El Tratado de la argumentación. La nueva retórica, de Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca, es hoy objeto de gran atención quizá por su vinculación con las técnicas de comunicación y sugestión, encantamiento, seducción y persuasión masivas grandemente desarrolladas en las últimas décadas.
Hacia el año 1952 Chaïm Perelman (1912-1984),
joven polaco radicado en Bélgica en 1925, país en el cual desarrolló su carrera
como lógico y filósofo del derecho, tuvo la idea de rescatar la antigua
retórica, desdeñada desde hacía siglos por la filosofía debido principalmente a
que se consideraba fuera del estricto canon regido por la racionalidad o el logos
y cuyo tradicional modelo se remitía inevitablemente a Aristóteles. El
mismo Aristóteles, sin embargo, había reservado un lugar especial en su lógica
para todas las expresiones que no se ajustaran estrictamente a ese canon (en la
Retórica y en los Tópicos del “Organon”). En 1958 Perelman publicó,
en colaboración con Lucie Olbrechts-Tyteca, el Traité de l’argumentation,
al cual agregó el subtítulo “La nueva retórica”.
La idea era semejante
a la de lógicos como Bertrand Russell, quien en 1944 reconocía que muchas proposiciones
de la filosofía y de la vida corriente no se ajustan a los principios más caros
de la lógica matemática: “Me di cuenta de que todas las inferencias empleadas,
tanto por el sentido común como por la ciencia, son de especie distinta a las
empleadas por la lógica deductiva, y de tal naturaleza que, cuando las premisas
son verdaderas y correcto el razonamiento, la conclusión es solamente probable.”
“Vi que se había dado excesivo énfasis a la
experiencia”, afirma Russell en La evolución de mi pensamiento filosófico de
1959. Llamó “inferencia no demostrativa” a esta clase de proposición. Hacia
1921 John Maynard Keynes se ocupó de la probabilidad,
un aspecto fundamental en el campo de la economía que tiene que ver con los
futuros posibles y efectos deseables que se procuran a partir de decisiones y medidas
específicas previas, y que alcanzaría un importante desarrollo matemático unos
diez años después. Russell sólo aparece en el Tratado con un texto que
sirve para ejemplificar cierto tipo de argumentación (§ 58, 394), y Keynes figura
al paso al tratar la probabilidad, (§ 59, 399).
Para entender el
propósito de fondo de Perelman es necesario apreciar y distinguir una zona
intermedia entre la argumentación propiamente dicha y el entorno de la
argumentación. Esto es, entre la argumentación o argumento (en tanto
formulación de lenguaje aplicada a los efectos de convencer sobre la verdad o la
falsedad de una idea, hipótesis o teoría), y el complejo psicológico y social,
ético y estético, ideológico, jurídico, moral y religioso al cual queda
sometida generalmente la argumentación cuando funciona ante un auditorio con la
intención de persuadir (diccionario: “Hacer con razones que alguien
acabe por creer cierta cosa”, y también “convencer, decidir, inducir”), o
cuando es escrita con el fin de buscar adherentes, más allá de la búsqueda de la
verdad o de la falsedad de una o más ideas contenidas en una expresión de
lenguaje. Es del caso, entonces, resaltar el uso del concepto “argumentación”
ligado al de persuasión, y del concepto “razonamiento” generalmente asociado a
la construcción de tipo lógico. Sólo falta discutir si la argumentación queda
al servicio de la persuasión simple o al servicio de la verdad, filosófica o
científica, discusión que no se da en esta obra.
Si bien el Tratado
(Barcelona, 2022, Gredos, traducción al español de Julia Sevilla Muñoz,
original de 1958) estipula la diferencia crucial entre la proposición
asertórica y la proposición probabilística, el orden apodíctico (irrefutable,
innegable) y el orden de lo sólo posible (discutible, dudoso), no se ocupa en
distinguir la afirmación en su figura lingüística y semiolingüística caracterizada
por la lógica según sus múltiples posibilidades –modales, divergentes,
inductivas, temporales. Se encarga específicamente de la proposición en tanto
recurso modificado con el fin de poner al lenguaje al servicio de la persuasión,
en la sinceridad o en el engaño.
Se especializa en
enumerar extensiva e intensivamente los recursos de la vieja retórica y los
específicos del género literario (§ 41). Y amplía el panorama con la detallada
exposición y ejemplificación de otros que descubre en base al estudio de
innumerables ejemplos tomados de célebres textos y de declaraciones orales
memorables. En verdad, constituye el más amplio y minucioso estudio que se
conozca sobre el tema, hasta donde podemos saber. Estudio que va sobradamente más
allá del campo de la vieja retórica, incluso proponiendo nuevos conceptos, como
los de tema y foro, que enriquecen y profundizan el estudio de la
“analogía” y que, a su vez, elucidan en forma lógica la estructura de la
metáfora (§ 82, 571). Por vieja retórica entiéndase la de los antiguos que le dedicaron
obras, entre ellos Aristóteles, el autor de la Retórica a Herenio, Quintiliano,
Cicerón, el Pseudo-Longino, y que en el siglo diecisiete el francés Nicolás Boileau
recapitulará y pondrá a la altura de los tiempos, con lo que se convertirá en una
referencia ineludible entre los escritores clásicos.
OBJETIVO
DEL TRATADO
No hay empeño por distinguir entre el
razonamiento y el pseudo-razonamiento, resultando este último sólo descrito en su
cometido de persuadir o convencer. Tal empeño corresponde, más bien, a la epistemología,
en general, y al lenguaje de la moral. En la entrada Argumento de su Diccionario
de filosofía, José Ferrater Mora observa que “es difícil distinguir
entre prueba estricta o demostración y argumento [...] Con frecuencia se usan indistintamente
los mismos términos [...] También es difícil distinguir entre argumento y
sofisma”. Y en la entrada Persuasión recuerda la distinción de Platón en
el Fedro entre falsa persuasión y persuasión verdadera y legítima. Y
agrega: “Esta última no es un mero bregar verbalmente con el oyente o el
interlocutor, sino un intento de conducir su alma por la vía de la verdad.” Observamos
esta característica con el fin de advertir sobre lo implícito en el Tratado,
esto es, la desatención respecto al problema de la verdad en el sentido
filosófico.
Pero
no es del caso atribuir desdén o desinterés de parte de sus autores por el problema
de la verdad, en un sentido filosófico o científico o en el que sea. El Tratado
no abraza el objetivo de estudiar los discursos relacionados con los
significados de la verdad, sino con la verdad formal de los discursos, sean los
que fueren. Esta evidencia se confirma en la Conclusión, en la que se alude a la
estrechez de concebir el progreso del conocimiento sólo según el ideal de
claridad y distinción, lo que ha llevado a considerar la argumentación como un
recurso “superfluo por completo”. Por lo que “No resulta sorprendente que este
estado de ánimo haya alejado a los lógicos y a los filósofos del estudio de la
argumentación, considerado indigno de sus inquietudes, con lo que se dejaría
dicho estudio a los especialistas de la publicidad y la propaganda, que se
destacan por la falta de escrúpulos y constante oposición a cualquier búsqueda
sincera de la verdad.” (768)
La teoría de la
argumentación versa sobre todo lo que se puede hacer con el lenguaje a los
efectos de persuadir (convencer, disuadir, mover a hacer algo o a hacer creer
algo). No se interesa por el lenguaje en sí ni por los problemas derivados del uso
del lenguaje, cotidiano, literario o filosófico, como se interesaron, antes y
después de Perelman, los lingüistas, lógicos y filósofos de diferentes
escuelas, especialmente los de fines del siglo diecinueve y principios del
veinte (filosofía analítica, Círculo de Viena, lógica de Varsovia, círculo
lingüístico de Praga, estructuralistas rusos, pragmatismo estadounidense, etcétera).
En el Prólogo ya se advierte que “a la teoría de la argumentación le importan,
más que las proposiciones, la adhesión, con intensidad variable, del auditorio
a ellas. Y tal es el objeto de la retórica o arte de persuadir como lo concibió
Aristóteles y, tras él, la antigüedad clásica” (24).
La advertencia se
reitera: “Esa adhesión de los espíritus es de intensidad variable, no depende
de la verdad, probabilidad o evidencia de la tesis. Por eso, distinguir en los
razonamientos lo relativo a la verdad y lo relativo a la adhesión es esencial
para la teoría de la argumentación” (25). Como existen auditorios comunes y
auditorios ilustrados, “cada retórica ha de valorarse según el auditorio al que
se dirige” (26). En la Introducción se lee: “el objeto de esta teoría es el
estudio de las técnicas discursivas que permiten provocar o aumentar la
adhesión de las personas a las tesis presentadas para su asentimiento”
(34). Aun, “Es un buen método no confundir, al principio, los aspectos del
razonamiento relativos a la verdad y los que se refieren a la adhesión: se
deben estudiar por separado” (35); “toda argumentación se desarrolla en función
de un auditorio” (36); “La teoría de la argumentación que pretende, gracias al
discurso, influir de modo eficaz en las personas, hubiera podido estudiarse
como una rama de la psicología” (41). Y ya en la primera Parte se lee: “toda
argumentación pretende la adhesión de los individuos y, por tanto, supone la
existencia de un contacto intelectual” (48). Se declara que “En la argumentación,
lo importante no está en saber lo que el mismo orador considera verdadero o
convincente, sino cuál es la opinión de aquellos a quienes va dirigida la
argumentación” (61). Se pasa por alto, o no se le atribuye gran importancia, a la
diferencia, capital en la comunicación, entre persuasión honesta y deshonesta.
NATURALEZA
DE LA OBRA
Así, pues, no se trata de una obra filosófica,
de filosofía del lenguaje o de filosofía de la lógica, sino del conjunto de
instrucciones que un expositor, orador o escritor, debe conocer y tener en
cuenta en cualquier circunstancia en que se dirija a una persona o a un grupo
de personas con ánimo de transferir sus ideas para que sean aceptadas. Si bien las
filosofías interesadas en el lenguaje incluyen el estudio del conocimiento, las
formas por las cuales es posible que el conocimiento escape a las trampas que le
tiende el lenguaje –y así liberarlo de ellas–, la teoría de la argumentación estudia
cómo preparar al lenguaje para convertirlo en un instrumento de imposición de las
ideas y por tanto del conocimiento.
Sin embargo, denuncia
con toda oportunidad la tradición que ha gobernado la mayoría de los esfuerzos filosóficos
en actitud indiferente ante el argumento sólo probable o verdadero a medias. Censura
la indiferencia de muchos filósofos respecto del argumento sólo probable, indiferencia
debida al inveterado respeto por el orden lógico clásico al que se someten
tradicionalmente los razonamientos filosóficos. Pero no se ocupa del
pensamiento de las personas en el auditorio luego de ser persuadidas. No hay
filosofía en la dirección de la ética del lenguaje del tipo que ha ocupado a
filósofos como G. E. Moore o R. M. Hare, quienes estudiaron las palabras relacionadas
con la ética (“bien”, “debe”). Y es curioso que no profundice en las lógicas divergentes
que ya hacia 1920 despuntaban como lógicas de tres valores (el tercero
intermedio entre la verdad y la falsedad), los argumentos no demostrativos de
Bertrand Russell, aunque menciona a Max Black, el pionero de la lógica vaga o borrosa.
QUÉ
SE PUEDE HACER CON EL LENGUAJE
Perelman y Olbrechts-Tyteca (P&OT) tienen
en cuenta buena parte de todo lo concerniente a la historia del argumento. Convienen
en que la argumentación esconde, en sí, en su analogía, en su sintaxis y en su
semántica, lo que sin duda es latente e intencional en quien se vale de ella
conscientemente y lo condensa de mil maneras en el plano de la forma estrictamente
lingüística y en el contenido respectivo. Sin embargo, el orden apofántico de
las oraciones o proposiciones del lenguaje (que se ocupan de afirmar o de negar
algo y pertenecientes al género que P&OT refieren como género epidíctico)
no contiene forma alguna cuyo fin específico sea el de influir sobre el receptor
de manera decisiva. Por lo que no hay signos gramaticales específicos destinados
a tal función y sólo se satisface mediante la modificación por parte del
hablante del orden usual de la oración.
Tampoco hay un lenguaje
para cada clase de auditorio, y se usa el mismo para todos los casos. Ganar la adhesión
del auditorio, según P&OT, significa apelar a un complejo de recursos que consiste
en manipular el lenguaje, en domesticarlo, en apelar a todas las posibilidades que
habían sido objeto de estudio por parte de la antigua Retórica y que ahora se reivindican
y se amplían considerablemente. La argumentación, pues, sería el nombre de ese
lenguaje más psicológico que lógico. No hay formas de la expresión usual destinadas
por sí mismas a convencer o a persuadir sino modos de encaminar las de uso para
lograr propósitos específicos. El Tratado,
pues, no nos habla de la argumentación en el sentido del razonamiento sino de lo
que se hace con el razonamiento en función de diferentes propósitos.
Si se quiere
establecer la adhesión a una idea teniendo en cuenta quién o quiénes la van a recepcionar,
favorablemente o no, en muchos casos habrá que modificar la argumentación de
tal manera que dejaría de ser argumentación (en el sentido de razonamiento o de
inferencia) para convertirse en un paralogismo o en una paradoja. No sabemos si
a esto se le puede llamar como le llaman P&OT, pero tampoco sabemos si se
le puede llamar razonamiento en sentido estricto y si hay un sentido
estricto para este concepto. Todos los componentes del lenguaje son estudiados
por la lingüística, la psicolingüística, la semántica, la semántica filosófica,
la semiolingüística, pero la teoría de la argumentación los estudia también a
todos y con una finalidad práctica. El Tratado es una inigualada recopilación
de todos los aspectos relacionados con la retórica y con los mecanismos
lingüísticos involucrados en lograr efecto mediante proposiciones sobre
receptores o auditorios.
OBJETIVOS
PRINCIPALES
No estaría de más insistir en que la teoría de
P&OT va más allá de lo que podría considerarse estructura usual del
lenguaje, en su manifestación conversacional y cotidiana y aun en el plano
de la explicación científica y de la reflexión filosófica. Queremos decir que
se investigan los usos más forzados de la expresión gramatical y de las
asociaciones lógicas, aquellos que responden a propósitos interesados al margen
de la claridad, de la fidelidad y de la verdad.
Se debe tener en
cuenta lo que es posible modificar en la estructura convencional sujeto-predicado
en los casos en que, si A es B, si A tiene B, o si B está en A, en los casos en
que A hace algo, corre, viaja, lee, se enferma o se rompe, se expresan los
infinitos predicados posibles en que A es sujeto de B y B predicado de A, no
hay nada más que lo que la oración dice, expresa o afirma. Luego vienen los
imponderables, el orden sintáctico lógico-gramatical, que puede ser directo o
envolvente, pasivo o activo. El orden verbal, los tiempos, sus modos y sus
aspectos, los complementos verbales y nominales. Lo lógico gramatical con la
coordinación y la subordinación de oraciones, con las conjunciones, disyunciones,
implicaciones, preposiciones, pronombres, artículos y nexos gramaticales que
cambian los significados de lo sintagmas de acuerdo a cómo se usan. Y lo de género
literario con las comparaciones, metáforas y demás figuras retóricas, términos
connotativos. Y lo prosódico, el énfasis en la emisión, el tempo, el tono. Se
supone que se da un plano estricto de expresión o plano semiolingüístico y planos
que se suman o que se asocian y que influyen sobre el primero, de orden
emocional, exclamativo, interrogativo, admirativo, suspensivo, etcétera.
Por lo que es
preciso distinguir la expresión sujeto-predicado,
sin más, y la expresión compleja, y atribuir polisemia al uso de la expresión compleja,
es decir, corregida y aumentada –acicalada, arreglada– con todo tipo de modificaciones
sintácticas, simbólicas, semánticas, y acompañada mediante ardides gestuales, movimientos
corporales funcionales a la intencionalidad del locutor ante un auditorio. Así,
el Tratado llama argumentación a toda clase de proposición, concomitante a una
lógica ortodoxa o a una lógica abierta que sobrepasa los límites o principios de
la tradición clásica, se trate de la verdad o de la falsedad. Tiene el mérito de
rescatar lo que, aun escapando de toda certeza en cuanto a verdad o falsedad
últimas, funciona con valor de aproximación a una o a otra y, fundamentalmente,
como instrumento al servicio de quien, sean cuales fueren sus intenciones, reclama
comparecencia ante sus dichos. Sería demasiado gasto enumerar aquí la variedad
de ingenios persuasivos que revelan y explican P&OT pormenorizadamente.
LO
QUE SE ESPERA DEL TRATADO
Si bien son tomados en cuenta algunos teóricos
del lenguaje contemporáneos, pioneros de la filosofía del lenguaje –semiolingüística
y filosofía analítica europea, semiótica estadounidense–, se omiten otras importantes
vertientes relacionadas con la argumentación, a saber, las de lógicos,
lingüistas estructurales, conductistas, generativistas, neopositivistas, analíticos,
pragmatistas y pragmaticistas y otros tantos. Se trata de teorías que de alguna
manera han delineado la pragmática del lenguaje, campo de
investigaciones adyacente a la argumentación, la sociología del lenguaje, la
gramática generativa, la energética del lenguaje (forma “interior” del lenguaje),
la psicodinámica de la oralidad, la gramatología, la simbología y la teoría de
los signos aplicada a la comunicación de masas, en fin, teorías que también
estudian la relación entre el pensamiento y el lenguaje desde puntos de vista
tan importantes como el de la argumentación.
“Nos negamos a separar,
en el discurso, la forma del fondo –afirman P&OT–, a estudiar las estructuras
y las figuras de estilo independientemente del objetivo que deben cumplir en la
argumentación (231). Se proponen mezclar lo oracional con lo extra oracional,
en lo que cabe todo: el orden lógico de la oración, el quiebre de ese orden, los
prosodemas (entonación, intensidad, acentos, duración). Y, principalmente, y es
mostrado con erudito lujo de detalle, los componentes del orden comunicacional:
auditorio universal, presunciones, valores, jerarquías, lugares, acuerdos prestablecidos,
selección de datos, nociones, técnicas argumentativas, argumento pragmático,
analogía y otros interesantes componentes que el orador experto tiene en cuenta
e incorpora a su discurso.
Sin duda, todo
funciona en conjunto y a la vez en la argumentación. Pero, se trate del discurso
que sea, esconde casi siempre una intencionalidad que va más allá de la sola
persuasión, y que también se esconde en los laberintos y en las marañas del
lenguaje. Es así que el hablante procura siempre envolver su discurso en un
manto de claridad y de buenas intenciones, que también compete a la retórica. Que
las destrezas en el uso del lenguaje se aplican igualmente en los casos en que
nadie quiere persuadir sino sólo trasmitir su pensamiento sin intríngulis o
intenciones solapadas. Es asunto que el Tratado pellizca (§ 90, 633) desaprovechando
la oportunidad de profundizarlo, al expedirse sobre la pareja “apariencia-realidad”.
Se mezcla
inteligentemente lo lógico con lo no lógico, lo que se presenta como una
conquista: el fin de todo criterio lógico como fundamento del razonamiento
filosófico, lo que es sin duda fecundo y prometedor. Se puede comprobar que este
formidable ir más allá de lo esperado, más allá del uso común y corriente de la
lengua, no se logra sin una estratégica intervención subliminal sobre “el
lenguaje, combinando el componente razonable con el componente no razonable, el
componente lingüístico con la intervención capaz de romper las reglas
lingüísticas convencionales o de uso. A pesar de que argumentación y
argumento son términos casi sinónimos de razonamiento (inferencia o cálculo en
la lógica, estructura sujeto-predicado en la gramática), el concepto argumentación ha cobrado el valor que se
le da en el Tratado, el de expresión sólo probable destinada a
persuadir.
INTERÉS
ACTUAL POR LA ARGUMENTACIÓN
La monumental obra o gran archivo comentado y
explicado en todos sus ingredientes imaginables, y que componen la
argumentación y las estrategias del discurso persuasivo, desnuda toda
inteligencia aplicada a las técnicas de la oratoria y deja a la vista sus más ocultos
pero rescatables recursos, fueren justificados o no desde el punto de vista de
la verdad y en cuanto la verdad tenga que ver con la filosofía, con la moral e
incluso con el afán de comunicar algo con plena sencillez y sinceridad.
Transparenta la
trama que generalmente encontramos en los textos consagrados de los más encumbrados
escritores. No porque su uso responda necesariamente a maledicencias de algún
tipo, sino porque en toda escritura anida siempre la fruición por apelar a las
más variadas flexiones, a los más alucinantes colores, recónditas sonoridades y
sorprendentes formas de sugerir sensaciones táctiles, olfativas y gustativas
destinadas a conquistar al lector.
El Tratado se
dirige especialmente a las sutilezas que son propias de abogados y fiscales en
juicios en los que es difíciles dirimir justicia, habituales en algunos políticos
que en sus campañas electorales apelan a toda clase de sofismas para ganar
adeptos, y hasta comunes en ciertos religiosos dispuestos a aumentar su
feligresía recurriendo a lo que en lo personal no creen. Muy especialmente, estas
sutilezas son frecuentes en los profesionales de la propaganda y de la
mercadotecnia, dominios en los cuales es preciso apelar a toda clase de recursos
para convencer, persuadir, promover las ventas.
Los elementos para
una nueva retórica incluyen los “acuerdos”, la “elección y la interpretación de
los datos” que componen la argumentación (Segunda Parte). Y se completan con las
“técnicas argumentativas”, los “argumentos casi lógicos”, otros argumentos “basados
en la estructura de lo real”, pero también con la “analogía”, la “disociación
de las nociones” y la “interacción de los argumentos”, el “exordio” como inicio
del discurso (Tercera Parte).
En razón de tales
aportaciones, indiscutiblemente novedosas para su época y para la nuestra, la teoría
de la argumentación goza hoy de gran aprobación y ha cobrado importantes
impulsos, entre ellos el del español Luis Vega-Reñón, catedrático emérito
de Lógica e Historia de la Lógica de
la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), autor entre otras importantes
obras de una Introducción a la teoría de la argumentación, de 2015. El
profesor José Seoane, titular de Lógica y Filosofía de la Lógica en la Facultad
de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, es en Uruguay uno de los más reconocidos
referentes en el campo de esta disciplina.
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