Transcurrieron cuarenta y cuatro años desde la edición española de los Principia Mathematica, obra cumbre de Alfred N. Whitehead y Bertrand Russell. El texto de 1903 pone a punto los avances de Boole, Frege, Dedekind, Peano, Cantor y otros lógicos, y se completa en 1910. Por primera vez en más de dos milenios la lógica de Aristóteles quedaba afuera, aunque sin perder su importancia histórica.
Los
libros de lógica están escritos con símbolos (mejor sería decir signos especiales),
por lo que la lógica suele llamarse lógica simbólica: “El empleo de
signos especiales, en lugar de los símbolos más corrientes que son las
palabras, se hace más bien por conveniencia práctica que por una necesidad
lógica. No existe ninguna proposición en lógica o en matemática que no se pueda
expresar, en último término, con palabras comunes […] Solo que, en la práctica,
es imposible progresar mucho en matemática y en lógica sin hacer uso de símbolos
apropiados, de la misma manera que es imposible ejercer el comercio en la
actualidad sin cheques o sin libro de créditos, o construir puentes modernos
sin herramientas especiales.” (Morris, 22) “Puesto que el lenguaje es engañoso,
y puesto que es difundido e inexacto cuando se lo aplica a la lógica (para la
cual nunca estuvo destinado), el simbolismo lógico es absolutamente necesario
para todo tratamiento exacto o completo de nuestro tema”, afirma Bertrand Russell
(en Copi, 357).
FINALIDAD DE LA LÓGICA
Las
bases elementales de la teoría lógica (que se presentan en el cuadro adjunto) son
sencillas, aunque hay mucho más. Son suficientes para comprender su fundamento
formal. La lógica dispone su tarea en un plano en el que los signos representan
lo que en el habla y en la escritura es imposible representar: solo la forma de
las premisas que cumplen relaciones para derivar otras formas o conclusiones
verdaderas o falsas. Así, no representa los sonidos ni las letras del lenguaje
sino las entidades mentales que intervienen en los razonamientos.
Los signos de la lógica componen un lenguaje
especializado diferente al de la conversación. Si este se ocupa de comunicar y
expresar ideas y sentimientos, el de la lógica se ocupa en mostrar cómo se
deriva el valor de verdad de una proposición a otra. Las piezas que mueve son
solo formas llamadas variables, que pueden corresponderse con cualquier
contenido. En su silogística Aristóteles (siglo IV a. C.) introdujo el
uso de variables, por lo que se le considera fundador de la lógica formal (Łukasiewicz,
18). Pero el lenguaje lógico usado por Aristóteles es diferente al de la lógica
formal moderna, pues se ocupa de los términos de las proposiciones, mientras la
lógica moderna trabaja con las mismas proposiciones o afirmaciones en las
cuales se atribuye un predicado a un sujeto (ver cuadro adjunto con las diferencias
entre la lógica de Aristóteles y la moderna). Los lógicos megáricos, en los siglos
III a I a. C. fueron quienes iniciaron la lógica de proposiciones, por lo que
se les considera iniciadores del cálculo proposicional.
La lógica, pues, no trasmite ideas ni sentimientos y
solo muestra, como el álgebra, operaciones posibles entre variables al aplicar constantes:
no (¬), y (˄), o (˅), si… entonces (→), todos (Px), alguno (xP). Su finalidad
es encontrar medios con los que se pueda garantizar la certeza de las
conclusiones. Debe tenerse presente, sin embargo, que este propósito solo es
posible si se cumplen a rajatabla los requisitos de esta ciencia, que parte de axiomas
o bases que no requieren demostración. Los tres principios que rigen a todos
los demás son: el de identidad a=a (a es igual a sí misma), el de no
contradicción ¬ (a ˄ ¬a) (no es posible que a y no a) y el principio del
tercero excluido a ˅ ¬a (a o no a)).
Fuera de ese campo axiomático no se puede garantizar
ninguna verdad desde el punto de vista lógico. En el mismo cálculo formal es frecuente
que aparezcan puntos flojos, incertidumbres y paradojas. Por lo que se ha
intentado corregir la teoría introduciendo nuevos conceptos, como la teoría de
clases, la teoría de descripciones y la teoría de tipos lógicos. También se ha
ampliado el campo estricto de la lógica deductiva y se ha ido más allá de los axiomas
derivando las llamadas lógicas extendidas o ampliadas, la lógica modal (cuyos
valores son la necesidad y la contingencia), y las lógicas más recientes trivalente
(con un valor de verdad intermedio entre verdad y falsedad), polivalente
(varios valores de verdad), temporal (con un valor tiempo), deóntica (lo
prohibido y lo obligatorio), intuicionista (el valor de verdad es la prueba),
inductiva (valor de verdad hipotético), vaga o borrosa (valores de verdad
aproximados), y otras lógicas marginales.
Quede claro que no es una ciencia
para desentrañar los misterios de la vida y del mundo, pues no es una ciencia
fáctica, empírica ni experimental, ni es filosofía. Solo ofrece cierto respaldo
a la ciencia teórica, y una herramienta excepcionalmente útil para las tecnociencias.
Se ha asociado siempre con la razón, con las coordenadas dentro de las cuales
se establecen ciertos límites a la fantasía y la ilusión que anida en toda
subjetividad y en toda tarea humana, de científicos y de toda persona. También
es un instrumento ideal para describir el funcionamiento de la matemática y para
aplicar y aun solucionar problemas sin solución aparente. Pero ha sido
fundamental para concebir, poner en práctica y desarrollar programas computacionales.
No encierra ninguna disposición, ninguna verdad, ninguna ley que pudiera
suministrar beneficios directos a la humanidad, felicidad o alguna clase de garantía
de vida. Es una ciencia ancilar, pero, con toda felicidad, presta un servicio inmenso
a nuestra época. Si es una sirvienta del conocimiento, es también un mandatario
exigente que da órdenes precisas a la era tecnológica que es la nuestra.
LOS “PRINCIPIA”
Los
Principia Mathematica constituyen una explicación de conjunto de las
relaciones matemáticas mediante la lógica (establecida con simbología más o
menos sencilla). Ofrece la posibilidad de rastrear el mayor número de
operaciones en el campo de las matemáticas, y desarrolla exhaustivamente un
sistema de lógica pretendidamente completo mediante el despliegue de todos los
recursos proposicionales y cuantificacionables en un campo estricto de
normativa lógica (es de tener en cuenta que no es la única obra con este
propósito y tales características). No un tratado de lógica, aunque para los
especialistas lo sea, ni el mapa histórico de la lógica (aunque para los
historiadores lo sea) ni una introducción a la ciencia de la lógica (aunque sea
la obra que introdujo a la lógica en la modernidad histórica).
Desde 1900 y con Los principios
de la matemática (también de 1903) Russell se había abocado a demostrar la
identidad entre la aritmética y la lógica pura (Kneale, 610). Para ello
necesitaba superar algunas paradojas de la lógica entonces vigente, por lo que
inventó la Teoría de los Tipos Lógicos. ¿Cuáles eran las paradojas y en qué
consiste la solución de Russell? Citemos un ejemplo famoso y sencillo, la “paradoja
del mentiroso”. Se llama así a toda expresión que se niega a sí misma, por
ejemplo, “esta oración es falsa” (si es verdadera, entonces es falsa, y si es
falsa, entonces es verdadera). Una paradoja famosa es la de un cretense que
afirma: “todos los cretenses son mentirosos”. Si todos los cretenses son
mentirosos, entonces lo que dice este cretense no puede ser verdadero.
Hacia 1901 Russell se enteró de las contradicciones de
la teoría de conjuntos de Georg Cantor, y se propuso resolverlas mediante la
remisión a diferentes clases o tipos en los que se puede contener una
propiedad: la propiedad de ser el individuo de una clase, las propiedades de un
individuo, las propiedades de una propiedad, y así sucesivamente (individuo
puede ser cualquier contenido significativo, clase puede ser cualquier conjunto
que contenga a un individuo, a varios o a ninguno, clase vacía). Quiso terminar
con esos “círculos viciosos” y advertir que “lo que presupone el todo de una
colección no debe formar parte de la colección”, dilucidación crucial.
La astucia de esta teoría radica en afirmar el
concepto de “clase” entendido como algo matemáticamente indiscutible, sin
importar su existencia o estatus ontológico. Así surge que “la clase es de más
elevado tipo que sus elementos”, por lo que no se puede atribuir propiedades del
elemento a la clase. Es contradictorio atribuir (predicar) a la clase de los mentirosos,
por ejemplo, lo que se atribuye a solo uno de los mentirosos. Russell distingue
entre clase y concepto-clase; por ejemplo, “hombre” es un concepto,
y “hombres” es la clase a la que se refiere el concepto. Pero, se ha dicho que
esta teoría es algo vaga y así se ha criticado a Russel y Whitehead, al
sostener que procedieron mediante un recurso irreal o imaginario en los Principia
(esto es habitual entre los lógicos duros).
No se viene abajo la solidez de los Principia por
estas razones, ni mucho menos. El problema es otro y, ha sido señalado por Alfred
Tarski, un destacadísimo lógico polaco, exiliado en Estados Unidos a raíz de la
invasión nazi. La obra de Russell y Whitehead, afirma Tarski, “Contiene una
presentación sistemática y exhaustiva de un extenso sistema de lógica que
constituye una base adecuada para los fundamentos de la matemática; sin embargo,
el desarrollo no está a la altura de los estrictos requisitos de la metodología
actual. El trabajo está preponderantemente escrito en lenguaje simbólico y su
extensión es abrumadora. Aunque sólo sea por estas razones técnicas, dudaríamos
de persuadir al lector intentar un estudio completo de esta obra (a menos que
esté especialmente interesado en el desarrollo histórico de la lógica
moderna).” (Tarski, 274)
Tarski da en el clavo por lo que atañe
a un lector no avezado. El texto de los Principia no puede leerse, en el
sentido corriente de esta palabra; en realidad, es necesario calcularlo,
deducir cada línea de la anterior y, además, estar atento a qué propósito
responde cada una, a qué recurso deductivo apela, qué orden de cálculo lógico
aplica, qué reglas, definiciones y teoremas. No es para quien sea ajeno al lenguaje
de la lógica, a una forma de “leer” que no es la misma que la de leer el diario
o un cuento. De todos modos, por dificultades que sean, no vuelven imposible
advertir el papel decisivo que le toca en la historia de la lógica, la filosofía
y la matemática.
Los Principia significan la
posibilidad de formalizar lógicamente la teoría desarrollada por Georg Cantor
entre 1874 y 1897. Aparecía como “una nueva disciplina matemática conocida bajo
el nombre de teoría de conjuntos” que “conquistó la apasionada admiración de
muchos matemáticos y concitó la apasionada condena de otros tantos” (Kneale,
405). La obra permitió admitir entre los entendidos que la lógica es un sistema
deductivo completo. No despreciaba la lógica anterior, pero esta vez se
presentaba como un sistema axiomático independiente. Cabe mencionar como
antecedente, además de la obra de los europeos mencionados, la vertiente
semiótica de Charles Sander Peirce en Estados Unidos.
ALGUNAS CONSECUENCIAS
Whitehead
y Russell fueron los principales, aunque no únicos, responsables de la importante
actividad de la lógica formal y deductiva de las primeras décadas del siglo XX.
En 1934 el alemán Gerhard Gentzen concibió “un sistema de reglas para la
deducción” que consistía en una presentación “más natural que la de Frege,
Whitehead y Russell”, aunque incrementaba el número de reglas y axiomas (Kneale,
501).
En p → q, ¿acaso es suficiente con p para inferir o
concluir q? Esta pregunta tiene que ver con el surgimiento de nuevas lógicas
modales y rectificaciones, como las de Clarence Irving Lewis, o como la
objeción de Kurt Gödel según la cual, para decirlo de una manera juguetona,
serrucha las patas de la silla en la que se sentaba la lógica deductiva hasta
entonces. Gödel llega a demostrar la incompletud de los Principia, y de
cualquier sistema deductivo, donde “incompletud” quiere decir imposibilidad
de prescindir de algún recurso ajeno al sistema para consagrarlo como estrictamente
lógico-deductivo. Gödel estaba preocupado, como cualquier hijo de vecino, por la
seguridad del barrio.
Se ha dicho que algunas manifestaciones de la lógica formal son
fronterizas con la metafísica, incluida la teoría de los Tipos de Russell,
aunque quizá no la teoría de las Descripciones (que distingue entre nombre y
descripción; descripción es, por ejemplo, “el autor de Los adioses”,
nombre es Juan Carlos Onetti). Porque, como lo demuestran cabalmente los Principia,
el carácter de logicidad específico (filosófico y científico) radica en el
sistema de relaciones de acuerdo a cualquier referencia concreta o abstracta que
pueda imaginase. Por lo que el lógico suizo Ferdinand Gonseth habló de la
lógica como de “la lógica del objeto cualquiera”.
“Por lo pronto, Gonseth distingue
con todo vigor entre reglas de esa técnica mental y el subsuelo ideológico
sobre el cual se construye. El sentido de dichas ideas solo se manifiesta en
sus modos de realización; pero es lo informulado lo que informa lo formulado,
según su propia terminología. Es decir, la metafísica guía y domina la
estructura lógica. De ahí que la comprensión rigurosa de una lógica cualquiera
del pasado requiera penetrar –¡difícil tarea!– por
ese ‘conjunto inextricable, cuya íntegra trasmisión de un siglo a otro es
propiamente imposible’. Esta mutua impenetrabilidad espiritual parece
contradecir el hecho innegable de la normal permanencia de las reglas.”
(Granell, 360)
Esto quiere decir, y en alguna
medida siguiendo los pasos de Gödel, que el fundamento último de la lógica
descansa sobre bases no comprobables fehacientemente si el investigador se
limita a las herramientas propias de demostración dentro del propio sistema. Uno
de los ejemplos más conocidos con lo que se ilustra esta posibilidad es el de
la geometría. “Las nociones fundamentales de la geometría –afirma
Gonseth– son abstractos del mundo de los fenómenos
físicos, y, sin embargo, no hay una sola que esté realizada en el mundo físico
‘en su pureza’. No hay arista perfectamente recta, superficie suficientemente
plana, etcétera, en la naturaleza” (ib., 361).
El punto al cual conduce la recta
trazada desde los Principia de Russell y Whitehead es el de las
aplicaciones prácticas de la lógica borrosa (fuzzy logic) que inundó el
campo de la tecnología en el siglo pasado y que se perfecciona incesantemente
hasta el día de hoy. Se trata, paradójicamente, de una desviación notable del canon
defendido en los Principia. En el Prefacio los autores escriben: “hemos
rehusado tanto la polémica como la filosofía general, de modo que presentamos
nuestras exposiciones de una forma dogmática” (R. & W., 7). Lo que quiere
decir que todo el marco teórico de la obra se cierne estrictamente a los
principios fundamentales de la lógica deductiva, sin concesiones.
UNA AUTOVALORACIÓN
Bertrand
Russell se ocupa de hacer una revisión de sus ideas en 1959 con estas palabras:
“El objeto primario de Principia Mathematica fue mostrar que toda la
matemática pura se sigue de premisas puramente lógicas, y que emplea solamente
conceptos definibles por medio de términos lógicos […] en el transcurso del
tiempo, el libro se desarrolló en dos direcciones distintas. Del lado
matemático, nuevos temas completos salieron a luz, que implicaban nuevos
algoritmos que hicieran posible el tratamiento simbólico de materias
abandonadas antes a la dispersión e inexactitud del lenguaje ordinario. Del
lado filosófico, hubo dos desarrollos opuestos: uno agradable y otro desagradable.
El agradable fue que el aparato lógico requerido resultó ser menor de lo que yo
había supuesto […] El aspecto desagradable fue, sin duda, muy desagradable.
Resultaba que, de premisas que todos los lógicos, no importa de qué escuela,
habían aceptado siempre, desde los tiempos de Aristóteles, podían deducirse
contradicciones, demostrándose en ello que algo estaba fuera de lugar,
pero sin hacer indicación de cómo podían enderezarse las cosas. Fue el
descubrimiento de una de tales contradicciones lo que puso fin, en la primavera
de 1901, a la luna de miel lógica que había venido disfrutando. Comuniqué la
desgracia a Whitehead, que no pudo consolarme citando ‘nunca de nuevo una
mañana alegre y confiada’.” (Russell, 1976, 76)
Russell se vio afligido por el descubrimiento
de que la teoría de conjuntos de su admirado Cantor, que él recogía en Los
principios de la matemática, por entonces en prensa, conducía a paradojas. Se
presentaba la necesidad urgente de resolver esas paradojas antes de publicar el
libro. Planteó el problema en términos de clases: “una clase es a veces,
y a veces no es, un miembro de sí misma”. La clase de las cucharillas no es una
cucharilla, pero la clase de las cosas que no son cucharillas tampoco es una cucharilla,
lo que resulta una paradoja. “Si es un miembro de sí misma, debe poseer la
propiedad definitoria de la clase, que es no ser un miembro de sí misma. Si no
es un miembro de sí misma, no debe poseer la propiedad definitoria de la clase,
y por tanto debe ser miembro de sí misma. Así, cada alternativa conduce a la
contraria, y hay una contradicción” (ib., 77). Este es el final de la
luna de miel, cuya causa tratará de enmendar en los Principia.
En Los principios de la
matemática Russell distingue entre la noción de intensión o contenido,
que atañe a la filosofía, y la noción de extensión, que atañe a la matemática
(todo lo que cae dentro de una clase). Ahora bien, “hay posiciones intermedias entre
la intensión y la extensión puras, y es en ellas donde la Lógica simbólica
tiene sus lares.” (Russell, 1977, 98) Como ya vimos, es posible diferenciar “hombre”
como concepto y “hombres” como la clase a la que se refiere el concepto. Hay un
contenido conceptual y una relación cuantitativa comprendida en todos los
hombres. Pero, entonces, ¿a cuál de estas distinciones es posible atribuir
predicados? Es claro que en lógica y en matemática es de atribuir predicados a
las extensiones. Las clases lógicas son clases extensionales, y Russell se
había familiarizado con esta certidumbre gracias a Frank P. Ramsey (Russell, 1976,
127), lógico inglés cuya temprana muerte a los 26 años impidió que diera feliz
término a sus importantes trabajos.
Russell creía que el conocimiento se basa en la
inferencia, y que si no se dispone en base a la inferencia es solo contenido
mental, carente de garantías para corresponderse con la verdadera realidad del
mundo (Russell, 1950, 273). Es tan lógica la filosofía de Russell que vino a
llamarse “empirismo lógico” y también “positivismo lógico” (o neopositivismo).
Sin embargo, a lo largo de su desarrollo se atuvo a diferentes posturas y
atendió los problemas de la filosofía más allá de la lógica deductiva estricta.
FILOSOFÍA DE LA INFERENCIA
En
los Principia Russell y Whitehead celebran una verdadera fiesta dedicada
a la inferencia lógica, la que interviene en todas las operaciones posibles de
la lógica de proposiciones y predicados. Se trata de la inferencia deductiva,
la que parte de la idea según la cual, si las premisas son verdaderas, y la
inferencia es una fórmula bien formada (que cumple estrictamente con las leyes
y reglas de la lógica), entonces la conclusión también es verdadera. Es un concepto
estudiado en diversos contextos, en el plano de la comunicación corriente y en los
terrenos exclusivos de la ciencia, la matemática y la lógica. Es una operación mental
por la que se parte de determinados datos para llegar a una conclusión. Pero es
necesario especificar cómo se llega a ella. En la lógica actual la inferencia está
sujeta a un conjunto de reglas específicas que la gobiernan.
De estas reglas es filosóficamente importante lo
siguiente: una inferencia puede ser satisfactoriamente demostrativa de la
verdad o falsedad de una conclusión, o solo puede ser medianamente satisfactoria.
Esto quiere decir que puede tratarse de una demostración deductiva, cuyo
resultado es, una de dos, verdadero o falso, y también puede ser una
demostración cuyo resultado es una verdad solo aproximada, con un grado de verdad
y otro grado de verdad incierta, hipotética, solo probable.
Al estudiar el uso de la inferencia en los contextos
cotidianos, Russell advierte que “todas las inferencias empleadas, tanto por el
sentido común como por la ciencia, son de especie distinta a las empleadas por
la lógica deductiva, y de tal naturaleza que, cuando las premisas son
verdaderas y correcto el razonamiento, la conclusión es solamente probable” (Russell,
1976, 199). De modo que llamó “inferencia no demostrativa” a esa clase de
inferencia que no ofrece total garantía en cuanto a su valor de verdad. Por
este antecedente se ha entendido que Russell es el “abuelo” de la lógica borrosa,
una rama tecnológica de la lógica informal. Sus padres fundadores son varios,
entre ellos, Max Black y Lofti Zadeh, pero sólo fue posible a partir de la obra
de Jan Łukasiewicz, eminente lógico de la escuela polaca.
Finalmente, se llegó a derivar de la inferencia
hipotética las mencionadas lógicas no estrictamente deductivas llamadas divergentes.
Hoy son de una enorme importancia para los lenguajes de computación y los
lenguajes que gobiernan programas capaces de adaptar la operativa de un
dispositivo en el mismo curso de la ejecución, lo que ha facilitado el
perfeccionamiento de la inteligencia artificial. De este modo, lo que podría
llamarse “mente de un robot”, en gran parte, es el resultado de aplicar programas
de lógicas divergentes en un muñeco que imita ciertas conductas humanas. Así
como la lógica formal y deductiva da un salto a partir del esfuerzo de Russell,
este hombre también facilita la aparición de las lógicas informales cuyas
características teóricas vislumbró y anunció luego de consagrados los Principia.
Pero, para terminar, digamos dos palabras sobre el fin último de este libro de
lógica.
Ningún libro de filosofía tiene una finalidad demasiado
precisa, aunque este no sea de filosofía estricta. Sin embargo, este libro de lógica
puede ayudar a que las ideas se produzcan en la mente de manera más favorable a
los fines del razonamiento, asistir a la intuición “en regiones demasiado
abstractas para que la imaginación pueda ofrecer a la mente la verdadera
relación que existe entre las ideas empleadas” (W. & R., 1981, 55). Si bien
Russell deseaba desembarazarse de las ambigüedades del lenguaje común, también estaba
atento a las emergencias de la imaginación y la intuición. Escribe en 1966: “La
cuestión de la idea que la gente tiene cuando usa una palabra pertenece a la
psicología; por otra parte, hay muy poco en común entre las ideas que dos
personas diferentes ligan a una misma palabra, aunque frecuentemente habrá más
acuerdo acerca de las ideas que considerarían apropiado unir a las palabras.”
(Russell, 1979, 214)
REFERENCIAS
ARISTÓTELES (1981). Tratados de Lógica (el Organon), edición de Fco.
Larroyo, México, Porrúa.
COHEN, Morris R. (1957). Introducción a la lógica,
México, FCE.
COPI, Irving M. (1978). Introducción a la lógica,
Buenos Aires, EUDEBA.
GRANELL, Manuel (1949). Lógica, Madrid, Revista de Occidente.
KNEALE, William y Martha (1980). El desarrollo de la lógica, Madrid, Tecnos.
ŁUKASIEWICZ, Jan (1977). La silogística de Aristóteles, Madrid,
Tecnos.
RUSSELL, Bertrand (1976). La evolución de mi pensamiento filosófico,
Madrid, Alianza.
RUSSELL, Bertrand (1977). Los principios de la matemática, Madrid, Espasa-Calpe.
RUSSELL, Bertrand (1979). Ensayos filosóficos, Madrid, Alianza.
RUSSELL, Bertrand (1950). El conocimiento humano, Madrid, Revista de
Occidente.
TARSKI, Alfred (1968). Introducción a la lógica y a la
metodología de las ciencias deductivas, Madrid,
Espasa-Calpe.
WHITEHEAD, A. y RUSSELL, B. (1981). Principia Mathematica (hasta el § 56), Madrid, Paraninfo.
ANEXO
I: EL LENGUAJE DE LA LÓGICA
Las
proposiciones (oraciones del lenguaje común) en lógica se representan con
letras (p, q, x, z, llamadas variables), y las relaciones que pueden
guardar entre ellas se representan con signos (llamados constantes), que
se corresponden con la igualdad (=), la negación (¬), la conjunción (˄), la
disyunción (˅) y la implicación (→). Los símbolos de estas relaciones entre
proposiciones se llaman juntores¸ por lo que se llama lógica de juntores
o proposicional a esta rama de la lógica.
La relación entre dos proposiciones, por ejemplo, “Si
sale el sol iré de paseo”, se puede representar mediante la implicación “si
sale el sol (p) entonces (→) iré de paseo (q)”; o con solo la fórmula: p → q.
Esto no significa que p sea verdadera; solo significa que, si p es
verdadera, q también es verdadera. La lógica se ocupa de establecer cuándo
resultan proposiciones verdaderas y cuándo resultan proposiciones falsas al
relacionarse secuencialmente unas con otras, pues para ella solo existen dos
valores de verdad.
Su tarea no es agrupar las que son verdaderas o
falsas, lo que sería una tarea de nunca acabar, sino establecer cuáles son las
relaciones o cálculos lógicos que garantizan la verdad o la falsedad. No se
ocupa de los contenidos de las proposiciones, es decir, de sus significados,
como se ocupa la gramática y la lingüística, sino de las combinaciones posibles
que dan lugar a conclusiones verdaderas o falsas; se ocupa solo de la sintaxis.
También se atiene a los predicados
en tanto designan propiedades de los sujetos. Pero no los toma agrupando todas
las propiedades posibles, pues sería una tarea sin fin. Solo se ocupa de
señalar cuándo un sujeto, que se representa con una letra minúscula, tiene una
propiedad que se representa con una letra mayúscula. De modo que P(x) indica
que x cumple la propiedad P.
Esta parte de la lógica se llama lógica de predicados
o de cuantores. E cuantor llamado generalizador establece que
todo x cumple una propiedad P, y el cuantor llamado particularizador,
establece que hay al menos un x tal que cumple P. Que “todas las flores son
bellas”, por ejemplo, se expresa con P(x), es decir, que todas las x (flores)
cumplen P (ser bellas). Esta lógica puede expresar, también, que hay una flor,
o al menos una flor, que es bella, y se escribe: (x)P.
ANEXO II: ARISTÓTELES Y LA LÓGICA MODERNA
La lógica de Aristóteles tiene antecedentes en Platón y en
Eudoxo, pero su desarrollo formal o silogística es una novedad en su época,
pues introduce la noción de silogismo. Aristóteles explica que “El silogismo es
un enunciado en el cual se asientan varias proposiciones deduciendo
necesariamente alguna otra proposición diferente de las asentadas, por la sola
razón de haber sido asentadas las primeras.” Las proposiciones a la cuales se
refiere contienen términos: “Llamo término al elemento de la
proposición, es decir, al atributo y al sujeto al cual es atribuido…” (Primeros
Analíticos, Libro I, cap. 1, §§ 8 y 7, respectivamente)
“Todo
silogismo aristotélico consta de tres proposiciones llamadas premisas.
Una premisa es un enunciado que afirma o deniega algo de algo. En este sentido
la conclusión es asimismo una premisa, puesto que establece algo acerca de
algo. Los dos elementos involucrados en una premisa son su sujeto y su
predicado. Aristóteles les llama términos, definiendo un término como aquello
en que se resuelve la premisa.” (Łukasiewicz, 15) Solo resta agregar que cada
premisa consta de dos términos, uno de los cuales entre todos no figura en la
conclusión. El siguiente es un ejemplo del mismo Aristóteles (Segundos
Analíticos, Libro II, cap. 16, § 4):
1ª premisa: Si todas las
plantas de hoja ancha son caducas
2ª premisa: y todas las
parras son plantas de hoja ancha,
Conclusión: entonces
todas las parras son caducas.
El
silogismo no se aplica a proposiciones que contengan términos singulares (una
planta, una parra, una planta de hoja ancha) y solo trabaja con términos
universales (todas las plantas, todas las parras). Se debe a que en el
silogismo el mismo término es usado como sujeto y también como predicado, y
ello solo se puede asegurar cuando los términos son universales (no se puede
inferir de “si una planta es de hoja ancha” que “todas las plantas son de hoja
ancha”, y no tiene lógica, al revés, afirmar “si todas las plantas son de hoja
ancha, entonces hay una planta de hoja ancha”. Esta es una diferencia
importante con la lógica moderna, que maneja proposiciones singulares. Además,
la moderna establece el cálculo cuantificacional en el cual se atribuyen a los
sujetos determinadas propiedades, sean sujetos universales o particulares.
Aristóteles también introduce el uso de variables,
una innovación que a él le parece natural y, por lo tanto, no define en ningún
lugar. Fue Alejandro de Afrodisia, uno de sus comentaristas antiguos, quien explica
el significado de este concepto: “Aristóteles presentó su doctrina a través de
letras con el fin de mostrar que no obtenemos la conclusión como consecuencia
de la materia de las premisas [de sus significados] sino como consecuencia de
su forma y combinación” (Łukasiewicz, 18).
En vez de usar palabras y oraciones del lenguaje,
Aristóteles usa letras, simplificando el silogismo y demostrando que las
variables pueden referirse a cualquier serie de proposiciones. En el ejemplo de
arriba, si A es caduco, B planta de hoja ancha y C parra, el silogismo se
representa así: Si A es predicado de todo B y B predicado de todo C, entonces A
es predicado de todo C. También, Aristóteles sustituye el “por lo tanto” de la
filosofía anterior por el “entonces”, que equivale al moderno “si … entonces…”
(implicación), que no es una afirmación indicativa sino un condicional. Además,
es notoria otra propiedad de los silogismos: “A tiene que ser predicado de todo
C”, en donde la palabra “tiene” es el signo de la necesidad silogística (ib.,
20), propiedad fundamental de la lógica antigua y moderna.
Sin embargo, y es la razón de por qué en el siglo XX se
desplaza a Aristóteles del centro de interés de la lógica formal, la
silogística tiene limitaciones importantes; una ya la señalamos: el solo uso de
proposiciones universales. Otra es que no cumple con los requisitos de la
formalización lógica. Aristóteles quiere descubrir las leyes del pensamiento,
pero no hay tales leyes. La lógica moderna, en cambio, no descubre leyes
que puedan gobernar el pensamiento y solo establece leyes para un sistema
que sortea contradicciones, ambigüedades y paradojas.
Para Aristóteles “solo pertenecen a la lógica las leyes
silogísticas expuestas mediante variables, pero no su aplicación a términos
concretos” (ib., 22). No guardan relación estricta con el pensamiento en
general. Las proposiciones lógicas no se relacionan entre sí por sus intensiones
(con “s” = contenidos, significados) sino por sus extensiones (en
qué sujetos cae la predicación). En Aristóteles se reducen a las proposiciones
universales. Los términos de las premisas se disponen de diferentes maneras
llamadas figuras: primera figura, segunda, tercera, cuarta figura.
Estas figuras son rígidas y no abarcan todas las combinaciones posibles entre
proposiciones. En la lógica moderna las variables se identifican según
representen “individuos” o “clases” de individuos. Una distinción muy
importante es la de variable “libre” (ej.: “x es un libro”, donde x es una
variable libre), y variable “aparente” (ej.: “para todo x, x es un libro”,
donde x es una variable aparente).
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