Tras los pasos de
Edmund Husserl
Aunque “fenomenología” no es una palabra corriente, esconde un significado humano, sencillo y comprensible. Para captarlo hay que superar la dificultad que presentan los textos de quienes acuñaron el termino y en su momento lo explicaron.
La fenomenología
como disciplina pide que se prescinda del mundo para poder comprender… el
mundo. Busca comprender y explicar el mundo y la vida, y por eso reviste el
carácter de cualquier filosofía. Su pretensión parece un disparate, pero no lo
es, porque sólo pide que se dejen de lado las coordenadas espaciotemporales sin
las cuales parece difícil entender algo: un objeto, un hecho, el mundo que nos
rodea. Exige acostumbrarse a lidiar con todo lo que el espacio y el tiempo
implican en la vida diaria: cosas y hechos, distancias, relaciones entre los
utensilios y quienes los manejan, necesidades creadas entre personas y cosas.
¿Cómo se puede conocer algo si se prescinde
del lugar y del momento en los que sólo es posible ubicarlos? ¿Cómo explicarlo si
no se sabe dónde está ni cuándo aparece? Además, lo que encontramos en el
espacio y el tiempo se mueve, tiene un cuerpo, pesa, refleja la luz del sol, se
oye, sabe, tiene olor. Este problema, completamente difícil, abstruso e
inquietante, es el asunto central de la fenomenología del filósofo alemán Edmundo
Husserl (1859-1938). Y, aunque abstruso, es primordial para entender la vida.
LA MANERA
EN QUE SE PERCIBEN LAS COSAS
Copérnico ubicó
al hombre en el Sistema Solar, Newton en el mundo físico, Kant en el de la
razón y los sentidos, Darwin en la evolución, Einstein en el universo, Freud en
el más acá de la conciencia, Weber y Marx en la sociedad y el trabajo. Edmund Husserl,
no tan conocido como los anteriores, nos ubicó en el mundo de la vida inmediata,
natural y consciente, pero sólo implícita, sobreentendida y tácita. Es el mundo
en el que en última instancia vivimos sin que lo advirtamos, porque es parte de
nuestra naturaleza.
Husserl descubre una realidad que no
puede apreciarse en las escalas newtoniana, kantiana, relativista o darwiniana,
en las esquivas escalas del inconsciente ni en las que obran en el intrincado
tejido de la vida social. Llama mundo al que se aprecia por una conciencia que siempre
es "conciencia de", conciencia de algo. El "algo" es lo constitutivo,
pues no habría conciencia en blanco, sin la relación estrecha con las cosas del
mundo. No llama mundo al de la realidad física ni al de la vida mental, sino al
mundo que sólo es posible conocer si los otros mundos se ponen entre
paréntesis. Se le conoce desde la antigüedad clásica como suspensión del
juicio, inicialmente “estado en que no se afirma ni niega nada”, y también con
la palabra griega epojé (suspensión).
¿Qué significa poner entre
paréntesis el mundo? Significa que, si se da un giro en la pantalla de las
percepciones por las que se entra en contacto con lo que cada uno es y con el mundo
en el que es y que se comparte con todos, entonces, se conoce otra cosa. Se contempla la realidad
desde el punto de vista de las cosas mismas, no de las cosas
interpretadas que aparecen a los sentidos y a la razón. El punto de vista adoptado
es el de ellas, no el de la conciencia. Y, por cierto, Husserl consigue contemplar
la verdadera relación del ser humano con el mundo: un espectáculo
asombroso.
Empecemos
por las “cosas mismas”: “Hay que entender por ‘cosas’ sencillamente lo dado.
Aquello que ‘vemos’ estar delante de nuestra conciencia. Esto dado se llama fenómeno,
en el sentido de que aparece, es patente a la conciencia. La palabra no quiere
decir que se esconda tras el fenómeno algo desconocido. La fenomenología no
pregunta por esto, se encamina únicamente a lo dado, sin pretender decidir si
esto dado es una realidad o un mero fenómeno; en todo caso, está ahí, es dado.”
(Bocheński, 1949, 146)
HECHOS FENOMÉNICOS
Supongamos que se quiere colgar
un cuadro y se va a buscar clavo y martillo. No se trata de una relación
cualquiera entre quien quiere clavar el clavo y busca un martillo. Lo espaciotemporal
obliga a determinarse por ambas cosas y una a la vez, es decir, a ir por
ambas cosas por su turno. Asimismo, lo espaciotemporal impele a situarse en
donde ellas deben de estar para luego volver a situarse donde se originó el
propósito, la necesidad, la preocupación y la ocupación de colgar el cuadro. Este
propósito se relaciona con otros propósitos y, seguramente, obedece a la
existencia de otras relaciones, como la que se establece al querer mejorar la
decoración, y también de querer embellecer la casa. Se trata de la clara
conciencia de algo, de querer algo, de ocuparse y de preocuparse de algo, y de
que cada intención se proyecte a su vez en otra. En verdad, fue Franz Brentano,
maestro de Husserl, quien primero habló de esta conciencia de algo.
Así
ocurre con todo lo que se hace, por lo que se puede decir que el hombre es
lo que le ocurre en ese ir hacia algo y hacer algo. Es el rasgo
fundamental de lo humano. En tanto el hombre es y se manifiesta en su vida
cotidiana, maneja las cosas que le son útiles, los utensilios, y debe cuidarse
de manejarlos bien, de ocuparse tanto como de preocuparse de ellos o, como dice
Heidegger, de curarse de manejarlos. Esto convierte a la filosofía en
una especie de técnica para entender el mundo, la relación con el hombre y el
conocimiento. Se trata de aquello que es el hombre en “sus posibilidades
mismas, de tal suerte que se comprende en ellas y por ellas se proyecta
sobre ellas.” (Heidegger, 1951, § 39; Gaos, 1951, 19)
Lo
que parece ser en sí mismo, tanto la persona que va por un clavo y un martillo
porque quiere colgar un cuadro en la pared, como el clavo y el martillo, y también
el cuadro, la pared, la habitación y la casa, empiezan a aparecer de otro modo.
Se revelan las relaciones invisibles con las personas y las interrelaciones que
guardan. Lo que son en tanto objetos, entes o seres, lo que se supone que es la
persona en tanto ser físico, no importa. Todo empieza a verse por el trato
a que se somete todo. En esencia, no aparece lo que suele atribuirse a los sentidos
sino lo que queda comprendido por estar en el mundo y funcionar como
funciona en él. Estar en el mundo es constituirlo, hacer y dejar hacer que aparezca
el ser que está ahí y que no vemos con claridad, el ente especial que es
el hombre. Por lo que, a su vez, el mundo no es el lugar que lo contiene sino
la unidad que forma con él.
Se
descubre esa existencia especial, pues, si se distingue del habitual ser físico
y ser pensante. Se distingue como ser humano, es decir, como el ser que vive en
el mundo y es constituido en el mundo y en sus interrelaciones vitales, no sólo
sensibles y racionales. La diferencia merece que a esta condición de la
existencia se le llamara existenciario, la existencia que se corresponde
con el ser propio de lo humano (Heidegger, ob. cit., § 4). El
existenciario no ocupa un lugar en el mundo, y el mundo no es para el
existenciario un espacio que ocupa, como en un contenedor. Es parte constituyente
y constitutiva del mundo y el mundo es parte de él: la relación no es la de un
elemento dentro del conjunto ni la del conjunto que contiene elementos, sino la
de una unidad sintética cuyas partes no pueden faltar.
LO INVISIBLE A LOS OJOS
El existente humano sólo puede concebirse
en tanto vive con los entes y las cosas y en tanto existen seres entre los
seres y cosas entre las cosas: depende de vivir con. Sólo “es” con
las cosas y con los demás seres; y es no por vivir en lo espacial y temporal de
la existencia sino por ocuparse y preocuparse por sus útiles y por las demás
existencias humanas. El filósofo español José Gaos describe así esta propiedad:
“curarse de útiles y el procurar por los otros: el sentido del ocuparse y
preocuparse humanamente en ellos, con ellos, de ellos, por ellos, el sentido
del vivir para ellos, absorbido en ellos, por ellos; en especial, el sentido
del ‘conformarse con’ los útiles ‘al’ manejarlos, ‘al’ usarlos, ‘a’, el de este
‘al’, que no tiene el sentido de un contacto con el espacio” (Gaos, ob.
cit., 33).
Sea,
por ejemplo, la distancia. Si el martillo está lejos de la pared en la que se
colgará el cuadro, la distancia a que está el martillo es una existencia, una
realidad espaciotemporal grande o pequeña, por la que se podrá decir que el
martillo está o no está a la mano. Desde el punto de vista de la
existencia, que lo esté o no lo esté dependerá de la distancia, de si el
depósito de las herramientas está pegado a la casa o está en el fondo del
terreno o en la casa del vecino. Pero, desde el punto de vista existenciario y
fenomenológico, hay otra distancia no exactamente objetiva, y es la distancia
que presenta menos dificultad para recorrerla, más predisposición de ánimo o
interés para cubrirla.
La
distancia objetiva puede ser larga y la otra corta, aunque físicamente se trate
de la misma. La distancia eidética y subjetiva es la que cuenta, la distancia que
se define como fenómeno, no física ni empíricamente real sino fenomenológica. Es
una esencia, o lo esencial de la vida; lo intrínseco de la vida del Dasein,
palabra alemana que el mismo Gaos tradujo como “ser-ahí”. Para entenderlo se ha
tenido que poner entre paréntesis la existencia real, independiente y objetiva.
Por lo que resulta que hay un sitio en que está el martillo que se ha ido
a buscar que no es el sitio localizado en el espacio geográfico, sino el sitio
determinado por el ocuparse y preocuparse de él de parte de quien maneja el
martillo, es decir, por la función desempeñada. “El punto de vista de la
función es el central de la fenomenología”, afirma Husserl, pues la función
hace posible “la unidad sintética” que comprende al que maneja los útiles y a los
útiles, al que se ocupa y preocupa de los otros y los otros (Husserl, 1962, §
86).
No
habla Husserl del mundo sensible ni del mundo físico; no habla de lo que se
sabe objetiva o subjetivamente de ellos. Pero, aclara, “no por ello niego
‘este mundo’ como si yo fuera un sofista, ni dudo de su existencia, como
si yo fuera un escéptico, sino que practico la epojé ‘fenomenológica’
que me cierra completamente todo juicio sobre existencias en el espacio y en
el tiempo. Así, pues, desconecto todas las ciencias referentes a ese
mundo natural, por sólidas que me parezcan, por mucho que las admire, por
poco que piense en objetar lo más mínimo contra ellas; yo no hago absolutamente
ningún uso de sus afirmaciones válidas.” (Husserl, ob. cit., § 32)
Se
diría que la noción de distancia para el físico es el recorrido de un móvil
entre dos puntos del espacio; para un físico actual es la relación entre los
puntos de referencia desde los que se observan los puntos. Para el fenomenólogo
“no es ninguna distancia en ninguna dimensión del espacio, sino el de
alejamiento y acercamiento operados por el interés vital” (Gaos, ob. cit., 34).
Es fácil concluir que se da en Husserl un fuerte idealismo, porque se propone
prescindir de todo lo que pertenece al mundo real y material y de todo lo que
la razón dice acerca de él. De todos modos, es una sorprendente forma de
describir el mundo sin apelar a los sentidos o a la razón, desde un punto de
vista intemporal e inespacial.
No
hay fórmula que traduzca la fenomenología con tanto desenvoltura como la de
Saint-Exupéry: “lo esencial es invisible a los ojos”, en El Principito.
El escritor tuvo el acierto de atribuir esa reflexión a un zorro, es decir, no
a un “ser-ahí” ni a un investigador de las esencias, sino a un ente mundanal
que sólo existe, que ni siquiera es un existenciario. Sin embargo, y
aunque el relato de la fenomenología hoy no tenga muchos lectores, es el pan de
cada día de toda persona que sienta y piense, que haya experimentado la vida en
sus aspectos complicados y adversos. Pero falta considerar un asunto fundamental
que se añadió a la fenomenología de Husserl, y que fue motivo de estudio del
mencionado Heidegger. Se trata de uno de los aportes más conmovedores de la
filosofía, el del filósofo danés Søren Kierkegaard.
LAS ESENCIAS
El acto de pensar para Husserl
no es algo que depende sólo de la mente: depende de los objetos y de lo que
representan para la mente. Que una cosa pueda ser y no ser al mismo tiempo, en
contra del viejo principio de contradicción, surge con una nueva cara: es algo
que atañe al hombre y no al mundo. Pero depende de cómo se comporta la cosa y
no de cómo se comporta el pensamiento (Marías, 1978, 394). Si bien las cosas se
describen según su existencia, mentándolas o aludiéndolas, la fenomenología las
describe intuyendo sus esencias, lo que amplía el pensamiento y permite
descubrirlas en sí mismas, en lo que son y no son y que depende de
posibilidades. Hay una forma de percibir sensible y otra eidética; una percibe
por los sentidos y otra por la intuición; una es objetiva y otra subjetiva.
También
para Heidegger el acto de pensar se refiere a esencias. El “ser-ahí” es el ente
que tiene conciencia, una facultad que sólo es facultad en tanto se aplica a
algo, como señaló su maestro Husserl. Pero no es un ente aislado, que existe
por sí mismo, que se puede tocar y percibir por separado; en su verdad última sólo
es en su esencia, es decir, en tanto se define por su relación funcional con el
mundo: “el ‘ser ahí’ está constituido por el ‘ser en el mundo’ y por
tanto el mundo mismo es un ente constituyente del ‘ser ahí’” (Gaos, ob.
cit., 23).
Ser
humano significa, pues, ser en el mundo y estar hecho por él y con él; sin
mundo no hay Dasein, aunque pueda haber rocas, plantas y animales. Para
la fenomenología sólo existe la posibilidad de entender el mundo y la vida
humana si se mira desde las esencias, y las esencias sólo se aprecian por el
método fenomenológico. No son suficientes la filosofía, la lógica, la ciencia
fáctica o la psicología, que se guían por lo que ven los ojos o se siente por
medio de representaciones reflejas, imágenes, símbolos y signos.
¿Cómo
se aprecian las esencias? Pues, “viendo en ellas (como patentemente vemos)
necesidades y posibilidades esenciales, o persiguiendo eidéticamente [es decir,
mediante ideas intuitivas] las variantes esencialmente posibles de los procesos
motivados de la experiencia: el resultado es el correlato de nuestra
experiencia fáctica llamado ‘el mundo real’ como caso especial de una
multiplicidad de posibles mundos y no mundos” (Husserl, ob. cit., § 47) Sin
embargo, la intención no es validar mundos artificiales sino el mundo experimentable
de acuerdo a la experiencia posible para el yo y para todos los yoes (ib.,
§ 48).
Para
el francés Maurice Merleau-Ponty, al igual que para los fenomenólogos, las
sensaciones, las imágenes y los signos no son capaces de definir el mundo tal
como se experimenta a través de la vivencia, un fenómeno en el cual mente y
mundo constituyen una sola realidad vivida: “Mi cuerpo tiene su mundo o
comprende su mundo sin tener que pasar por unas ‘representaciones’, sin
subordinarse a una ‘función simbólica’ u ‘objetivante’.” (Merleau-Ponty, 1975,
158) Por el método fenomenológico es posible captar la realidad más allá de la
información proveniente de los sentidos. Por la epojé de Husserl, al igual que Heidegger,
Merleau-Ponty suscribe la noción de que “Ser cuerpo es estar anudado a un
cierto mundo” y, todavía más, dice que “nuestro cuerpo no está ante todo en el
espacio: es del espacio.” (Ib., 165)
LA ANGUSTIA
Para el filósofo danés Søren Kierkegaard
(1813-1855) el estar en el mundo se afianza mediante una aparente tragedia: la desesperación,
esencia fundamental de la condición humana. ¿Cómo puede ser condición de la
existencia? ¿De qué habla Kierkegaard? Seguramente, no de la desesperación que
sobreviene por la desgracia, el peligro, el estado de desamparo o asuntos por
el estilo. Es una clase de angustia completamente fenomenológica, que no tiene
nada que la motive, porque es el vivir mismo y el estar en el mundo lo que la
provoca, ¡aunque no lo sepamos!
Kierkegaard
funda las bases de una nueva ciencia o método, además de fundar la filosofía de
la existencia. Define el mundo de causas y consecuencias, los vínculos entre lo
físico y lo psíquico, los estados del cuerpo, la mente y el espíritu, sin tenerlos
en cuenta tal como aparecen a la conciencia. Se vale de una especie de epojé de
los sentimiento, emociones y pasiones. La angustia y la desesperación son ese
vínculo, el vínculo del hombre con el mundo; si el hombre no desespera, no se
vincula con el mundo ni se incorpora a él ni logra que el mundo lo incorpore
como una de sus partes.
Afirma
Kierkegaard: “¿Es la desesperación una ventaja o un defecto? Una y otra cosa es
dialéctica pura. No reteniendo más que la idea abstracta de ella, sin pensar en
casos determinados, debería tomársela como una ventaja enorme. Ser pasible de
este mal nos coloca por encima de la bestia, progreso que nos diferencia mucho
mejor que la marcha vertical, signo de nuestra verticalidad infinita, o de lo
sublime de nuestra espiritualidad.” (Kierkegaard, 1941, 25). La desesperación
ocupa en Kierkegaard el mismo lugar de la ocupación o ir hacia algo de Husserl
y la cura de Heidegger.
En
la desesperación juega la dicotomía entre el ser concreto que se es y el querer
ser lo que se desea, y esto marca la diferencia esencial que distingue al
hombre. Si en la vida vamos de lo que somos a lo que queremos ser, en la
desesperación vamos por el camino inverso: de lo virtual a lo real, que es una
distancia mucho mayor que la otra. Si para los filósofos la realidad es lo
“virtual destruido” (los sueños hechos polvo), para Kierkegaard es al revés: lo
real, el estado de no desesperación, “es lo virtual impotente y destruido” (Ib.,
26). Lo real confirma lo posible, mientras que la desesperación lo niega,
abriendo el mundo.
La
desesperación es la que causa la proyección, el ir hacia, el preocuparse
y el ocuparse, y es bien diferente a contraer una enfermedad. Se contrae la
enfermedad y al declararse el mal su origen es cada vez más pasado. Contrae el
mal, pero no se puede decir que todavía lo contrae. “Las cosas suceden
de otro modo en la desesperación; cada uno de sus instantes reales puede
relacionarse con su posibilidad, en cada momento que se desespera se contrae
la desesperación; siempre el presente se esfuma en pasado real, a cada
instante real de la desesperación, el desesperado lleva todo lo posible pasado
como un presente. Esto proviene de que la desesperación es una categoría del
espíritu.” (Ob. cit., 28)
Quien se angustia y “no sabe de qué se angustia, y cuando la angustia ha pasado suele decir que se había angustiado ‘de nada’”, está completamente en la vida normal. No se trata de “temor y angustia ante algo o de algo, sino por alguien. Nada se temería, si no se temiese que dañara a alguien, si no se temiese por alguien”, en otras palabras “en un procurar por él, de tal suerte que lo que le amenaza amenace el vínculo y en éste al vinculado por él con el otro” (Gaos, ib., 50). Se concluye así que: si uno desespera, se cura, preocupa y ocupa, es porque se teme por otro. Este diseño de la naturaleza humana es único,
La relación de la vida cotidiana y la fenomenología es tema principal en varios pensadores como Hegel y Sartre, y se emparenta con la filosofía existencial de Jasper, Minkowski, Marcel y otros, y con el mismo psicoanálisis freudiano. Casi todos tienen como punto de partida de la reflexión el famoso campo de la conciencia, es decir, el problema de ser consciente. “El ser consciente se presenta en estos aspectos ‘fenoménicos’ más característicos, ya como experimentando experiencias vividas que afectan a su ser, ya como capaz de adaptarse a lo real, ya como teniendo el poder de una reflexión creadora, ya como sistema personal, ya, en fin, como libre de determinarse por el conocimiento de sus propios fines. Afectividad, experiencia de lo real, reflexión, personalidad y voluntad son, en efecto, los cinco atributos hacia los que convergen o que implican las significaciones con las que se encara el análisis del ser consciente en la medida en que se manifiesta en su ‘toma de conciencia’ del Yo y del mundo.” (Ey, 1967, 19)
REFERENCIAS:
BOCHEŃSKI,
I. M. (1949). La filosofía actual, México, FCE.
EY, Henri
(1967). La Conciencia, Madrid, Aguilar.
GAOS,
José (1951). Introducción a El ser y el tiempo de Martin Heidegger,
México, FCE.
HEIDEGGER,
Martin (1951). El ser y el tiempo, México, FCE.
HUSSERL,
Edmund (1962). Ideas, México, FCE.
KIERKEGAARD, Søren
(1941), Tratado de la desesperación, Buenos Aires, Santiago Rueda.
MARÍAS,
Julián (1978). Historia de la filosofía, Barcelona, Revista de
Occidente.
MERLEAU-PONTY,
Maurice (1975). Fenomenología de la percepción, Barcelona, Península.
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