Deseo expresar mi fraternidad con los Países Bajos, que admiro por su papel en la historia de la humanidad occidental.
SERIE RESCATE
Aspectos filosóficos y humanidad
domingo, 28 de septiembre de 2025
PAÍSES BAJOS

martes, 26 de agosto de 2025
IDEA VILARIÑO
"Serán ceniza, pero tendrán sentido" (Quevedo)
Cuando se dice "casa" o "cielo" o "frazada", no sabemos por qué esas palabras nos transportan un poco más allá de lo que por lo común significan. Hasta en el uso cotidiano nos despiertan casi sin que lo notemos una relación con algo íntimo, con cierto matiz familiar. Algunos de los más severos significados nos llegan acompañados de una nota más dulce que hemos oído por dentro. "Muerte", por ejemplo, aunque su sentido sea imposible de captar y, obviamente, no lo hayamos experimentado en carne propia, esconde algo muy dentro nuestro, sea lo que fuere, pero algo.
Una palabra que es de todos, por momentos se vuelve propia, única, entrañable. La envolvemos en un áurea que corona nuestra vida, la vida toda, no sólo la del momento sino la de todos los momentos. Porque nadie dice algo u oye algo contando sólo con el aire que lo trasmite, los sonidos del decir y del oír. Están todas las trasmisiones, todas las veces en que las palabras nos han invitado a pensar, a hablar, a escuchar. Por lo demás, ese aire es el mismo aire que trasmiten las palabras de siempre, o el mismo papel o la misma pantalla que sustituye al papel.
La propiedad de poder formar parte de
la intimidad de cada interlocutor pertenece especialmente a la palabra del
poeta, de esta poeta. El poder de hacer despertar algunas sensaciones
exclusivas, diferentes pero inconfundibles, de hacer vibrar algunas cuerdas
interiores y lograr que resuenen en la caja última de la subjetividad con ecos
que emocionan vivamente. Sabe reunir sus destellos conjugándolos, uniéndolos,
seleccionándolos, con lo que se produce una relación nueva. Una analogía que
vuelve más acendrada la sensibilidad, más aguzada la intuición de algunas
imágenes y memorias que escapan del momento. Inesperadamente, suelen ir a otro
momento que no está formado de tiempo sino de la vida toda fulgurada en un
instante infinitesimal.
La sintaxis que reúne esos destellos no
sólo expresa una significación convencional, una frase o cualquier oración.
Envuelve el sonido real, o la música inducida por las palabras, en una
filigrana que convierte los signos en pequeños cristales de sentido. Y esos
cristales, en sus repiqueteos, entran a sonar en otro idioma. Quien los oye o
lee recibe entonces otros mensajes, otros llamados, otras invocaciones que
trascienden las de la vida común y corriente.
Al buen lector nunca escapa esa
traducción milagrosa, que nos pone en contacto con algo más hondo, no tan
perceptible, pero que necesitamos "tocar" como si fuera una piel
amada que acariciáramos. Es el milagro por el cual una palabra cualquiera,
insustituible en el mundo sensible de los cuerpos, como "amo" o
"extraño", o un verso como "no te veré morir", se vuelve
alas con las cuales volamos más allá y logramos alcanzar el otro amor, la otra
extrañeza, la otra muerte, que no podemos concebir mediante un nombre o una
expresión vulgar: el amor y la muerte de la esperanza.
Su verso, pues, ese pequeño cuerpo de
palabras que pueden servir para describir una cosa cualquiera, narrar cualquier
acontecimiento, expresar cualquier sentimiento, se vuelve un instrumento
armónico, es decir, el medio por el cual es posible presentir notas de fondo,
que abundan en una sonoridad que al principio las palabras no tenían. Las que
sirven para rendir cuenta del mundo aparente, en esta poesía sirven para
despertar el mundo que se vive bajo la piel, que corre por la sangre. Las que
se quedaban en la sola descripción, en la narración, en una explicación
razonada y organizada, son las mismas que en sus versos se corresponden con lo
indescriptible e inefable.
Este es el detalle que revela el
profundo sentido de esta poesía de doble tránsito, la poesía de amor,
especialmente, y que suele leerse siguiendo uno solo. Por cierto, la dirección
a flor de piel es del todo sentida, comprensible, humana desde la raíz. Pero la
más honda explica la de arriba, siguiendo una jerarquía que se corresponde con
las dignidades literarias y filosóficas, humanas en general. Es la que da vida
a la letra que llega al lector, la que está en el primer impulso, en la
voluntad primera de escribir. Es la que anida en el impulso de vivir, impulso
inusitadamente fuerte, pero que no quiere volcarse en un mundo rechazado hasta
con náuseas.
¿Qué hay en esos versos teologales,
apocalípticos, en ese pequeño salterio de desgarros y renuncias, de
invocaciones a la nada, de fe perdida, de encendido amor frustrado? No tienen
un referente, son anárquicos, cantan a un imposible, a una presencia nunca
encontrada, a una entelequia, aunque de carne y hueso. En la voz de una heroína
imposible se quejan de una pena imaginaria, renuncian a un ideario sin ideas.
Sin embargo, son el dolor de verdad, el más auténtico, el dolor de sentir el
vacío de la vida.
No se encontrará en ellos una sola
señal de reconciliación, de reconocimiento; un saludo amigable hacia el mundo.
Sólo pequeñas naderías, simples acontecimientos de la intimidad que poco tienen
que ver con la fuerza que los recrea en el papel. Son el gesto de una
maravillosa impotencia, la belleza sin igual que disimula el drama. Versos
duros como la piedra en su exquisita candidez y en la apacible angustia que
provocan. Es preciso de una vez dar con la savia que circula por estos tejidos
sombríos de la mejor poesía latinoamericana de los últimos tiempos. Una savia
amarga que, por su realismo vivencial y su vehemente verdad da lugar a diversas
interpretaciones: el amor, la soledad, la más íntegra femineidad, y también la
angustia. El dolor que enajena, pero no mata cuando es refrendado por la
belleza y la pasión.
Jorge Liberati

lunes, 9 de junio de 2025
LOS "PRINCIPIA MATHEMATICA"
Transcurrieron cuarenta y cuatro años desde la edición española de los Principia Mathematica, obra cumbre de Alfred N. Whitehead y Bertrand Russell. El texto de 1903 pone a punto los avances de Boole, Frege, Dedekind, Peano, Cantor y otros lógicos, y se completa en 1910. Por primera vez en más de dos milenios la lógica de Aristóteles quedaba afuera, aunque sin perder su importancia histórica.
Los
libros de lógica están escritos con símbolos (mejor sería decir signos especiales),
por lo que la lógica suele llamarse lógica simbólica: “El empleo de
signos especiales, en lugar de los símbolos más corrientes que son las
palabras, se hace más bien por conveniencia práctica que por una necesidad
lógica. No existe ninguna proposición en lógica o en matemática que no se pueda
expresar, en último término, con palabras comunes […] Solo que, en la práctica,
es imposible progresar mucho en matemática y en lógica sin hacer uso de símbolos
apropiados, de la misma manera que es imposible ejercer el comercio en la
actualidad sin cheques o sin libro de créditos, o construir puentes modernos
sin herramientas especiales.” (Morris, 22) “Puesto que el lenguaje es engañoso,
y puesto que es difundido e inexacto cuando se lo aplica a la lógica (para la
cual nunca estuvo destinado), el simbolismo lógico es absolutamente necesario
para todo tratamiento exacto o completo de nuestro tema”, afirma Bertrand Russell
(en Copi, 357).
FINALIDAD DE LA LÓGICA
Las
bases elementales de la teoría lógica (que se presentan en el cuadro adjunto) son
sencillas, aunque hay mucho más. Son suficientes para comprender su fundamento
formal. La lógica dispone su tarea en un plano en el que los signos representan
lo que en el habla y en la escritura es imposible representar: solo la forma de
las premisas que cumplen relaciones para derivar otras formas o conclusiones
verdaderas o falsas. Así, no representa los sonidos ni las letras del lenguaje
sino las entidades mentales que intervienen en los razonamientos.
Los signos de la lógica componen un lenguaje
especializado diferente al de la conversación. Si este se ocupa de comunicar y
expresar ideas y sentimientos, el de la lógica se ocupa en mostrar cómo se
deriva el valor de verdad de una proposición a otra. Las piezas que mueve son
solo formas llamadas variables, que pueden corresponderse con cualquier
contenido. En su silogística Aristóteles (siglo IV a. C.) introdujo el
uso de variables, por lo que se le considera fundador de la lógica formal (Łukasiewicz,
18). Pero el lenguaje lógico usado por Aristóteles es diferente al de la lógica
formal moderna, pues se ocupa de los términos de las proposiciones, mientras la
lógica moderna trabaja con las mismas proposiciones o afirmaciones en las
cuales se atribuye un predicado a un sujeto (ver cuadro adjunto con las diferencias
entre la lógica de Aristóteles y la moderna). Los lógicos megáricos, en los siglos
III a I a. C. fueron quienes iniciaron la lógica de proposiciones, por lo que
se les considera iniciadores del cálculo proposicional.
La lógica, pues, no trasmite ideas ni sentimientos y
solo muestra, como el álgebra, operaciones posibles entre variables al aplicar constantes:
no (¬), y (˄), o (˅), si… entonces (→), todos (Px), alguno (xP). Su finalidad
es encontrar medios con los que se pueda garantizar la certeza de las
conclusiones. Debe tenerse presente, sin embargo, que este propósito solo es
posible si se cumplen a rajatabla los requisitos de esta ciencia, que parte de axiomas
o bases que no requieren demostración. Los tres principios que rigen a todos
los demás son: el de identidad a=a (a es igual a sí misma), el de no
contradicción ¬ (a ˄ ¬a) (no es posible que a y no a) y el principio del
tercero excluido a ˅ ¬a (a o no a)).
Fuera de ese campo axiomático no se puede garantizar
ninguna verdad desde el punto de vista lógico. En el mismo cálculo formal es frecuente
que aparezcan puntos flojos, incertidumbres y paradojas. Por lo que se ha
intentado corregir la teoría introduciendo nuevos conceptos, como la teoría de
clases, la teoría de descripciones y la teoría de tipos lógicos. También se ha
ampliado el campo estricto de la lógica deductiva y se ha ido más allá de los axiomas
derivando las llamadas lógicas extendidas o ampliadas, la lógica modal (cuyos
valores son la necesidad y la contingencia), y las lógicas más recientes trivalente
(con un valor de verdad intermedio entre verdad y falsedad), polivalente
(varios valores de verdad), temporal (con un valor tiempo), deóntica (lo
prohibido y lo obligatorio), intuicionista (el valor de verdad es la prueba),
inductiva (valor de verdad hipotético), vaga o borrosa (valores de verdad
aproximados), y otras lógicas marginales.
Quede claro que no es una ciencia
para desentrañar los misterios de la vida y del mundo, pues no es una ciencia
fáctica, empírica ni experimental, ni es filosofía. Solo ofrece cierto respaldo
a la ciencia teórica, y una herramienta excepcionalmente útil para las tecnociencias.
Se ha asociado siempre con la razón, con las coordenadas dentro de las cuales
se establecen ciertos límites a la fantasía y la ilusión que anida en toda
subjetividad y en toda tarea humana, de científicos y de toda persona. También
es un instrumento ideal para describir el funcionamiento de la matemática y para
aplicar y aun solucionar problemas sin solución aparente. Pero ha sido
fundamental para concebir, poner en práctica y desarrollar programas computacionales.
No encierra ninguna disposición, ninguna verdad, ninguna ley que pudiera
suministrar beneficios directos a la humanidad, felicidad o alguna clase de garantía
de vida. Es una ciencia ancilar, pero, con toda felicidad, presta un servicio inmenso
a nuestra época. Si es una sirvienta del conocimiento, es también un mandatario
exigente que da órdenes precisas a la era tecnológica que es la nuestra.
LOS “PRINCIPIA”
Los
Principia Mathematica constituyen una explicación de conjunto de las
relaciones matemáticas mediante la lógica (establecida con simbología más o
menos sencilla). Ofrece la posibilidad de rastrear el mayor número de
operaciones en el campo de las matemáticas, y desarrolla exhaustivamente un
sistema de lógica pretendidamente completo mediante el despliegue de todos los
recursos proposicionales y cuantificacionables en un campo estricto de
normativa lógica (es de tener en cuenta que no es la única obra con este
propósito y tales características). No un tratado de lógica, aunque para los
especialistas lo sea, ni el mapa histórico de la lógica (aunque para los
historiadores lo sea) ni una introducción a la ciencia de la lógica (aunque sea
la obra que introdujo a la lógica en la modernidad histórica).
Desde 1900 y con Los principios
de la matemática (también de 1903) Russell se había abocado a demostrar la
identidad entre la aritmética y la lógica pura (Kneale, 610). Para ello
necesitaba superar algunas paradojas de la lógica entonces vigente, por lo que
inventó la Teoría de los Tipos Lógicos. ¿Cuáles eran las paradojas y en qué
consiste la solución de Russell? Citemos un ejemplo famoso y sencillo, la “paradoja
del mentiroso”. Se llama así a toda expresión que se niega a sí misma, por
ejemplo, “esta oración es falsa” (si es verdadera, entonces es falsa, y si es
falsa, entonces es verdadera). Una paradoja famosa es la de un cretense que
afirma: “todos los cretenses son mentirosos”. Si todos los cretenses son
mentirosos, entonces lo que dice este cretense no puede ser verdadero.
Hacia 1901 Russell se enteró de las contradicciones de
la teoría de conjuntos de Georg Cantor, y se propuso resolverlas mediante la
remisión a diferentes clases o tipos en los que se puede contener una
propiedad: la propiedad de ser el individuo de una clase, las propiedades de un
individuo, las propiedades de una propiedad, y así sucesivamente (individuo
puede ser cualquier contenido significativo, clase puede ser cualquier conjunto
que contenga a un individuo, a varios o a ninguno, clase vacía). Quiso terminar
con esos “círculos viciosos” y advertir que “lo que presupone el todo de una
colección no debe formar parte de la colección”, dilucidación crucial.
La astucia de esta teoría radica en afirmar el
concepto de “clase” entendido como algo matemáticamente indiscutible, sin
importar su existencia o estatus ontológico. Así surge que “la clase es de más
elevado tipo que sus elementos”, por lo que no se puede atribuir propiedades del
elemento a la clase. Es contradictorio atribuir (predicar) a la clase de los mentirosos,
por ejemplo, lo que se atribuye a solo uno de los mentirosos. Russell distingue
entre clase y concepto-clase; por ejemplo, “hombre” es un concepto,
y “hombres” es la clase a la que se refiere el concepto. Pero, se ha dicho que
esta teoría es algo vaga y así se ha criticado a Russel y Whitehead, al
sostener que procedieron mediante un recurso irreal o imaginario en los Principia
(esto es habitual entre los lógicos duros).
No se viene abajo la solidez de los Principia por
estas razones, ni mucho menos. El problema es otro y, ha sido señalado por Alfred
Tarski, un destacadísimo lógico polaco, exiliado en Estados Unidos a raíz de la
invasión nazi. La obra de Russell y Whitehead, afirma Tarski, “Contiene una
presentación sistemática y exhaustiva de un extenso sistema de lógica que
constituye una base adecuada para los fundamentos de la matemática; sin embargo,
el desarrollo no está a la altura de los estrictos requisitos de la metodología
actual. El trabajo está preponderantemente escrito en lenguaje simbólico y su
extensión es abrumadora. Aunque sólo sea por estas razones técnicas, dudaríamos
de persuadir al lector intentar un estudio completo de esta obra (a menos que
esté especialmente interesado en el desarrollo histórico de la lógica
moderna).” (Tarski, 274)
Tarski da en el clavo por lo que atañe
a un lector no avezado. El texto de los Principia no puede leerse, en el
sentido corriente de esta palabra; en realidad, es necesario calcularlo,
deducir cada línea de la anterior y, además, estar atento a qué propósito
responde cada una, a qué recurso deductivo apela, qué orden de cálculo lógico
aplica, qué reglas, definiciones y teoremas. No es para quien sea ajeno al lenguaje
de la lógica, a una forma de “leer” que no es la misma que la de leer el diario
o un cuento. De todos modos, por dificultades que sean, no vuelven imposible
advertir el papel decisivo que le toca en la historia de la lógica, la filosofía
y la matemática.
Los Principia significan la
posibilidad de formalizar lógicamente la teoría desarrollada por Georg Cantor
entre 1874 y 1897. Aparecía como “una nueva disciplina matemática conocida bajo
el nombre de teoría de conjuntos” que “conquistó la apasionada admiración de
muchos matemáticos y concitó la apasionada condena de otros tantos” (Kneale,
405). La obra permitió admitir entre los entendidos que la lógica es un sistema
deductivo completo. No despreciaba la lógica anterior, pero esta vez se
presentaba como un sistema axiomático independiente. Cabe mencionar como
antecedente, además de la obra de los europeos mencionados, la vertiente
semiótica de Charles Sander Peirce en Estados Unidos.
ALGUNAS CONSECUENCIAS
Whitehead
y Russell fueron los principales, aunque no únicos, responsables de la importante
actividad de la lógica formal y deductiva de las primeras décadas del siglo XX.
En 1934 el alemán Gerhard Gentzen concibió “un sistema de reglas para la
deducción” que consistía en una presentación “más natural que la de Frege,
Whitehead y Russell”, aunque incrementaba el número de reglas y axiomas (Kneale,
501).
En p → q, ¿acaso es suficiente con p para inferir o
concluir q? Esta pregunta tiene que ver con el surgimiento de nuevas lógicas
modales y rectificaciones, como las de Clarence Irving Lewis, o como la
objeción de Kurt Gödel según la cual, para decirlo de una manera juguetona,
serrucha las patas de la silla en la que se sentaba la lógica deductiva hasta
entonces. Gödel llega a demostrar la incompletud de los Principia, y de
cualquier sistema deductivo, donde “incompletud” quiere decir imposibilidad
de prescindir de algún recurso ajeno al sistema para consagrarlo como estrictamente
lógico-deductivo. Gödel estaba preocupado, como cualquier hijo de vecino, por la
seguridad del barrio.
Se ha dicho que algunas manifestaciones de la lógica formal son
fronterizas con la metafísica, incluida la teoría de los Tipos de Russell,
aunque quizá no la teoría de las Descripciones (que distingue entre nombre y
descripción; descripción es, por ejemplo, “el autor de Los adioses”,
nombre es Juan Carlos Onetti). Porque, como lo demuestran cabalmente los Principia,
el carácter de logicidad específico (filosófico y científico) radica en el
sistema de relaciones de acuerdo a cualquier referencia concreta o abstracta que
pueda imaginase. Por lo que el lógico suizo Ferdinand Gonseth habló de la
lógica como de “la lógica del objeto cualquiera”.
“Por lo pronto, Gonseth distingue
con todo vigor entre reglas de esa técnica mental y el subsuelo ideológico
sobre el cual se construye. El sentido de dichas ideas solo se manifiesta en
sus modos de realización; pero es lo informulado lo que informa lo formulado,
según su propia terminología. Es decir, la metafísica guía y domina la
estructura lógica. De ahí que la comprensión rigurosa de una lógica cualquiera
del pasado requiera penetrar –¡difícil tarea!– por
ese ‘conjunto inextricable, cuya íntegra trasmisión de un siglo a otro es
propiamente imposible’. Esta mutua impenetrabilidad espiritual parece
contradecir el hecho innegable de la normal permanencia de las reglas.”
(Granell, 360)
Esto quiere decir, y en alguna
medida siguiendo los pasos de Gödel, que el fundamento último de la lógica
descansa sobre bases no comprobables fehacientemente si el investigador se
limita a las herramientas propias de demostración dentro del propio sistema. Uno
de los ejemplos más conocidos con lo que se ilustra esta posibilidad es el de
la geometría. “Las nociones fundamentales de la geometría –afirma
Gonseth– son abstractos del mundo de los fenómenos
físicos, y, sin embargo, no hay una sola que esté realizada en el mundo físico
‘en su pureza’. No hay arista perfectamente recta, superficie suficientemente
plana, etcétera, en la naturaleza” (ib., 361).
El punto al cual conduce la recta
trazada desde los Principia de Russell y Whitehead es el de las
aplicaciones prácticas de la lógica borrosa (fuzzy logic) que inundó el
campo de la tecnología en el siglo pasado y que se perfecciona incesantemente
hasta el día de hoy. Se trata, paradójicamente, de una desviación notable del canon
defendido en los Principia. En el Prefacio los autores escriben: “hemos
rehusado tanto la polémica como la filosofía general, de modo que presentamos
nuestras exposiciones de una forma dogmática” (R. & W., 7). Lo que quiere
decir que todo el marco teórico de la obra se cierne estrictamente a los
principios fundamentales de la lógica deductiva, sin concesiones.
UNA AUTOVALORACIÓN
Bertrand
Russell se ocupa de hacer una revisión de sus ideas en 1959 con estas palabras:
“El objeto primario de Principia Mathematica fue mostrar que toda la
matemática pura se sigue de premisas puramente lógicas, y que emplea solamente
conceptos definibles por medio de términos lógicos […] en el transcurso del
tiempo, el libro se desarrolló en dos direcciones distintas. Del lado
matemático, nuevos temas completos salieron a luz, que implicaban nuevos
algoritmos que hicieran posible el tratamiento simbólico de materias
abandonadas antes a la dispersión e inexactitud del lenguaje ordinario. Del
lado filosófico, hubo dos desarrollos opuestos: uno agradable y otro desagradable.
El agradable fue que el aparato lógico requerido resultó ser menor de lo que yo
había supuesto […] El aspecto desagradable fue, sin duda, muy desagradable.
Resultaba que, de premisas que todos los lógicos, no importa de qué escuela,
habían aceptado siempre, desde los tiempos de Aristóteles, podían deducirse
contradicciones, demostrándose en ello que algo estaba fuera de lugar,
pero sin hacer indicación de cómo podían enderezarse las cosas. Fue el
descubrimiento de una de tales contradicciones lo que puso fin, en la primavera
de 1901, a la luna de miel lógica que había venido disfrutando. Comuniqué la
desgracia a Whitehead, que no pudo consolarme citando ‘nunca de nuevo una
mañana alegre y confiada’.” (Russell, 1976, 76)
Russell se vio afligido por el descubrimiento
de que la teoría de conjuntos de su admirado Cantor, que él recogía en Los
principios de la matemática, por entonces en prensa, conducía a paradojas. Se
presentaba la necesidad urgente de resolver esas paradojas antes de publicar el
libro. Planteó el problema en términos de clases: “una clase es a veces,
y a veces no es, un miembro de sí misma”. La clase de las cucharillas no es una
cucharilla, pero la clase de las cosas que no son cucharillas tampoco es una cucharilla,
lo que resulta una paradoja. “Si es un miembro de sí misma, debe poseer la
propiedad definitoria de la clase, que es no ser un miembro de sí misma. Si no
es un miembro de sí misma, no debe poseer la propiedad definitoria de la clase,
y por tanto debe ser miembro de sí misma. Así, cada alternativa conduce a la
contraria, y hay una contradicción” (ib., 77). Este es el final de la
luna de miel, cuya causa tratará de enmendar en los Principia.
En Los principios de la
matemática Russell distingue entre la noción de intensión o contenido,
que atañe a la filosofía, y la noción de extensión, que atañe a la matemática
(todo lo que cae dentro de una clase). Ahora bien, “hay posiciones intermedias entre
la intensión y la extensión puras, y es en ellas donde la Lógica simbólica
tiene sus lares.” (Russell, 1977, 98) Como ya vimos, es posible diferenciar “hombre”
como concepto y “hombres” como la clase a la que se refiere el concepto. Hay un
contenido conceptual y una relación cuantitativa comprendida en todos los
hombres. Pero, entonces, ¿a cuál de estas distinciones es posible atribuir
predicados? Es claro que en lógica y en matemática es de atribuir predicados a
las extensiones. Las clases lógicas son clases extensionales, y Russell se
había familiarizado con esta certidumbre gracias a Frank P. Ramsey (Russell, 1976,
127), lógico inglés cuya temprana muerte a los 26 años impidió que diera feliz
término a sus importantes trabajos.
Russell creía que el conocimiento se basa en la
inferencia, y que si no se dispone en base a la inferencia es solo contenido
mental, carente de garantías para corresponderse con la verdadera realidad del
mundo (Russell, 1950, 273). Es tan lógica la filosofía de Russell que vino a
llamarse “empirismo lógico” y también “positivismo lógico” (o neopositivismo).
Sin embargo, a lo largo de su desarrollo se atuvo a diferentes posturas y
atendió los problemas de la filosofía más allá de la lógica deductiva estricta.
FILOSOFÍA DE LA INFERENCIA
En
los Principia Russell y Whitehead celebran una verdadera fiesta dedicada
a la inferencia lógica, la que interviene en todas las operaciones posibles de
la lógica de proposiciones y predicados. Se trata de la inferencia deductiva,
la que parte de la idea según la cual, si las premisas son verdaderas, y la
inferencia es una fórmula bien formada (que cumple estrictamente con las leyes
y reglas de la lógica), entonces la conclusión también es verdadera. Es un concepto
estudiado en diversos contextos, en el plano de la comunicación corriente y en los
terrenos exclusivos de la ciencia, la matemática y la lógica. Es una operación mental
por la que se parte de determinados datos para llegar a una conclusión. Pero es
necesario especificar cómo se llega a ella. En la lógica actual la inferencia está
sujeta a un conjunto de reglas específicas que la gobiernan.
De estas reglas es filosóficamente importante lo
siguiente: una inferencia puede ser satisfactoriamente demostrativa de la
verdad o falsedad de una conclusión, o solo puede ser medianamente satisfactoria.
Esto quiere decir que puede tratarse de una demostración deductiva, cuyo
resultado es, una de dos, verdadero o falso, y también puede ser una
demostración cuyo resultado es una verdad solo aproximada, con un grado de verdad
y otro grado de verdad incierta, hipotética, solo probable.
Al estudiar el uso de la inferencia en los contextos
cotidianos, Russell advierte que “todas las inferencias empleadas, tanto por el
sentido común como por la ciencia, son de especie distinta a las empleadas por
la lógica deductiva, y de tal naturaleza que, cuando las premisas son
verdaderas y correcto el razonamiento, la conclusión es solamente probable” (Russell,
1976, 199). De modo que llamó “inferencia no demostrativa” a esa clase de
inferencia que no ofrece total garantía en cuanto a su valor de verdad. Por
este antecedente se ha entendido que Russell es el “abuelo” de la lógica borrosa,
una rama tecnológica de la lógica informal. Sus padres fundadores son varios,
entre ellos, Max Black y Lofti Zadeh, pero sólo fue posible a partir de la obra
de Jan Łukasiewicz, eminente lógico de la escuela polaca.
Finalmente, se llegó a derivar de la inferencia
hipotética las mencionadas lógicas no estrictamente deductivas llamadas divergentes.
Hoy son de una enorme importancia para los lenguajes de computación y los
lenguajes que gobiernan programas capaces de adaptar la operativa de un
dispositivo en el mismo curso de la ejecución, lo que ha facilitado el
perfeccionamiento de la inteligencia artificial. De este modo, lo que podría
llamarse “mente de un robot”, en gran parte, es el resultado de aplicar programas
de lógicas divergentes en un muñeco que imita ciertas conductas humanas. Así
como la lógica formal y deductiva da un salto a partir del esfuerzo de Russell,
este hombre también facilita la aparición de las lógicas informales cuyas
características teóricas vislumbró y anunció luego de consagrados los Principia.
Pero, para terminar, digamos dos palabras sobre el fin último de este libro de
lógica.
Ningún libro de filosofía tiene una finalidad demasiado
precisa, aunque este no sea de filosofía estricta. Sin embargo, este libro de lógica
puede ayudar a que las ideas se produzcan en la mente de manera más favorable a
los fines del razonamiento, asistir a la intuición “en regiones demasiado
abstractas para que la imaginación pueda ofrecer a la mente la verdadera
relación que existe entre las ideas empleadas” (W. & R., 1981, 55). Si bien
Russell deseaba desembarazarse de las ambigüedades del lenguaje común, también estaba
atento a las emergencias de la imaginación y la intuición. Escribe en 1966: “La
cuestión de la idea que la gente tiene cuando usa una palabra pertenece a la
psicología; por otra parte, hay muy poco en común entre las ideas que dos
personas diferentes ligan a una misma palabra, aunque frecuentemente habrá más
acuerdo acerca de las ideas que considerarían apropiado unir a las palabras.”
(Russell, 1979, 214)
REFERENCIAS
ARISTÓTELES (1981). Tratados de Lógica (el Organon), edición de Fco.
Larroyo, México, Porrúa.
COHEN, Morris R. (1957). Introducción a la lógica,
México, FCE.
COPI, Irving M. (1978). Introducción a la lógica,
Buenos Aires, EUDEBA.
GRANELL, Manuel (1949). Lógica, Madrid, Revista de Occidente.
KNEALE, William y Martha (1980). El desarrollo de la lógica, Madrid, Tecnos.
ŁUKASIEWICZ, Jan (1977). La silogística de Aristóteles, Madrid,
Tecnos.
RUSSELL, Bertrand (1976). La evolución de mi pensamiento filosófico,
Madrid, Alianza.
RUSSELL, Bertrand (1977). Los principios de la matemática, Madrid, Espasa-Calpe.
RUSSELL, Bertrand (1979). Ensayos filosóficos, Madrid, Alianza.
RUSSELL, Bertrand (1950). El conocimiento humano, Madrid, Revista de
Occidente.
TARSKI, Alfred (1968). Introducción a la lógica y a la
metodología de las ciencias deductivas, Madrid,
Espasa-Calpe.
WHITEHEAD, A. y RUSSELL, B. (1981). Principia Mathematica (hasta el § 56), Madrid, Paraninfo.
ANEXO
I: EL LENGUAJE DE LA LÓGICA
Las
proposiciones (oraciones del lenguaje común) en lógica se representan con
letras (p, q, x, z, llamadas variables), y las relaciones que pueden
guardar entre ellas se representan con signos (llamados constantes), que
se corresponden con la igualdad (=), la negación (¬), la conjunción (˄), la
disyunción (˅) y la implicación (→). Los símbolos de estas relaciones entre
proposiciones se llaman juntores¸ por lo que se llama lógica de juntores
o proposicional a esta rama de la lógica.
La relación entre dos proposiciones, por ejemplo, “Si
sale el sol iré de paseo”, se puede representar mediante la implicación “si
sale el sol (p) entonces (→) iré de paseo (q)”; o con solo la fórmula: p → q.
Esto no significa que p sea verdadera; solo significa que, si p es
verdadera, q también es verdadera. La lógica se ocupa de establecer cuándo
resultan proposiciones verdaderas y cuándo resultan proposiciones falsas al
relacionarse secuencialmente unas con otras, pues para ella solo existen dos
valores de verdad.
Su tarea no es agrupar las que son verdaderas o
falsas, lo que sería una tarea de nunca acabar, sino establecer cuáles son las
relaciones o cálculos lógicos que garantizan la verdad o la falsedad. No se
ocupa de los contenidos de las proposiciones, es decir, de sus significados,
como se ocupa la gramática y la lingüística, sino de las combinaciones posibles
que dan lugar a conclusiones verdaderas o falsas; se ocupa solo de la sintaxis.
También se atiene a los predicados
en tanto designan propiedades de los sujetos. Pero no los toma agrupando todas
las propiedades posibles, pues sería una tarea sin fin. Solo se ocupa de
señalar cuándo un sujeto, que se representa con una letra minúscula, tiene una
propiedad que se representa con una letra mayúscula. De modo que P(x) indica
que x cumple la propiedad P.
Esta parte de la lógica se llama lógica de predicados
o de cuantores. E cuantor llamado generalizador establece que
todo x cumple una propiedad P, y el cuantor llamado particularizador,
establece que hay al menos un x tal que cumple P. Que “todas las flores son
bellas”, por ejemplo, se expresa con P(x), es decir, que todas las x (flores)
cumplen P (ser bellas). Esta lógica puede expresar, también, que hay una flor,
o al menos una flor, que es bella, y se escribe: (x)P.
ANEXO II: ARISTÓTELES Y LA LÓGICA MODERNA
La lógica de Aristóteles tiene antecedentes en Platón y en
Eudoxo, pero su desarrollo formal o silogística es una novedad en su época,
pues introduce la noción de silogismo. Aristóteles explica que “El silogismo es
un enunciado en el cual se asientan varias proposiciones deduciendo
necesariamente alguna otra proposición diferente de las asentadas, por la sola
razón de haber sido asentadas las primeras.” Las proposiciones a la cuales se
refiere contienen términos: “Llamo término al elemento de la
proposición, es decir, al atributo y al sujeto al cual es atribuido…” (Primeros
Analíticos, Libro I, cap. 1, §§ 8 y 7, respectivamente)
“Todo
silogismo aristotélico consta de tres proposiciones llamadas premisas.
Una premisa es un enunciado que afirma o deniega algo de algo. En este sentido
la conclusión es asimismo una premisa, puesto que establece algo acerca de
algo. Los dos elementos involucrados en una premisa son su sujeto y su
predicado. Aristóteles les llama términos, definiendo un término como aquello
en que se resuelve la premisa.” (Łukasiewicz, 15) Solo resta agregar que cada
premisa consta de dos términos, uno de los cuales entre todos no figura en la
conclusión. El siguiente es un ejemplo del mismo Aristóteles (Segundos
Analíticos, Libro II, cap. 16, § 4):
1ª premisa: Si todas las
plantas de hoja ancha son caducas
2ª premisa: y todas las
parras son plantas de hoja ancha,
Conclusión: entonces
todas las parras son caducas.
El
silogismo no se aplica a proposiciones que contengan términos singulares (una
planta, una parra, una planta de hoja ancha) y solo trabaja con términos
universales (todas las plantas, todas las parras). Se debe a que en el
silogismo el mismo término es usado como sujeto y también como predicado, y
ello solo se puede asegurar cuando los términos son universales (no se puede
inferir de “si una planta es de hoja ancha” que “todas las plantas son de hoja
ancha”, y no tiene lógica, al revés, afirmar “si todas las plantas son de hoja
ancha, entonces hay una planta de hoja ancha”. Esta es una diferencia
importante con la lógica moderna, que maneja proposiciones singulares. Además,
la moderna establece el cálculo cuantificacional en el cual se atribuyen a los
sujetos determinadas propiedades, sean sujetos universales o particulares.
Aristóteles también introduce el uso de variables,
una innovación que a él le parece natural y, por lo tanto, no define en ningún
lugar. Fue Alejandro de Afrodisia, uno de sus comentaristas antiguos, quien explica
el significado de este concepto: “Aristóteles presentó su doctrina a través de
letras con el fin de mostrar que no obtenemos la conclusión como consecuencia
de la materia de las premisas [de sus significados] sino como consecuencia de
su forma y combinación” (Łukasiewicz, 18).
En vez de usar palabras y oraciones del lenguaje,
Aristóteles usa letras, simplificando el silogismo y demostrando que las
variables pueden referirse a cualquier serie de proposiciones. En el ejemplo de
arriba, si A es caduco, B planta de hoja ancha y C parra, el silogismo se
representa así: Si A es predicado de todo B y B predicado de todo C, entonces A
es predicado de todo C. También, Aristóteles sustituye el “por lo tanto” de la
filosofía anterior por el “entonces”, que equivale al moderno “si … entonces…”
(implicación), que no es una afirmación indicativa sino un condicional. Además,
es notoria otra propiedad de los silogismos: “A tiene que ser predicado de todo
C”, en donde la palabra “tiene” es el signo de la necesidad silogística (ib.,
20), propiedad fundamental de la lógica antigua y moderna.
Sin embargo, y es la razón de por qué en el siglo XX se
desplaza a Aristóteles del centro de interés de la lógica formal, la
silogística tiene limitaciones importantes; una ya la señalamos: el solo uso de
proposiciones universales. Otra es que no cumple con los requisitos de la
formalización lógica. Aristóteles quiere descubrir las leyes del pensamiento,
pero no hay tales leyes. La lógica moderna, en cambio, no descubre leyes
que puedan gobernar el pensamiento y solo establece leyes para un sistema
que sortea contradicciones, ambigüedades y paradojas.
Para Aristóteles “solo pertenecen a la lógica las leyes
silogísticas expuestas mediante variables, pero no su aplicación a términos
concretos” (ib., 22). No guardan relación estricta con el pensamiento en
general. Las proposiciones lógicas no se relacionan entre sí por sus intensiones
(con “s” = contenidos, significados) sino por sus extensiones (en
qué sujetos cae la predicación). En Aristóteles se reducen a las proposiciones
universales. Los términos de las premisas se disponen de diferentes maneras
llamadas figuras: primera figura, segunda, tercera, cuarta figura.
Estas figuras son rígidas y no abarcan todas las combinaciones posibles entre
proposiciones. En la lógica moderna las variables se identifican según
representen “individuos” o “clases” de individuos. Una distinción muy
importante es la de variable “libre” (ej.: “x es un libro”, donde x es una
variable libre), y variable “aparente” (ej.: “para todo x, x es un libro”,
donde x es una variable aparente).

martes, 3 de junio de 2025
OCTAVIO PAZ
Han transcurrido muchos años desde su desaparición física y el prestigio literario de Octavio Paz (México, 1914-1998) se mantiene en todo su esplendor. Y hasta se ha incrementado en el presente siglo. Su juventud había sido embargada por los sueños libertarios y redentores del socialismo y por el ánimo nacionalista que México heredó de la Revolución iniciada con Madero en 1910, y que Paz supo mantener para sí y para siempre en algún rincón de la sensibilidad más íntima. Pronto su inteligencia, sus conocimientos multidisciplinarios y su profesión de diplomático le hicieron despertar de sus iniciales inclinaciones ideológicas y volver a una realidad personal y social que encontró necesitada de inspección minuciosa y de estudio sistemático.
Su oficio le permitió conocer el mundo y trabar amistad con representantes de las más ilustres generaciones de escritores y artistas de toda América, Europa y aún del Oriente medio y lejano. Su pensamiento y su sensibilidad se desarrollaron de manera muy particular, original, comprometida y valerosa. Las defendió en su vinculación personal con multitud de personas e instituciones, académicas y políticas, y las celebró en sus ensayos y en su poesía de tal manera que fueron reconocidas en su calidad, y siendo muy joven, por los mayores críticos en su país y en el ámbito académico americano.
Definió su ideario político y su concepción de la poesía y de la literatura
en general con gran originalidad, fundándose en un liberalismo de convicciones
muy firmes sobre la libertad, la justicia, la democracia, la cultura, y el
carácter típico del mexicano, que describió con el colorido de un pintor
surrealista. Dibujó la figura del “pachuco”, personaje de las “bandas de
jóvenes, generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del Sur y
que se singularizan tanto por su vestimenta como por su conducta y su
lenguaje”. Y también “las máscaras mexicanas”: “Plantado en su arisca soledad,
espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la
palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación”. A lo que
agrega: “Ante la simpatía y la dulzura nuestra respuesta es la reserva, pues no
sabemos si esos sentimientos son verdaderos o simulados”. Finalmente, “La
extrañeza que provoca nuestro hermetismo ha creado la leyenda del mexicano, ser
insondable”, los personajes representativos de su patria caricaturizados como
“hijos de la Malinche” (en El laberinto de la soledad).
Levantó el edificio de una obra ensayística y poética descomunal –recopilada
en catorce tomos– cuyas primeras manifestaciones tempranamente le posicionaron
como figura relevante de las letras del continente. Desde Darío y Montalvo, desde
Rodó, Bello y Herrera y Reissig, desde Lugones y especialmente Borges, a
quienes se unen Vallejo, Neruda, Huidobro, los narradores del boom, en
fin, se habían franqueado ya las fronteras de los países y hasta del idioma.
Fue Paz quien despertó el mayor interés por la intrepidez de sus opiniones y
porque se difundieron en un medio políticamente transicional, en medio de
guerras frías e imperialismos enajenados por las encendidas y frecuentemente
sangrientas disputas entre el liberalismo y el socialismo, la esclavitud y la
libertad, terrorismos y fascismos, el genocidio nazi, todo lo que se vino a
enmascarar bajo los intervencionismos militares y fundamentalismos religiosos que
imperan hasta el día de hoy.
Aumenta la gravitación de Octavio Paz en el mundo de las letras actual, y
sería extraño que los críticos más sañudos pudieran cuestionar los altos atributos
formales y el hondo humanismo de su obra. Es el autor de un escrito único en
teoría literaria y filosofía del arte: El arco y la lira, de 1956. Es un
ensayo sobre el poema, el lenguaje, el ritmo, el verso, la prosa y la imagen
literaria. No tiene el perfil de investigación historiográfica ni de crítica de
autores y aun menos de ejercicio filológico o de ensayo sobre versificación. Se
diría que responde al cometido de las reflexiones filosófico-sociológicas de la
literatura y el arte, al estilo de Lukács, Escarpit, Francastel, Hauser,
Fischer o Bloom, que diferenciándose de todos ellos se despliega e incrementa
gracias a su estilo luminoso, diferente, exacto en la adjetivación e intrépido
en las imágenes, especialmente a través de anotaciones que se descubren como
destellos fuera ya de la teoría convencional y de las citas y opiniones más
respetadas que también son transcritas.
No se trata sólo de poesía, prosa o música; también entran a tallar el
lenguaje íntimo y el lenguaje compartido por todos en la vida común y corriente,
con sus secretos lingüísticos, vacilaciones gramaticales y monumentos simbólicos
luminosos y sugestivos. Es una gran síntesis de las relaciones por lo general
inextricables entre la subjetividad que necesita expresarse y el universo exterior
al poeta. La inusitada explicación del fenómeno literario en manos de un
provocador, un francotirador que da en el blanco y que penetra la sensibilidad
sin que se sepa desde dónde dispara; el descifrador o detective del espíritu,
abogado defensor y acusador a la vez, moderador en las esferas de los debates
éticos y estéticos, del arte y del gusto, de la erudición y de los cultos populares.
En su disquisición se destaca la palabra, como no podía ser de otra manera
en un estudio sobre el poema. Pero no se trata sólo de la palabra convencional
ni de la palabra literaria en exclusividad. El tratamiento dado a la forma
lingüística es el que la abarca como creadora del mundo, no sólo de
significados, sentidos, referencias, nombres y verbos, figuras retóricas, sino especialmente
de cosas, seres, vidas, personas, individuos y sociedades. La palabra aparece
como la insospechada constructora de la realidad, de una realidad que es capaz
de responder a las posibilidades comprensivas de los humanos. Porque sin ella es
imposible referirse al mundo, comparecer como seres existentes en él, compartir
con los demás seres la experiencia interior, el pulso que se hace consciente y
que se expande por dentro mientras no se resigna a mantenerse en cautiverio.
La palabra se impone como instrumento del espíritu como se impone el
telescopio que es capaz de divisar lo que a simple vista resulta imposible, o el
microscopio que revela universos pequeños en los que se inmiscuyen otros más
pequeños. Es la detectora de las ondas que escapan del espectro inteligible
porque pertenecen al ámbito impenetrable de la sensibilidad intestina y subconsciente,
discreta y precavida. Al llegar la palabra, por arte de su magia inextricable,
plena de combinaciones felices, figuras bien delineadas, imágenes inesperadas, frases
fluidas y coloreadas, períodos musicales, cadencias, metros y acentos agradables,
y al inundarse con ella el ánimo, se descubren los ritmos propios, se detecta la
vida inconmensurable que yace escondida y que seguramente se desconoce.
Octavio Paz es el orfebre de ese deleite, ese especial refocilo con que
logra inundar al lector, satisfacer su necesidad de airearse. La acción
interior de salir y saltar al patio de una escritura que, al revelar las
relaciones misteriosas entre poesía y expresión común, ritmo y metáfora, verso
y prosa, se vale de la prosa poética sin que ningún lirismo inadecuado se
inmiscuya. Por el contrario, se podría decir que Paz compone su música
gramatical apelando a notas graves y bajos continuos que marcan una y otra vez
su analitismo espiritual. Parece una caligrafía sensual, una taquigrafía de los
sentimientos, una mecanografía de la vida y el mundo. Se ha dicho que es
también el que suscita el florecimiento de la nueva poesía en lengua española.
Su época es la de grandes celebridades, escritores destacadísimos que, huelga decir, Paz no viene a empañar sino sólo a complementar brillantemente, a darles el toque final, a terminar la obra entrañable de, entre otros mexicanos, Carlos Pellicer, Jaime Torres Bodet, Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, José E. Pacheco y otros tantos. Y a intercambiar opiniones con algunos amigos europeos: Claude Lévi-Strauss, José Gaos, Luis Buñuel, Emil Cioran, Roger Caillois, Saint-John Perse, Jules Supervielle, André Breton y otros tantos.
A ciento diez años de su nacimiento,
la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española dedican
su número conmemorativo del año 2024 al poeta y ensayista mexicano bajo el
título Corrientes Alternas, un volumen que, como es costumbre de estas
ediciones celebratorias, contiene estudios y retratos de calificados
conocedores de la obra del escritor.

sábado, 24 de mayo de 2025
OBJETIVIDAD, SUBJETIVIDAD Y TRAYECTIVIDAD.
Existe una característica principalísima, quizá más importante que la objetividad y la subjetividad, por la cual ambas se transforman y obran juntas en el desempeño de la inteligencia. Hemos llamado vecidad al fenómeno que genera el saber a través de la historia personal. Con el neologismo trayectividad nos referiremos a una característica difícil de captar e imposible de comprobar experimentalmente.
El conocimiento o función cognitiva se distingue por pertenecer mayormente al domino objetivo, en general asociado a los sentidos del cuerpo humano. Mientras que el subjetivo se distingue por asociarse a las emociones y a los sentimientos. El saber vécico, a su vez, se distingue por relacionarse con la experiencia vicisitudinaria de la historia personal. Por supuesto, la experiencia de vida de por sí se relaciona con la objetividad y la subjetividad, pero no se relaciona tan fácil con lo elaborado por el saber objetivo en colaboración con lo elaborado por la actividad subjetiva sin que medie antes otra función fundamental que se genera en el dominio vécico.
La vicisitudinariedad o
vecidad es el signo característico del conocimiento cuando depende del proceso
total de vida. La objetividad y la subjetividad se consolidan por ese proceso como
recurso principal y espontáneo del saber. No sólo la subjetividad pura y la
objetividad lisa y llana son los dominios en los cuales se desempeña el saber.
No es sólo la subjetividad, porque esa probidad del saber se forja en la
realidad más cruda, es decir, en la adversidad o historia vécica. Y no es la
objetividad solamente, porque lo vivido empírica y fácticamente experimenta el influjo
de la vida práctica y concreta que es impensable sin la poderosa intervención
de los fenómenos psíquicos: las pasiones, las emociones, los sentimientos de
todo tipo, los valores morales y religiosos, etcétera, presentes sobre todo en
circunstancias de riesgo, de soledad o desamparo.
***
El sujeto cognoscente opera desde sí, como yo, y opera desde su
entorno, como sujeto social. Quiere decir que opera como sujeto que desde sí
comparece ante el mundo, modifica su entorno y el entorno lo modifica a él. Su
saber, pues, su concepción acerca del mundo que le rodea, la necesidad de
ubicarse y encontrarse en paz en toda clase de circunstancias se debe en parte a
las condiciones objetivas en las que media la percepción. Y en parte responde a
los estados subjetivos, porque las condiciones le afectan, es decir, le
conmueven, le generan emociones y estados de ánimo particulares. Se sigue que ese
saber es vécico, porque percibe en el contacto físico con el entorno, aprende
después de comparecer en él, y concibe después de que el entorno
comparece en él.
Hay, pues, tres y no dos
clases de conocimiento o saber personal. Por subjetivo que sea, no puede
considerarse sólo el saber despojado del influjo de las cosas y los hechos; por
muy objetivo que resulte, no puede considerarse sólo el conocimiento de las
cosas y de los hechos que no han pasado por el proceso elaborador de la mente,
que incluye las emociones y los sentimientos. Sólo lo que ha comparecido por
fuera y por dentro simultáneamente puede llamarse conocimiento personal o
saber. Y aún necesita comparecer ante la constelación total, exclusiva y
selecta, personal y dilecta de la experiencia histórica del sujeto, de su mente
y de su cuerpo.
Hay conocimiento o saber objetivo,
hay conocimiento o saber subjetivo, y hay conocimiento o saber vécico. Nos
inclinamos a pensar que en el sujeto consciente los dos primeros se reducen en
el tercero; por lo que hemos de reconocer una diferencia entre conocimiento
y saber, reservando esta segunda denominación para la función cognitiva
de la persona en su desempeño común y corriente en la vida diaria.
Hace mucho tiempo que se
ha señalado la participación de los fenómenos psíquicos en los desempeños más
rigurosos del conocimiento objetivo, que son los de la ciencia. Y también se ha
señalado que en los desempeños más destacados de la subjetividad participan
destrezas y técnicas físicas, algunas meramente biológicas o instintivas, que
son las del arte. Se sabe que se da la integración funcional perfecta en
cualquier actividad humana, integración que tiene lugar en un dominio único en
el que se comprenden el cuerpo y la mente y cuyo puesto de control es el
sistema nervioso central. Pero tal integración incluye la historia personal, en
especial la que tiene que ver con los desempeños en los que el individuo ha
enfrentado la adversidad en los entornos en los que ha vivido. Por lo demás, no
ha sido estudiada esa participación fantasma que, sin embargo, tiene una indudable
importancia.
La vecidad no es sólo lo que por lo general
se entiende como experiencia, aunque nace a partir de ella. Es, más bien, lo
que la vida de una persona selecciona o descarta, aprovecha o desaprovecha de
la experiencia en el desempeño de toda clase de actividades en su vida. En
ellas se ha visto comprometido con su propia manutención, con la de sus seres
queridos, con el trabajo, con las relaciones sociales, en fin, con todo lo que
de una manera u otra le ha presentado resistencia y ha tenido que superarla
para salir adelante.
Como resultado de esas
vicisitudes no sólo ha adquirido memoria, de lo bueno y de lo malo, memoria que
le resultará una gran herramienta para enfrentar el presente y el futuro. Lo
importante, tanto como la memoria, es que ha adquirido ciertas pautas mentales
y de comportamiento, no sólo imágenes, ideas o conceptos determinados, no sólo
habilidades físicas. Ha adquirido patrones que actúan como reglas
formales a las cuales se adaptan otros contenidos en otras situaciones y bajo
otras condiciones de vida, en las que nuevamente se enfrentan apremios y
problemas generalmente en circunstancias que solicitan soluciones en total soledad
social y prescindiendo de ayuda o asistencia externa de cualquier clase. No
sólo enfrenta peligros de muerte o de enfermedad, por accidentes importantes; enfrenta
a diario pequeños problemas que tiene que resolver impostergablemente.
Circunstancias relacionadas con asuntos de orden familiar, laboral, de
convivencia; pequeños accidentes personales, escenarios en los que se requieren
soluciones perentorias, que no se pueden postergar sin antes encontrar o
improvisar una salida inmediata.
***
No se puede relacionar la subjetividad sólo con la imaginación y la
fantasía. La fuente de su generación y alimentación es el mundo real, como es también
la fuente de la objetividad, algo en que no se ha puesto la debida atención. La
fuente de la vecidad, igualmente, es el mundo real, pero sólo en
lo que tiene que ver con las características en que se ha implicado
operativamente el sujeto a través de su vida. Sabemos que lo objetivo tanto
como lo subjetivo funcionan en el individuo en tanto se han experimentado
vivencialmente. Pues bien, cuando se han experimentado de esa manera, vivencial,
concretamente, mediando la vivencia, es cuando interviene lo vécico y no
sólo lo objetivo y lo subjetivo. Esta es la diferencia sustancial entre esas
características del saber humano.
El sujeto no se encuentra
en un mundo de percepciones ni en un mundo de imágenes, conceptos o ideas. Ni
la expresión “se encuentra” que hemos usado es la apropiada para referirnos a
aquello que se tiene como conocimiento ni a aquello de lo que nace ese
conocimiento:
el sujeto
no vive en un mundo de estados de conciencia o de representaciones, desde donde
creería poder, por una especia de milagro, actuar sobre las cosas exteriores o
conocerlas. Vive en un universo de experiencia; en un medio neutro respecto a
las distinciones substanciales entre el organismo, el pensamiento y la
extensión; en un comercio directo con los seres las cosas y su propio cuerpo.
El ego, como centro del que irradian sus intenciones, el cuerpo que las lleva,
los seres y las cosas a las que ellas se dirigen no están confundidos; pero no
son más que tres sectores de un campo único (Merleau-Ponty, 264).
Si objetivo es lo
que no depende del sujeto que conoce, y subjetivo lo que depende,
entonces trayectivo (de “trayecto”, del latín trajectus: “lanzar
más allá”, “cruzar”, Joan Corominas, Diccionario filológico de la lengua
castellana) es lo que intermedia entre el sujeto que conoce y el objeto que
se conoce. Se trata del trayecto que recorre el objeto hacia el sujeto y el
sujeto hacia el objeto, si se admite el neologismo, que parece necesario para
distinguir con claridad la dinámica del fenómeno. Habría, así, tres
características fundamentales del saber personal: la objetividad del objeto, la
subjetividad del sujeto y la trayectividad entre el sujeto y el objeto o
relación de intermediación y muto intercambio entre la objetividad y la
subjetividad.
La trayectividad, pues,
comprendería el saber emergente de los cambios, de la serie de modificaciones y
transformaciones en el sujeto y en el objeto en la experiencia de vida,
transformaciones captadas y registradas por el cerebro. Se podría decir, en
lugar de “experiencia de vida”, “historia de vida”, y nos valemos de esta
expresión en general; pero sabiendo que nos referimos al proceso y no al
tiempo. Trayectivo es, entonces, el sesgo del conocimiento surgido de la
vicisitud; el caudal que aporta la historia en el proceso por el cual el sujeto
comparece en su entorno de mundo, activándolo y transformándolo, mientras se
activa él también y se transforma como efecto de esa comparecencia. La
trayectividad es el carácter del saber resultante, combinación activa de
objetividad y subjetividad, es decir, de un saber no dependiente ni
independiente del sujeto, sino interdependiente, resultado de confluir la
experiencia decantada por las permanentes transformaciones en el campo integral
que componen la mente y el cuerpo.
La vicisitud está
en la base de esa interdependencia, fuente del saber vécico. En la subjetividad
pura ya está, por supuesto, la impronta de la vicisitud; si bien se refleja
allí como huella, no se refleja como imprimación útil para el conocimiento.
Porque si se reflejara no sería pura subjetividad ni siquiera propiamente
subjetividad. Más bien, sería objetividad o casi objetividad. El neologismo
permite superar esa insuficiencia al destacar el influjo de una clase de saber
que no es de fuente completamente objetiva ni completamente subjetiva.
Es, en cambio, saber en permanente superación por
fuerza de las innumerables modificaciones, afinaciones, elementos aprovechados
y elementos desechados, apartados o eliminados en el plano espontáneo de la
conciencia inmediata. En ese plano, acotado especialmente en la vivencia, intervienen
aprendizajes asistidos, aprendizajes autodidactas, asimilaciones conscientes y
subconscientes, comprobaciones prácticas, descubrimientos, etcétera.
Si el saber subjetivo es
fenoménico y el saber objetivo es fáctico, el trayectivo es vécico, es decir, vivencial,
histórico, procesal y autónomo. Decimos “fenoménico” respecto a un saber conectado
con las emociones y sentimientos, es decir, ligado a los fenómenos psíquicos y a
lo que tiene que ver con la intuición (vertiente que nace de la cantidad o
acumulación de experiencias). Decimos “fáctico” respecto a un saber conectado
con los sentidos u órganos receptores o perceptivos del cuerpo, en directa
comunicación con el sistema nervioso central. Y decimos “vécico” respecto a un
saber que nace del contacto directo con el entorno en la experiencia de vida
(vertiente que surge de la selección o cualidad).
***
La información “cruza” o “va más allá” en el trayecto de los receptores al cerebro
por las vías neurales, y actúa desde el cerebro a los receptores. El sujeto recibe
información del objeto, pero también genera condiciones transaccionales de orden
electroquímico necesarias para aprehender el objeto. En esto media una compleja
estructura nerviosa encargada de transmitir las señales de los receptores del
cuerpo que recogen las neuronas y transportan a lo largo de sus axones y
sinapsis electroquímicas hasta el cerebro (Damasio, 5, 149). Al final del
proceso, y en lo que tiene que ver con el conocimiento, el sujeto tiene lo
necesario para tomar plena consciencia de la situación que vive y de formar una
idea acerca de lo que tiene para elegir en cuanto a su mente y a su conducta en
cualquier situación dada.
Ahora bien, en ese proceso
se forja la verdad, es decir, la impresión de significados que
intermedia o trayecta entre el objeto y el sujeto; es decir, entre el medio y
el mediador o medianero. Es un término medio entre dos realidades en oposición,
oposición debida a la adversidad. La verdad es la respuesta del mundo a la
pregunta sobre el mundo o realidad del mundo. Por lo que la verdad no es la
realidad del objeto entendida por lo que es en sí (independiente de la
apariencia), ni responde a la realidad del sujeto en tanto ente o ser pensante
y cognoscente. No es información ni concepto sino trayección de la que surge un
estado de cosas en el que se puede confiar. Es una versión necesaria acerca del
mundo debida fundamentalmente al saber trayectivo.
Por intermedio del sujeto
el medio proporciona un promedio o término medio de posibilidades de compatibilizar
las condiciones de vida con la realidad del entorno de vida. El término medio
enfrenta lo favorable y lo desfavorable para la vida humana, la permanencia en
el mundo y la posibilidad de supervivencia. El término medio, en el que deposita
su confianza y su saber, sólo es medio
porque media (trayecta) lo que ha aprendido y lo que le proporciona la
vivencia, el contacto dinámico, directo y único con la circunstancia de vida y en
aquellas veces en que ha sabido vencer obstáculos, superar inconvenientes, es
decir, enfrentar la adversidad que le acecha a cada instante. Confianza y
saber, por ende, son las dos facultades que inician la posibilidad de la vida
consciente; una facultad ética y una facultad gnoseológica que contribuyen en
la constitución de la verdad.
Se puede decir, pues, que el
individuo media en el medio, sean el individuo y el medio que fueren, sea
la que fuere la clase de mediación: actividad, empleo, oficio, profesión, trabajo,
relaciones cualesquiera por medio de las cuales se sobrelleva la satisfacción de
las necesidades primarias y secundarias. La verdad es el resultado posible de
“averiguar”, “presentar como verdad” o “verificar” (Joan Corominas, Diccionario)
un objeto o complejo de objetos por parte del sujeto cognoscente. Pero la
trayección es más bien veri similis o verosimilitud comparada respecto a
la comprensión ya firme en la conciencia, es decir, al saber vécico.
***
“Subjetivo es todo lo que pertenece al sujeto” (Nicola Abbagnano, Diccionario
de filosofía). Ahora bien, se puede discernir lo que pertenece al sujeto y
lo que es el sujeto. ¿Subjetivo es todo lo que pertenece al sujeto o es en
exclusiva lo que el sujeto es en sí, su yo, la facultad de conocerse y
reconocerse interiormente y con conciencia independiente del influjo externo? Es
lo que pertenece al sujeto en su realidad en sí, o, por el contrario, es lo que
la opinión adjudica al sujeto en una realidad fuera del en sí. Porque
el sujeto vive sometido a la imagen fraguada por los demás, de acuerdo a la
imagen que el entorno social forma de él, y no tanto por la que él se forma de
sí mismo.
La inserción social del sujeto depende de cómo sea
interpretada en el contexto que le corresponde en su circunstancia de vida. Depende
más de lo que es deducible de ese contexto que de lo que el sujeto es en
realidad, y de lo que el sujeto hace procurando ser lo que cree ser. El
contexto social es el que opina y aun decide, el que clasifica en términos que no
hay cómo negar que son lo objetivo en el caso; porque lo que opina el sujeto al
respecto es subjetivo. Lo social es el factor que en definitiva define lo que
es el individuo, el autor de la definición objetiva, aunque le atribuya lo que no
es ni pertenece al sujeto, sino a lo que sólo aparenta. Lo subjetivo, pues, no
es sólo lo que pertenece al sujeto; no es el sujeto en sí. Lo subjetivo y lo
objetivo, al menos en el plano social, queda fuera de lo que pueda servir de
fundamento para definir al sujeto en cuanto persona, es decir, en cuanto
individuo como otros de la especie.
Y en lo que respecta a la colectividad toda, a la
sociedad en general, el sujeto es definido como sujeto de derecho, que es una
forma de racionalización de las subjetividades fundada en los principios
objetivos que rigen la actividad social. En cuanto a lo que no cae dentro de la
órbita del derecho, existen normas éticas, reglas del buen vivir a las cuales
también el sujeto rinde cuenta. Todos casos en que es lo externo, el consenso,
la norma, esto es, lo presumidamente objetivo, lo que define lo subjetivo. Sólo
una definición que tuviera en cuenta lo trayectivo podría aunar los planos
objetivo y subjetivo fundándose en la historia de vida y salvando la valla de
los subjetivo puro. ¿Pero cómo?
Aunque los entendidos no
hablen de modalidades que aúnen lo objetivo y lo subjetivo, lo trayectivo se
manifiesta desde siempre y en todos los lugares en que existen y coexisten
seres humanos. Se vuelve notorio, especialmente, con los individuos que se
destacan entre los demás y en diferentes especialidades y profesiones sin que
hubieran recibido una educación esmerada, familiar o formal. También, en
aquellas personas que, aunque fuesen formadas en las más avanzadas
instituciones de enseñanza, en las que se tuviera el cuidado de trasmitir el
conocimiento más riguroso, consensuado y actualizado, descubren aspectos
inusitados y jamás trasmitidos por esas instituciones, abren caminos
insospechados, inventan ingenios, asuntos todos inalcanzables por vía de la
racionalidad pura o de la experimentación guiada y controlada. ¿Cómo proceden o
qué es aquello en que se basan, lo objetivo o lo subjetivo?
Hay una vertiente casi del
todo ignorada o, mejor dicho, muy difícil de reconocer en sus detalles. Es la
experiencia, pero no la experimentación científica sino lo que muestran los
mismos hechos en la vida privada común y corriente. Es aquella experiencia personal
colmada de inconvenientes, problemas, misterios y desafíos, pequeños éxitos
seguidos de grandes fracasos. Es parcialmente recordada por el sujeto, y queda
en el domino subjetivo, aunque a veces no es registrada por la memoria. De
cualquier modo, es incorporada al saber personal, a la inteligencia, por vías
totalmente desconocidas o que apenas han explorado las neurociencias.
Se podría decir que obra
la única y solitaria experiencia personal, no asistida directamente, o que la
experiencia personal logra activar como extraordinaria asociación de todas las
fuentes del conocimiento disponibles por un solo individuo, en el cual la
integración de la mente y el cuerpo ha funcionado exquisitamente. También se
podría decir que en tal caso se estaría en presencia de lo trayectivo. Es posible pensar en la consolidación de lo
subjetivo y lo objetivo, de una acción suprema del físico, el pensamiento y el sentimiento
ante la adversidad extrema y la desolación.
***
El poder de superación en el ser humano no se puede definir como se define
el poder de una fuerza mecánica, ni como se define el de un cirujano que mediante
una intervención salva la vida de un enfermo, o como el de un psicólogo o el de
un psiquíatra que cura a un paciente que sufre. El individuo que lucha contra
la adversidad no dispone de un poder previamente acomodado a las exigencias de
un problema dado; responde con lo que tiene, con el poder que sólo han generado
sus solas y propias fuerzas. Pero no hay cómo investigar ese poder, conocer
cómo se originaron esas fuerzas y cómo operan. No hay testimonios que muestren
cómo un hecho, una situación difícil, una elección crucial en un momento en que
hay que decidir entre una sola de dos o más posibilidades pueden terminar
enriqueciendo el poder de resolución de problemas del sujeto, y con ellos el
poder de superación. No hay nada para comprobar la trayectividad, aunque
funcione patentemente y tenga sus resultados provechosos.
También se manifiesta
furtivamente en cada acto de cualquier persona que en una circunstancia dada tiene
que resolver problemas. Sin que se pueda descifrar qué vertiente de la
sabiduría personal es la que interviene, como se reconoce el procedimiento que
da con la incógnita en una ecuación matemática, o el que sirve para hallar los ingredientes
de un compuesto químico, la persona encuentra una solución para el problema que
traba el libre curso de su vida o de los otros. En ningún caso alcanza con
remitir ese poder a los dominios de la objetividad o de la subjetividad. En
algunos casos se remite a ambos, explicando que tal o cual solución se ha alcanza
haciendo que intervenga todo lo que el sujeto posee como acervo de sus
capacidades integradas. Pero no se dice cómo se han integrado ni que ambos son algo
muy diferente a compartimentos estancos o partes de un sistema dividido en dos.
Por lo que sería del caso
reconocer una característica del saber que funciona en el dominio subjetivo,
pero que está en plena comunicación con el mundo físico y real, como lo está el
dominio objetivo del conocimiento. Que se trata de una función que en la
intimidad del yo está abierta al influjo directo de lo exterior, y no en
una intimidad aislada, hundida en las profundidades oscuras del subconsciente o
aun del inconsciente. Que se comunica con el mundo por la actividad de las
pasiones, emociones y sentimientos, pero también con el mundo por la actividad personal
del individuo, en su presente y en su historia. Que el yo no puede describirse
mediante la forma de un embudo que hunde su vértice en lo profundo de la
subjetividad, sino mediante la forma de un paraboloide, cuyos extremos se abren,
uno al presente actual externo y otro a lo que en definitiva es su presente
histórico interno.
Ese yo abierto al mundo que
trasmiten los sentidos en lo actual, y abierto al mundo histórico impreso en el
cerebro, sería el responsable del saber vécico, de las habilidades
inexplicables, de los genios, de las personas que desarrollan poderes no
comunes a raíz de accidentes o enfermedades, de los prodigios que, sin que
trasciendan, son capaces de generar todas las personas en sus menesteres
hogareños o laborales. Sería el acomodador de la función trayectiva de la
inteligencia.
MERLEAU-PONTY, Mauricio (1976). La
estructura del comportamiento, Buenos Aires, Librería Hachette.

La valla cultural
PAÍSES BAJOS
Deseo expresar mi fraternidad con los Países Bajos, que admiro por su papel en la historia de la humanidad occidental.

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