G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: LA FILOSOFÍA EN EL BANQUILLO

sábado, 9 de abril de 2022

LA FILOSOFÍA EN EL BANQUILLO

 

Todo ser pensante que se interese por la filosofía, filósofo o no, tendrá ante sí tres grandes desafíos que obrarán como marco de cualquiera de las tareas posibles. Se trata de dirigirse por ciertos caminos o direcciones que van hacia arriba, hacia los costados o hacia abajo. Porque, tome por donde tome, verá de intuir lo trascendente que escapa a la sensibilidad, de revelar lo que esconde la apariencia o de exhumar lo que está enterrado en lo más profundo de la psiquis. Ver más allá de lo que ve el ojo humano, más allá de los sentidos y más allá de lo consciente y perceptible. Lo demás de las curiosidades e intereses queda para la sociología, la politología, la interpretación de las realidades sociales circunstanciales.

Ahora bien, todas las personas, lo sepan o no, se interesan por estas direcciones posibles para el pensamiento. Por lo que todas las personas se interesan por la filosofía, lo sepan o no. Y, más aun, en ese interesarse por tales cuestiones, todas las personas terminan teniendo su filosofía, porque todas sienten, curiosean y se conmueven ante los misterios que encuentran en el mundo y la vida. Ese resultado se forma al intentar dar explicaciones y soluciones a los misterios y problemas, lo que viene a configurar una filosofía primigenia, aproximada, lejana o coincidente con lo que el concepto pide para corresponderse con la filosofía disciplinar, académica o no académica.           

Así y todo, no hay cómo incluir todo lo que se piensa por parte de todas las personas en lo que abarca tal concepto. Se tienen que atender ciertos requisitos sin los cuales, como en todos los planos de la actividad humana, es imposible hacer prosperar o lograr enriquecer los sentimientos, los actos, la moral y el conocimiento. Por lo que, filosofía propiamente dicha, aunque la de todos lo sea igualmente, es especialmente la que se ajusta a una expresión elaborada y cuidada, honesta y auténtica acerca de lo que se piensa sobre los mayores misterios y problemas humanos y del universo. Esa expresión constituye el cuerpo histórico de la filosofía en el que han contribuido quienes tuvieron algo importante para decir respecto a aquellos caminos o direcciones que, decíamos, indican el cielo, la tierra en todos sus ángulos o el fondo de la mente en sus aspectos oscuros o borrosos.           

Fundamentalmente, se sugieren condiciones a las que hay que atenerse en tanto se curiosea frente a los misterios y problemas. Y, entre esas personas que investigan y proponen caminos, están los filósofos de todas partes del mundo y, a su vez, los latinoamericanos, filósofos de esta parte del planeta. Algunos de ellos se han visto afectados por un problema que consideran capital. Aunque se han formado en la tradición filosófica occidental, de Platón y Aristóteles para adelante, alimentada en los últimos siglos por los europeos y norteamericanos, hoy también por los asiáticos y africanos, se han plantado como autónomos respecto a esa tradición, necesitados de emancipación intelectual, y se arrogan el mismo derecho y rango de la economía y la política. Llevan el acervo artístico e intelectual también al campo en el que los colonialismos e imperialismos de todas las estirpes han usurpado y aprovechado ilegítimamente de las riquezas naturales e incluso del músculo americano y latino.

 NOTORIAS CONTRADICCIONES 

Me declaro indiferente frente a este proyecto alternativo, y ante toda aspiración semejante, hasta que se pruebe a dónde nos conduce. Si no nos conduce a una forma mayor de insularidad de la que ya tenemos, porque pertenecemos a un rincón del gran mundo de la cultura, sabré cómo cambiar de sentir y de opinión. Más bien parece una forma de separarnos más, de identificarnos de manera forzada, de salirnos de una tradición de la cual no podemos ni queremos renunciar, porque es la única que conocemos adecuadamente y que está en nuestros huesos. La otra, sea indígena, ideológicamente diferente o geográficamente distante, no ha calado esos huesos sino de una forma improvisada, inspirada en intencionalidades políticas secundarias y discutibles, más bien emparentadas con modalidades no filosóficas del pensar. 

Filósofos continentales de hoy consideran que son poseedores de una tradición acompañada de un compromiso moral y político propio, necesitada de liberarse completamente de la europea. Creen en la filosofía como instrumento emancipativo (en una medida profunda lo es), en un “espíritu” latinoamericano, que recuerda al de la “raza de bronce” o “cósmica” de José Vasconcelos y también la de Alcides Arguedas. Y conjugan esta creencia con la que emana de los supuestos políticos y económicos que justificarían el afán emancipativo y revolucionario. Ponen, así, la filosofía en el mismo plano de la ideología política y de la teoría defensora de los derechos y de las creencias indígenas. 

Surge una diferencia sustancial entre el filósofo cotidiano y el profesional: el primero solo ha dedicado una reflexión somera a sus temas inquietantes con solución desconocida, cuando lo ha hecho. El segundo ha realizado un estudio de esos temas, de sus antecedentes, implicaciones, derivaciones en el plano de la suerte social pasible de ser corrida por los pueblos sub o semi desarrollados. Por lo que encuentra bases para suponer el carácter original y diferente de una filosofía no europea de los americanos, al menos de los sudamericanos. Y con ello ha establecido otra de las tantas divisiones en el pensamiento filosófico, divisiones a las que, paradojalmente, son proclives los europeos. 

El sentimiento de dependencia material, por cierto, auténtico y justificado, se desliza hacia el plano del pensamiento teórico y especulativo, e invade como una hiedra el talante metafísico de la filosofía, es decir, de la imaginación creadora que reviste hoy en día como la mejor compañera de la racionalidad. Y la filosofía alternativa se ha despojado a tal punto de la fecundidad subjetiva, que hace pensar en el resurgimiento del positivismo, de lo radical que hay en él, de un neopositivismo o neomaterialismo aplicado a las ciencias sociales y peleado respecto a la dirección que toma la filosofía en todo el orbe. Sin embargo, bucea en Platón y Aristóteles y, a partir de ellos, en muchos de los grandes autores de Europa y Estados Unidos.           

Toda intención de alinear la filosofía local o regional con la europea o norteamericana sería humillante. Se trataría, según ha dicho alguien en Chile, de un complejo de inferioridad de los sudamericanos, quienes afligidos por su servilismo procuran elevar la filosofía local al nivel de la universal, para consolarse. En forma paralela se cree, como también se ha dicho que, si por ejemplo Vaz Ferreira hubiera nacido en un país de Europa central, su obra se consideraría al lado de los mayores pensadores de todas las épocas y lugares.

 DE QUÉ SE TRATA 

Es hasta cómico que, precisamente, se trata de eso, de procurar llevar a Vaz Ferreira al plano de la filosofía universal, de encontrar su lugar más allá de su contexto originario, porque en Europa apenas se le reconoce, quizá en España, quizá en Francia. Y, si en ese afán nos revelamos con un complejo de inferioridad, entonces, será por otra razón y no porque nos creamos capaces de romper con una tradición que ha formado nuestras mentes y en la que fecundamos todas nuestras elucubraciones como puede hacerlo un norteamericano o un europeo, de cualquier país, y como lo hace hoy un chino, un indio, un japonés, un australiano, un africano.           

Lo “crítico” se ha circunscripto especialmente a lo político y geopolítico, dejando prevalecer el juicio ideológico sobre el juicio filosófico, sin que queramos decir que no pueda haber una relación entre ellos. Esta conducta intelectual tiene como bajo fondo un impulso de orden interesado, ajeno al pensamiento especulativo racional. Por ello tiende a clasificar a los filósofos de todas las épocas en dos bandos, progresista y conservador, el de quienes tienen “conciencia social” y el de quienes no la tienen, esquematizando a tal punto lo que solo es pasible de un tratamiento minucioso, cuidadoso y desapasionado. Es la tendencia a liberarse de una dependencia cultural, hoy, en un mundo completamente globalizado en el que las ideologías dependen tanto de la voluntad propia como de las penetraciones subliminales que, por cierto, las hay y en abundancia. 

Seamos descendientes del patriciado, de los indígenas o de los barcos, los uruguayos pertenecemos culturalmente al mismo tronco del cual es imposible desvincular a todos nuestros pensadores, especialmente a los que se tienen por revolucionarios, comprometidos con un afán de libración económica y social. Se confunde ideales concretos con ideales espirituales, y en esa confusión va el desdén por lo más valioso de nuestra tradición: Grecia, Roma, judeocristianismo, Renacimiento, Ilustración, Romanticismo, el acervo inconmensurable de la cultura universal del siglo XX y de todas las naciones. Seremos diferentes y daremos con la propia identidad si hacemos las cosas bien, y no forzándolas para que resulten distintas. Es posible elegir un camino o, mejor dicho, trazar un camino propio, nuevo, sin desdeñar los otros. Pero, ¿cuál?           

La elección responde a la filosofía o, de igual manera, la filosofía responde al camino elegido. Sin embargo, la pregunta no es oportuna, porque insinúa un presente en el que estamos y un futuro al cual nos dirigimos y que está por venir. De nuestro conocimiento se perfila una posible filosofía, puesto que lo que conocemos es lo que resulta de lo resuelto, de las respuestas a los problemas, por lo que no conocemos nada de los problemas que no las tienen, es decir, de los problemas del futuro, y por eso, nada del futuro. Solo estamos en lo actual y resolvemos los problemas que conocemos, encontrados, buscados, imprevistos o sospechados. No sabemos cómo es el mundo que no conocemos (del cual forma parte el futuro), llámese del más allá, del que oculta la apariencia o del que yace en lo hondo de la subjetividad. Elegir es elegir ahora, en el único ahora que conocemos, mal llamado presente temporal. Queremos permanecer, responder a lo que faculta la supervivencia, y ese querer es todo lo que tenemos, y no es concebible sin estar activo, pues es la misma vida. 

POSIBLE FILOSOFÍA 

Las respuestas dadas a los problemas surgidos confirman una realidad dada, para cada individuo humano, para casi todos o para todos; describen el mundo conocido. ¿Por qué? Pues con ellas se modifica el plano correspondiente al mundo en el cual surgen los problemas. La realidad responde a la intervención humana en ella, por lo cual es posible darla a la sazón como verdadera. De este supuesto, circunscripto al mundo conocido, resultante de resolver problemas, se proyecta una verdad y una falsedad: verdad lo que responde a la realidad dada, falsedad a lo que no responde a ella. Se construye así un concepto de verdad operativa, vivencial, vital, pues no habría otra (los conceptos de utilidad o éxito manejados por importantes filosofías quedan reducidos a los de resolución de problemas y develamiento de misterios). 

Lo esencial de las respuestas revela la participación en la realidad, y los problemas revelan la realidad participada. Es por esta dualidad que se hace posible confiar, o confiar más, en un punto de vista restringido a la resolución de problemas. Habrá lugar para el supuesto según el cual el mundo está hecho de tal manera que, particularmente al menos, responde a las respuestas y a las iniciativas derivadas de las respuestas. Porque las respuestas concuerdan con el mundo, al menos con el mundo en que la realidad presenta problemas, que se supone es nuestro mundo o mundo conocido (no podemos hablar de lo desconocido).              

La filosofía posible, pues, es la que surge del conocimiento del mundo. No solo del conocimiento científico, que se ocupa de lo conocido y también de lo desconocido, sino del conocimiento o saber primario que cada ser humano despliega por su enfrentamiento directo con la adversidad. De la experiencia de vida cada uno exhuma una variedad limitada de enseñanzas que se funden como facultad autónoma y vegetativa de resolución de problemas. La variedad, que proviene de esa facultad y que también la configura, no opera como almacén que brinda fórmulas de la serie temporal, promisorias por haber sido comprobadas y pasibles de encenderse ante nuevos problemas. No opera en serie sino en simultaneidad.           

Esto es lo esencial del saber común y corriente, de la inteligencia estándar, la misma que palpita en las colectividades, pueblos y naciones, en las masas si las hay. Y esta facultad, paralela a la de la memoria, a los conocimientos adquiridos, hábitos y aprendizajes, es la dominante por encima de la que se filtra de los pensadores sistemáticos, de la filosofía afinada y alambicada de los grandes filósofos. Se trata, pues, del mundo que responde al quehacer del ser humano, de su inteligencia y de su experiencia.           

El quehacer es el que prefigura tanto su inteligencia como el mundo del cual puede hablar y que puede describir, explicarse a sí mismo y, por tanto, habitar con cierta solvencia. El principal querer humano es permanecer, no durar, exactamente, condición acerca de la que no sabe nada. Quiere conquistar la manera (del latín manus, manejable, lo que cabe en la mano), la forma, el procedimiento que garantiza la supervivencia, es decir, el sobrevivir la circunstancia que lo aqueja, de la cual se cura o se cuida. No el ir más allá del momento, precisamente, sino el cambiar para el estado correspondiente a su permanente transformación. En otras palabras, el proceder al cambio que corresponde para facilitar la vida. Este es el punto de partida de una filosofía posible y que, al mismo tiempo, no se base en el solo hecho de oponerse a otra.

              

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