G-SJ5PK9E2MZ SERIE RESCATE: EL TIEMPO, ¿EXISTE O NO EXISTE?

jueves, 3 de agosto de 2023

EL TIEMPO, ¿EXISTE O NO EXISTE?

Una de las preguntas más atendidas y estudiadas, y que cuenta con las respuestas más famosas en la historia de la filosofía y la ciencia, es la pregunta por el tiempo. Si no se han dado respuestas contundentes, al menos figuran las de quienes han tenido el valor de pronunciarse al respecto. Lo que sigue es lo que han dicho algunos metafísicos, físicos y filósofos.

“Conviene, primero, plantear correctamente las dificultades sobre el tiempo a fin de determinar, mediante una argumentación exotérica, si hay que incluirlo entre lo que es o entre lo que no es, y estudiar después cuál es su naturaleza”, declara Aristóteles. Pues “si ha de existir algo divisible en partes, entonces será necesario que, cuando exista, existan también las partes, o todas o algunas. Pero, aunque el tiempo es divisible, algunas de sus partes ya han sido, otras están por venir, y ninguna ‛es’. El ahora no es una parte, pues una parte es la medida del todo, y el todo tiene que estar compuesto de partes, pero no parece que el tiempo esté compuesto de ahoras.” (Física, Libro IV, cap. 10, 264-5)

Agrega que “sin cambio no hay tiempo”, que “no hay tiempo sin movimiento ni cambio”; así, “el tiempo no es movimiento, pero no hay tiempo sin movimiento” (ib., cap. 11, 269). Según Rovelli, Aristóteles sugiere, desde que el mundo es un incesante cambiar, que lo importante es el acontecer, no el ser. “Concebir el mundo como un conjunto de eventos, de procesos, es el modo que mejor nos permite captarlo, comprenderlo, describirlo. Es el único modo compatible con la relatividad.” (Rovelli, 76)

El lógico megárico del siglo IV a. C. Diodoro Cronos es quien incluye al tiempo en la lógica modal. Si A implica B (A → B) en un momento t, “sea cual sea el momento t, no se da jamás que A sea verdadera en t y B falsa en t”. Intenta reducir esta lógica a la lógica del tiempo, lo que se continúa en autores posteriores, como Pedro Hispano en el siglo XIII y en otros como Bolzano y Stuart Mill en el siglo XIX, tradición que luego será abandonada, incluso por Russell (Gardies, cap. 1). El tiempo, pues, preocupa a los lógicos más antiguos y a los más modernos.

¿Tiene principio el mundo? ¿Lo tiene el tiempo? Para Santo Tomás el mundo ha existido siempre, como ha existido su creador, y así se desprende de la parábola de San Agustín (en La ciudad de Dios): “Si el pie estuviese desde toda la eternidad sobre el polvo habría tenido siempre bajo sí su huella, la cual nadie dudaría de haber sido estampada por el que allí pisara, así también el mundo ha existido siempre, porque existe siempre el que lo ha hecho.” Ambos santos miden con una misma vara el mundo y el tiempo. Santo Tomás recuerda lo que dice Boecio al respecto (en La consolación de la filosofía): “Aunque hubiese existido el mundo siempre, no por eso sería igual a Dios en cuanto a la eternidad, porque la existencia divina es toda a un mismo tiempo, mientras que la del mundo siempre sería sucesiva” (Santo Tomás, 229).

 

OPINIONES FAMOSAS          

 

Russell afirma que San Agustín merece un “alto lugar como filósofo”, entre otras cosas por haber anticipado la teoría kantiana del tiempo (Russell, 13). Agrega que “los contenidos presentes en mi mente, que por medio de la expectativa se pueden extender al futuro, se podría llamar tiempo ‛subjetivo’” (ib., 277). El tiempo es algo en movimiento, y se representa por una línea que sería su trayectoria, o por una cinta en la que estarían estampados cada uno de sus momentos (problema  que se conoce como anisotropía del tiempo, esto es, que el tiempo parece seguir cierta dirección, que fluye o que discurre como una flecha).

Bergson objeta que el tiempo se mueva a través de esta línea: “sabíamos que la duración se mide por la trayectoria de una cosa móvil, y que el tiempo matemático es una línea; pero no habíamos advertido todavía que esta operación difiere radicalmente de todas las demás operaciones de mensura, pues no se ejecuta sobre un aspecto o sobre un efecto representativo de lo que se quiere medir, sino sobre algo que lo excluye. La línea que se mide es inmóvil, el tiempo es movilidad; la línea está del todo hecha, el tiempo se va haciendo y hasta es lo que hace que todo se haga”. Así, “jamás la medida del tiempo cae sobre la duración en cuanto duración; lo que se cuenta es sólo cierto número de extremidades de intervalos o de momentos, o lo que es lo mismo, detenciones virtuales del tiempo.” Resumen: “pensamos en la medida de la duración, no en la duración misma” (Bergson, 10).

Agrega Bergson que cuando se quiere medir el tiempo, como su esencia es el transcurrir, apenas se presenta una de sus partes cuando sobreviene la otra; resultando por tanto la superposición de parte a parte, con el fin de medirlo, imposible, inimaginable, inconcebible […] Pero, en el caso del tiempo, la idea de superposición implicaría un absurdo, pues todo efecto de la duración que sea superponible a sí mismo, y por consiguiente mensurable, tendrá por esencia el no durar […] Pero esta duración, que la ciencia elimina y que es difícil de concebir y de expresar, se la siente y se la vive. ¿Como podríamos dar con ella? ¿Cómo se revelaría a una conciencia que sólo quisiera verla sin medirla, que la sorprendiera sin detenerla, que se tomara, en suma, a sí misma por objeto, y que, siendo a la vez espectadora y actora, espontánea y reflexiva, acercara la atención que se fija y el tiempo que huye hasta hacerlos coincidir juntos?”

Hablar del tiempo, quizá, es hablar de una fantasía, pues sólo es hablar de mediciones del tiempo, no del tiempo. Nos representamos el tiempo como algo que se mueve, que pasa y que, en puridad, no tiene presencia (gr. parousia), o sea, que no existe como existen las cosas, siquiera por un instante (se presenta y ya desapareció). Eso mismo que permanece a la vista está siempre cambiando, por lo que, si el tiempo produce el cambio, no puede cumplirse en él simultáneamente el cambio y la permanencia. Esto es lo que piensa la mayoría de los autores mencionados.

Como se trata siempre de algo, lo que se considera no es el pasado ni el presente ni el futuro, sino una cosa, una idea, un hecho, un proceso, lo que sea, algo que no es tiempo. Se dice, por ejemplo, que un ser o una cosa pertenece al tiempo, al pasado o al presente. Esa cosa existe, sea en el estado de la materia que sea, pero de alguna manera existe, aun cuando su presencia haya cambiado completamente, aunque ya no sea posible percibirla con los sentidos, aunque sólo sea un conjunto de átomos. Es un hecho que sigue existiendo, porque nada desaparece y todo se transforma. Entonces, no pertenece al tiempo, al pasado ni al presente: sólo existe de la manera que disponen los cambios.

Desde que el tiempo es considerado como “algo que pasa”, cada conciencia concibe el tiempo como algo en movimiento, en curso, como si fuera describiendo una trayectoria de atrás hacia adelante, como lo hace un móvil. Y se llega a imaginar que se podría conocer en el pasado o en el futuro yendo hacia atrás o hacia adelante. Esto se presta a confusión, porque ¿cómo sería posible viajar a través de lo que no se sabe qué es? Quizá se quiere decir que sería posible remontar los cambios mediante un artilugio tecnológico (que no hay por qué descartar como posible invención de la ciencia) que volviera las cosas a un estadio diferente en la sucesión. Se trataría de lo mismo cuando se supone que un vehículo recorrería miles o millones de años luz en el espacio, como la luz, a una velocidad increíble, o que se cubrirían grandes espacios rápidamente atajando por un agujero de gusano. En todos estos supuestos se dice “viajar en el tiempo” como viajar en automóvil, pero, ¿cuál es ese vehículo? ¿O cuál el medio por el que es posible viajar?

Derrida dice “No se puede pensar el tiempo como nada, más que según los modos del tiempo, el pasado y el futuro […] Desde el momento que el ser es sinónimo de presente, decir la nada es decir el tiempo, es lo mismo” (Derrida, 85). Pero, los filósofos han sido indulgentes con esta complicación, la concepción del tiempo como alguna cosa que se mueve de atrás para adelante y que tiene presencia sólo en el presente, una presencia discutida por tratarse, más que de presencia, de apariencia. Todo lo que dice Derrida respecto al tiempo permite pensar que tenía bien claro el problema, pero no lo hace claro al lector.

Es posible negar ese invisible objeto que cursa tan extraña trayectoria. Hemos visto cómo algunos importantes filósofos antiguos y modernos consideran que puede tratarse de una ilusión. En el siglo XVIII, Kant plantea que el tiempo existe sólo en nuestra mente como facultad habilitante y “a priori” del conocimiento: “El tiempo no es un concepto empírico extraído de alguna experiencia. En efecto, tanto la coexistencia como la sucesión no serían siquiera percibidas si la representación del tiempo no les sirviera de base a priori.” Añade: “El tiempo no es un concepto discursivo o, como se dice, universal, sino una forma pura de la intuición sensible (Kant, I, § 4, 74 y 75). Y ratifica, “el concepto de cambio, y con él el de movimiento (como cambio de lugar), sólo es posible en la representación del tiempo y a través de ella; igualmente, que si esta representación no fuese intuición (interna) a priori, no habría concepto alguno, fuese el que fuese, que hiciera comprensible la posibilidad de un cambio…”. Porque “El tiempo no es otra cosa que la forma del sentido interno, esto es, del intuirnos a nosotros mismos y nuestro estado interno. Pues el tiempo no puede ser una determinación de fenómenos externos…” (ib., § 6, 76).

 

OPINIONES IMPORTANTES

 

Las opiniones más reconocidas son: 1) el tiempo es una entidad cuya naturaleza no se conoce, pero es posible medir mediante el movimiento de los astros, 2) el tiempo es una creación de la mente por la cual es posible entender la realidad, 3) el tiempo no existe, es una ilusión. Se ha supuesto, también, que 4) el tiempo es algo, una entidad de naturaleza desconocida, pero no fluye sino que forma parte del mundo como cualquier otro elemento de la naturaleza (el tiempo es el Todo, puesto que todo está dentro del tiempo, decían los antiguos, una ingenuidad para Aristóteles).

En todas estas opiniones hay algo en común y que se atribuye o se niega al tiempo: la sustancia. Es aquello que no puede faltar al ser para ser lo que es (del latín substare, “estar debajo”). Entre los antiguos griegos, fundamentalmente Aristóteles, es la ousia, es decir, aquello que sirve de sujeto a los predicados, lo que se dice de algo (para Platón la ousia es ideal, concepción que Aristóteles critica). La de Aristóteles es, seguramente, la mejor definición de todas las que pueden encontrarse en las fuentes filosóficas y filológicas. No importe si se trata de lo concreto o de lo abstracto, y es clara ya en el dominio del lenguaje corriente. Por ejemplo, en “El recuerdo de un ser ausente se ilumina en las tinieblas del corazón, y cuanto más completamente va desapareciendo, más brilla” (Victor Hugo), no sabemos a ciencia cierta si el sujeto es concreto o abstracto, pero sabemos que se le atribuye algo propio del recuerdo, que no puede faltarle si es el de un ser amado que ya no está. Es sustancia.

Las opiniones más importantes del siglo XVII son las de Newton y Leibniz. Este último, después de hablar del espacio, dice: “A la extensión corresponde la duración. Y llamamos momento a una parte de la duración en la cual no observamos ninguna sucesión de ideas”. No cree en el tiempo como algo absoluto, independiente de las cosas, sino más bien cree en el tiempo como relaciones entre percepciones o “serie constante de ideas” (Nuevos Ensayos, T. I, Libro II, cap. XIV, 131). Newton señala que “El tiempo absoluto, verdadero y matemático en sí y por su naturaleza y sin relación a algo externo, fluye uniformemente, y por otro nombre se llama duración; el relativo, aparente y vulgar, es una medida sensible y externa de cualquier duración, mediante el movimiento (sea la medida igual o desigual) y de la que el vulgo usa en lugar del verdadero tiempo; así, la hora, el día, el mes, el año.” (Principios, Escolio en la Definición VIII, 127)

Cassirer, ya en el siglo XX, se refiere a algo muy interesante al respecto cuando dice que Newton se limita a la pura descripción de los hechos, refiriéndose sólo a las relaciones entre los cuerpos, de un espacio absoluto que no es posible explicar por la mecánica y que, en definitiva, demuestra que “es falso que la experiencia constituya el límite en el que se encierra el contenido de todo nuestro saber”. Los conceptos de Newton sobre espacio y tiempo serían metafísicos (El problema del conocimiento, T. II, cap. II, 1, a, 397).

En el siglo XVIII el obispo Berkeley concibe una idea que en cierta medida es la misma que se afirma en el XX: “me parece que no puede haber otro movimiento que no sea el relativo; de manera que, para concebir el movimiento, tienen que concebirse por lo menos dos cuerpos, cuya distancia o posición de uno con respecto al otro varía” (Berkeley, § 112, 124). No cree en el espacio absoluto de Newton que “permanece en sí mismo siempre igual e inmóvil” (ib., § 111, 122). Y tampoco cree en el tiempo absoluto: “como la continuación de la existencia o la duración en abstracto” (ib., § 97, 113).

“Siempre que intento formarme una idea simple del tiempo ‒confiesa Berkeley‒, prescindiendo de la sucesión de ideas en mi mente, sucesión que fluye de manera uniforme y de la que participan todos los seres, me pierdo y me enredo en intrincadas dificultades […] sólo oigo hablar a otros decir que es infinitamente divisible y hablar de él de manera que me lleva a concebir extraños pensamientos sobre mi existencia; pues esta doctrina pone a uno en la necesidad absoluta de pensar, o bien que transcurren innumerables períodos de tiempo sin un pensamiento, o bien que uno es aniquilado a cada paso, cosas ambas que parecen igualmente absurdas. Al no ser el tiempo nada distinto de la sucesión de ideas en nuestra mente, se sigue de ello que la duración de cualquier espíritu finito tiene que ser estimada por el número de ideas o acciones que se suceden unas a otras en el mismo espíritu o mente” (ib., § 98, 114).  Y Condillac, el fundador del sensualismo, observa que “Los sentidos no me sabrían desentrañar lo que las cosas son en sí mismas; sólo me muestran algunas de las relaciones que existen entre ellas y también algunas de las que tienen conmigo. Si mido el espacio, el tiempo, el movimiento y la fuerza que lo produce, es porque los resultados de mis medidas son únicamente relaciones, pues buscar relaciones y medir es lo mismo.” (Condillac, Primera parte, cap. V, 64)

 

SUGERENCIAS RELEVANTES

 

También en el siglo XVIII, y refiriéndose a los principios de la mecánica, el espacio y el tiempo, Euler declara: “los metafísicos, lejos de negar estos principios cuya verdad nos garantiza la mecánica, tratan más bien de deducirlos y demostrarlos mediante sus ideas. Pero reprochan a los matemáticos el vincular inadecuadamente estos principios a ideas de espacio y tiempo, que no son sino imaginarias y carentes de toda realidad.” En nota al pie, aclara que los matemáticos son Newton y sus partidarios, “los cuales defienden el realismo espacial y temporal. Los metafísicos son aquellos autores que, como Descartes, Berkeley, Leibniz y Wolff, defienden una concepción relacional, y no absoluta, del espacio y del tiempo, más próxima a posiciones idealistas” (Reflexiones, 40). Son reales las cosas que cumplen las leyes de la mecánica: esta es la idea fundamental de Euler, destacado matemático.

Como se ve, hay una fina distinción en la declaración de Euler: “Las ideas de espacio y de tiempo han corrido casi siempre la misma suerte, de modo que aquellos que han negado la realidad de una de ellas, han negado también la de la otra y recíprocamente. No será, pues, sorprendente que, al establecer la realidad del espacio, reconozcamos también el tiempo como algo real, que no subsiste únicamente en nuestro espíritu sino que fluye realmente sirviendo de medida a la duración de las cosas. Tenemos una idea muy clara del tiempo y admito que nos la formamos a partir de las sucesiones de los cambios que observamos. Desde este punto de vista, estoy de acuerdo en que la idea de tiempo no existe más que en nuestra imaginación. Pero cabe preguntarse si la idea de tiempo y el tiempo mismo no son cosas diferentes entre sí. Me parece que los metafísicos, al destruir la realidad del tiempo, han confundido el tiempo mismo con la idea que de él tenemos.” (ib., 49)

Deduce la realidad del tiempo del mismo principio que le aporta la realidad del espacio, el principio del movimiento de los cuerpos: “un cuerpo puesto en movimiento debe continuar con la misma velocidad en la misma dirección”. Desde que “el movimiento uniforme describe espacios iguales en tiempos iguales”, pregunta “qué significa ‛espacios iguales’, y “¿cómo se haría inteligible la igualdad de los tiempos?” Las preguntas son incisivas, y agrega: “Se pretende que cada ser del mundo está sujeto a cambios continuos y que es la sucesión de estos cambios la que origina el tiempo. Según esta explicación, dos tiempos deberían ser iguales, ¿a partir de qué cambios o a partir de qué cuerpo hay que juzgar la igualdad de estos dos tiempos?”

Según Euler “Nos veremos obligados a reconocer, como ha sucedido con relación al espacio, que el tiempo es algo que subsiste fuera de nuestro espíritu, o que el tiempo es algo real, lo mismo que el espacio. Me dirijo aquí a esos metafísicos que conceden aún cierta realidad a los cuerpos y al movimiento…” (ib., 51)  La posición de Euler, que es la de un matemático, físico y cosmólogo notable, y aunque prefiera inclinarse por la realidad del tiempo, de todas maneras deja entrever que es una realidad de medida, ya que el tiempo “no subsiste únicamente en nuestro espíritu sino que fluye realmente sirviendo de medida a la duración de las cosas”.

Van Fraassen hace la siguiente precisión: “La pregunta ‛¿qué es el tiempo?’ tiene un presupuesto: que existe una cosa a la que llamamos tiempo”, y se podría rechazar esta pregunta en tanto la respuesta pudiera ser “el tiempo es…”. Se refiere a que las respuestas dadas, incluida la de Aristóteles, se refieren al orden temporal y no al tiempo. Así, se puede preguntar: “¿es una entidad mental o podría existir con independencia del tiempo?” Después de declarar que la respuesta del estagirita no es del todo clara, advierte que es más clara la de Santo Tomás cuando, en el Commentarium a la Metafísica, afirma “si no hay quien numere, entonces no hay nada numerable” (van Fraassen, 117).

Evoca algunas de las más importantes opiniones sobre el tiempo: “Maimónides mantenía con firmeza que la existencia del tiempo depende de la existencia del movimiento. Avicena, sin embargo, argumentaba que el tiempo no existe sino en la mente, ya que las relaciones antes y después son de tal naturaleza que sólo son posibles por la memoria y la expectación. Duns Escoto intentó una síntesis: en cuanto el tiempo es un aspecto del movimiento es independiente de la mente, ya que el movimiento es; en cuanto es una medida, su existencia depende de la existencia de un ser capaz de medir. Descartes y Spinoza sostuvieron que la distinción entre movimiento y tiempo es una mera distinción de razón, y el tiempo es sólo un ‛modo del pensamiento’. Barrow y Newton fueron al extremo opuesto.” (Ib., 118)

 

EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO

 

La concepción científica del espacio y del tiempo de Newton experimenta un cambio importante en el siglo XIX a partir las investigaciones de Gauss, Faraday y Ampère. Por las ecuaciones de Maxwell se unifican las leyes del electromagnetismo, se logra establecer la naturaleza física y la velocidad de la luz, que fue medida por Fizau en 1849 y ajustada por Michelson y Morley en 1887. La luz se desplaza a una velocidad constante, sea cual fuere la fuente y el sistema de referencia desde el cual se mida. Ya en el XX las transformaciones de Lorentz describen matemáticamente el espaciotiempo, es decir, el único campo tetradimensional correspondiente a la teoría de la relatividad.

El espacio absoluto de Newton, la concepción del tiempo y, sin duda, el conocimiento de la realidad física última, experimentan un cambio radical. La velocidad de la luz es una constante universal, lo que quiere decir que, cualquiera sea el estado inercial desde el cual se mida, el resultado será el mismo. Este avance representa una extensión de la física clásica. Quiere decir que “las leyes de la física son idénticas en todos los sistemas inerciales” (van Fraassen, 182).

Pero el debate no cesa y, mientras hay filósofos que niegan la existencia del tiempo, por ejemplo el inglés John McTaggart (Unreality of Time, 1908), algunos físicos teóricos, por el contrario, llegan a considerar el tiempo como paquetes de partículas, a la manera como se consideran los fotones de la luz o los gravitones de la gravedad. Para algunos no existe y para otros existe. Una posición singular es la que atribuye al tiempo las propiedades de los llamados campos, como el electromagnético o el gravitacional.

Pero no era todo y, entrado el siglo XX, Einstein modifica o, más bien, revoluciona la física. Imaginemos una fuente de luz a 300 mil km de la Tierra, y una nave espacial que se ha alejado de esa fuente otros 300 mil km (la nave está a 300 mil km de la Tierra y a 600 mil km de la fuente). La luz de la fuente, que viaja a 300 mil kilómetros por segundo, demora un segundo en llegar a la Tierra, y al cabo de ese tiempo allí es captada simultáneamente por cualquier observador (llega a todos al mismo tiempo). En la nave, en cambio, es captada después de dos segundos. Así, el famoso fluir del tiempo, supuestamente constante, depende del espacio, las distancias lo modifican, por lo que su percepción es relativa a cada observador. No es registrable a escala humana, pero se comprueba en el espacio cósmico cuyas distancias son tan enormes que la misma luz tarda en recorrerlas.

¿Qué se puede decir sobre el tiempo después de este imponente descubrimiento? Se sigue tras la pista del tiempo, pero esa pista permanece fuera de la comprensión sensible, de la percepción física tanto como de la intelección pensable (como exige la vieja máxima “ver para creer”, aunque sea posible registrar el hecho mediante instrumentos). La nueva realidad no se puede percibir, como no se puede percibir el tiempo, y debe deducirse mediante las herramientas de la física matemática, aunque, al respecto, se ha observado que “las ecuaciones fundamentales no incluyen una variable tiempo” (Rovelli, 76).

Lo que se ha dicho rinde cuenta del problema acerca de la medición del tiempo y en torno a conceptos como masa, energía o velocidad de la luz al cuadrado. Pero, la pregunta no es sobre qué es igual a qué sino sobre qué es tal cosa. En el día en que escribimos estas líneas, Google reproduce la opinión del físico italiano Guido Tonelli, para quien “el espacio y el tiempo se nos presentan como un par inseparable; no es un concepto abstracto, sino una sustancia material […] es un elemento material que ocupa todo el universo, que vibra, oscila y se deforma […] una especie de campo que permea todo el cosmos” (eluniverso.com). Pero, ¿qué es esta sustancia? Podemos desplazarnos en el espacio y por tanto “verificarlo” por la experiencia; la gravedad nos permite “corroborar” la masa; igualmente, “percibimos” la energía a escala macro, y hasta “vemos” la luz. Pero, ¿y el tiempo? El envejecimiento de los seres orgánicos y el desgaste de los inorgánicos, ¿es suficiente prueba del paso del tiempo? ¿No son pura transformación, cambio, metamorfosis?

La palabra qué, con acento escrito, representa un verdadero tormento para la ciencia y para la filosofía. La pregunta de fondo sería ¿qué es el qué? ¿A qué se refiere? No lo sabemos, y quizá la pregunta por el qué es un desliz histórico, un gran error en algún momento inmiscuido en el conocimiento humano, sin correspondencia con la racionalidad. Porque, en definitiva, nunca es posible descifrar lo último de una cosa, la naturaleza o esencia, el quid, aquello que lo explica todo de algo, la sustancia última o como quiera que se llame. La palabra qué permanece envuelta en el célebre aforismo de Nietzsche: “Peligro del lenguaje para la libertad intelectual ‒toda palabra es un prejuicio.”

             

 

REFERENCIAS

 

AGUSTÍN, San (2009). La ciudad de Dios, Madrid, Biblioteca de autores cristianos.

AQUINO, Santo Tomás de (2003). Suma teológica, antología en El orden del ser (E. Forment), Madrid, Tecnos.

ARISTÓTELES (1995). Física, Madrid, Gredos.

BERGSON, Henri (1936). El pensamiento y lo movible, Santiago de Chile, Ercilla.

BERKELEY, George (1982). Tratado sobre los principios del conocimiento humano, Madrid, Gredos.

CASSIRER, Ernst (1956). El problema del conocimiento, México, FCE.

CONDILLAC, Étienne (1982). Lógica, Buenos Aires, Aguilar.

DERRIDA, Jacques (2021). Márgenes de la filosofía, Madrid, Cátedra.

EULER, Leonhard (1985). Reflexiones sobre el espacio, la fuerza y la materia, Madrid, Alianza.

FRAASSEN, Bas C. van (1978). Introducción a la filosofía del tiempo y del espacio, Barcelona, Labor.

GARDIES, Jean-Louis (1979). Lógica del tiempo, Madrid, Paraninfo.

KANT, Emmanuel (1978). Crítica de la razón pura, Madrid, Alfaguara.

LEIBNIZ, G. W. (1976). Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, México, UNAM.

ROVELLI, Carlo (2018). El orden del tiempo, Barcelona, Anagrama.

RUSSELL, Bertrand (1963). Diccionario del hombre contemporáneo, Buenos Aires, S. Rueda.

 

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