G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: EMILIO ORIBE: LA ALEGORÍA DEL CENTAURO

jueves, 15 de septiembre de 2022

EMILIO ORIBE: LA ALEGORÍA DEL CENTAURO

(Texto recompuesto - 15/09/2022) 

Es preciso rescatar del olvido a este extraordinario pensador y virtuosísimo sentidor que fue Emilio Oribe, poeta, ensayista, filósofo, profesor de filosofía, de literatura y estética. Y si bien nuestra época no es la mejor para encarar su panegírico, es necesario superar las actuales coordenadas estéticas, estilísticas e ideológicas, que se cuecen y aun hierven a pleno fuego, porque distraen y desvían la merecida valoración.


Emilio Oribe fue un poeta, ensayista, filósofo, profesor de filosofía, de literatura y estética, nacido en 1893 en Melo, Cerro Largo, donde transcurrió su infancia en el seno de una familia de origen vasco. Las experiencias de niño grabaron una profunda huella que se descubre en toda su poesía, ya sea bajo forma de símbolo, de alegoría o de proyección sentimental, a través de una escritura pulcramente elaborada y carente de complicaciones estilísticas, accesible y original. Su obra ensayística también admite estas calificaciones, y revela la experiencia personal que marcó la vida del escritor, padre y sustento de familia, con asombrosa correspondencia.

Realizó sus estudios en Montevideo, recibiéndose de médico en 1919, profesión que nunca ejercerá. Su graduación es contemporánea al casamiento con Maruja González Villegas, con quien tuvo tres hijos varones y dos hijas. El “Resumen Familiar”, publicado en 1983 por la hija mayor Elsa Oribe de Vanger, describe un matrimonio ejemplar en cuanto al amor, pero irregular y penoso en cuanto a lo económico. Durante muchos años y con niños pequeños la madre tuvo que enfrentar angustias probablemente acarreadas por la inacción de un hombre introvertido, de escasa habilidad para la vida práctica e indisposición para la lucha diaria.

En 1921 viaja a Europa e integra la secretaría de la Embajada de Uruguay en Francia. Los dineros y propiedades cedidos por el padre fueron rápidamente liquidados, sin sacar ningún provecho o mejorar los ingresos, aun cuando buscó ganarse la vida dictando clases en San José y en Santa Lucía o intentando ejercer como médico, en 1925. Un año después dio clases de literatura y filosofía en La Universidad de Mujeres y en la Sección de Enseñanza Secundaria y Preparatoria de la Universidad de la República. Hacia 1926 pasa a integrar el Consejo de Instrucción Primaria, desde el cual promueve la aplicación del Plan Estable.

Fue propuesto diputado en 1929, pero renunció al cargo. Es la época del verso libre de toda forma tradicional, opción a todas luces responsable del serio menoscabo musical, opuesto al efecto característico de la poesía modernista rubendariana, que le embargó su juventud. Le fascina la filosofía de los presocráticos, sobre todo de Anaxágoras, aunque conoce perfectamente a todos los griegos, especialmente a Platón. Pero ejerce gran influencia sobre Oribe la escolástica, el pensamiento moderno, como el de Descartes, el de los románticos alemanes y racionalistas franceses, así como el de varios contemporáneos, entre ellos Bergson.

En 1939 es nombrado Profesor Adjunto de Teoría del Arte en la Facultad de Arquitectura, y en 1942 realiza un viaje a Estados Unidos, en cuyas universidades de Yale y Berkeley dicta conferencias. En París asiste a los cursos de Louis Lavelle, cuyo pensamiento puede considerarse muy próximo a sus aspiraciones filosóficas. Tiene la oportunidad de conocer a un filósofo francés muy influyente en ese tiempo, con ideas de gran originalidad y en algunos aspectos afines a las de Oribe: Jean Wahl. En 1946 viaja a Chile donde es presentado al Senado de esa República por Pablo Neruda. En Uruguay se funda la Facultad de Humanidades y Ciencias, a cuyo Consejo se integra después de una larga lucha de su principal mentor, Carlos Vaz Ferreira, de quien será el continuador como Decano.

Su vida alcanza cierta estabilidad, pero familiarmente ya es tarde. Después de muchas peripecias y vacilaciones Maruja termina decidiéndose por la separación, la que sobreviene en 1947, que no debió resultar fácil para tan buena madre y esposa. Otros viajes le permiten conocer México y Cuba, en 1951, y por esta época logra visitar algunos países de América del Sur, así como, en 1956, India, Turquía y Grecia. Es nombrado Decano de la Facultad en 1958 y también asume la Vicepresidencia de la Academia Nacional de Letras. El Ministerio de Instrucción Pública le otorga el Premio Nacional de Literatura en 1963. Oribe muere en el Hospital Maciel de Montevideo en 1975.


EL CREADOR

De su versación en el arte, la literatura y la filosofía, así como de la familiarización con la simbología y mitología clásica, sacará amplios beneficios que obrarán, recordando a José E. Rodó y a Julio Herrera y Reissig, como acicates de su fecunda laboriosidad intelectual. Pero, sobre todo su obra poética, al menos en la primera etapa de su largo periplo, se alimenta principalmente con recuerdos e imágenes de la infancia y la adolescencia en Cerro Largo. Escenas bucólicas, ríos de aguas serenas como las del Tacuarí, cielos relampagueantes, llanuras inmensas franqueadas a caballo bajo la lluvia, vicisitudes de la vida en la estancia, costumbres de la gente sencilla le facilitan la idealización de la vida en el campo.

La experiencia de vida, pues, se deja ver en la obra, y la poética se alimenta de ella, cuando es puesta en verso o cuando es teorizada en prosa. Oribe es un ejemplo de cómo la vida influye sobre la obra y de cómo el pensamiento determina la vida. Ha señalado Alberto Zum Felde que “Detrás de cada motivo está un momento de la vida real del poeta” (Zum Felde, 1967, 80). La influencia del paisaje y las costumbres se procesa de manera inversa al “nativismo” por el cual se sintieron llamados otros poetas, como Fernán Silva Valdés. Si esos poetas cantan a las cosas, consolidando cierto objetivismo, Oribe concibe la poesía desde la mayor subjetividad. La exaltación idílica del yo fecundado por la poesía parece desembocar en una concepción por la cual el hombre alcanza la salvación.

La trayectoria del poeta se inicia con El halconero astral, de 1919, a partir del cual se suceden varias obras: El Nunca Usado Mar, 1922; La Colina del Pájaro Rojo, 1925; La Transfiguración de lo Corpóreo, 1930; El Canto del Cuadrante y La Esfera del Canto, 1938; La Lámpara que Anda, 1944; Ars Magna, 1959. La Universidad de la República reunió estos poemas en dos antologías de 1965 y 1966. Su prosa se reúne en: Poética y Plástica, 1930; Teoría del Nous, 1934; El Mito y el Logos y El pensamiento vivo de Rodó, 1945; Trascendencia y Platonismo en Poesía, 1948; La Intuición Estética del Tiempo, 1949; La Dinámica del Verbo, 1953; Tres Ideales Estéticos, 1958. En estas colecciones predomina el aforismo, pero también figuran grandes ensayos, entre los cuales descuella “La teoría de Goethe”, en la segunda (al que dedica más de ciento veinte páginas), y análisis sobre Delmira Agustini y Julio Herrera y Reissig, en la primera. Tradujo a poetas como Valéry, Baudelaire, Claudel, Eluard y Ungaretti, y hay quien afirma que aún hoy no está publicada toda su obra.


EL LUCHADOR

La lucha no se da en otro terreno que no sea el del espíritu. Es la lucha entre el pensamiento y la vida biológica, un enfrentamiento que no logra imponer la paz y que poco a poco se resuelve a favor de la idea y en contra de toda expresión primitiva y sin inteligencia. Una alegoría introduce la idea central de El mito y el logos, el símbolo de mayor belleza en la célebre pintura de Sandro Botticelli “Palas y el Centauro”: “La diosa y el centauro, entre las columnas de mármoles y oro entraron juntos en la noche y el templo. Fue así como el impulso elemental, desde los balbuceos de la vitalidad estética, se rindió ante las órdenes imperativas de la inteligencia actuante” (1945, 8). El cuadro muestra cómo Palas Atenea, diosa de la inteligencia y la sabiduría, “desliza la mano por el lomo y la testa del inmenso animal, cuyas patas se prolongaban y confundían con el barro y las sombras del anochecer”.

Se enfrentan, pues, el mito y el logos, el impulso primitivo y la razón, el gesto duro y la palabra, transportadora del conocimiento. Esta es la cruzada que emprende tanto el poeta como el filósofo. La batalla no se libra en el nivel del pensamiento teórico ni en el de la filosofía académica. Tampoco en el campo mundanal de la política ni de la lucha social. Se libra dentro, pero con expresa dirección en el sentido de su exteriorización literaria, para que su calenturienta movilización sea recogida por las generaciones, sean de su tiempo o del futuro.

Fascina a Oribe la aparente contradicción entre la naturaleza y el pensamiento, entre la vitalidad original e indefectible de lo vivo y la serenidad, también aparente, de la razón, el espíritu y la inteligencia. El punto central de la teoría, necesitada de demostración, no es otra cosa que la vitalidad de la expresión que, enfrentándola a la razón teórica llama “razón poética”. Propugna el uso de la razón, pero en estrecha comunidad con las observaciones sensoriales, por lo que, a la intuición pura, la inducción y la deducción debe sumarse la “inferencia analógica”.

“Cuando al observar la rosa A, o al pensar la idea de la belleza terrena y al posar mis ojos en la estrella B, o al pensar en la belleza celeste, afirmo la existencia de otros caracteres estéticos inmutables, objetivos, trasunto de menudas ideas platónicas o entes al alcance de la limitadísima razón del hombre, y que campean en A o en B, en la tierra o en el cielo realizo una inferencia por análoga que al mismo tiempo denuncia cierto valor de orden lógico, postula un contenido estético que parece impulsar en el ritmo del universo. Tal es el poder de la analogía que trae a la mente estos confortables fundamentos y sus consecuencias.” (1945, 29)

La audaz incursión en la filosofía del sentimiento estético tiene pretensiones de profundizar todo lo humano, en un proyecto cognitivo tanto como espiritual, moral y aun religioso. En ese proyecto penetra la matemática en la poesía tanto como ésta en el sentir sensible. Incluso la lógica no queda afuera y Oribe se hace cargo de una especie de conjetura que, después de más de medio siglo, quizá se ha cumplido plenamente: “Es sabido que la intuición metafísica, como conocimiento inmediato, aspira a suplantar el mecanismo habitual del método de la razón suprema del hombre” […]

Las dificultades aparecen “cuando se inicia la ascensión o el retorno desde el objeto a la expresión. Yo le llamo a este momento el rodeo discursivo inverso. Es tan penoso y cruel como el rodeo discursivo directo, propio del conocimiento racional. En el proceso inverso hay que regresar de la intuición a las ideas o hacia las metáforas intermedias y llegar a las palabras por fin. Ese proceso inverso entonces se amplifica, exige desarrollos, imágenes y libros inmensos. Día llegará en que se crearán lógicas destinadas a asegurar el discurso inverso, con punto de partida en el acto intuido.” (Ib., 152)


EL PENSADOR

El hombre de los solitarios dominios arachanes es el mismo que se pasea solo por la ciudad, en la que los amigos le reconocen taciturno, a veces jovial y caballeresco, pero embargado de cierta timidez. Es el mismo niño, el mismo adolescente que cabalga por los campos en los días de tormenta y ahora se aventura por los valles de la estética buscando fundamentar el arte por medios racionalistas, amalgamando poética y matemática. El niño que proyecta su ánimo en los atardeceres idílicos es el mismo que siente la pintura y vive la poesía con una prosa elevada a la misma escala. Es el pensador que sugiere un breve tratado sobre la analogía y sueña con la música que oye incesantemente (aunque dona su voluminosa colección de discos al Museo Pedagógico).

El vuelo de pájaro que caracteriza la vida de Oribe, quizá, es el mismo que lo convierte en un esposo sin decisión práctica, que lo empuja a estudiar una profesión universitaria que rechaza desde el principio, y el mismo salto que lo impulsa a dedicar horas y horas a la preparación de unas clases que no se retribuirán del modo como lo necesitaba. Ese impulso lo aleja de la política, quizá atento a la queja de Rodó sobre la fuerte absorción que esa actividad ejercía sobre la joven inteligencia uruguaya (en su juventud tuvo oportunidad de entusiasmarse viendo cómo desfilaban los guerreros gauchos de Masoller). Sin embargo, es el mismo que representa a Uruguay en el Congreso de Estudiantes Universitarios en Lima, a los diecinueve años, quien rechaza la dictadura de Terra en 1933, la que le acarreó tantas desgracias personales, y el que dedica un “Cántico” a la heroica muerte de Baltasar Brum, hecho que lo conmueve profundamente.

Así, pues, no es un indiferente sino un ensimismado. Si la política no le interesa, de todos modos, no deja de preocuparse por el país, por América, su cultura y su educación. ¿Cómo debe valorarse su pensamiento social? ¿El idealismo lo ha anulado? El filósofo de la idea, como lo caracteriza el doctor Arturo Ardao (1956, 152), ¿mató al hombre de acción? Es preciso aclarar qué clase de idealismo es el de Oribe. Al idealista ingenuo no le interesa demasiado la suerte de la gente. Pero el suyo no es un idealismo de esa especie, el de quien no se interesa por el prójimo. Cree que el camino a seguir es la superación intelectual, un camino de difícil tránsito, de refinamiento intelectual e industriosa construcción del conocimiento.

La obra muestra ese camino difícil porque el hombre está convencido de que la realidad uruguaya vivía una situación también difícil: “Todo nuestro adelanto político, nuestros progresos materiales, nuestras riquezas en ciertas actividades del espíritu quedarán incompletas y amenazarán ruina si no las fundamentamos con una cultura superior”, clama en Poética y Plástica (1930, 101).

Oribe no es el idealista que niega la realidad; por el contrario, cree en la belleza de la realidad. Su fe consiste en su idealización, no en su negación. Ni siquiera niega que el mundo pueda darse de forma inmediata a la inteligencia, como negaba Kant. La razón y el nous componen la inteligencia, conjuntamente. La inferencia lógica y la inferencia analógica van juntas, según proclama. El defensor del espíritu defiende también la razón desnuda: lo humano “no es solo lo afectivo; y en la emoción estética superior nadan, flotan y dominan las ideas como Jesús sobre las aguas” (ib., 75).

“Toda la dificultad consiste en que la poesía, que prescinde de la razón para ser creada, necesita de la razón para subsistir” (ib., 83). Su idealismo consiste en un emanantismo inspirado en Plotino por el cual lo superior tiene como efecto el mundo y las cosas; y no se alcanza sino por medio del sentimiento estético, del arte y de la poesía, es decir, mediante un esfuerzo de sensibilización, de elaboración y mejoramiento de la cultura.

La consigna se define por la sensibilización estética y por el conocimiento formador de la personalidad. Promueve la cultura superior, general y desinteresada, base de todo destino posible entre las personas. Esta cultura superior es la que se proyecta hacia el mejoramiento de la sociedad, la única que vuelve posible la superación del individuo por su sola cuenta. Se inscribe en el más soberano de los lineamientos históricos del pensamiento uruguayo, y subyace en las ideas fundacionales de figuras de la educación: José Pedro Varela, las maestras varelianas María Stagnero de Munar y Aurelia Viera. Y prolongarán esa tradición en el siglo XX las ideas de Francisco A. Berra, Carlos Vaz Ferreira, José E. Rodó, Pedro Figari, Luisa Luisi, Enriqueta Compte y Riqué, Clemente Estable, Cledia de Mello.

Una tradición que combina el afán por el conocimiento y el esfuerzo por lograr una cultura de orden superior, la más abierta y democrática fe en la educación del pueblo. Busca fortalecer la educación primaria, extendiéndola para todos, también la enseñanza media, orientada a la formación personal sin descuidar la preparación para la Universidad. Del mismo modo, incorpora las estrategias de preparación para el trabajo, profesiones técnicas y agropecuarias. El auge cultural, el impulso prestado por la generación del 900, se acompaña, de manera quizá única en la historia nacional, de una importante movilidad social que significó un avance ante el analfabetismo, la pobreza y el estancamiento social y cultural de muchas colectividades rurales alejadas de los centros poblados y de las ciudades.

En Poética y plástica Oribe hace gala de una concepción particularísima, fundada en su concepción tributaria del fervor por la ciencia axiomática, la lógica y la matemática e, igualmente, por el carácter indomable del arte en su descripción y rechazo a toda reglamentación o normativa. Le llegan muy a fondo los intentos de su época por aproximar los universos del conocimiento racional y de la intuición por parte de un Ribot o de un Worringer, el orden de los valores de Scheler, por lo que estudia tanto a Wundt en su psicología experimental como a Bergson en la intuición y el vitalismo.

Se interesa por la estética romántica tanto como por los esfuerzos más recientes por sistematizar la teoría del arte y en cierto modo aplicar el logos de los racionalistas a la descripción del espíritu, magnificado por idealistas e inmanentistas. Para Oribe no hay diferencia sustancial entre el pensamiento deductivo y el fluir discursivo originado en la sensibilidad estética. Precisamente, en su Teoría del Nous, obra única en la historia de la filosofía uruguaya, propone el nous, es decir el espíritu, como fundamento de la inteligencia humana.

Como acápite de su gran proposición filosófica, estampa estas palabras de Nietzsche, que reavivan las ideas de su presocrático más venerado: “Esto es lo que hizo Anaxágoras: olvidó el cerebro, su pasmosa complicación, la delicadeza y complejidad de sus evoluciones y vías y decretó un ‘espíritu en sí’. Este ‘espíritu en sí’ tenía libre arbitrio, el único de todas las sustancias que tenía libre arbitrio. ¡Asombroso descubrimiento!” (1944, acápite)

De todas maneras: “Si al Nous lo he de considerar indispensable, en absoluto, para nuestra salvación, esto no significa que deban repudiarse las actividades menos inteligentes: aquellas que conducen a las afirmaciones técnicas, científicas o positivistas. Lo que ocurre es que a estas últimas tendencias no es necesario traerlas o exaltarlas; ya están aquí; hay que pulirlas y formularlas en corpórea doctrina. Ya han poblado la indigencia […] No moriremos por falta de energías ni de trabajos ni de riquezas ni de disciplinas. Moriremos por falta de ideas.” (Ib., 11)


EL INCOMPRENDIDO

Si bien Oribe desdeña lo propio de las muchedumbres: “¿Las muchedumbres? No me interesan […] ¿Y cuándo las muchedumbres sufren? Las muchedumbres no sufren. Sufre el hombre solo, abandonado, el hombre Jesús, el hombre Nietzsche, el querido hermano del hospital.” (1944, 167) En cambio, no es indiferente a la suerte que corre el país y el continente en aspectos de indigencia cultural. Denuncia la pobreza espiritual como causa de todas las otras pobrezas, incluida la generada por las administraciones políticas mal encaradas, que llegado el medio siglo se perfilan, según lo proclama entre ensayos sobre estética literaria y plástica, como responsables de todo mal social. Especialmente, la pobreza ocasionada por la imitación de lo que nos llega de las grandes culturas del norte. No cree en la imitación ni en la salvación que pueda provenir “de afuera” y prescindir de la elaboración propia.

Oribe fue quien denunció nuestra dependencia psicológica, problema que depende de nosotros, si bien sus antecesores se habían soliviantado contra la dependencia literaria, especialmente Rodó, y otros pensadores contra la dependencia política e ideológica. Advierte la falla de nuestra manera de pensar, aventurando un diagnóstico único, que debe ser repensado en nuestra época. Hoy persiste la tendencia a asimilar todo lo que nos llega en materia de arte de manera fácil, confundido entre las novedades e innovaciones tecnológicas, y con frecuencia desplazando el poder de la creatividad con aplicación y esfuerzo, original y autónoma. Oribe proclama:

“A Fausto, mito de la razón, lo atormentaban las ideas; a don Juan, ebrio de los sentidos, lo atormentaban las imágenes. Nosotros, aunque admiramos a Fausto, adoptamos frente a la razón y sus fines, posturas donjuanescas. Pensamos apoyados en imágenes” (1944, 173). Dígase si esta estupenda fotografía de la realidad nacional de entonces tiene o no tiene que ver con el caudal de ideas o de imágenes que nos atormentan ahora. No porque ahora nos atormenten las imágenes, sino por el uso que suele hacerse de ellas.

A pesar de estas agudas y comprometidas aseveraciones, algunos críticos no supieron o no quisieron apreciarlas, tal el caso de Mario Benedetti. Este famoso ensayista, novelista y poeta encuentra en Oribe una “frialdad indeclinable” (Benedetti, 1969, 62). El doctor Pablo Rocca ha observado que esta opinión del conocido escritor montevideano se explica por pertenecer a un horizonte muy diferente: “Operaban entonces otras propuestas de discurso, más concentrado y preciso en el significado de cada palabra, en ejemplos tan disímiles como Vallejo, Borges, Huidobro, Octavio Paz o Nicanor Parra, que desprestigiarían el ambicioso prospecto de poesía filosófica por el que pugnaba Oribe.” (Roca, 1993)

Si Oribe se esconde tras la idea es para enjuiciar una realidad –no ideal sino material– en la cual no cree. “Poco importa ser hombre; lo que vale es ser una idea encarnada.” (1953, 134) Desencadena una viva lucha contra la apariencia engañosa: “Que una sola Idea resplandezca en mí, y os devolveré el universo que habéis construido en mí, oh sentidos engañosos, ¡máscaras adorables!” (Ib., 134). La realidad en que nos movemos es otra: “No está uno en donde está sino en donde está su espíritu” (1944, 43).

Pero, ¿cuáles son las vertientes de pensamiento y sensibilidad que atrapan a Oribe en estas sentencias y máximas metafísicas, cuyas fórmulas disienten tanto respecto a sus posibles correlatos de la filosofía actual? Se debaten en su fuero íntimo dos fuerzas contradictorias que se afana por conciliar y volver complementarias, y por cuyo fenómeno de encuentro y desencuentro se genera la inteligencia, la ética y la estética. Si bien por un lado acepta la importancia iniciática de la acción, siguiendo en este sentido el pálpito fáustico de Goethe, por otro remite su consagración al dominio abstracto, intemporal y trascendental del pensamiento o del Nous. Todo queda contenido en este aforismo: “El ser se constituye en la acción; pero solo se realiza en el pensamiento.” (1945, 143)

Pero no todo en la obra de Oribe es metafísico o filosofía del arte. Su definición ideológica no es objeto directo de su ocupación reflexiva, pero es clara: “Todos los que no nacieron a tiempo para ser comtistas, hoy son marxistas. La mentalidad es la misma.” (1944, 53) Y observa la falla inicial de nuestra cultura, que por momentos parece no vislumbrar remedio: “Todo el caos sudamericano se debe a que Europa penetró en estas tierras únicamente con la acción. El pensamiento no ha venido nada más que en formas fragmentarias e inarticulares. Hemos creído que teníamos pensamiento y sólo era nuestra técnica: el pensamiento enfriado por la acción. El pensamiento puro se evapora al pasar el Ecuador: sólo viene un vino malo embotellado en lenguajes antiguos: un vino muerto, con algunas llamas de Nous…” (Ib., 212)

“Nuestro continente es políticamente algo bastante repugnante. Tiranías, guerras, amenazas extrañas, odios y nada más.” (Ib., 53) “En filosofía, americanismo significa aideísmo por mucho tiempo.” (Ib., 175). Oribe no tiene igual en nuestro país por la construcción de una teoría del arte o, como prefiere llamarla Carlos Real de Azúa, “teoría de la inteligencia”, de gran profundidad y cuidadosa fundamentación teórica, tanto lógica como filosófica, que puede con algo de imaginación transferirse a la dimensión ideológica. Si bien nuestra época no es la mejor para realizar su panegírico, es necesario superar las actuales coordenadas estéticas, estilísticas e ideológicas, que se cuecen y aun hierven a pleno fuego, porque distraen y desvían la adecuada valoración.

Es preciso evitar el olvido de este extraordinario pensador y virtuosísimo sentidor. Por otra parte, es lo propio de quien hace la buena historia que, en vez de remontar el vuelo al pasado con la carga del presente, procura seguir la pista de los diversos horizontes culturales “ligero de equipaje”. Fue quien asentó en su principal obra: “Antes de hablar de la decadencia de Europa, los de aquí debemos detenernos: la decadencia de Europa somos nosotros.” (1944, 186) Su ontología, llamémosle así, se funda en este solo pensamiento: “¿Qué se es? ¿Lo que se hace? No; no es lo que se hace. Se es apenas lo que se piensa. Lo que se hace es la sombra y la ceniza de lo que se piensa, la sombra y la ceniza de lo que se es.” (Ib., 209)



REFERENCIAS:

ARDAO, Arturo (1956). La filosofía en el Uruguay en el siglo XX, México, FCE.
BENEDETTI, Mario (1969). Literatura uruguaya siglo XX, Montevideo, Editorial Alfa.
ORIBE, Emilio (1930). Poética y Plástica, Montevideo, Impresora Uruguaya.
ORIBE, Emilio (1944). Teoría del Nous, Buenos Aires, Losada.
ORIBE, Emilio (1945) El Mito y el Logos, Buenos Aires, Editorial Poseidón.
ORIBE, Emilio (1953). La Dinámica del Verbo, Montevideo, Impresora Uruguaya.
ROCA, Pablo (1993). “El centenario de Emilio Oribe. Un solitario entre tinieblas de palabras”, Suplemento Cultural de “El País”, N.º 191 del mes de julio.
ZUM FELDE, Alberto (1967). Proceso intelectual del Uruguay, T. III, Montevideo, Ediciones del Nuevo Mundo.

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