G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: enero 2025

miércoles, 22 de enero de 2025

LA FILOSOFÍA URUGUAYA COMO PROBLEMA FILOSÓFICO

La filosofía uruguaya, con cualidades de primer orden en su historia, fundamentos teóricos originales y destacada erudición, pierde sus cualidades en las últimas décadas del siglo XX y primeras del XXI, con algunas excepciones que no alcanzan gravitación pública.

 

En el siglo XX gran parte de América Latina se sacude por la actividad política tensionada, fuertemente dividida y hasta armada. Después de la Segunda Guerra Mundial y con la Guerra Fría las sociedades suramericanas quedan bajo la influencia de los dos grandes polos ideológicos prevalecientes. El pensamiento uruguayo se nutre de las doctrinas que subyacen en estos acontecimientos y desembarcan aquí para despertar la conciencia política local hasta entonces medio adormecida.

Acostumbrada a los círculos políticos o intelectuales, esa conciencia se despliega en las reuniones de amigos, en los comités partidarios, estudiantiles y obreros, escapa a las calles y se infiltra hasta en las familias. Ha quedado bien atrás la puja entre el espiritualismo francés y el positivismo anglosajón, debate del siglo XIX. El XX registra la otra puja no filosófica sino ideológica entre derecha e izquierda. Así, la ciudad letrada decide y da el paso hacia los nuevos tiempos, especialmente mediante el materialismo.

Se consolida la laicidad y los estrados académicos optan por el espíritu científico. Pero ya no se trata del materialismo de Herbert Spencer sino de Marx, en tanto la sociología es de Durkheim, la psicología de Watson, la economía del mercado y la propaganda. El arte acompaña en la pintura con el no figurativismo, en la música con el atonalismo, en las letras con la littérature engagée.

Estereotipado por la ortodoxia internacional, el marxismo es esgrimido antes como imputación al capitalismo que como sistema político plausible en el aquí y ahora. La mayoría de los intelectuales es seducida por la acción social, como a veces ocurre y al revés de lo que se podría esperar, tratándose de ideas: predominan los hechos y la pregunta “qué hacer”. Arraiga el concepto de “conciencia de clase” en detrimento de los principios e ideales de la democracia tradicional.

El paso del pensamiento social del siglo XIX al XX brinca con la asombrosa agilidad de la generación del 900, y es estudiado, explorado y explicado con solvencia sociológica, historiográfica y filosófica en la obra de historiadores, filósofos, ensayistas y pedagogos. Luego de la generación del Centenario las transiciones se vuelven más lentas, y en los autores del 45 se acusa ya la división en materia ideológica según los nuevos cánones. Para algunos de ellos el mismo 900 y el pensamiento social de José Batlle y Ordóñez y Luis Alberto de Herrera son expresiones del conservadurismo o del reformismo económico al no encajar del todo ni en el liberalismo clásico ni en el socialismo ortodoxo.

Mientras tanto, quienes rechazan las implicaciones ideológicas y políticas de los nuevos materialismos, con algunas excepciones, incurren en la prolongación del pasado sin evolución, en el consecuente estiramiento de las décadas de quietismo y escasa reflexión, desde el fin de las guerras civiles. Se generan dos actitudes que parecen ganar a buena parte de la población más activa y comprometida: todo está bien o todo está mal, sin mayores términos medios.

 

EVOLUCIÓN POLÍTICA Y SOCIAL

 

Aunque cambian los tiempos, escasean los proyectos de gran aliento, el país no se vincula a América Latina que, incomunicada, merece el título de “lacustre” (Fabregat Cúneo, 72). Se impone la alta burocracia que practica una política de escritorio, dispone los despachos administrativos del Estado como salas de atención correligionaria; en los cajones vacíos hay sólo tarjetas de presentación, símbolos del arribismo y del nepotismo.

En el nivel intelectual y profesional universitario se producen grandes cambios: los jurisconsultos ya no son filósofos, los notarios ya no son los cultores del idioma que fueron; los arquitectos no proyectan, los médicos no auscultan, los ingenieros no calculan, los profesores no profesan. La conciencia nacional y la intelligentsia desvían su atención hacia la comodidad, los estereotipos tecnológicos, la simplificación de los grandes problemas despreocupadas de la condición económica nacional casi oculta.

El arte, el pensamiento y la educación, otrora de gran jerarquía, quedan sin evolución genuina y se estancan. La nueva mentalidad no responde a un nuevo proyecto de sociedad, sino sencillamente a que se deja de atender el único proyecto de vida que había. Entre nosotros se produce también un “camino abandonado” (Hayek, 2022, 51).

Los jóvenes, ansiosos por satisfacer el ideal de libertad que los caracteriza, se sensibilizan ente las calamidades del gran mundo más que por las propias. Para muchos se vuelve perentoria la necesidad de acción, en busca de una modernidad que exonera de todo empeño por la formación personal, los viejos principios éticos, el trabajo más como símbolo de explotación que como fundamento del éxito.

Del embrollo no surge algo nuevo, sino más de lo viejo, lo que en otros tiempos y latitudes sostenía el ideal revolucionario. En las últimas décadas del siglo pasado, calmados los vientos absolutistas, se apaciguan los ánimos, se llenan los anchos vacíos políticos con una revaloración de la democracia o, más exactamente, volviendo a valorar la democracia como régimen de representación general, libre pensamiento y derechos humanos.

Pero no se sondea en los fundamentos del régimen al cual se vuelve después de la dictadura. Se retoma en el mismo estado de evolución en que estaba con anterioridad a 1973, y se vuelve a instalar, con presidentes de gran reputación y experiencia a la cabeza, sin que la inteligencia nacional sienta la necesidad de ahondar en su espíritu, en el fundamento filosófico y social de un sistema que literalmente se había roto

No se profundizan los partidos políticos, la dialéctica del gobierno y la oposición, la función de las organizaciones sociales y laborales. No se siente como necesaria la autocrítica en el nivel teórico y se gasta tiempo y esfuerzo en inculpar al adversario por los males del pasado. El viejo régimen político y económico enfrenta las nuevas turbulencias del mercado internacional casi sobre las mismas bases que regían, dirigían y controlaban los estamentos socioeconómicos de antaño.

Empieza a dibujarse con nitidez lo que hasta entonces permanecía subterráneo, aunque efervescente, impaciente y presto a hacerse conocer. Embarga a la filosofía, a los filósofos y sociólogos, el afán de participar desde el plano de la política y la filosofía social. Al mismo tiempo, se oyen las voces incipientes de las minorías y de los grupos que se expresan a través de las redes sociales. Desplazan o reubican los emblemas, o los depositan en el fondo, mientras que en la superficie aparecen banderas enarboladas en celebración de los necesitados de asistencia. Se perfila una nueva causa de reivindicación, cuyos fundamentos teóricos se van a encontrar, paradójicamente, en las mismas ideologías que habían servido a las viejas aspiraciones.

 

UNA PINTURA QUE SE MANTIENE

 

Carlos Real de Azúa había denunciado “las raíces de la crisis uruguaya” y hablado de la “renuncia a movilizar una ética nacional con exigencias, sacrificios”. Se refería al “ideal no malvado pero sí algo burdo de felicidad”. A “descansar en ese hedonismo de los individuos y los grupos de interés (resorte que a la larga y en verdad, mostraría ser el único capaz de funcionar efectivamente).” (Real de Azúa, 50)

Casi sin advertirlo se comprometió la suerte del país a extremos insospechados debido a la “‘democracia radical de masas’, de tipo francés y su correlativo acento ‘jacobino’, dogmático, intensamente igualitario, secularizador” (ib., 72), atribuido al batllismo, pero creemos trasladable más allá del batllismo y comprendiendo buena parte del pensamiento político uruguayo. El influjo de una “burguesía nacional” (ib., 74), la “desconfianza al elemento individual en la elección política, la primacía del partido afirmada sin cortapisas”, la eterna recurrencia “al caudillaje político de mediano nivel, a exlegisladores y a algunos figurones banderizos o familiares a los que, en porcentaje abrumador, se recurre” (ib., 93).

El cuadro se enmarca en algunas de las particularidades de la “sociedad de masas”, en las “onerosas pautas de simplificación, infantilismo, pasividad, automatismo, superfluidad, contagio mental, anomia, vacío espiritual y fin de todas las ‘fidelidades’ ideológicas y tradicionales. En ese proceso como colectividad estamos, y todo el volumen de la ‘masa media’ prefabricada, todo el estruendoso fracaso de nuestra educación en sus varios niveles lo alimenta” (ib., 101).

Real de Azúa señala dos debilidades: el “móvil filosófico cultural” y la “ceguera al contexto”: el olvido o desprecio de lo que significa para la clase media y obrera la “estructura agraria” uruguaya, la “desatención a los fenómenos y desequilibrios de una situación de marginalidad en un medio cultural tan intensamente europeizado como ya era el nuestro” (ib., 115). Y, todavía, el “inverosímil optimismo”, la “sistemática ceguera a la dureza acechante de la historia” para “una colectividad a la que se acostumbró al constante reclamo […] a la que se aflojó hasta un ritmo de trabajo propio de tiempos idílicos […], a la que se hizo creer que tras el éxito de los primeros esfuerzos, la plenitud del reino, y sus ‘añadiduras’, habían llegado” (ib., 117).

Con escasas excepciones se puede agregar que hoy no hay mucho que cambie en el cuadro, pues, especialmente en cuanto al “móvil filosófico cultural”, no se registra ninguna novedad relevante en el período de las últimas décadas desde la vuelta a la democracia. No hay pistas de un derrotero que oficie como sugerencia general, de enarbolar una bandera distintiva en el concierto de una filosofía social de inspiración propia.

La interpretación del pasado, si bien al principio se esfuerza por el esclarecimiento de los hechos, pronto adopta las estrategias propias de los intereses políticos. La elaboración del duelo se menoscaba por el afán de publicitarlo, promoverlo en procura de la justicia social. La filosofía de la historia, a su vez, en que se apoya buena parte de la historiografía nacional, se muestra renuente a cumplir con lo que a ella más que a ninguna otra ciencia le corresponde: encender la luz que muestre la conexión de los tiempos. No aprovecha la descripción de los acontecimientos para instalarse un paso más allá de modo de prevenir sobre lo que adviene, forjándose más como militancia que como hermenéutica, monologando más que dialogando.

 

FILOSOFÍA POLÍTICA

 

La filosofía uruguaya, adelantada en la región en el marco de la prestigiosa tradición panamericana, se transforma en “filosofía práctica”. Poco tiene que ver con la “crítica de la razón práctica” y se define como actividad intelectual ideologizada, con el propósito de ocupar el lugar del pensamiento filosófico, mientras que el legítimo, el de la filosofía total, práctica pero también teórica, es clausurado.

La filosofía práctica puede contribuir en cantidad de importantes aspectos sociales, pero no en todos. Las sugerencias respecto a los problemas masivos, impersonales o demasiado generales, que precisamente ocupan la atención primordial de la filosofía política, pueden ser oportunos y benéficos y también pueden marginar otros igualmente importantes, ya no políticos, como la desesperanza, el desencanto, la frustración, la angustia, el suicidio.

Esta filosofía, al ocupar el pódium de la filosofía académica, se abroquela tras el modelo de la denuncia y desdeña el análisis, descuida lo que a ella específicamente le corresponde: más que la narración, la reflexión; más que la toma de partido, el análisis de los partidos. No se intenta trazar un nuevo camino sino más bien advertir sobre la inconveniencia de seguir alguno de los que se presentan en el cruce de las sociedades contemporáneas con las ideologías políticas.

De esta manera, la filosofía sigue a la política en sus fundamentos estrictamente ideológicos, al revés de como ocurriera antaño. No es ella la que inspira y mueve la voluntad política sino la que se deja embargar por ella, y la que aspira a levantarse como una herramienta proselitista más, aunque refinada y respaldada en el movimiento afín de orden continental. Se podría decir que, hasta hoy, no ha aparecido la voluntad capaz de impulsar una filosofía de nuevo orden, acompañar a la política y a la cultura convencional con un pensamiento que pudiera inspirarlas y desarrollarlas.

No es posible hoy una crítica confiable de la filosofía de los últimos años, y es suficiente con presentar lo que pueda encontrarse en ella como problema. Se trata de un problema filosófico si de la pregunta se espera no exactamente una respuesta estricta sino, más bien, una aproximación a la respuesta estricta capaz de formular la pregunta de otra manera. Se podría preguntar: ¿cuál ha sido la suerte que ha corrido la filosofía uruguaya en las últimas décadas? La pregunta buscaría establecer, en su pretensión más simple, cómo le ha ido a la filosofía en este país, si bien o mal o regular, como comúnmente le va a cualquier empresa de cualquier naturaleza. Pero, como problema filosófico apenas es posible ensayar nuevas respuestas o aun procurar nuevas preguntas; solo se puede cobrar conciencia al respecto.

Habría quizá una sola pregunta posible, pero no es del todo filosófica: ¿qué ha ocurrido? Es preciso desenrollar este ovillo entre cuyas fibras se desdibuja un drama. Porque se han modificado los ideales de la filosofía, si se puede mencionar con esa palabra la más alta aspiración de la filosofía clásica de Occidente en el caudal correspondiente de historia y geografía. Tal vez es mejor limitarse a la más simple denominación de programa de filosofía: así se podría afirmar que se ha modificado el programa, volviéndolo al servicio de cometidos hoy bastante ajenos a su natural designio.

El “móvil filosófico cultural” ya no es filosófico: es político o es comercial. Está al servicio de las ideologías políticas o de los dividendos que resultan del consumo por parte de una población encandilada a la cual se ha arrebatado la antigua cultura. Una cultura política estándar le ha sido inculcada, ha embargado sus ideas y su reflexión, en detrimento del profundo papel que había desempeñado en su formación colectiva y personal.

Flota en el ambiente una roma filosofía de la cultura incapaz de ofrecer bases para un resurgimiento, para contribuir en una política de resarcimiento histórico. No puede con quien podría caracterizarse como desvalido cultural, que se encuentra en todas las capas sociales, desde la más baja hasta la más alta en la escala de condiciones económicas. Si no hay un desvalido filosófico es poque la filosofía nunca llega a expandirse entre el conjunto de las personas como se expande y afirma una cultura, los sentimientos, la moral y las costumbres.

 

FILOSOFÍA Y CULTURA

 

La filosofía puede servir para algo, y los próceres rioplatenses se encargaron de hacer de ella el fundamento de una educación y de una civilidad inspirada en la prosperidad y en el crecimiento interior de la persona, no solo en el externo que por lo general es inducido interesadamente. La filosofía en el Uruguay ha hecho el tránsito de una filosofía general, de filosofía sin más, a una filosofía social de carácter enunciativo, descriptivo y denunciante. Lo que no significa nada malo si el problema surge al confirmarse como filosofía social de carácter político. No hay nada para reprochar a la filosofía política y, por el contrario, hay para apreciar por su valor intrínseco dentro de su campo de expresión. El problema le cabe en responsabilidad directa a la filosofía cuando se consolida como un programa de acción y proselitismo.  

El problema es filosófico porque, si bien corresponde todo el derecho a quienes desean cultivar una filosofía política de tendencia, se presenta como problema filosófico si se concibe como filosofía sin más, disciplina o “ciencia del espíritu”, principal entre las humanidades. Se trata de la situación intelectual de una cultura estatuida de oficio en el panorama del Uruguay contemporáneo, y que no influye en el plano social como influyó benéficamente en otros tiempos. Centralizada, encerrada en un círculo de hierro, en camino a “oficializarse”, la filosofía pierde libertad y tiende a esquematizarse y a anquilosarse.

Hay también una situación no exactamente intelectual, que aparece en la historia de los pueblos en casi todas las épocas. Pues, de alguna manera, sea por inducción, ósmosis o simple imitación, se produce un deslizamiento empático de esa situación intelectual en el medio ambiente, como filosofía de vida, ya exacerbada sin ayuda de ninguna filosofía alambicada o de sistema.

La doctrina de la praxis generalizada se impone sobre cualquier otro orden de aspiraciones en los campos de la educación y de la promoción cultural por parte de los gobiernos. El resultado es el deterioro de la capacidad de reflexión, fijación de grandes metas, discurso ético y axiológico, la gradual desaparición del carácter orientador de la acción política de las instituciones oficiales y civiles, del espíritu de una política nacional y de las más altas obligaciones de los estadistas y administradores.

Las ideas y los ideales de la mentalidad civilista y autogenerante de fines del siglo XIX y principios del XX se levantan sobre el legado de la tradición, acompañados sin grandes conflictos por los modelos más prestigiosos del pensamiento social europeo y norteamericano. Luego sobreviene una mentalidad desestructurada, la tendencia mental que se pone a cubierto de la tradición en un estado de gozoso conflicto con ella desde que le parece de contenido añoso y en divergencia con la actual marcha del mundo.

En general, esa actitud mental se rinde sin condiciones ante los peores modelos que la globalización desembarca en el país en nombre del pensamiento y el arte. El fenómeno no es privativo de una clase social, ideología política determinada, como bien podría pensarse, de ningún estamento de la fragmentación social ni de ninguna condición intelectual o profesión; es masivo y no carga con responsabilidades específicas.

Se llega pues a dibujar la filosofía uruguaya como una filosofía que pierde su marco legitimante, que se desliza desde lo filosófico hacia lo sociológico, y aun desde lo sociológico hacia lo político. Sin que en su especificidad resulte nada inconveniente, y mucho menos espurio, repetimos, no cuadra con la filosofía como disciplina sin más, como “ciencia del espíritu” o como quiera llamarse el legado que provee la tradición desde los antiguos griegos.

 

FILOSOFÍA SIN ATRIBUTOS

 

La injerencia del pensamiento consuetudinario, en la cual los rasgos culturales ejercen un gran influjo, experimenta una enorme pérdida en lo que es de su exclusiva propiedad: el hallazgo de nuevos puntos de vista y la generación de acciones e ideas originales. Pierde la capacidad de dar con estos hallazgos porque antes pierde la capacidad de procurarlos al empeñarse con todos sus esfuerzos solo en el sentido práctico, y al limitar el empeño en un plano de extremo teleologismo y de solapado proselitismo.

Una variedad de discursos, estampados en libros colectivos o personales y en artículos periodísticos, termina como masiva elaboración sobre diversidad de asuntos que simulan pensamiento filosófico. Expresiones de poca originalidad, no del todo claras e inspiradas en referencias bibliográficas de cajón, sostenidas en muy flojas gramáticas y sospechosos protocolos enrevesados, esperables o previsibles. Se ha dicho al respecto “que el país vivía una crisis de la filosofía, es decir, de la reflexión y el pensamiento” (Arteaga, 288), y hoy se puede seguir afirmando cosa parecida.

La obra de traducción y divulgación de las grandes editoriales, especialmente las multinacionales, ha favorecido el juego de repetición en el ámbito local. Se inclinan por promocionar solo lo ya promocionado y cualificado en el gran espacio virtual del mundo desarrollado. La abundante literatura relacionada con el derecho, especialmente con los derechos humanos, en su mayoría se empeña en hacer a un lado la constelación de coordenadas a las que cualquier deontología se tiene que adscribir si quiere tener el derecho de hablar de derechos: las obligaciones. Esa filosofía del derecho brilla por su ausencia.

Fuere bajo la forma de leyes o reglamentos, de solo ideas o acciones, en el Uruguay predominaron siempre los grandes ideales. La filosofía vino a servir como base racional y moral de esos ideales, no solo como posibilidad práctica o requisito de las aspiraciones y ambiciones personales o grupales. Pese a tales antecedentes, hoy los uruguayos en general ven debilitadas sus aspiraciones a una cultura de superación o, en términos algo más crudos, les resulta difícil superponerla por encima de los intereses inmediatos.

La filosofía podría contribuir a facilitar la aproximación de la voluntad práctica y el pensamiento elaborado, del sentimiento esperanzado y la razón práctica. En los últimos años del siglo XIX y primeros del XX la filosofía uruguaya reacomoda los enfrentamientos y se reconstruye como nueva filosofía, emergente pero prometedora, aunque más tarde fue apagándose. No ocurre algo que se parezca un siglo después.

Si la filosofía abandona su aspiración de contemplar al mundo desde su exclusivo mirador panorámico y metafísico, epistemológico y moral, tenderá a desaparecer envuelta en un cometido completamente insustancial y desenvuelto en un terreno del todo ajeno a su especificidad original. La política no puede incursionar allí donde ella puede y, si corre por su cuenta contribuir en la libertad general, no es idónea en cuanto a la libertad individual como lo es la filosofía.

La filosofía uruguaya se ha mantenido al día respecto al resto del mundo, en parte enriqueciéndose y actualizándose, en parte poniéndose al servicio incondicional de las modas ideológicas. Pero tal fidelidad no ha funcionado como estímulo para generar nuevas ideas, como se supone que desea la filosofía siempre, y menos para promover aspiraciones originales. En su lugar se ha hecho cargo de la reproducción y de la imitación sin objetivos definidos, ha generado “pensamiento débil” y lucido apenas para figurar en el plano de la filosofía mundial.

            Para finalizar transcribiremos estas palabras de un filósofo norteamericano: “En ocasiones se puede escuchar afirmaciones de filósofos que defienden la necesidad de una filosofía específica de su propio país o región. Cada nación, dicen, necesita una filosofía propia para dar expresión a su peculiar e incomparable mundo de vida, como también necesita su propio himno y su bandera. Más, si bien es cierto que los compositores de canciones y poetas pueden producir una literatura nacional útil, una literatura en la que los jóvenes pueden encontrar narraciones sobre el origen y la evolución de la nación a la que pertenecen como ciudadanos, dudo mucho de que los filósofos puedan cumplir una tarea de este tipo. Los filósofos tenemos una habilidad en tender puentes entre las naciones y en hacer propuestas de carácter cosmopolita, pero el narrar historias no es nuestro asunto. Cuando contamos historias, generalmente son bastante malas, como las que Hegel y Heidegger contaron a los alemanes sobe ellos mismos. Eran historias sobre la relación destacada que un país determinado tiene con un poder sobrenatural.” (Rorty, 22)

  

OBRAS CITADAS:

 

ARTEAGA, Juan José (2018). Historia contemporánea del Uruguay, Montevideo, E. Cruz del Sur/L&R.

FABREGAT CÚNEO, Roberto (1950). Caracteres sudamericanos, México, UNAM.

HAYEK, Friedrich von (2022). Caminos de servidumbre, Madrid, Alianza

REAL DE AZÚA, Carlos (2007). El impulso y su freno, Montevideo, Banda Oriental.

RORTY, Richard (2008). Filosofía y futuro, Barcelona, Gedisa.

 

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