G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: VUELTA A VAZ FERREIRA

lunes, 12 de septiembre de 2022

VUELTA A VAZ FERREIRA


“VIII Jornadas de Literatura Uruguaya (05/04/2022):
Pensamiento y reflexión ensayística en el Uruguay de los siglos XIX y XX”
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA – Ciudad de México
 

Por más que se haya señalado la complejidad de “los antagonismos políticos y sociales del Uruguay tradicional”, complejidad que es difícil resumir en una fórmula, de todos modos, parece confirmarse una constante descubierta por Alberto Zum Felde (1967, 172) e impresa con estas palabras: “se piensa como se siente”. Por supuesto, no es una fórmula aplicable sin concesiones, pero caracteriza a buena parte del pensamiento y de la historia de hechos de todo el período en el curso del cual los orientales se convirtieron en uruguayos en los siglos XIX y XX.

Quiere decir Zum Felde que, en general, asoma el predominio de los sentimientos sobre la razón, la subjetividad subyaciendo ideas y hechos, dirigiendo desde lo profundo las más fuertes pulsiones de las más destacadas figuras públicas, políticos, intelectuales, caudillos y doctores, e incluso artistas, escritores y filósofos. Si se va a lo individual se descubren personalidades públicas de gran relieve en el plano de la inteligencia, un Bernardo P. Berro, un Francisco Bauzá, un José Batlle y Ordóñez, un Luis Alberto de Herrera. Estos hombres fueron encumbrados políticos tanto como distinguidos escritores, ensayistas, historiadores, en cierto grado filósofos.

En el mismo José Artigas descubrimos la luz del intelecto alumbrando sus decisiones, en Miguel Barreiro, en José Monterroso, en Dámaso A. Larrañaga, y en otros algo más impulsivos, Fructuoso Rivera, Venancio Flores, Aparicio Saravia. En los actos de algunos de ellos parece brillar más el sentir, y en otros parece que el pensar moldea los sentimientos más arraigados. Por cierto, en algunos hay de las dos vertientes con un acento de intensidad parecido, y quizá sean ejemplos Juan Antonio Lavalleja, Diego Lamas, Claudio Williman, universitarios como Plácido Ellauri o Alfredo Vásquez Acevedo. La intensidad de estos opuestos depende del punto de vista desde el cual se estudie a estos personajes, si militar, político, jurídico, académico.

Ahora bien, ¿qué queda en ellos de la otra fórmula, a saber, que se debe actuar en consonancia con lo que se piensa, para no ser incoherentes o contradictorios? Es un supuesto que se impone en la moral tanto en la vida corriente como en las valoraciones eruditas, biografías y reseñas de las figuras más encumbradas de la historia. Por supuesto, también se cumple, en todos los aspectos, que, si lo correcto es “actuar como se piensa”, al interceptarse esta consigna con “se piensa como se siente”, adviene otra fórmula solo con aplicar una inferencia hipotética famosa: “si se actúa como se piensa, y se piensa como se siente, entonces, se actúa como se siente”. Buscar la verdad o la falsedad en esta fórmula es ejercicio para otra ocasión.


EL PENSAMIENTO EMINENTE

 En cierta medida, y con el cuidado debido en el plano de las generalizaciones, se puede manejar este silogismo y aplicar a la historia política uruguaya. No porque se haya dejado de pensar sino porque nunca se dejó de sentir, y con la misma fuerza y frescura de la paralela moral intelectual. Los debates filosóficos del siglo XIX tienen mucho de esta particularidad, mucho fervor espiritualista y positivista no solo en las ideas y en las corrientes de pensamiento sino también en sus formas de manifestarse. La irrupción del positivismo en el Uruguay del siglo XIX, en la que tuvo destacada participación José Pedro Varela, se produjo en paralelo con el auge de los sindicatos y con ellos el de las ideas anarquistas y las concepciones marxistas. La tradicional estructura mental de los uruguayos, democrática y liberal, que había nacido en el contraste con la monárquica, dio de plano con una novedad inusitada. Por lo que las ideas cobran una vez más la densidad de los hechos, las convicciones cristalizadas distintamente en bandos, y en cada bando el sentir muy fuerte, el actuar como se piensa y por obra de la praxis y la devoción (cuando no de la enajenación), el actuar como se siente.

Las corrientes filosóficas no saben dónde guarecerse en los inicios del siglo XX uruguayo. Carlos Vaz Ferreira se instala en la cátedra, en el rectorado y en la enseñanza media con un plan no esperado. Valiéndose de una protofilosofía, de una nueva lógica no exactamente psicológica (como se dijo), dio a luz una incipiente semántica filosófica. Por obra del ensayo literario, José Enrique Rodó quiebra con la tradición clásica no solo anunciando el modernismo sino renovándolo y enriqueciéndolo desde el punto de vista del pensamiento. Ambos tuvieron un reflejo inmediato en diversos ámbitos, y ese reflejo fue lo suficientemente fuerte como para que se diluyera el viejo enfrentamiento entre los espiritualistas y los positivistas y evolucionistas.

Sin embargo, Rodó se hizo público como un maestro de juventudes (Ariel), no como el creador de una filosofía de la personalidad (Motivos de Proteo), y Vaz Ferreira como el autor de un manual para evitar errores y no como quien pone al descubierto el papel del lenguaje en la comunicación y la convivencia (Lógica viva). Se sintió de ese modo que ambos dispensaban medios para hacer trascender los valores nacionales y para actualizarlos aun discurriendo en el plano de la educación (las modalidades pedagógicas de Vaz Ferreira, las Parábolas de Rodó). En ese cuadro se mantuvo, en sus grandes líneas, el pensamiento uruguayo más reconocido, con algunas frescas y diferentes aportaciones de, diríase, filósofos-sentidores como Pedro Figari, Torres García, E. Oribe, Juan L. Segundo, Emilio Frugoni, Fernando Beltramo, y filósofos-pensantes como Carlos Reyles, José P. Massera, Santín C. Rossi, Arturo Ardao, Antonio Grompone, Juan Llambías de Azevedo, Mario Sambarino, Aníbal del Campo y otros. No entraremos en el detalle de ese cuadro sino en lo esencial que se mantiene en pie hasta hoy.

 

LOS BANDOS Y LA FILOSOFÍA

El Uruguay liberal consolidado por primera vez con una pátina de “estado de bienestar” merced a la política y a la acción en el plano de la economía de José Batlle y Ordóñez, superados los cruentos enfrenamientos entre blancos y colorados, dejando atrás las guerras civiles, entra en un lento descaecimiento que se revela notorio a partir del segundo cuarto del siglo, a pesar del brillante movimiento en las letras y las artes llamado del 900. Correspondería referir la suerte corrida por el pensamiento uruguayo, la filosofía y la literatura cuando nos aproximamos al medio siglo y, con particular definición, llegadas las décadas del 60 y del 70. Aquí solo reseñaremos la suerte corrida por la nueva filosofía con el deterioro de las relaciones económicas y sociales que se encausan bajo un nuevo cuadro político. Ya no blanquicolorado sino bajo una nueva dualidad clasificada con los titulares de izquierda y derecha políticas.

Se constituyen dos nuevos bandos, el tradicional representado por los viejos defensores de las divisas, y el que surge como efecto de las ideas socialistas. El primer estudio sobre este nuevo cuadro lo realizó Vaz Ferreira en Sobre los problemas sociales (un texto de 1922 surgido de tres conferencias entre 1917 y 1918), obra en la que se expide sobre el individualismo y el socialismo. Pero, hasta donde sabemos, sus puntualizaciones corrieron una suerte diversa, algo borrosa, víctima del hegemónico “pensar como se siente”. Una vez cruzado el medio siglo se diluyen bajo la pujanza de algunos ensayos críticos moldeados en la arcilla de la izquierda intelectual. La interpretación consideró a Vaz Ferreira como representante de la clase alta montevideana: “pedagogo burgués” el autor de Lecciones sobre pedagogía, incapaz de superar el individualismo al autor de Sobre la propiedad de la tierra. Se llegó a poner en duda al filósofo que escribió Fermentario, señalar los “escamoteos” de una filosofía en el autor de La actual crisis del mundo, y “estética ausente” en quien dedicó amplias cavilaciones sobre la poesía en Sobre la percepción métrica y sobre la estética en diversos textos y conferencias. Vaz Ferreira fue sentido más que pensado.

La realidad social venía a formar un mundo paralelo que en buena medida justificaba una reacción. Se convalidaba el socialismo como remedio a los indiscutibles males que agobiaban a la sociedad uruguaya: corruptela política, amiguismo y nepotismo, ineptitud técnica, burocracia inepta, ausencia de nuevas ideas en política, desastre en la economía (inflación, endeudamiento externo, debilitamiento del salario real, etcétera). La democracia uruguaya y su tradicional librepensamiento fueron instrumento facilitador de la expresión, difusión y asimilación de las nuevas ideas que se enarbolaron como señales que indicaban nuevos caminos. No hubo en ellas nada más que ilusión, creemos hoy, plena de buena fe y patriotismo, pero sabemos equívoca, descuidada e ilusoria, positivistamente idealista, por decirlo con este oxímoron.

  

EL LARGO CAMINO DE VUELTA

 El conflicto desemboca de la manera más triste en el golpe de Estado del 73, con una etapa previa de enfrentamientos ideológicos, sindicales, intelectuales y aun de acción directa. El gobierno de facto realiza una obra aniquiladora de la vieja y sólida cultura establecida en todos los planos de la actividad, incluido el de la enseñanza. No se pierde el rumbo, empero, y se comprende que es necesario practicar la unión entre las fuerzas de la izquierda y las democráticas reunidas en torno a un grupo de políticos, escritores, artistas, historiadores y pensadores que se resisten a acepar el estado de derecho vulnerado.

El doctor Arturo Ardao y Carlos Quijano proceden a un replanteo de Vaz Ferreira y Rodó en sendos números de “Cuadernos de Marcha” en 1972, en la aspiración de una reivindicación de sus pensamientos y gravitación nacional e internacional. Flanqueando al mismo Ardao, iniciador de este resurgimiento, estuvieron Carlos Real de Azúa, Emir Rodríguez Monegal, Manuel Arturo Claps, Norberto Rodríguez Bustamante, Mario A. Silva García, Diógenes di Giorgi, Antonio M. Grompone, el hispanista francés Alain Guy, entre quienes surgen nuevas intuiciones respecto a Vaz Ferreira y también en lo que tiene que ver con la “conciencia filosófica” de Rodó.

Hacia 1980 aparecen dos ensayos críticos que enfocan a Vaz Ferreira desde un ángulo próximo a la filosofía europea de la primera posguerra. Uno de ellos, editado en Caracas, toma como referencia la sintaxis lógica del lenguaje de Rudolf Carnap (1980a). Otro, editado en Montevideo, lo relaciona con la filosofía del lenguaje de Ludvig Wittgenstein (1980b). A partir de ese momento, y aunque mediaran décadas, se produce un lento vuelco en las interpretaciones de ambos pensadores, incluso ideológicas, una pausada liberación de los parámetros radicales del marxismo teórico y del socialismo real que había enraizado en buena parte de la academia y la cultura montevideanas.

Pasados unos años (en el parsimonioso evolucionar de la conciencia filosófica uruguaya) llega un libro de Arturo Ardao en el año 2000, Lógica de la razón y lógica de la inteligencia. Ardao acuña en este libro la denominación que debería abarcar a todas las versiones aquí invocadas: Lógica de la Inteligencia. Consagra a Vaz Ferreira como “precursor” de la filosofía europea del siglo XX, acreditando el concepto forjado en 1980. Ardao había indicado la dirección de su filosofía hacia “las cosas mismas”, el carácter concreto de su filosofía o “filosofía de la experiencia” (y de otros filósofos uruguayos) en La filosofía en el Uruguay en el siglo XX (1956), en Introducción a Vaz Ferreira (1961) y en “Genesis de la Lógica viva” (1972). Era lo que antecedía, pero ahora se refiere al “giro lingüístico”, también a la “lógica informal” y a la teoría de la argumentación de Chaïm Perelman, vinculada a la “Lógica razonable” de Luis Recaséns Siches (2000, 96), cuyo planteamiento es hermano intelectual de la lógica viva.

Vaz Ferreira, desde entonces, aparece como temprano postulante al menos a la índole de estas corrientes por la naturaleza nítidamente alejada de la filosofía primera y de la lógica formal de su Lógica viva de 1910, anunciada ya en “Un paralogismo de actualidad” de 1908. En lo sucesivo se desarrollará una variada investigación de estos antecedentes por parte de autores uruguayos, latinoamericanos e hispánicos. Lo cierto es que se buscaba y aun se busca dar respuesta a una pregunta implícita. Puesto que, aunque sin duda fue un precursor, además de todo lo demás, se busca averiguar ¿precursor de qué, exactamente?

 

SOBRE LA ARGUMENTACIÓN

 Ante todo, hay que aceptar que en cualquiera de las ramas indicadas por Ardao es posible encontrar antecedentes vazferreirianos, con lo que queda atrás aquello del “manual para evitar errores”. Algunos ensayos actuales se afirman en la teoría de la argumentación. Veamos esta interpretación que es la que parece hegemonizar las nuevas lecturas de Lógica viva. No es necesario indicar que la teoría de la argumentación se detiene en el argumento, es decir, en la proposición destinada a un fin particular de la comunicación: demostrar, como cualquiera de las clases de proposiciones de la lógica o de los métodos de la ciencia o de las modalidades de la filosofía.

Pero, por encima de todas, Perelman, al menos, se ocupa de la proposición destinada a persuadir, a convencer, no tanto a los fines propios de las teorías y teoremas sino, principalmente, a las argumentaciones de la vida cotidiana, de la intercomunicación o de la interlocución entre personas: “cuando se trata de argumentar o influir, por medio del discurso, en la intensidad de la adhesión de un auditorio a cierta tesis ‒afirma Perelman‒, ya no es posible ignorar por completo, al creerlas irrelevantes, las condiciones psíquicas y sociales sin las cuales la argumentación no tendría objeto ni efecto. Pues, toda argumentación pretende la adhesión de los individuos y, por tanto, supone la existencia de un contacto intelectual” (1989, 48).    

Este propósito abarca a todas las propiedades de los estudios lingüísticos, semiolingüísticos y de la teoría de la comunicación, incluidos los de Bertrand Russell sobre las “inferencias no demostrativas”: “Me di cuenta de que todas las inferencias empleadas, tanto por el sentido común como por la ciencia, son de especie distinta a las empleadas por la lógica deductiva, y de tal naturaleza que, cuando las premisas son verdaderas y correcto el razonamiento, la conclusión es solo probable” (1976, 199).

El propósito traza un amplio arco que llega hasta el “querer decir” de Herbert Paul Grice, para quien aquello que no solo “debe haber sido ‘expresado’ con la intención de producir cierta creencia”, incluye en el orador el “haber intentado que un ‘público’ reconozca la intención tras la expresión” (1977, 11). Se trata de ir más allá del enunciado e incorporar a los significados y sentidos las aportaciones de la enunciación. Esto es, estudiar lo que en todo hablante consiste en “causar en su interlocutor una cierta respuesta por medio del reconocimiento de su intención” (Acero y otros, 169). Esta es la particularidad específica de los estudios sobre la persuasión.

Aunque en Vaz Ferreira puede encontrarse algo semejante, sin embargo, no suele discernir la finalidad persuasiva, sino, más bien, el equívoco, el paralogismo, la confusión, el error. No solo cuando se quiere convencer, propósito correspondiente a la retórica, sino en toda comunicación, en toda proposición, cualquiera sea su fin último. Busca ejemplos de este fenómeno en el lenguaje, en su realidad oral o escrita, en cualquier clase de comunicación y con cualquier tipo de propósitos. Así, pues, trata de discernir los secretos de la comunicación apofántica, es decir, de lo que José Ferrater Mora llama “discurso de índole atributiva”, de la afirmación por la que se atribuye un predicado a un sujeto. Por lo que, antes que de Perelman, Vaz Ferreira se ubicaría antes de filósofos como el canadiense Alan R. White, por ejemplo.

 

SOBRE LA LÓGICA INFORMAL

Tenemos dos campos en los que la lógica viva se impone en sus perfiles precursores: los de la lógica informal y los de la filosofía del lenguaje corriente. En ambos su aporte es anterior a los primeros intentos de establecer una lógica de más de dos valores de verdad, así como anterior a la filosofía del Círculo de Viena, a la de Oxford, a la de Wittgenstein y a la filosofía analítica. La lógica formal, con Russell y Whitehead, Hilbert, Gödel y otros, experimenta un empuje que no se había conocido desde los tiempos de Aristóteles, megáricos y estoicos. Y es inmediata la aparición del cálculo proposicional trivalente, la lógica de Jan Łukasiewicz en 1917 (con el antecedente de Charles Sander Peirce en el siglo XIX). Se trata de un valor de verdad intermedio respecto al de verdad y falsedad, asunto que retomará Max Black en 1937 (asimismo, con algo caro a Vaz Ferreira, a saber, la relatividad operativa del principio del tercero excluido).

El tratamiento vazferreiriano de los grados de la creencia nos aproxima a la lógica borrosa, principalmente a los trabajos de Lofti Zadeh de 1965, que dan el espaldarazo inicial a la lógica divergente en su modalidad de lógica borrosa. Esta lógica, por sus insospechadas posibilidades de aplicación práctica, es desarrollada por los japoneses y por los canadienses (Rossetti, 103), acontecimientos todos que datan de las décadas del 50 y del 60, muy posteriores a Vaz Ferreira. Se sabe que el filósofo montevideano se interesó por lo que vino a encuadrarse posteriormente dentro de los planos de las lógicas de la probabilidad y del “ensayo y error”, que termina en la tecnología fuzzy (borrosa, peluda), aplicada al barrer hoy en día en la industria electrónica.

Sobre el fin del siglo se conoce en español el libro del norteamericano Bart Kosko, Pensamiento borroso (1995), que resulta una referencia insuperable si se trata de buscar el parentesco de la lógica informal con la lógica viva. Pasan a un segundo plano la relación con intentos de un orden parecido, a saber, los del filósofo y lógico inglés Alfred Sidgwick y su estudio de las connotaciones informales de las proposiciones, con acento parecido al Wittgenstein de los Cuadernos azul y marrón y de las Investigaciones filosóficas. Debemos tener en cuenta estas posibles asociaciones, operaciones de lo que se podría llamar “filosofía comparada” como se denominan los estudios de “literatura comparada”.

Sin embargo, hay algo que debe notarse especialmente. Vaz Ferreira no concibió su lógica viva como una teoría de aplicación práctica, es decir, como una ventana desde la cual pudieran contemplarse las necesidades de la tecnología o del razonamiento lógico, como una derivación de la lógica formal o de una lógica divergente en ciernes. En algo parecido y aun coincidente estuvieron Russell, Łukasiewicz, Black, Zadeh e incluso Alfred Tarski, brillante lógico de la Escuela de Varsovia, o Hans Reichenbach, teórico alemán de la lógica inductiva y de la probabilidad. Es necesario aterrizar en el plano específico de Vaz Ferreira y, especialmente, en el de su modalidad o metodología que él mismo definió como “análisis reflexivo del significado de las frases” (1963, T. II, 123).

Esta modalidad es expresa también en un aforismo de “Psicogramas”: “Del mismo modo que los cirujanos no emprenden una operación sin desinfectar previamente todos los útiles que se proponen usar, nadie debería empezar un raciocinio sin haber dejado de antemano todas las palabras que va a emplear completamente asépticas de equívocos.” (1963, T. X, 174)


SOBRE LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE

¿Qué quiere decir? Solo que se interesó por el lenguaje, por el plano de expresión en el que quedan de manifiesto los problemas. No solo en el de la lógica, en el de los argumentos, en el de las derivaciones que surgen cuando se dejan de atender estrictamente los principios de identidad, no contradicción y tercio excluso. Se circunscribió al análisis del lenguaje y, si bien estudió las proposiciones, lo hizo en los términos de las oraciones del habla común, como luego estudiarán John Austin o Gilbert Ryle, tomando el análisis en el sentido de la gramática y no en el sentido estricto de la filosofía analítica. Esto quiere decir que estudió más que nada los significados de las palabras, frases y oraciones, en el terreno del análisis morfológico y de la sintaxis en la gramática elemental.

Por supuesto, la aproximación a la argumentación, a la lógica informal y a la filosofía analítica es patente, pero lo es más a la filosofía del lenguaje. Con la expresión “filosofía del lenguaje” queremos referir especialmente al “giro lingüístico” iniciado por Ludwig Wittgenstein, especialmente en el Cuaderno azul (texto correspondiente a la clase dictada en el curso 1933-34), y en el Cuaderno marrón (dictado a dos de sus discípulos en 1934-35). Esta filosofía encara los problemas que acucian al conocimiento y a la comunicación derivados del uso del lenguaje. No tanto del lenguaje en sí sino, más bien, de lo que hacemos con él cuando pensamos, hablamos, escribimos, cuando oímos lo que se nos dice o leemos lo que se escribe.

Está de más decir que, en este sentido, Vaz Ferreira no toma sus ejemplos de la lógica, de los cálculos o fórmulas o inferencias de los lógicos, sino de la vida diaria en su dinámica oral o escrita. Tampoco estudia la psicología comprometida en esos ejemplos y, en cambio y limpiamente, del uso del lenguaje en cuanto a sus resultados semánticos derivados del uso del lenguaje y de las características de la enunciación. Desde que se detiene en este aspecto, el papel que juegan los vocablos y las combinaciones entre ellos en la interlocución común, se puede decir que su “análisis reflexivo del significado de las frases” incurre en el campo de los sistemas de signos o semiótica.                


CONCLUSIÓN

Hubo un desdén por Rodó, el escritor siempre aclamado, aunque sin ser adecuadamente conocido, facilitado por el refinamiento y el culturalismo de su estilo, hoy una verdadera dificultad para el lector medio. Para este hombre ya era claro el aforismo de Zum Felde; en una carta a Miguel de Unamuno, de febrero de 1901, escribe: “Si algo me separa fundamentalmente de la mayor parte de mis colegas literarios de América, es mi afición, cada vez más intensa, a lo que llamaré literatura de ideas, ya que llamarla docente o trascendental no la definiría bien. Por desgracia, el modernismo infantil, trivialísimo, que por aquí priva, me ofrece muy pocas ocasiones de satisfacer esa afición con la lectura de la producción indígena. Necesitamos gente de pluma que sienta piense, y lo que abunda son miserables buhoneros literarios, vendedores de novedades frágiles y vistosas.” (Monegal, 1957, 90)

Y hubo un desdén por Vaz Ferreira, quien, al respecto del mismo aforismo, escribe en “Un paralogismo de actualidad”: “acostumbrados a sentir ya antes de razonar, por una especie de finísimo instinto adquirido, lo que hay de débil, o de exagerado, o de equívoco, o de hipotético, en las afirmaciones ‒un estado mental especial se ha originado en nosotros: ese estado tan característico, hecho de desconfianza y de duda: todo puede sostenerse; la verdad y la falsedad son cuestión de puntos de vista; ‘todo es según el color del cristal con que se mira’; todos tienen razón y se equivocan… ‒ disuelva el lector el sentido de todas estas frases, y de un centenar más de frases parecidas y obtiene el tinte del pensamiento moderno.” (1963, T. X, 164)

Finalmente digamos que la vinculación con la filosofía del lenguaje nada tiene que ver con su actual lateralización, con los intereses puestos en aspectos alejados del problema del lenguaje. Pues esta filosofía, como una metafísica que escondida busca los misterios del pensamiento en las formas de la expresión, se mantiene viva en escritores y pensadores en pleno auge hasta fines del siglo pasado, y aun hoy, especialmente en los últimos pragmatistas, en el falibilismo y en la hermenéutica, en la filosofía social y en la filosofía de la ciencia. No es necesario, como enseñó Alexandre Koyré, que las ideas sean vigentes para comprender las que fueron aceptadas y guiaron los pasos dados en otros tiempos y lugares.


REFERENCIAS:

ACERO, Juan J., Bustos, E. y Quesada, D. (1982). Introducción a la filosofía del lenguaje, Madrid, Cátedra.
ARDAO, Arturo (2000). Lógica de la razón y lógica de la inteligencia, Montevideo, Biblioteca de Marcha/UDELAR.
GRICE, H. P., (1977). Significado, México, UNAM [1957].
KOSKO, Bart (1995). Pensamiento borroso, Barcelona, Crítica [1993].
LIBERATI, Jorge (1980b). Vaz Ferreira, filósofo del lenguaje, Montevideo, Arca.
RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir (1957). “Introducción General” a José E. Rodó, Obras completas, Madrid, Aguilar.
PERELMAN, Ch. & OLBRECHTS-TYTECA, L. (1989). Tratado de la argumentación, Madrid, Gredos.
RECASÉNS SICHES, Luis (1971). Experiencia jurídica, naturaleza de la cosa y Lógica “razonable”, México, FCE.
ROSSETTI, Livio (1987). “Informe sobre la Lógica Informal”, en Revista Venezolana de Filosofía Nº 23, Caracas, Universidad Simón Bolívar-Sociedad Venezolana de Filosofía.
RUSSELL, Bertrand (1976). La evolución de mi pensamiento filosófico, Madrid, Alianza.
SASSO, Javier (1980a). “Vaz Ferreira y la tradición positivista”, en “Fragmentos” Nº 7, Caracas, Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos”.
VAZ FERREIRA, Carlos (1963). Los problemas de la libertad y los del determinismo, T. II, Montevideo, ECR [1907].
VAZ FERREIRA, Carlos (1963). “Un paralogismo de actualidad”, Fermentario, T. X, Montevideo, ECR [1908].
VAZ FERREIRA, Carlos (1963). “Psicogramas”, Fermentario, T. X, Montevideo, ECR [1938]
ZUM FELDE, Alberto (1967). Proceso histórico del Uruguay, Montevideo, Arca.

Abril 5 de 2022.

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