Han transcurrido muchos años desde su desaparición física y el prestigio literario de Octavio Paz (México, 1914-1998) se mantiene en todo su esplendor. Y hasta se ha incrementado en el presente siglo. Su juventud había sido embargada por los sueños libertarios y redentores del socialismo y por el ánimo nacionalista que México heredó de la Revolución iniciada con Madero en 1910, y que Paz supo mantener para sí y para siempre en algún rincón de la sensibilidad más íntima. Pronto su inteligencia, sus conocimientos multidisciplinarios y su profesión de diplomático le hicieron despertar de sus iniciales inclinaciones ideológicas y volver a una realidad personal y social que encontró necesitada de inspección minuciosa y de estudio sistemático.
Su oficio le permitió conocer el mundo y trabar amistad con representantes de las más ilustres generaciones de escritores y artistas de toda América, Europa y aún del Oriente medio y lejano. Su pensamiento y su sensibilidad se desarrollaron de manera muy particular, original, comprometida y valerosa. Las defendió en su vinculación personal con multitud de personas e instituciones, académicas y políticas, y las celebró en sus ensayos y en su poesía de tal manera que fueron reconocidas en su calidad, y siendo muy joven, por los mayores críticos en su país y en el ámbito académico americano.
Definió su ideario político y su concepción de la poesía y de la literatura
en general con gran originalidad, fundándose en un liberalismo de convicciones
muy firmes sobre la libertad, la justicia, la democracia, la cultura, y el
carácter típico del mexicano, que describió con el colorido de un pintor
surrealista. Dibujó la figura del “pachuco”, personaje de las “bandas de
jóvenes, generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del Sur y
que se singularizan tanto por su vestimenta como por su conducta y su
lenguaje”. Y también “las máscaras mexicanas”: “Plantado en su arisca soledad,
espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la
palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación”. A lo que
agrega: “Ante la simpatía y la dulzura nuestra respuesta es la reserva, pues no
sabemos si esos sentimientos son verdaderos o simulados”. Finalmente, “La
extrañeza que provoca nuestro hermetismo ha creado la leyenda del mexicano, ser
insondable”, los personajes representativos de su patria caricaturizados como
“hijos de la Malinche” (en El laberinto de la soledad).
Levantó el edificio de una obra ensayística y poética descomunal –recopilada
en catorce tomos– cuyas primeras manifestaciones tempranamente le posicionaron
como figura relevante de las letras del continente. Desde Darío y Montalvo, desde
Rodó, Bello y Herrera y Reissig, desde Lugones y especialmente Borges, a
quienes se unen Vallejo, Neruda, Huidobro, los narradores del boom, en
fin, se habían franqueado ya las fronteras de los países y hasta del idioma.
Fue Paz quien despertó el mayor interés por la intrepidez de sus opiniones y
porque se difundieron en un medio políticamente transicional, en medio de
guerras frías e imperialismos enajenados por las encendidas y frecuentemente
sangrientas disputas entre el liberalismo y el socialismo, la esclavitud y la
libertad, terrorismos y fascismos, el genocidio nazi, todo lo que se vino a
enmascarar bajo los intervencionismos militares y fundamentalismos religiosos que
imperan hasta el día de hoy.
Aumenta la gravitación de Octavio Paz en el mundo de las letras actual, y
sería extraño que los críticos más sañudos pudieran cuestionar los altos atributos
formales y el hondo humanismo de su obra. Es el autor de un escrito único en
teoría literaria y filosofía del arte: El arco y la lira, de 1956. Es un
ensayo sobre el poema, el lenguaje, el ritmo, el verso, la prosa y la imagen
literaria. No tiene el perfil de investigación historiográfica ni de crítica de
autores y aun menos de ejercicio filológico o de ensayo sobre versificación. Se
diría que responde al cometido de las reflexiones filosófico-sociológicas de la
literatura y el arte, al estilo de Lukács, Escarpit, Francastel, Hauser,
Fischer o Bloom, que diferenciándose de todos ellos se despliega e incrementa
gracias a su estilo luminoso, diferente, exacto en la adjetivación e intrépido
en las imágenes, especialmente a través de anotaciones que se descubren como
destellos fuera ya de la teoría convencional y de las citas y opiniones más
respetadas que también son transcritas.
No se trata sólo de poesía, prosa o música; también entran a tallar el
lenguaje íntimo y el lenguaje compartido por todos en la vida común y corriente,
con sus secretos lingüísticos, vacilaciones gramaticales y monumentos simbólicos
luminosos y sugestivos. Es una gran síntesis de las relaciones por lo general
inextricables entre la subjetividad que necesita expresarse y el universo exterior
al poeta. La inusitada explicación del fenómeno literario en manos de un
provocador, un francotirador que da en el blanco y que penetra la sensibilidad
sin que se sepa desde dónde dispara; el descifrador o detective del espíritu,
abogado defensor y acusador a la vez, moderador en las esferas de los debates
éticos y estéticos, del arte y del gusto, de la erudición y de los cultos populares.
En su disquisición se destaca la palabra, como no podía ser de otra manera
en un estudio sobre el poema. Pero no se trata sólo de la palabra convencional
ni de la palabra literaria en exclusividad. El tratamiento dado a la forma
lingüística es el que la abarca como creadora del mundo, no sólo de
significados, sentidos, referencias, nombres y verbos, figuras retóricas, sino especialmente
de cosas, seres, vidas, personas, individuos y sociedades. La palabra aparece
como la insospechada constructora de la realidad, de una realidad que es capaz
de responder a las posibilidades comprensivas de los humanos. Porque sin ella es
imposible referirse al mundo, comparecer como seres existentes en él, compartir
con los demás seres la experiencia interior, el pulso que se hace consciente y
que se expande por dentro mientras no se resigna a mantenerse en cautiverio.
La palabra se impone como instrumento del espíritu como se impone el
telescopio que es capaz de divisar lo que a simple vista resulta imposible, o el
microscopio que revela universos pequeños en los que se inmiscuyen otros más
pequeños. Es la detectora de las ondas que escapan del espectro inteligible
porque pertenecen al ámbito impenetrable de la sensibilidad intestina y subconsciente,
discreta y precavida. Al llegar la palabra, por arte de su magia inextricable,
plena de combinaciones felices, figuras bien delineadas, imágenes inesperadas, frases
fluidas y coloreadas, períodos musicales, cadencias, metros y acentos agradables,
y al inundarse con ella el ánimo, se descubren los ritmos propios, se detecta la
vida inconmensurable que yace escondida y que seguramente se desconoce.
Octavio Paz es el orfebre de ese deleite, ese especial refocilo con que
logra inundar al lector, satisfacer su necesidad de airearse. La acción
interior de salir y saltar al patio de una escritura que, al revelar las
relaciones misteriosas entre poesía y expresión común, ritmo y metáfora, verso
y prosa, se vale de la prosa poética sin que ningún lirismo inadecuado se
inmiscuya. Por el contrario, se podría decir que Paz compone su música
gramatical apelando a notas graves y bajos continuos que marcan una y otra vez
su analitismo espiritual. Parece una caligrafía sensual, una taquigrafía de los
sentimientos, una mecanografía de la vida y el mundo. Se ha dicho que es
también el que suscita el florecimiento de la nueva poesía en lengua española.
Su época es la de grandes celebridades, escritores destacadísimos que, huelga decir, Paz no viene a empañar sino sólo a complementar brillantemente, a darles el toque final, a terminar la obra entrañable de, entre otros mexicanos, Carlos Pellicer, Jaime Torres Bodet, Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, José E. Pacheco y otros tantos. Y a intercambiar opiniones con algunos amigos europeos: Claude Lévi-Strauss, José Gaos, Luis Buñuel, Emil Cioran, Roger Caillois, Saint-John Perse, Jules Supervielle, André Breton y otros tantos.
A ciento diez años de su nacimiento,
la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española dedican
su número conmemorativo del año 2024 al poeta y ensayista mexicano bajo el
título Corrientes Alternas, un volumen que, como es costumbre de estas
ediciones celebratorias, contiene estudios y retratos de calificados
conocedores de la obra del escritor.
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