G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: enero 2022

sábado, 29 de enero de 2022

RECONVERSIÓN DEL ESPACIO



Mediante la facultad de asociar lo perceptible y lo imperceptible se forjan nociones interesantes y útiles, pero también algunas muy abstractas, difíciles de percibir y sólo intuíbles.


En la modernidad el asociacionismo se constituye en toda una escuela de psicología y presta considerables servicios a la teoría del conocimiento. Es una fértil variante de la ciencia y la filosofía, en muchos aspectos, y un verdadero terreno baldío en otros. Consiste en suponer que lo desconocido tiene que parecerse a lo conocido, y que, por lo tanto, puede definirse como se define lo conocido. Igualmente, si lo imperceptible guarda propiedades comparables con lo perceptible, entonces, se le puede atribuir un orden de definiciones semejante.

Se relaciona lo que se encuentra dentro de un círculo cuyos elementos son comparables por guardar las mismas o parecidas proporciones, ya que todo lo que se puede percibir también se puede comparar: oscuro o luminoso, ruidoso o silencioso, sabroso o insípido, fragante o inoloro, duro o blando. Si estas propiedades se reiteran, al menos dos de ellas, se las asocia. Es un círculo que se define por su materialidad, por la índole sensible de las operaciones o acciones, un asunto que representó el mayor desafío para la psicología puesto que tuvo que limitarse a la observación y al estudio de las conductas (conductismo o behaviorismo).

Es preciso figurar ese círculo como un mundo en el cual la mente ocupa el centro, y desde ese centro capta el resto, aunque no es centro de ningún mundo objetivo. Pero es el centro del mundo configurado por la conciencia, en el cual se ubica también su extensión inmediata y topológica, el cuerpo. De esta operación original surgen las relaciones espaciales fundamentales para la vida: frente y fondo, arriba y abajo y derecha e izquierda (con la infinidad de ángulos intermedios). Ahora bien, una cosa se define a través de otra, y dentro de esas otras están las entidades físicas. Pero el asociacionismo trabaja también con ideas, conceptos y sentimientos. Por lo que la espacialidad clava su pica en las entidades que carecen de extensión.

Si bien los fenómenos psíquicos son diferentes a los físicos, por ejercicio del mismo asociacionismo se establecen comparaciones entre ellos. Las relaciones espaciales se reproducen como relaciones conceptuales, por lo que, a título de ejemplo, una idea puede ser superior o inferior a otra (arriba o abajo), idónea o inhábil en relación a una explicación posible (derecha o izquierda), figurar al frente o en el medio o al final de una descripción o de una narración (adelante y atrás). Ambas pueden resultar iguales o desiguales, o distintas a una tercera, aproximarse o distanciarse entre sí, estar en contacto o aisladas, resultar compatibles o incompatibles, opuestas o atraerse. En fin, las ideas se pueden someter a un trato semejante al que se someten los objetos y los hechos, en el que juegan los recursos de lo concreto en el plano abstracto, las esferas de intelección de lo físico y de lo psíquico. Esto no quiere decir que toda idea tiene que tener un correlato físico, como opina el fisicalismo, pues de lo contrario lo que se dice al describir las cosas (enunciados protocolarios) quedaría encerrado en la mente del observador, en su lenguaje privado, y se volvería intransmisible.

Si bien el cuerpo brinda el orden de las asociaciones espaciales, también brinda, indirectamente y mediante estas asociaciones espaciales, asociaciones mentales. No se sabe que hubiera una fuente desde la cual los fenómenos psíquicos pudieran cobrar “forma” para la conciencia a partir de una fuente distinta a la de los sentidos. Por el contrario, lo que se encuentra es la comparación de las funciones psíquicas con las físicas. El filósofo alemán Franz Brentano, en el siglo XIX, sostuvo que la intencionalidad es una función biológica y por tanto física, por lo que todo aquello que la mente produce bajo su influjo, lo que quiere, actúa como una operación realizada por el cuerpo.

DE LO SENSIBLE A LO ABSTRACTO

Diferenciar dos grandes planos, el mental y el corporal, es tratamiento que viene de muy antiguo. Puede haber contribuido a que se implementaran asociaciones novedosas e incompatibles con la sensibilidad física. De que dos cosas estén distantes, por ejemplo, puede generarse la idea de lo opuesto. De lo opuesto, a su vez, se deriva lo contradictorio, un concepto deducible y no directamente observable. Asimismo, lo compatible o lo incompatible, lo fácil o lo difícil, lo deseable y lo indeseable, conceptos que se presentan en pares de opuestos, lo posible y lo imposible, lo creíble y lo increíble, lo necesario y lo innecesario.

De lo perceptible y tocable puede derivarse por oposición lo imaginario, inverosímil, fantástico; del plano visible puede derivarse la pintura, del plano volumétrico la escultura, de lo audible la música, del movimiento la danza y el cine. Este juego de traslaciones y asociaciones conduce a unas pocas, pero muy importantes, caracterizaciones que se definen de una manera progresiva, desde lo sensible a lo no sensible: lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso. Se trata de tres órdenes de valoración en los que se fundan las creencias más importantes. Sus connotaciones son recogidas por tres sistemas disciplinarios ancestrales: la estética, la ética y la lógica. Al respecto, todo había sido minuciosamente expuesto por psicólogos y filósofos del siglo XIX, especialmente William James (ver el capítulo XX de sus Principios de Psicología), aunque se ocupa especialmente de cómo la mente construye la realidad.

Pero, ¿se trata de relaciones asimilables a las sensaciones, o son independientes? Son asimilables las relaciones estéticas, y las éticas se asocian con las conductas físicas, pero, las relaciones de la falsedad y la verdad se pueden concebir con independencia de las sensaciones y exclusivamente en función de una red de relaciones axiomáticas completamente abstracta (aunque hay quienes creen en su origen sensible). Es posible suponer que no hay vínculo originario con las sensaciones, que se trata de otra particularidad de la propia naturaleza humana. Que, así como el sistema nervioso y el resto del cuerpo pertenecen a esa naturaleza, también pertenece a ella la capacidad de producir fenómenos mentales sin que tengan que derivarse de los físicos. De cualquier modo, nada queda afuera de lo que vincula lo biológico y lo psicológico, y actualmente no se consideran dominios separados o conceptos diferentes.

Las asociaciones de alivio o de dolor, alegría o tristeza, paz o intranquilidad, esperanza o desesperanza, temor o firmeza, deseo o inapetencia, etcétera, corresponden a asociaciones dinámicas de la fisiología cerebral y correlativas a la del cuerpo, condicionadas por las circunstancias internas o externas, fueren causales o consecuenciales. Alcanzan un orden abstracto según sean elaboradas o solo “vividas” por la conciencia, con voluntad o sin ella y de acuerdo con una escala de laboriosidad que puede limitarse a algunos impulsos o, en un grado de elaboración muy alto, a empeños que se consagran en obras de arte, teorías de la ciencia, descubrimientos, hazañas o lo que fuere en la amplia gama de realizaciones posibles.

DE LA ABSTRACCIÓN A LA HUMANIZACIÓN

Ahora consideremos algo extraordinario respecto al esquema hasta aquí trazado. La ubicación en el espacio puede sugerir lo superior o lo inferior, la destreza o la torpeza, lo porvenir o lo pasado, es decir, una variedad de valores y direcciones del pensamiento que se forman mediante comparaciones, metáforas y metonimias. Estas figuras se originan en el propósito de traducir la información sensible a los parámetros del conocimiento, de la comprensión del entorno para mejor ubicar en él al cuerpo y facilitar la vida y la continuidad (el espacio nos sugiere la relación de contigüidad y también la de continuidad). Se trata de relaciones jerárquicas que se integran en una escala autónoma de apreciación, valoración o, incluso, de medidas y magnitudes.

Lo que está atrás o adelante, a derecha o a izquierda, arriba o abajo, sugiere una relación escalar de importancias y prioridades: hechos pasados o futuros, fuerza o debilidad, superioridad o inferioridad. De lo que está atrás o adelante deriva la continuidad o su opuesto, lo que no ha pasado todavía y lo que ya ha pasado, dejando en el medio lo que está pasando. Del mismo modo, se derivan significados para las relaciones de derecha e izquierda, de lo que está a un lado u otro de la cabeza y los hombros. De modo que de las propiedades físicas del espacio se derivan propiedades no físicas, planos y espacios mentales en busca de una resolución en el nivel de la percepción, apoyándose en parámetros semejantes a los físicos.

Se trataría de una funcionalidad exclusiva del sistema nervioso en el que tiene que representarse la realidad para que el cuerpo se avenga a ella, pueda adaptarse, asimilarla y volverla a su favor para desempeñarse con saldo positivo para la conservación y la supervivencia. El cuerpo controla la realización de funciones fundamentales sin intervención de la conciencia, y también genera recursos en un plano que trasciende al del cuerpo, lo que no quiere decir que ese plano revista características enigmáticas, esotéricas o metafísicas.

La información desde los sentidos a la central encéfalo-espinal y de ésta a las ramificaciones que conectan con los tejidos musculares y óseos, además, se realiza a través de una vía particular. Procesa la información por una clase de transmisión o impulso neural, algo de su exclusividad y que reviste muchos misterios todavía para la ciencia neurológica. Como se sabe, intervienen en este proceso los famosos neurotransmisores y las no menos famosas sinapsis que funcionan como válvulas que activan o inhiben la información. Los datos recogidos por las células receptoras del sistema nervioso, por ejemplo, cursan a través de las neuronas y de los nervios para llegar a las diferentes partes del cerebro en lo que ya no es una simple trasmisión, conducción de un lugar a otro sino, más bien, de una metamorfosis, de una traducción de un lenguaje a otro muy diferente de carácter eléctrico y químico.

El cerebro se vale de ese extraordinario “mecanismo” que lo convierte en mente, algo que por su complejidad y aspectos no del todo descifrados todavía denominamos con dos nombres, uno que se asigna a la neurobiología y otro a la neuropsicología (y a otras ciencias experimentales o no). Se trata del mismo fenómeno por el cual se definen las jerarquías de lo que aparece y de lo que desaparece, de lo que existe y deja de existir, del phaenomenon por el cual se sabe de algo que no aparece, que ha desaparecido o que se conoce imaginariamente y nunca ha existido.

Se enfrentan así la presencia y la ausencia, y, respecto a esta última, la mente se las tiene que ver con solo la ayuda de lo que proviene de los sentidos. Aquello que los sentidos alcanzan y no alcanzan es lo que marca la frontera entre ellas, el límite entre la presencia y la ausencia. La noción de presencia, como es obvio, proviene de los sentidos, mientras que el de ausencia, ¿proviene de los sentidos o de la noción opuesta a la de presencia, por la sola extensión semántica de lo sensible? Esta pregunta es huella firme o testimonio de la dualidad entre mente y cerebro.

La presencia induce la escala opuesta o ausencia y, lo más importante, anima a pensar en algo que pasa, como si se tratara de una nave de carga que llega a puerto (el presente) y se lleva todo con ella. Es casi inevitable asociar mentalmente los pasos físicos que cualquiera da valiéndose de sus piernas. Luego, y seguramente debido al asociacionismo, la presencia pasa, se empeña en volverse fluido o en licuarse en un fluido que todo lo arrastra y se lleva. Termina en lo que terminan los fluidos, en desembocar en otra cosa, como el agua, el aire, la radiación, incluso la tierra cuando se desliza y se convierte en una catástrofe ecológica. Se trata, en realidad, de un estado que busca modificar su entropía, no en el tránsito hacia el más allá ni en la transformación en pasado.

¿De qué asociación sugerida por lo sensible se deduce esta noción? De todas, porque sólo hay relaciones espaciales que la sugieren y trazan una huella en la imaginación. Pero, solo la relación de lo que aparece y desaparece, sin que ninguna voluntad interceda u otra causa, necesidad o motivación, es la que la arraiga en la conciencia. Si algo percibido como existente desaparece, esto es, si pasa de lo existente a lo inexistente, ¿no es natural pensar que le pasó algo, o que algo que pasó lo arranca de la existencia y se lo lleva? Pues, eso es lo que se piensa y consiste en la metamorfosis por la que una abstracción se humaniza, se convierte en un instrumento de conocimiento.

ENVEJECIMIENTO Y DESGASTE

Si algo que está ahí de pronto o paulatinamente deja de estar ahí, es porque algo interfiere, y no precisamente por la travesura de algún duende. Puede ser el observador el que interfiere al dejar de percibirlo por alguna razón. Si no es así, si algo desaparece del lugar en que se percibe ‒deja de percibirse‒ es porque está en otro lado o porque ha dejado de existir al desintegrarse o convertirse en otra cosa. De la misma manera en que se cree que el humano deja de existir mientras que su alma permanece y va al mundo celestial o al infierno, de la misma manera se cree que el cuerpo pasa a otra dimensión, o sea, al pasado, cuyo nombre justamente viene de “paso”, es decir, de passus, el “movimiento del pie cuando se va de una parte a otra” (Diccionario de Joan Corominas). Se trataría de un dogma.

No hay forma intuitiva de atribuir esta propiedad al espacio, porque el espacio tiene solo tres dimensiones y el tiempo las acompaña en forma imaginariamente extensiva. Si tiene su propia dimensión, la cuarta, entonces, como el ancho y el largo, el arriba y el abajo con sus zonas intermedias, que tampoco se pueden tocar, ver u oír, la conoceríamos por su extensión, propiedad de los objetos que reconocemos por su relación con el cuerpo. De lo contrario, y en una escala de apreciación diferente, la conoceríamos como cálculo inducido por algunas magnitudes (la masa, la velocidad de la luz, etcétera).

De que las relaciones entre objetos físicos puedan sugerir relaciones entre objetos psíquicos, se desprenden algunos asuntos paradójicos. Entre ellos, el envejecimiento y el deterioro, uno inherente a los seres vivos y otro a las cosas. El primero se atribuye al paso del tiempo, el segundo a la acción de los elementos. Pero, en ambos procesos se interpone un fenómeno que es temporal pero también de carácter físico o, como hemos visto, derivado de lo espacial en su conocimiento. Se trata del desgaste, el deterioro por el uso, la repetición, lo que tampoco queda al margen de la acción de los elementos. Por lo que es preciso distinguir entre el envejecimiento y el desgaste, y sospechar de este último como causa del envejecimiento y el deterioro. Se dice que el tiempo produce el envejecimiento, pero ¿también produce el desgaste?

Los objetos que conocemos en su relación con el cuerpo están sujetos, como el mismo cuerpo, a una actividad dinámica que los transforma permanentemente y cuyos cambios conocemos a través de la transcripción de las relaciones espaciales. La energía vital en sus diferentes manifestaciones orgánicas constituye la variedad infinita de ideas, imágenes y emociones de la vida mental. Pero no hay dos lenguajes, uno del cerebro y otro de la mente, definidos y separados como de distintos hablantes. Más aún, no hay lenguaje, porque no hay signo por un lado y significación por el otro sino actividad biológica unificada, activa o inactiva. Hay una sola entidad real con ventanas que se abren y cierran permitiendo que pueda ser vista por la ciencia experimental o que solo de lugar a intuiciones basadas en las sugerencias de la espaciotemporalidad.

Es crucial, pues, el conocimiento subjetivo, inducido por la espacialidad centrada en el cuerpo. El conocimiento objetivo también responde a ese orden causal de transposición de relaciones físicas, y se diferencia sólo porque es más alambicado, afinado y sutil en cuanto a la comparación entre relaciones. Por lo que, también, es menos flexible pues se somete a estipulaciones previas. En tanto el conocimiento subjetivo compara relaciones en bruto, de percepción a forma mental, de forma sensible a forma insensible, y con ello gana una gran plasticidad, el conocimiento objetivo compara cantidades o divisiones prestablecidas, magnitudes, medidas o proporciones, desde lo conocido a lo por conocer. En eso consiste su inquietud por saber cuántas unidades abstractas caben en una realidad perceptual, cuántas realidades perceptuales caben en otra o en otras. Esa sutileza lo vuelve más rígido para el plano mental.

Así se caracterizan el conocimiento sistemático y el asistemático, este último idóneo en cualquier individuo en la vida corriente que se afane por saber a qué atenerse, por resolver problemas cotidianos o excepcionales, fueren fáciles o difíciles, llevaderos o funestos. Es necesario investigar cómo se procesa ese conocimiento, cuánto contribuyen en él los aprendizajes, los contenidos adquiridos y la experiencia, además de las condicionantes genéticas. Su fundamento es el mismo que el del saber objetivo, que se forma en la comprobación experimental, pues se forja en el acervo adquirido en la experiencia personal, en la combinación resultante de las transformaciones ocurridas por obra de su voluntad o del contexto sometidas a electividad y confirmación como resultados posibles a favor o en contra de la vida.

TOPOLOGÍA DEL TIEMPO Y LOS SENTIMIENTOS

Hay, pues, un orden topológico por el que las entidades físicas del espacio percibidas por el cuerpo experimentan una transposición al plano mental o psíquico, transformadas según un orden de continuidad y contigüidad (correspondencia, convergencia, conexión, semejanza, vecindad, etcétera) por el cual se conservan metamorfoseadas las mismas propiedades perceptuales. A ese orden pertenecen algunas transposiciones que guardan una topología apenas reconocible, como la temporalidad, medible por el movimiento de los astros, pero sin correspondencias físicas particulares. Otras se reconocen en una escala gradual, como la esteticidad, a través de una definición perceptual definida, borrosa, como la moralidad que se hace patente en las conductas. Finalmente, como la racionalidad que alcanza su emancipación de lo físico en las ciencias axiomáticas.

Resta echar una ojeada a la dimensión psíquica que se define en los sentimientos, las emociones, las pasiones, los valores y la eticidad, así como en lo que de esa dimensión se atribuye a la religiosidad, a los sentimientos de inmanencia o trascendencia y a las creencias. Se trata de un orden de la vida que, como el tiempo, no parece devenir de lo físico, del cuerpo o de las percepciones, aunque guarde una relación de ida y vuelta estrechísima y funcione como sentido primordial para la conciencia. Esa relación hoy se descubre en su verdadera significación neuropsicológica, según una unidad fundamental que pone en tela de juicio la tradicional dualidad de cuerpo y alma, la concepción de realidad cerebral y actividad mental, los mitos sobre sus diferentes naturalezas.

¿Quiere decir que la dimensión psíquica de los sentimientos no proviene de las percepciones? Los empiristas responderían que sí, pues piensan que todo se origina en los sentidos. Sin embargo, hay cosas cuya concepción no surge de ellos, como el tiempo, que se mide en función del movimiento percibido en el espacio, pero no se entiende por el mismo medio. Es decir, que no se entiende. Es preciso distinguir entre medir y entender, pues no es lo mismo. Medir es comprobar las veces que una unidad prestablecida se comprueba en alguna cosa, mientras que entender es establecer una correspondencia entre una cosa conocida y otra desconocida. Justamente, el tiempo se mide por el movimiento en el espacio, pero no hay forma de entenderlo por los sentidos, por lo que solo es medido y aplicado para medir.

Podemos entender todo lo que se deriva del espacio, un trayecto, la ubicación de una ciudad en el mapa, la profundidad del océano, el largo de un río, la altura de una montaña, la superficie de un campo, el volumen de agua de un estanque. ¿Cómo lo logramos? Pues, aplicando unidades de medida espaciales, el metro lineal o cuadrado o cúbico, el kilómetro o la hectárea, lo que sea de los sistemas métricos. Con ello podemos calcular, es decir, extraer previsiones para actuar en arreglo a las cosas y a los hechos en el espacio. Pero, no podemos entender el tiempo y solo podemos calcularlo. No hay una unidad de medida específica para el tiempo, y se calcula a través del movimiento en el espacio. Los espacios recorridos por algo, las áreas barridas, los volúmenes colmados por algo se pueden medir, pero no hay sentidos para el tiempo.

Como los sentimientos y las emociones, parece que el tiempo se siente por las manifestaciones internas del cuerpo, extensión de la conciencia, centro de un círculo que, decíamos, se define por su materialidad, por la índole sensible de las operaciones o acciones. Sin embargo, y a diferencia del tiempo, habría “lugar espacial” para entidades del todo abstractas como los sentimientos y las creencias. Parecen corresponderse con las diferentes vías, particularidades y matices de las formas en que se manifiesta la energía. Saltos energéticos con los que se asemejan las pasiones, flujos volcánicos, corrientes embravecidas como emociones fuertes y cursos serenos de arroyuelos o cañadas como sentimientos controlados y suaves, radiaciones de calor o tibieza parecidas a las del amor, o heladas e hirientes como la indiferencia y el odio (ausencia de amor), magnetismos y fuerzas que parecen reproducirse en la simpatía o en la alegría. Y algo a pensar: aunque hemos dicho que el tiempo no se puede sentir, sin embargo, se compadece con la añoranza, con una pérdida irrecuperable, y con la esperanza y las expectativas, la ilusión o la desilusión.

Si estamos de acuerdo en que lo objetivo y lo subjetivo componen el mismo órgano de la conciencia y una misma entidad compuesta por la espacialidad y la transposición de la espacialidad, entonces, se abre paso una sospecha. Habría un solo espacio, y lo físico y lo psíquico no serían más que intelecciones, unas mensurables y otras no, inteligibles unas y otras solo comparables y proporcionalmente cuantificables. Pero, entendámonos, no se desprende que habría un mundo compuesto de cosas físicas y psíquicas, a la vez, como los espíritus de la literatura o los zombis de las películas, aparecidos en el mundo real. Sólo surge la hipótesis según la cual habría un borde de ese mundo en el que las dos especies se fundirían en una sola.

No llegarían a fundirse porque serían lo mismo, desde el origen. De manera de poder admitir que la conciencia, o sea la fisiología cerebral, participaría como relativa al mundo tanto como relativa al ser, a la realidad objetiva tanto como a la objetiva, a lo externo a la conciencia y a la conciencia. A la espacialidad del mundo como algo ajeno al ser, y a la transposición de la espacialidad como algo ajeno al mundo. Que la conciencia sería ese borde, que habría continuidad y no cisma. Hay una ventana teórica que si se abre permitiría conciliar las dos esferas, objetiva y transpuesta, que hasta ahora han estado girando una en torno a la otra. Se tiene que disipar su tradicional confusión y establecer una teoría final, provisoriamente final.

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