Existe una característica principalísima, quizá más importante que la objetividad y la subjetividad, característica por la cual ambas se transforman y obran juntas en el desempeño de la inteligencia. En otros trabajos hemos llamado vecidad al fenómeno que genera el saber a través de la historia personal. Ahora nos referiremos a la trayectividad, neologismo con el que denominamos a la transformación que no nos ha ocupado demasiado hasta ahora por tratarse de una característica muy difícil de captar e imposible de comprobar experimentalmente.
El conocimiento o función
cognitiva se distingue por pertenecer mayormente al domino objetivo, en general
asociado a los sentidos del cuerpo humano. Mientras que el subjetivo se
distingue por asociarse a las emociones y a los sentimientos. El saber vécico,
a su vez, se distingue por relacionarse con la experiencia vicisitudinaria de
la historia personal. Por supuesto, la experiencia de vida de por sí se
relaciona con la objetividad y la subjetividad, pero no se relaciona tan fácil con
lo elaborado por el saber objetivo en colaboración con lo elaborado por la
actividad subjetiva sin que medie antes otra función fundamental que se genera
en el dominio vécico.
La vicisitudinariedad o
vecidad es el signo característico del conocimiento cuando depende del proceso
total de vida. La objetividad y la subjetividad se consolidan por ese proceso como
recurso principal y espontáneo del saber. No sólo la subjetividad pura y la
objetividad lisa y llana son los dominios en los cuales se desempeña el saber.
No es sólo la subjetividad, porque esa probidad del saber se forja en la
realidad más cruda, es decir, en la adversidad o historia vécica. Y no es la
objetividad solamente, porque lo vivido empírica y fácticamente experimenta el influjo
de la vida práctica y concreta que es impensable sin la poderosa intervención
de los fenómenos psíquicos: las pasiones, las emociones, los sentimientos de
todo tipo, los valores morales y religiosos, etcétera, presentes sobre todo en
circunstancias de riesgo, de soledad o desamparo.
***
El sujeto cognoscente opera desde sí, como yo, y opera desde su
entorno, como sujeto social. Quiere decir que opera como sujeto que desde sí
comparece ante el mundo, modifica su entorno y el entorno lo modifica a él. Su
saber, pues, su concepción acerca del mundo que le rodea, la necesidad de
ubicarse y encontrarse en paz en toda clase de circunstancias se debe en parte a
las condiciones objetivas en las que media la percepción. Y en parte responde a
los estados subjetivos, porque las condiciones le afectan, es decir, le
conmueven, le generan emociones y estados de ánimo particulares. Se sigue que ese
saber es vécico, porque percibe en el contacto físico con el entorno, aprende
después de comparecer en él, y concibe después de que el entorno
comparece en él.
Hay, pues, tres y no dos
clases de conocimiento o saber personal. Por subjetivo que sea, no puede
considerarse sólo el saber despojado del influjo de las cosas y los hechos; por
muy objetivo que resulte, no puede considerarse sólo el conocimiento de las
cosas y de los hechos que no han pasado por el proceso elaborador de la mente,
que incluye las emociones y los sentimientos. Sólo lo que ha comparecido por
fuera y por dentro simultáneamente puede llamarse conocimiento personal o
saber. Y aún necesita comparecer ante la constelación total, exclusiva y
selecta, personal y dilecta de la experiencia histórica del sujeto, de su mente
y de su cuerpo.
Hay conocimiento o saber objetivo,
hay conocimiento o saber subjetivo, y hay conocimiento o saber vécico. Nos
inclinamos a pensar que en el sujeto consciente los dos primeros se reducen en
el tercero; por lo que hemos de reconocer una diferencia entre conocimiento
y saber, reservando esta segunda denominación para la función cognitiva
de la persona en su desempeño común y corriente en la vida diaria.
Hace mucho tiempo que se
ha señalado la participación de los fenómenos psíquicos en los desempeños más
rigurosos del conocimiento objetivo, que son los de la ciencia. Y también se ha
señalado que en los desempeños más destacados de la subjetividad participan
destrezas y técnicas físicas, algunas meramente biológicas o instintivas, que
son las del arte. Se sabe que se da la integración funcional perfecta en
cualquier actividad humana, integración que tiene lugar en un dominio único en
el que se comprenden el cuerpo y la mente y cuyo puesto de control es el
sistema nervioso central. Pero tal integración incluye la historia personal, en
especial la que tiene que ver con los desempeños en los que el individuo ha
enfrentado la adversidad en los entornos en los que ha vivido. Por lo demás, no
ha sido estudiada esa participación fantasma que, sin embargo, tiene una indudable
importancia.
La vecidad no es sólo lo que por lo general
se entiende como experiencia, aunque nace a partir de ella. Es, más bien, lo
que la vida de una persona selecciona o descarta, aprovecha o desaprovecha de
la experiencia en el desempeño de toda clase de actividades en su vida. En
ellas se ha visto comprometido con su propia manutención, con la de sus seres
queridos, con el trabajo, con las relaciones sociales, en fin, con todo lo que
de una manera u otra le ha presentado resistencia y ha tenido que superarla
para salir adelante.
Como resultado de esas
vicisitudes no sólo ha adquirido memoria, de lo bueno y de lo malo, memoria que
le resultará una gran herramienta para enfrentar el presente y el futuro. Lo
importante, tanto como la memoria, es que ha adquirido ciertas pautas mentales
y de comportamiento, no sólo imágenes, ideas o conceptos determinados, no sólo
habilidades físicas. Ha adquirido patrones que actúan como reglas
formales a las cuales se adaptan otros contenidos en otras situaciones y bajo
otras condiciones de vida, en las que nuevamente se enfrentan apremios y
problemas generalmente en circunstancias que solicitan soluciones en total soledad
social y prescindiendo de ayuda o asistencia externa de cualquier clase. No
sólo enfrenta peligros de muerte o de enfermedad, por accidentes importantes; enfrenta
a diario pequeños problemas que tiene que resolver impostergablemente.
Circunstancias relacionadas con asuntos de orden familiar, laboral, de
convivencia; pequeños accidentes personales, escenarios en los que se requieren
soluciones perentorias, que no se pueden postergar sin antes encontrar o
improvisar una salida inmediata.
***
No se puede relacionar la subjetividad sólo con la imaginación y la
fantasía. La fuente de su generación y alimentación es el mundo real, como es también
la fuente de la objetividad, algo en que no se ha puesto la debida atención. La
fuente de la vecidad, igualmente, es el mundo real, pero sólo en
lo que tiene que ver con las características en que se ha implicado
operativamente el sujeto a través de su vida. Sabemos que lo objetivo tanto
como lo subjetivo funcionan en el individuo en tanto se han experimentado
vivencialmente. Pues bien, cuando se han experimentado de esa manera, vivencial,
concretamente, mediando la vivencia, es cuando interviene lo vécico y no
sólo lo objetivo y lo subjetivo. Esta es la diferencia sustancial entre esas
características del saber humano.
El sujeto no se encuentra
en un mundo de percepciones ni en un mundo de imágenes, conceptos o ideas. Ni
la expresión “se encuentra” que hemos usado es la apropiada para referirnos a
aquello que se tiene como conocimiento ni a aquello de lo que nace ese
conocimiento:
el sujeto
no vive en un mundo de estados de conciencia o de representaciones, desde donde
creería poder, por una especia de milagro, actuar sobre las cosas exteriores o
conocerlas. Vive en un universo de experiencia; en un medio neutro respecto a
las distinciones substanciales entre el organismo, el pensamiento y la
extensión; en un comercio directo con los seres las cosas y su propio cuerpo.
El ego, como centro del que irradian sus intenciones, el cuerpo que las lleva,
los seres y las cosas a las que ellas se dirigen no están confundidos; pero no
son más que tres sectores de un campo único (Merleau-Ponty, 264).
Si objetivo es lo
que no depende del sujeto que conoce, y subjetivo lo que depende,
entonces trayectivo (de “trayecto”, del latín trajectus: “lanzar
más allá”, “cruzar”, Joan Corominas, Diccionario filológico de la lengua
castellana) es lo que intermedia entre el sujeto que conoce y el objeto que
se conoce. Se trata del trayecto que recorre el objeto hacia el sujeto y el
sujeto hacia el objeto, si se admite el neologismo, que parece necesario para
distinguir con claridad la dinámica del fenómeno. Habría, así, tres
características fundamentales del saber personal: la objetividad del objeto, la
subjetividad del sujeto y la trayectividad entre el sujeto y el objeto o
relación de intermediación y muto intercambio entre la objetividad y la
subjetividad.
La trayectividad, pues,
comprendería el saber emergente de los cambios, de la serie de modificaciones y
transformaciones en el sujeto y en el objeto en la experiencia de vida,
transformaciones captadas y registradas por el cerebro. Se podría decir, en
lugar de “experiencia de vida”, “historia de vida”, y nos valemos de esta
expresión en general; pero sabiendo que nos referimos al proceso y no al
tiempo. Trayectivo es, entonces, el sesgo del conocimiento surgido de la
vicisitud; el caudal que aporta la historia en el proceso por el cual el sujeto
comparece en su entorno de mundo, activándolo y transformándolo, mientras se
activa él también y se transforma como efecto de esa comparecencia. La
trayectividad es el carácter del saber resultante, combinación activa de
objetividad y subjetividad, es decir, de un saber no dependiente ni
independiente del sujeto, sino interdependiente, resultado de confluir la
experiencia decantada por las permanentes transformaciones en el campo integral
que componen la mente y el cuerpo.
La vicisitud está
en la base de esa interdependencia, fuente del saber vécico. En la subjetividad
pura ya está, por supuesto, la impronta de la vicisitud; si bien se refleja
allí como huella, no se refleja como imprimación útil para el conocimiento.
Porque si se reflejara no sería pura subjetividad ni siquiera propiamente
subjetividad. Más bien, sería objetividad o casi objetividad. El neologismo
permite superar esa insuficiencia al destacar el influjo de una clase de saber
que no es de fuente completamente objetiva ni completamente subjetiva.
Es, en cambio, saber en permanente superación por
fuerza de las innumerables modificaciones, afinaciones, elementos aprovechados
y elementos desechados, apartados o eliminados en el plano espontáneo de la
conciencia inmediata. En ese plano, acotado especialmente en la vivencia, intervienen
aprendizajes asistidos, aprendizajes autodidactas, asimilaciones conscientes y
subconscientes, comprobaciones prácticas, descubrimientos, etcétera.
Si el saber subjetivo es
fenoménico y el saber objetivo es fáctico, el trayectivo es vécico, es decir, vivencial,
histórico, procesal y autónomo. Decimos “fenoménico” respecto a un saber conectado
con las emociones y sentimientos, es decir, ligado a los fenómenos psíquicos y a
lo que tiene que ver con la intuición (vertiente que nace de la cantidad o
acumulación de experiencias). Decimos “fáctico” respecto a un saber conectado
con los sentidos u órganos receptores o perceptivos del cuerpo, en directa
comunicación con el sistema nervioso central. Y decimos “vécico” respecto a un
saber que nace del contacto directo con el entorno en la experiencia de vida
(vertiente que surge de la selección o cualidad).
***
La información “cruza” o “va más allá” en el trayecto de los receptores al cerebro
por las vías neurales, y actúa desde el cerebro a los receptores. El sujeto recibe
información del objeto, pero también genera condiciones transaccionales de orden
electroquímico necesarias para aprehender el objeto. En esto media una compleja
estructura nerviosa encargada de transmitir las señales de los receptores del
cuerpo que recogen las neuronas y transportan a lo largo de sus axones y
sinapsis electroquímicas hasta el cerebro (Damasio, 5, 149). Al final del
proceso, y en lo que tiene que ver con el conocimiento, el sujeto tiene lo
necesario para tomar plena consciencia de la situación que vive y de formar una
idea acerca de lo que tiene para elegir en cuanto a su mente y a su conducta en
cualquier situación dada.
Ahora bien, en ese proceso
se forja la verdad, es decir, la impresión de significados que
intermedia o trayecta entre el objeto y el sujeto; es decir, entre el medio y
el mediador o medianero. Es un término medio entre dos realidades en oposición,
oposición debida a la adversidad. La verdad es la respuesta del mundo a la
pregunta sobre el mundo o realidad del mundo. Por lo que la verdad no es la
realidad del objeto entendida por lo que es en sí (independiente de la
apariencia), ni responde a la realidad del sujeto en tanto ente o ser pensante
y cognoscente. No es información ni concepto sino trayección de la que surge un
estado de cosas en el que se puede confiar. Es una versión necesaria acerca del
mundo debida fundamentalmente al saber trayectivo.
Por intermedio del sujeto
el medio proporciona un promedio o término medio de posibilidades de compatibilizar
las condiciones de vida con la realidad del entorno de vida. El término medio
enfrenta lo favorable y lo desfavorable para la vida humana, la permanencia en
el mundo y la posibilidad de supervivencia. El término medio, en el que deposita
su confianza y su saber, sólo es medio
porque media (trayecta) lo que ha aprendido y lo que le proporciona la
vivencia, el contacto dinámico, directo y único con la circunstancia de vida y en
aquellas veces en que ha sabido vencer obstáculos, superar inconvenientes, es
decir, enfrentar la adversidad que le acecha a cada instante. Confianza y
saber, por ende, son las dos facultades que inician la posibilidad de la vida
consciente; una facultad ética y una facultad gnoseológica que contribuyen en
la constitución de la verdad.
Se puede decir, pues, que el
individuo media en el medio, sean el individuo y el medio que fueren, sea
la que fuere la clase de mediación: actividad, empleo, oficio, profesión, trabajo,
relaciones cualesquiera por medio de las cuales se sobrelleva la satisfacción de
las necesidades primarias y secundarias. La verdad es el resultado posible de
“averiguar”, “presentar como verdad” o “verificar” (Joan Corominas, Diccionario)
un objeto o complejo de objetos por parte del sujeto cognoscente. Pero la
trayección es más bien veri similis o verosimilitud comparada respecto a
la comprensión ya firme en la conciencia, es decir, al saber vécico.
***
“Subjetivo es todo lo que pertenece al sujeto” (Nicola Abbagnano, Diccionario
de filosofía). Ahora bien, se puede discernir lo que pertenece al sujeto y
lo que es el sujeto. ¿Subjetivo es todo lo que pertenece al sujeto o es en
exclusiva lo que el sujeto es en sí, su yo, la facultad de conocerse y
reconocerse interiormente y con conciencia independiente del influjo externo? Es
lo que pertenece al sujeto en su realidad en sí, o, por el contrario, es lo que
la opinión adjudica al sujeto en una realidad fuera del en sí. Porque
el sujeto vive sometido a la imagen fraguada por los demás, de acuerdo a la
imagen que el entorno social forma de él, y no tanto por la que él se forma de
sí mismo.
La inserción social del sujeto depende de cómo sea
interpretada en el contexto que le corresponde en su circunstancia de vida. Depende
más de lo que es deducible de ese contexto que de lo que el sujeto es en
realidad, y de lo que el sujeto hace procurando ser lo que cree ser. El
contexto social es el que opina y aun decide, el que clasifica en términos que no
hay cómo negar que son lo objetivo en el caso; porque lo que opina el sujeto al
respecto es subjetivo. Lo social es el factor que en definitiva define lo que
es el individuo, el autor de la definición objetiva, aunque le atribuya lo que no
es ni pertenece al sujeto, sino a lo que sólo aparenta. Lo subjetivo, pues, no
es sólo lo que pertenece al sujeto; no es el sujeto en sí. Lo subjetivo y lo
objetivo, al menos en el plano social, queda fuera de lo que pueda servir de
fundamento para definir al sujeto en cuanto persona, es decir, en cuanto
individuo como otros de la especie.
Y en lo que respecta a la colectividad toda, a la
sociedad en general, el sujeto es definido como sujeto de derecho, que es una
forma de racionalización de las subjetividades fundada en los principios
objetivos que rigen la actividad social. En cuanto a lo que no cae dentro de la
órbita del derecho, existen normas éticas, reglas del buen vivir a las cuales
también el sujeto rinde cuenta. Todos casos en que es lo externo, el consenso,
la norma, esto es, lo presumidamente objetivo, lo que define lo subjetivo. Sólo
una definición que tuviera en cuenta lo trayectivo podría aunar los planos
objetivo y subjetivo fundándose en la historia de vida y salvando la valla de
los subjetivo puro. ¿Pero cómo?
Aunque los entendidos no
hablen de modalidades que aúnen lo objetivo y lo subjetivo, lo trayectivo se
manifiesta desde siempre y en todos los lugares en que existen y coexisten
seres humanos. Se vuelve notorio, especialmente, con los individuos que se
destacan entre los demás y en diferentes especialidades y profesiones sin que
hubieran recibido una educación esmerada, familiar o formal. También, en
aquellas personas que, aunque fuesen formadas en las más avanzadas
instituciones de enseñanza, en las que se tuviera el cuidado de trasmitir el
conocimiento más riguroso, consensuado y actualizado, descubren aspectos
inusitados y jamás trasmitidos por esas instituciones, abren caminos
insospechados, inventan ingenios, asuntos todos inalcanzables por vía de la
racionalidad pura o de la experimentación guiada y controlada. ¿Cómo proceden o
qué es aquello en que se basan, lo objetivo o lo subjetivo?
Hay una vertiente casi del
todo ignorada o, mejor dicho, muy difícil de reconocer en sus detalles. Es la
experiencia, pero no la experimentación científica sino lo que muestran los
mismos hechos en la vida privada común y corriente. Es aquella experiencia personal
colmada de inconvenientes, problemas, misterios y desafíos, pequeños éxitos
seguidos de grandes fracasos. Es parcialmente recordada por el sujeto, y queda
en el domino subjetivo, aunque a veces no es registrada por la memoria. De
cualquier modo, es incorporada al saber personal, a la inteligencia, por vías
totalmente desconocidas o que apenas han explorado las neurociencias.
Se podría decir que obra
la única y solitaria experiencia personal, no asistida directamente, o que la
experiencia personal logra activar como extraordinaria asociación de todas las
fuentes del conocimiento disponibles por un solo individuo, en el cual la
integración de la mente y el cuerpo ha funcionado exquisitamente. También se
podría decir que en tal caso se estaría en presencia de lo trayectivo. Es posible pensar en la consolidación de lo
subjetivo y lo objetivo, de una acción suprema del físico, el pensamiento y el sentimiento
ante la adversidad extrema y la desolación.
***
El poder de superación en el ser humano no se puede definir como se define
el poder de una fuerza mecánica, ni como se define el de un cirujano que mediante
una intervención salva la vida de un enfermo, o como el de un psicólogo o el de
un psiquíatra que cura a un paciente que sufre. El individuo que lucha contra
la adversidad no dispone de un poder previamente acomodado a las exigencias de
un problema dado; responde con lo que tiene, con el poder que sólo han generado
sus solas y propias fuerzas. Pero no hay cómo investigar ese poder, conocer
cómo se originaron esas fuerzas y cómo operan. No hay testimonios que muestren
cómo un hecho, una situación difícil, una elección crucial en un momento en que
hay que decidir entre una sola de dos o más posibilidades pueden terminar
enriqueciendo el poder de resolución de problemas del sujeto, y con ellos el
poder de superación. No hay nada para comprobar la trayectividad, aunque
funcione patentemente y tenga sus resultados provechosos.
También se manifiesta
furtivamente en cada acto de cualquier persona que en una circunstancia dada tiene
que resolver problemas. Sin que se pueda descifrar qué vertiente de la
sabiduría personal es la que interviene, como se reconoce el procedimiento que
da con la incógnita en una ecuación matemática, o el que sirve para hallar los ingredientes
de un compuesto químico, la persona encuentra una solución para el problema que
traba el libre curso de su vida o de los otros. En ningún caso alcanza con
remitir ese poder a los dominios de la objetividad o de la subjetividad. En
algunos casos se remite a ambos, explicando que tal o cual solución se ha alcanza
haciendo que intervenga todo lo que el sujeto posee como acervo de sus
capacidades integradas. Pero no se dice cómo se han integrado ni que ambos son algo
muy diferente a compartimentos estancos o partes de un sistema dividido en dos.
Por lo que sería del caso
reconocer una característica del saber que funciona en el dominio subjetivo,
pero que está en plena comunicación con el mundo físico y real, como lo está el
dominio objetivo del conocimiento. Que se trata de una función que en la
intimidad del yo está abierta al influjo directo de lo exterior, y no en
una intimidad aislada, hundida en las profundidades oscuras del subconsciente o
aun del inconsciente. Que se comunica con el mundo por la actividad de las
pasiones, emociones y sentimientos, pero también con el mundo por la actividad personal
del individuo, en su presente y en su historia. Que el yo no puede describirse
mediante la forma de un embudo que hunde su vértice en lo profundo de la
subjetividad, sino mediante la forma de un paraboloide, cuyos extremos se abren,
uno al presente actual externo y otro a lo que en definitiva es su presente
histórico interno.
Ese yo abierto al mundo que
trasmiten los sentidos en lo actual, y abierto al mundo histórico impreso en el
cerebro, sería el responsable del saber vécico, de las habilidades
inexplicables, de los genios, de las personas que desarrollan poderes no
comunes a raíz de accidentes o enfermedades, de los prodigios que, sin que
trasciendan, son capaces de generar todas las personas en sus menesteres
hogareños o laborales. Sería el acomodador de la función trayectiva de la
inteligencia.
MERLEAU-PONTY, Mauricio (1976). La
estructura del comportamiento, Buenos Aires, Librería Hachette.
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