanas, que
consiste en volver favorable lo adverso, agradable lo desagradable, fértil lo
infértil, posible lo imposible, ¿qué se puede sacar en limpio? ¿Qué significa
desde el punto de vista antropológico? ¿Hay en ella alguna pista oculta que
permita develar secretos o profundizar en aspectos poco conocidos de la
inteligencia, la voluntad y la perseverancia de la especie homo sapiens?
Llama la atención no tanto que sepa nadar, volar, construir herramientas,
etcétera, sino que pueda saber todo eso a partir de una especie de inversión de
sus incapacidades y limitaciones naturales. No resulta del todo extraño el
desarrollo del cerebro, el incremento asombroso de las habilidades a través de
la evolución y otras consecuencias verdaderamente maravillosas, pero es curioso
que en parte lo haya logrado solo por invertir las condiciones de la
circunstancia volviéndolas favorables cuando le han sido del todo desfavorables
o inciertas.
Los
viejos principios de la lógica se vienen abajo. Esta ciencia, que se supone
tendría algo para decir al respecto, en este caso enmudece. Veámoslo. Hay tres
grandes principios lógicos; el primero es el de identidad: A = A. Una cosa,
cualquiera sea, es igual a sí misma; esto es básico, pero necesario para
apreciar los otros dos principios. El segundo consiste en admitir como
verdadero solo una entre dos alternativas posibles. Por lo cual no es posible que
algo sea y a la vez no sea, o que algo sea verdadero y también lo sea su
negación, con lo que se enuncia el principio de no contradicción (no es
posible que A y no A).
Por si esto no fuera suficiente, se agrega otro principio
fundamental: que no hay lugar a una tercera alternativa; si A es verdadero y no
A falso, no hay lugar a un tercero posible (lo que se formula así: A o no A), esto
es, el principio del tercero excluido. Véase que el primer principio está
basado en la conjunción de A y de su contrario; y que el segundo (de tercero
excluido) está basado en la disyunción de A y su contrario.
La conjunción “y” y la disyunción “o” parecen sentar las
bases de la ciencia más rigurosa que es posible concebir, aunque sea solo
teórica, mental, abstracta. Sin embargo, y de acuerdo a cómo el hombre suele
resolver sus problemas prácticos, teniendo en cuenta esa forma por la que enfrenta
sus contrariedades, el modo como resuelve sus problemas más importantes
y que debe resolver para poder vivir, vulnera a cada momento esas bases. Porque
la misma realidad, que es idéntica a sí misma y que no sería real si no fuera idéntica
a sí misma (admitiera otra realidad paralela y oculta), es tratada de tal modo
por el hombre que lo que tiene de contradictorio es vuelto acorde y asimilable,
y cualquiera tercera cualidad imposible o considerada al margen de lo que es
idéntico a sí mismo o resulta de su negación.
LO POSIBLE Y LO IMPOSIBLE
Lo posible y verdadero convive en la vida del hombre con
sus contrarios, con aquello que para la lógica es imposible o falso. De modo
que el hombre es el especialista de la contradicción y de los terceros
excluidos, el mago que puede sacar liebres de un sombrero, tantas como quiera. Porque
puede convertir lo impensable en pensable, lo irrealizable en realizable, lo inhumano
en humano solo con unir o con separar una misma cosa (que por el principio de identidad
es solo una cosa y no otra). Puede convertir el río en un puente, el agua o el
aire en un medio de locomoción, la piedra en aquello capaz de romper la piedra.
Si el río es una disyunción que establece que detiene la marcha o se sufre
ahogamiento, es también una conjunción que establece que es un peligro y
también la salvación.
Si bien
existe una contradicción innegable entre el río y el propósito, y queda en
evidencia que no es posible que A y no A, se disuelve la imposibilidad de A o
no A porque se crea la habilidad para cruzar ríos a nado o para levantar
construcciones que permitan pasar de una orilla a otra. La vida del hombre,
real y concreta, consiste en una verdadera paradoja, pues es la permanente negación
de la adversidad, tan real y tan verdadera como lo favorable que encuentra en
el mundo. Hay una realidad humana amiga de las contradicciones y una ciencia
creada por los humanos amiga de evitar las contradicciones. Pero, ¿por qué?
La
pregunta contiene toda la sustancia de la filosofía y, aunque no es un problema
para la lógica, es un problema para la filosofía de la lógica. No entraremos
aquí en ese plano de los lenguajes y metalenguajes porque nos interesa otro plano
de asuntos más prácticos y vitales. ¿Cómo se explica que el hombre resuelva
problemas físicos mediante contradicciones, cuando su mayor esfuerzo ha sido
crear una ciencia para ayudarse a pensar y a actuar libre de contradicciones? ¿Qué
lleva al hombre a resolver sus problemas prácticos mediante recursos
incompatibles o no avenidos con los que ha concebido como máximos en perfección
para resolver problemas teóricos, lógicos y matemáticos?
Uno de
los inconvenientes al relacionar problemas prácticos con problemas teóricos es
suponer que pertenecen a dos dimensiones diferentes y distintas gobernadas por
leyes tales que dejan de tener validez cuando pasan de una a otra. En puridad,
y siguiendo la opinión de varios filósofos y lógicos históricos, entre ellos el
mismo Immanuel Kant (Tratado de lógica, 1938, Introducción), la lógica
sería un desprendimiento abstracto del plano real y funcional de los concreto,
y de acuerdo con este temperamento no habría tanta diferencia entre ellos. Y, a
su vez, la “lógica trascendental” de Kant es una “crítica de la ciencia y de la
metafísica” tradicionales, es decir, una metalógica (Reguera, 18).
Asimismo, pueden considerarse en el plano
lógico-matemático los hechos del plano físico y natural, y aun someterse estos
últimos a las reglas y métodos del primero (Piaget, 1980, 61). En un plano
intermedio, se ha formulado una definición de la lógica mediane el uso de un
concepto bien concreto al llamarle “lógica del objeto cualquiera” (Ferdinand Gonseth,
citado por Granell, 1949, 360). Por lo que la dimensión teórica de las ciencias
axiomáticas mantiene una correspondencia directa con las características de la
dimensión práctica o concreta de la vida humana y la naturaleza.
Pero, es suficiente con tener presente cómo en la vida
diaria transferimos a nuestros pensamientos particularidades de la realidad
física: sentimientos profundos, divinidad celestial, cabeza dura, amor eterno, “sociedad
líquida”. Lo mismo ocurre en la ciencia; la geometría, por ejemplo, habla de
cuerpos, caras, aristas, vértices, etc., conceptos todos concebidos tal como se
conciben en la realidad física.
CONEXIÓN DE LAS DIMENSIONES
No habría un abismo entre lo que se hace y lo que se
piensa. Lo que se piensa como problema muchas veces parece al principio ocultar
la misma resolución del problema. Lo pensado se corresponde entonces de una
manera inversa con lo experimentado en la realidad vivida. Hemos vivido desde
siempre preguntándonos acerca del principio del universo y de la vida, y en la
sospecha de que sería muy difícil la respuesta correcta dada la inmensa
antigüedad del cosmos y de la aparición de la vida sobre la Tierra.
Sin embargo, los últimos avances en cosmología nos
informan que puede no haber tanta dificultad en alcanzar esa respuesta. Nos
ponen en contacto con la realidad del universo a pocos cientos o miles de años de
lo que se supone el comienzo de todo, el big bang o explosión que dio
lugar al universo, al menos a este universo que conocemos en una ínfima
parte. Se ha juntado lo que se piensa del universo con lo que a través de
instrumentos se conecta, diríase que se “toca” o se experimenta respecto a lo real
del universo.
En otras
palabras, el tiempo está poco a poco desapareciendo, y el espacio paulatinamente
achicándose; como asíntotas definitivamente a punto de interceptarse. Lo que
es teoría o perteneciente a lo mental está casi identificándose con lo que es fáctico
o perteneciente a los hechos, y los hechos se están definiéndose según sus
relaciones. No hay ya tanta distancia entre la dimensión lógica y la dimensión
ontológica, entre los teoremas matemáticos y la posibilidad de comprobarlos pertrechados
con regla y compás. Resulta asombroso cómo la experiencia nos va enseñando que
lo subjetivo no está divorciado del todo con lo objetivo o, exagerando un poco
la descripción de este cuadro, que la fantasía no está tan alejada de la
realidad concreta.
Jean
Piaget, entre quienes se han ocupado de estas relaciones incuantificables, ha
sostenido que la capacidad de simbolización de la inteligencia humana, cuya dinámica
inicial se desempeña en lo natural y concreto, se corresponde con una
trascendentalización de las operaciones características de la niñez en edades
muy tempranas. Lo que querría decir que la inteligencia sería una especie de desarrollo
con superación de cada uno de los estadios de desarrollo físico y psíquico del
sujeto humano, hasta alcanzar el pensamiento simbólico superior.
Cualquier
persona en la vida diaria puede comprobar esta conexión entre las dos
dimensiones teórica y concreta, científica y de conocimiento común, objetiva y subjetiva.
Si mediante un pequeño esfuerzo de la atención se prescinde por un momento de
toda percepción exterior, imagen, sonido, en fin, procurando concentrarse en sí
mismo, se podrá proceder a pensar por ejemplo en el dedo meñique;
enseguida aparecerá la sensación del dedo meñique en el foco central de la
conciencia. Es decir que se conectan el dedo y el pensamiento del dedo meñique,
lo que puede resultar comprobable también con alguna otra parte del cuerpo.
Claro, el dedo meñique y la mente pertenecen a una misma
entidad viva o ambos se pertenecen entre sí. Si se piensa en la misma mente, es
muy probable que nos figuremos un espacio vacío o lleno de ideas e imágenes. Si
se piensa en un pensamiento, como entidad aislada en la mente, quizá se nos
figure algo real, un resplandor, algo que circula en su espacio infinito pero
limitado, en fin, se nos representará algo físico para permitirnos volver
palpable lo psíquico.
Y si se piensa en algo ajeno a sí mismo, tendremos, ya
fuera de todo experimento mental, la representación clásica de la que habla la
teoría del conocimiento, es decir, la reproducción mental de la realidad física
mediante imágenes, ideas y conceptos. De cualquier modo que se evalúe esta
relación, no se ha superado hasta ahora el límite por el cual solo es posible
afirmar que el conocimiento de la realidad es lo que el hombre conoce de ella y
no exactamente lo que sea sin la interpretación del hombre.
LA MUERTE Y OTROS HECHOS
Pueden encontrarse relaciones entre lo físico y lo
psíquico cuya resolución no responda en la práctica con ninguna posible inversión
de las condiciones adversas, ni con su anverso ni con ninguna correspondencia más
o menos estricta entre la realidad y la representación mental de la realidad.
Es así el caso de la muerte: no se puede superar con su inversión ni se puede
representar con alguna transferencia de la realidad física a la mental. “Ya que
sabemos por experiencia, pero no por lógica, que hemos de morir, podemos
permitirnos el lujo de ser incoherentes sabiendo que la razón exige una
coherencia a la que simplemente renunciamos, aunque tal renuncia se exprese en
términos estrictamente personales” (Ibáñez Fanés, 23).
La
muerte, pues, nos obliga a ser incoherentes respecto a nuestras propias convicciones,
posibilidades de establecer convicciones o creencias, o de propiciar afanes de transformar
en contrario algo que todo indica como ineluctablemente antagónico. No ha sido
posible hasta ahora convertir la muerte en vida, hacer de la muerte justamente
el mismo pivote sobre el cual gire la muerte para transformarse en vida o para seguir
siendo vida. Si se descubriera la realidad concreta de la muerte, sin ningún
ánimo de establecer profecías, se podría tomar algún conocimiento acerca de lo
que es, de en qué consiste y, aplicando esa habilidad para las inversiones,
convertirla en el mismo deus ex machina que haría plena vida o más vida con
ella. Pero no sabemos a ciencia cierta si la muerte es en verdad un estadio
antagónico a la vida o es una de sus etapas misteriosas. En cierto sentido,
sería preferible que el segundo supuesto fuera verdad y se pudiera sentir como
se puede pensar.
Sabemos
que hay lazos entre lo conocido sensiblemente y lo solo intuido. ¿Habría otros
ejemplos en los que mediante la aproximación entre sensación física e impresión
psíquica se consiguiera una mayor comprensión del problema? Habría casos en que
no se podría avanzar en el saber vulgar o en el conocimiento sistemático con la
sola vinculación de lo sensible y lo mental (racional, representacional, a
priori, eidético, intuitivo, etcétera). Habría términos inteligibles emergentes
en forma liberada de todo dualismo o monismo, como electrones libres, a salvo de
toda persuasión referida a la separabilidad o inseparabilidad entre cuerpo y
alma, espíritu y materia.
Aunque caigamos
en un lugar común, quizá no hay otro camino que admitir una dimensión desconocida.
Por supuesto, el problema que genera la muerte es uno de los mejores y mayores ejemplos
al respecto, por su poder de persuasión y por su calidad de hecho incomparable.
Pero hay otros hechos incomparables. Uno de ellos es, como hemos estado viendo,
el revés de la adversidad, lo cual, por su idoneidad en convertir la adversidad
en fortuna y beneficio, también es incomparable. Pero hay otro hecho o proceso
fáctico que también tiene la particularidad de convertir lo objetivo en
subjetivo, lo experimental en mental.
Ese otro proceso es aquel por el cual la subjetividad
recoge de la experiencia el saber particular y único que caracteriza la
inteligencia de cada individuo. La suerte corrida en cada circunstancia
desafiante pasa a robustecer el músculo de la inteligencia, a transformar las
facultades cognitivas en el sentido de su permanente superación y perfeccionamiento.
Pues todo lo que se sabe y se ha aprendido mediante recursos no experienciales
es bastante inútil sin su puesta a prueba en la circunstancia concreta.
Por
consiguiente, aquello que se supone de efectividad primitiva y por lo tanto
limitada, es decir, el mismo quehacer espontáneo e intuitivo, primariamente
opuesto a toda ciencia y a cualquiera de las habilidades adquiridas en forma
asistida y sistemática, es justamente la gran fuente que genera la facultad
capaz de suministrar soluciones y de dar respuestas a los problemas y a las
inquietudes. El hecho constituye una especie de metamorfosis de la experiencia.
Hay una paradoja o contradicción insoluble en la
oposición entre la vida y la muerte, que no se encuentra en las demás
oposiciones del tipo que estamos viendo. Si bien lo corriente es considerar que
la muerte es lo opuesto a la vida, sin embargo, lo verdaderamente opuesto a la
vida es la negación de la vida. La muerte es más el final que la negación de la
vida, aunque en cierto sentido pueda ser su contrario. El más allá podría ser el
opuesto a la muerte. Lo opuesto a la vida es la enfermedad, la invalidez, la
inanición y cosas por el estilo. Lo opuesto “Se aplica al que se opone a cierta
cosa”. Los opuestos son los que se niegan entre sí: “Se aplica en plural a dos
cosas que se contradicen”. Opuesto, también, “Se aplica a lo que es, con
respecto a otra cosa del mismo nombre, la que está enfrente, en el lado más alejado
o en la situación más diferente” (Moliner, T. II, 569).
Lo contradictorio es lo que niega, como sugiere la
lógica; de manera que, si A es verdadero, entonces no A es falso. Si A y no A
son ambos verdaderos, entonces surge una contradicción. Pero la vida es una
verdad tan verdadera como la muerte, y en tal evidencia no hay contradicción. Lo
opuesto a la vida es la materia inerte, llamémosla con esta vieja expresión. Lo
inorgánico es lo opuesto a lo orgánico, etcétera. A su vez, lo opuesto a la
muerte no es la vida sino la eternidad, el tiempo infinito. Lo que no muere en
el universo es en realidad lo que es capaz de transformarse permanentemente, la
energía, las partículas elementales. La muerte es solo una de las incontables
transformaciones, y la vida también es una de ellas.
LO HUMANO EN OPOSICIÓN A LO NATURAL
En el amplio panorama de la antropología y la etnología actuales
se han agotado las formas de caracterizar aquello que pueda ser considerado
como propiamente humano y que las demás especies no posean. Es difícil encontrarlo,
porque de una manera u otra todas tienen lo que tiene el hombre: instinto, cultura,
inteligencia, lenguaje, algún tipo de técnica, capacidad manufacturera, etcétera,
hasta sentimientos en muchas de ellas. Hay una que sobresale, aunque quizá
tampoco sea privativa: la capacidad de modificar el medio ambiente de manera de
controlarlo y ponerlo al servicio de sus propósitos.
Es
cierto que otras especies también modifican el medio que habitan para
beneficiarse, y asombran los nidos de los pájaros, los grandes hormigueros, la
polinización de las abejas, los diques de los castores, los túneles de los topos,
etcétera. Pero es difícil encontrar en los animales la capacidad de servirse del
mismo obstáculo para lograr superarlo. No es tan fácil dar con un ejemplo, aunque
quizá el truco del tero, que se aleja del nido para atraer al depredador y
salvaguardar los huevos o a los pichones, no es sino un ejemplo de convertir el
reverso en el anverso, es decir, simular que la presa está en otro lugar de
modo de inducir el lugar opuesto al depredador.
Los animales
disponen de muchos recursos para asegurarse la supervivencia, pero se necesita
un alto nivel de desarrollo cerebral para alcanzar la astucia de los humanos, trocar
lo adverso en propicio, lo desfavorable en favorable, enmendarle la plana a la
naturaleza. La vida, quizá en un último y filosófico sentido, no es más que el movimiento
trascendental de superación de lo dado, entendiendo por “lo dado” aquello que existe
por su sola cuenta, independientemente de la mano del hombre. Decimos “trascendental”
porque esta palabra sirve para subrayar un significado filosófico que se aviene
perfectamente con nuestros propósitos.
“Llamo trascendental todo conocimiento que se
ocupa no tanto de los objetos, cuanto de nuestro modo de conocerlos”, dice el inventor
de este término (Kant, A 12). Aplicada la definición a nuestro caso, tenemos
que es trascendental el ingenio por el cual por encima del objeto se desliza el
metaobjeto o modo de contemplarlo, analizarlo y conocerlo de acuerdo a
sus condiciones o propiedades contrarias en su esencialidad natural y
específica y también en el rango o función que desempeña en el plano de la
actividad humana. Así, pues, llegamos a dilucidar una propiedad particular de
la actividad del hombre: el uso contrario de lo dado como forma de enfrentar la
adversidad.
REFERENCIAS
GRANELL, Manuel (1949). Lógica, Madrid, Revista de Occidente.
IBÁÑEZ FANÉS, Jordi (2020). Morir o no morir, Barcelona, Anagrama.
KANT, Immanuel (1938). Tratado de lógica, Buenos Aires, Editorial
Araújo.
KANT, Immanuel (1978). Crítica de la razón pura, Madrid, Alfaguara.
MOLINER, María (1992). Diccionario de uso del español, Madrid,
Gredos.
REGUERA, Isidoro (1989). La lógica kantiana, Madrid, Visor.