G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: LA FENOMENOLOGÍA Y LA VIDA

miércoles, 6 de mayo de 2020

LA FENOMENOLOGÍA Y LA VIDA


Tras los pasos de Edmund Husserl


Aunque “fenomenología” no es una palabra corriente, esconde un significado humano, sencillo y comprensible. Para captarlo hay que superar la dificultad que presentan los textos de quienes acuñaron el termino y en su momento lo explicaron.


La fenomenología como disciplina pide que se prescinda del mundo para poder comprender… el mundo. Busca comprender y explicar el mundo y la vida, y por eso reviste el carácter de cualquier filosofía. Su pretensión parece un disparate, pero no lo es, porque sólo pide que se dejen de lado las coordenadas espaciotemporales sin las cuales parece difícil entender algo: un objeto, un hecho, el mundo que nos rodea. Exige acostumbrarse a lidiar con todo lo que el espacio y el tiempo implican en la vida diaria: cosas y hechos, distancias, relaciones entre los utensilios y quienes los manejan, necesidades creadas entre personas y cosas.  

¿Cómo se puede conocer algo si se prescinde del lugar y del momento en los que sólo es posible ubicarlos? ¿Cómo explicarlo si no se sabe dónde está ni cuándo aparece? Además, lo que encontramos en el espacio y el tiempo se mueve, tiene un cuerpo, pesa, refleja la luz del sol, se oye, sabe, tiene olor. Este problema, completamente difícil, abstruso e inquietante, es el asunto central de la fenomenología del filósofo alemán Edmundo Husserl (1859-1938). Y, aunque abstruso, es primordial para entender la vida.
           
LA MANERA EN QUE SE PERCIBEN LAS COSAS

Copérnico ubicó al hombre en el Sistema Solar, Newton en el mundo físico, Kant en el de la razón y los sentidos, Darwin en la evolución, Einstein en el universo, Freud en el más acá de la conciencia, Weber y Marx en la sociedad y el trabajo. Edmund Husserl, no tan conocido como los anteriores, nos ubicó en el mundo de la vida inmediata, natural y consciente, pero sólo implícita, sobreentendida y tácita. Es el mundo en el que en última instancia vivimos sin que lo advirtamos, porque es parte de nuestra naturaleza.

Husserl descubre una realidad que no puede apreciarse en las escalas newtoniana, kantiana, relativista o darwiniana, en las esquivas escalas del inconsciente ni en las que obran en el intrincado tejido de la vida social. Llama mundo al que se aprecia por una conciencia que siempre es "conciencia de", conciencia de algo. El "algo" es lo constitutivo, pues no habría conciencia en blanco, sin la relación estrecha con las cosas del mundo. No llama mundo al de la realidad física ni al de la vida mental, sino al mundo que sólo es posible conocer si los otros mundos se ponen entre paréntesis. Se le conoce desde la antigüedad clásica como suspensión del juicio, inicialmente “estado en que no se afirma ni niega nada”, y también con la palabra griega epojé (suspensión).

¿Qué significa poner entre paréntesis el mundo? Significa que, si se da un giro en la pantalla de las percepciones por las que se entra en contacto con lo que cada uno es y con el mundo en el que es y que se comparte con todos, entonces, se conoce otra cosa. Se contempla la realidad desde el punto de vista de las cosas mismas, no de las cosas interpretadas que aparecen a los sentidos y a la razón. El punto de vista adoptado es el de ellas, no el de la conciencia. Y, por cierto, Husserl consigue contemplar la verdadera relación del ser humano con el mundo: un espectáculo asombroso.

Empecemos por las “cosas mismas”: “Hay que entender por ‘cosas’ sencillamente lo dado. Aquello que ‘vemos’ estar delante de nuestra conciencia. Esto dado se llama fenómeno, en el sentido de que aparece, es patente a la conciencia. La palabra no quiere decir que se esconda tras el fenómeno algo desconocido. La fenomenología no pregunta por esto, se encamina únicamente a lo dado, sin pretender decidir si esto dado es una realidad o un mero fenómeno; en todo caso, está ahí, es dado.” (Bocheński, 1949, 146)

Lo dado, lo inmediato que llega a nuestra intelección es el fenómeno, palabra que viene del griego phaenomenon o “cosa que aparece” o “aparición”. Precisamente, Husserl quería atrapar lo primero que aparece en la conciencia al percibir el mundo, pero sin aquello con que se carga toda percepción, lo ya conocido, el saber común de la experiencia y de la ciencia. El problema consiste en encontrar la manera de poder despojarse de esa carga, para, como decía Husserl, lograr el contacto con la esencia de las cosas y el mundo, es decir, con lo que surge en la conciencia en lo inmediato o en estado puro. Por eso la fenomenología se conoce como un método, el de las esencias o estados puros de la conciencia.

HECHOS FENOMÉNICOS

Supongamos que se quiere colgar un cuadro y se va a buscar clavo y martillo. No se trata de una relación cualquiera entre quien quiere clavar el clavo y busca un martillo. Lo espaciotemporal obliga a determinarse por ambas cosas y una a la vez, es decir, a ir por ambas cosas por su turno. Asimismo, lo espaciotemporal impele a situarse en donde ellas deben de estar para luego volver a situarse donde se originó el propósito, la necesidad, la preocupación y la ocupación de colgar el cuadro. Este propósito se relaciona con otros propósitos y, seguramente, obedece a la existencia de otras relaciones, como la que se establece al querer mejorar la decoración, y también de querer embellecer la casa. Se trata de la clara conciencia de algo, de querer algo, de ocuparse y de preocuparse de algo, y de que cada intención se proyecte a su vez en otra. En verdad, fue Franz Brentano, maestro de Husserl, quien primero habló de esta conciencia de algo.

Así ocurre con todo lo que se hace, por lo que se puede decir que el hombre es lo que le ocurre en ese ir hacia algo y hacer algo. Es el rasgo fundamental de lo humano. En tanto el hombre es y se manifiesta en su vida cotidiana, maneja las cosas que le son útiles, los utensilios, y debe cuidarse de manejarlos bien, de ocuparse tanto como de preocuparse de ellos o, como dice Heidegger, de curarse de manejarlos. Esto convierte a la filosofía en una especie de técnica para entender el mundo, la relación con el hombre y el conocimiento. Se trata de aquello que es el hombre en “sus posibilidades mismas, de tal suerte que se comprende en ellas y por ellas se proyecta sobre ellas.” (Heidegger, 1951, § 39; Gaos, 1951, 19)

 Lo que parece ser en sí mismo, tanto la persona que va por un clavo y un martillo porque quiere colgar un cuadro en la pared, como el clavo y el martillo, y también el cuadro, la pared, la habitación y la casa, empiezan a aparecer de otro modo. Se revelan las relaciones invisibles con las personas y las interrelaciones que guardan. Lo que son en tanto objetos, entes o seres, lo que se supone que es la persona en tanto ser físico, no importa. Todo empieza a verse por el trato a que se somete todo. En esencia, no aparece lo que suele atribuirse a los sentidos sino lo que queda comprendido por estar en el mundo y funcionar como funciona en él. Estar en el mundo es constituirlo, hacer y dejar hacer que aparezca el ser que está ahí y que no vemos con claridad, el ente especial que es el hombre. Por lo que, a su vez, el mundo no es el lugar que lo contiene sino la unidad que forma con él.

Se descubre esa existencia especial, pues, si se distingue del habitual ser físico y ser pensante. Se distingue como ser humano, es decir, como el ser que vive en el mundo y es constituido en el mundo y en sus interrelaciones vitales, no sólo sensibles y racionales. La diferencia merece que a esta condición de la existencia se le llamara existenciario, la existencia que se corresponde con el ser propio de lo humano (Heidegger, ob. cit., § 4). El existenciario no ocupa un lugar en el mundo, y el mundo no es para el existenciario un espacio que ocupa, como en un contenedor. Es parte constituyente y constitutiva del mundo y el mundo es parte de él: la relación no es la de un elemento dentro del conjunto ni la del conjunto que contiene elementos, sino la de una unidad sintética cuyas partes no pueden faltar.

LO INVISIBLE A LOS OJOS

El existente humano sólo puede concebirse en tanto vive con los entes y las cosas y en tanto existen seres entre los seres y cosas entre las cosas: depende de vivir con. Sólo “es” con las cosas y con los demás seres; y es no por vivir en lo espacial y temporal de la existencia sino por ocuparse y preocuparse por sus útiles y por las demás existencias humanas. El filósofo español José Gaos describe así esta propiedad: “curarse de útiles y el procurar por los otros: el sentido del ocuparse y preocuparse humanamente en ellos, con ellos, de ellos, por ellos, el sentido del vivir para ellos, absorbido en ellos, por ellos; en especial, el sentido del ‘conformarse con’ los útiles ‘al’ manejarlos, ‘al’ usarlos, ‘a’, el de este ‘al’, que no tiene el sentido de un contacto con el espacio” (Gaos, ob. cit., 33).

Sea, por ejemplo, la distancia. Si el martillo está lejos de la pared en la que se colgará el cuadro, la distancia a que está el martillo es una existencia, una realidad espaciotemporal grande o pequeña, por la que se podrá decir que el martillo está o no está a la mano. Desde el punto de vista de la existencia, que lo esté o no lo esté dependerá de la distancia, de si el depósito de las herramientas está pegado a la casa o está en el fondo del terreno o en la casa del vecino. Pero, desde el punto de vista existenciario y fenomenológico, hay otra distancia no exactamente objetiva, y es la distancia que presenta menos dificultad para recorrerla, más predisposición de ánimo o interés para cubrirla.

La distancia objetiva puede ser larga y la otra corta, aunque físicamente se trate de la misma. La distancia eidética y subjetiva es la que cuenta, la distancia que se define como fenómeno, no física ni empíricamente real sino fenomenológica. Es una esencia, o lo esencial de la vida; lo intrínseco de la vida del Dasein, palabra alemana que el mismo Gaos tradujo como “ser-ahí”. Para entenderlo se ha tenido que poner entre paréntesis la existencia real, independiente y objetiva. Por lo que resulta que hay un sitio en que está el martillo que se ha ido a buscar que no es el sitio localizado en el espacio geográfico, sino el sitio determinado por el ocuparse y preocuparse de él de parte de quien maneja el martillo, es decir, por la función desempeñada. “El punto de vista de la función es el central de la fenomenología”, afirma Husserl, pues la función hace posible “la unidad sintética” que comprende al que maneja los útiles y a los útiles, al que se ocupa y preocupa de los otros y los otros (Husserl, 1962, § 86).

No habla Husserl del mundo sensible ni del mundo físico; no habla de lo que se sabe objetiva o subjetivamente de ellos. Pero, aclara, “no por ello niego ‘este mundo’ como si yo fuera un sofista, ni dudo de su existencia, como si yo fuera un escéptico, sino que practico la epojé ‘fenomenológica’ que me cierra completamente todo juicio sobre existencias en el espacio y en el tiempo. Así, pues, desconecto todas las ciencias referentes a ese mundo natural, por sólidas que me parezcan, por mucho que las admire, por poco que piense en objetar lo más mínimo contra ellas; yo no hago absolutamente ningún uso de sus afirmaciones válidas.” (Husserl, ob. cit., § 32)

Se diría que la noción de distancia para el físico es el recorrido de un móvil entre dos puntos del espacio; para un físico actual es la relación entre los puntos de referencia desde los que se observan los puntos. Para el fenomenólogo “no es ninguna distancia en ninguna dimensión del espacio, sino el de alejamiento y acercamiento operados por el interés vital” (Gaos, ob. cit., 34). Es fácil concluir que se da en Husserl un fuerte idealismo, porque se propone prescindir de todo lo que pertenece al mundo real y material y de todo lo que la razón dice acerca de él. De todos modos, es una sorprendente forma de describir el mundo sin apelar a los sentidos o a la razón, desde un punto de vista intemporal e inespacial.

No hay fórmula que traduzca la fenomenología con tanto desenvoltura como la de Saint-Exupéry: “lo esencial es invisible a los ojos”, en El Principito. El escritor tuvo el acierto de atribuir esa reflexión a un zorro, es decir, no a un “ser-ahí” ni a un investigador de las esencias, sino a un ente mundanal que sólo existe, que ni siquiera es un existenciario. Sin embargo, y aunque el relato de la fenomenología hoy no tenga muchos lectores, es el pan de cada día de toda persona que sienta y piense, que haya experimentado la vida en sus aspectos complicados y adversos. Pero falta considerar un asunto fundamental que se añadió a la fenomenología de Husserl, y que fue motivo de estudio del mencionado Heidegger. Se trata de uno de los aportes más conmovedores de la filosofía, el del filósofo danés Søren Kierkegaard.

LAS ESENCIAS

El acto de pensar para Husserl no es algo que depende sólo de la mente: depende de los objetos y de lo que representan para la mente. Que una cosa pueda ser y no ser al mismo tiempo, en contra del viejo principio de contradicción, surge con una nueva cara: es algo que atañe al hombre y no al mundo. Pero depende de cómo se comporta la cosa y no de cómo se comporta el pensamiento (Marías, 1978, 394). Si bien las cosas se describen según su existencia, mentándolas o aludiéndolas, la fenomenología las describe intuyendo sus esencias, lo que amplía el pensamiento y permite descubrirlas en sí mismas, en lo que son y no son y que depende de posibilidades. Hay una forma de percibir sensible y otra eidética; una percibe por los sentidos y otra por la intuición; una es objetiva y otra subjetiva.

También para Heidegger el acto de pensar se refiere a esencias. El “ser-ahí” es el ente que tiene conciencia, una facultad que sólo es facultad en tanto se aplica a algo, como señaló su maestro Husserl. Pero no es un ente aislado, que existe por sí mismo, que se puede tocar y percibir por separado; en su verdad última sólo es en su esencia, es decir, en tanto se define por su relación funcional con el mundo: “el ‘ser ahí’ está constituido por el ‘ser en el mundo’ y por tanto el mundo mismo es un ente constituyente del ‘ser ahí’” (Gaos, ob. cit., 23).

Ser humano significa, pues, ser en el mundo y estar hecho por él y con él; sin mundo no hay Dasein, aunque pueda haber rocas, plantas y animales. Para la fenomenología sólo existe la posibilidad de entender el mundo y la vida humana si se mira desde las esencias, y las esencias sólo se aprecian por el método fenomenológico. No son suficientes la filosofía, la lógica, la ciencia fáctica o la psicología, que se guían por lo que ven los ojos o se siente por medio de representaciones reflejas, imágenes, símbolos y signos.

¿Cómo se aprecian las esencias? Pues, “viendo en ellas (como patentemente vemos) necesidades y posibilidades esenciales, o persiguiendo eidéticamente [es decir, mediante ideas intuitivas] las variantes esencialmente posibles de los procesos motivados de la experiencia: el resultado es el correlato de nuestra experiencia fáctica llamado ‘el mundo real’ como caso especial de una multiplicidad de posibles mundos y no mundos” (Husserl, ob. cit., § 47) Sin embargo, la intención no es validar mundos artificiales sino el mundo experimentable de acuerdo a la experiencia posible para el yo y para todos los yoes (ib., § 48).  

Para el francés Maurice Merleau-Ponty, al igual que para los fenomenólogos, las sensaciones, las imágenes y los signos no son capaces de definir el mundo tal como se experimenta a través de la vivencia, un fenómeno en el cual mente y mundo constituyen una sola realidad vivida: “Mi cuerpo tiene su mundo o comprende su mundo sin tener que pasar por unas ‘representaciones’, sin subordinarse a una ‘función simbólica’ u ‘objetivante’.” (Merleau-Ponty, 1975, 158) Por el método fenomenológico es posible captar la realidad más allá de la información proveniente de los sentidos. Por la epojé de Husserl, al igual que Heidegger, Merleau-Ponty suscribe la noción de que “Ser cuerpo es estar anudado a un cierto mundo” y, todavía más, dice que “nuestro cuerpo no está ante todo en el espacio: es del espacio.” (Ib., 165)

LA ANGUSTIA

Para el filósofo danés Søren Kierkegaard (1813-1855) el estar en el mundo se afianza mediante una aparente tragedia: la desesperación, esencia fundamental de la condición humana. ¿Cómo puede ser condición de la existencia? ¿De qué habla Kierkegaard? Seguramente, no de la desesperación que sobreviene por la desgracia, el peligro, el estado de desamparo o asuntos por el estilo. Es una clase de angustia completamente fenomenológica, que no tiene nada que la motive, porque es el vivir mismo y el estar en el mundo lo que la provoca, ¡aunque no lo sepamos!

Kierkegaard funda las bases de una nueva ciencia o método, además de fundar la filosofía de la existencia. Define el mundo de causas y consecuencias, los vínculos entre lo físico y lo psíquico, los estados del cuerpo, la mente y el espíritu, sin tenerlos en cuenta tal como aparecen a la conciencia. Se vale de una especie de epojé de los sentimiento, emociones y pasiones. La angustia y la desesperación son ese vínculo, el vínculo del hombre con el mundo; si el hombre no desespera, no se vincula con el mundo ni se incorpora a él ni logra que el mundo lo incorpore como una de sus partes.

Afirma Kierkegaard: “¿Es la desesperación una ventaja o un defecto? Una y otra cosa es dialéctica pura. No reteniendo más que la idea abstracta de ella, sin pensar en casos determinados, debería tomársela como una ventaja enorme. Ser pasible de este mal nos coloca por encima de la bestia, progreso que nos diferencia mucho mejor que la marcha vertical, signo de nuestra verticalidad infinita, o de lo sublime de nuestra espiritualidad.” (Kierkegaard, 1941, 25). La desesperación ocupa en Kierkegaard el mismo lugar de la ocupación o ir hacia algo de Husserl y la cura de Heidegger.

En la desesperación juega la dicotomía entre el ser concreto que se es y el querer ser lo que se desea, y esto marca la diferencia esencial que distingue al hombre. Si en la vida vamos de lo que somos a lo que queremos ser, en la desesperación vamos por el camino inverso: de lo virtual a lo real, que es una distancia mucho mayor que la otra. Si para los filósofos la realidad es lo “virtual destruido” (los sueños hechos polvo), para Kierkegaard es al revés: lo real, el estado de no desesperación, “es lo virtual impotente y destruido” (Ib., 26). Lo real confirma lo posible, mientras que la desesperación lo niega, abriendo el mundo.

La desesperación es la que causa la proyección, el ir hacia, el preocuparse y el ocuparse, y es bien diferente a contraer una enfermedad. Se contrae la enfermedad y al declararse el mal su origen es cada vez más pasado. Contrae el mal, pero no se puede decir que todavía lo contrae. “Las cosas suceden de otro modo en la desesperación; cada uno de sus instantes reales puede relacionarse con su posibilidad, en cada momento que se desespera se contrae la desesperación; siempre el presente se esfuma en pasado real, a cada instante real de la desesperación, el desesperado lleva todo lo posible pasado como un presente. Esto proviene de que la desesperación es una categoría del espíritu.” (Ob. cit., 28)

Es importante, pues, distinguir la enfermedad, el sentirse angustiado o desesperado y en consecuencia sentir temor, de la desesperación como categoría del espíritu. Ésta es la fuerza que incita y aguijonea a las solas disposiciones y posibilidades autónomas del “ser-ahí”. Dice Gaos que la angustia se diferencia un poco del temor, pero “ambos entrañan una fuga ante algo” (Gaos, ob. cit., 48). La voluntad, el querer permanente, el aspirar, la naturaleza por la que el hombre insiste en ir tras algo, en hacer una cosa y otra, en no quedarse siempre en lo mismo, y nos referimos a los hechos comunes y corrientes más triviales, como ir a buscar un martillo porque se quiere hacer algo con él, responden a la cura heideggeriana o a la desesperación según Kierkegaard.

Quien se angustia y “no sabe de qué se angustia, y cuando la angustia ha pasado suele decir que se había angustiado ‘de nada’”, está completamente en la vida normal. No se trata de “temor y angustia ante algo o de algo, sino por alguien. Nada se temería, si no se temiese que dañara a alguien, si no se temiese por alguien”, en otras palabras “en un procurar por él, de tal suerte que lo que le amenaza amenace el vínculo y en éste al vinculado por él con el otro” (Gaos, ib., 50). Se concluye así que: si uno desespera, se cura, preocupa y ocupa, es porque se teme por otro. Este diseño de la naturaleza humana es único,

La relación de la vida cotidiana y la fenomenología es tema principal en varios pensadores como Hegel y Sartre, y se emparenta con la filosofía existencial de Jasper, Minkowski, Marcel y otros, y con el mismo psicoanálisis freudiano. Casi todos tienen como punto de partida de la reflexión el famoso campo de la conciencia, es decir, el problema de ser consciente. “El ser consciente se presenta en estos aspectos ‘fenoménicos’ más característicos, ya como experimentando experiencias vividas que afectan a su ser, ya como capaz de adaptarse a lo real, ya como teniendo el poder de una reflexión creadora, ya como sistema personal, ya, en fin, como libre de determinarse por el conocimiento de sus propios fines. Afectividad, experiencia de lo real, reflexión, personalidad y voluntad son, en efecto, los cinco atributos hacia los que convergen o que implican las significaciones con las que se encara el análisis del ser consciente en la medida en que se manifiesta en su ‘toma de conciencia’ del Yo y del mundo.” (Ey, 1967, 19)


REFERENCIAS:

BOCHEŃSKI, I. M. (1949). La filosofía actual, México, FCE.
EY, Henri (1967). La Conciencia, Madrid, Aguilar.
GAOS, José (1951). Introducción a El ser y el tiempo de Martin Heidegger, México, FCE.
HEIDEGGER, Martin (1951). El ser y el tiempo, México, FCE.
HUSSERL, Edmund (1962). Ideas, México, FCE.
KIERKEGAARD, Søren (1941), Tratado de la desesperación, Buenos Aires, Santiago Rueda.
MARÍAS, Julián (1978). Historia de la filosofía, Barcelona, Revista de Occidente.
MERLEAU-PONTY, Maurice (1975). Fenomenología de la percepción, Barcelona, Península.

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